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Volodímir Zelensky, en la pantalla, durante la 64a entrega anual de los Premios Grammy en Las Vegas el 3 de abril.

Foto: Valerie Macon, AFP

Evento total, colapso editorial

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Medios y discurso en Occidente: unanimidad impuesta.

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El hecho impacta y los medios se salen de los límites de la información para ingresar en la defensa de “los valores comunes”. Así, la construcción de la realidad se derrama hacia todos los estamentos de la sociedad y va configurando un discurso único.

“Periodistas, presentadores, cronistas, reporteros, ya sea en el campo de guerra o en París, en el corazón de la actualidad, todos unidos y todos solidarios con Ucrania”. Este anuncio de la televisora pública France Télévisions del 4 de marzo de 2022 resume la mediatización en Francia de las dos primeras semanas de la guerra conducida por Rusia en Ucrania. Ya no se trata de informar, sino de movilizar. Frente a un conflicto internacional, los medios a menudo deben elegir entre desviar la mirada, como en Yemen, Palestina, Donbás y la etíope Tigré, o poner en escena a las fuerzas armadas occidentales volando en auxilio de un pueblo oprimido, como en Kosovo o en Irak. Esta vez, los actores difieren.

El espectáculo ha capturado a la sociedad entera. Desde el Velódromo de Marsella hasta la Puerta de Brandemburgo en Berlín, los monumentos enarbolaron los colores de la bandera ucraniana, tal como la aplicación “TousAntiCovid” (el 25 de febrero) y los uniformes de los tenistas franceses que enfrentaron a Ecuador en la Copa Davis (el 4 de marzo). La aplicación de transporte VTC Bolt anunció que dona “5 por ciento del monto de sus trayectos en apoyo de Ucrania” (2 de marzo); McDonald’s dejó de vender hamburguesas en la plaza Pushkin de Moscú; el Comité Olímpico prohibió a los atletas paralímpicos rusos participar en los Juegos de Invierno de Pekín. En Berlín, la discoteca tecno Berghain ofreció los ingresos de su primera noche de reapertura poscovid “a organizaciones que se ocupan particularmente de las personas queer en Ucrania” (Berliner Zeitung, 4 de marzo), y en Milán, la Universidad de Bicocca suprimió un curso sobre Dostoievski con el fin de “evitar toda forma de polémica” (Le Figaro, 9 de marzo). En Estados Unidos, Facebook autorizó excepcionalmente la publicación por los usuarios de Europa del Este de amenazas de muerte contra los rusos (Reuters, 10 de marzo); y por último, el Washington Post (3 de marzo) reveló que “la Federación Internacional Felina veda los felinos rusos en todas las competencias”, juzgando imposible “ser testigo de esas atrocidades y no hacer nada”.

Esta agitación frenética lleva en su paroxismo una mecánica puesta en movimiento hace treinta años, en ocasión de la Primera Guerra del Golfo: la del “evento total”. Procede como una reacción en cadena. ¿La detonación inicial? Una noticia de gran importancia que suscita una movilización de tal porte que sale del estricto sector de la información y alcanza al conjunto de los medios de comunicación, desde las cadenas de información masiva hasta las redes sociales. Y luego se precipita cuando los responsables de las instituciones más diversas, persuadidos —al igual que la Federación Internacional Felina— de que no pueden permanecer sin hacer nada, compiten con sus declaraciones estrepitosas.

Como en los atentados de 2015 contra el semanario satírico Charlie Hebdo y la discoteca Bataclan, como en ocasión del primer confinamiento sanitario de marzo-abril de 2020, el tratamiento mediático de la invasión rusa sale del marco periodístico habitual. Si bien la actualidad ordinaria se compartimenta en secciones, el “evento total” irradia a todo el espacio de las redacciones. Al igual que las primeras planas del diario Le Monde —cada una de las cuales, desde el 26 de febrero, llevó la mención “edición especial”—, las radios y los canales de televisión “dan vuelta sus grillas”. Desde el boletín de meteorología que festeja “los bellos colores amarillo y azul” (France Inter, 28 de febrero) hasta la “Función de Solidaridad ‘Unidos por Ucrania’”, con un concierto excepcional y colecta de donaciones (France Télévision y Radio France, 8 de marzo), pasando por la velada de lecturas ucranianas de France Culture (4 de marzo), cada programa debe sonar como un editorial. La distinción entre televisión pública y privada, información y espectáculo se atenúa: “Las antenas del grupo Altice Media1, entre ellas [la tradicional señal francomonaquesa] RMC, se asocian a Secours Populaire [gran conglomerado de ayuda social de inspiración izquierdista] pidiendo donaciones para las poblaciones que huyen de Ucrania”, anunció, el 2 de marzo, el gigante mediático controlado por el magnate Patrick Drahi.

Concretamente, hacer una “edición especial” significa multiplicar los “contenidos” en un tiempo restringido y, por lo tanto, llenar los estudios con expertos. “No quiero ser alarmista y no tengo más información —expone la periodista de L’Express Marion van Renterghem—, pero considero que todos los indicios de una Tercera Guerra Mundial están presentes” (“C’est dans l’Air”, France 5, 6 de marzo). Ya tensos por la presión del cronómetro y de la audiencia, los procedimientos de selección y de verificación se relajan. Imágenes y testimonios para generar emoción (refugiados, niños en llanto) forman la mayor parte de una producción periodística ante la cual los intervinientes son llamados a “reaccionar”.

Ante esta ola de atención —menos devoradora en 1999 y en 2003, cuando los aviones occidentales bombardeaban las poblaciones serbias e iraquíes—, algunos surfistas de la televisión ejecutan figuras improbables. El 1º de marzo, el presentador de CNews Pascal Praud propuso a sus invitados “una secuencia emotiva en medio de los dramas”, que “nos dejó con lágrimas en los ojos. Miren, escuchen”: una pequeña niña ucraniana tararea la canción de Los coristas durante cincuenta y un segundos. Tras un breve silencio, Bernard-Henri Lévy interviene, con la voz cargada de emoción, pero con el reflejo de la autopromoción intacto: “Escuchen, me llena los ojos de lágrimas, es conmovedor. Y los invito, así como a los que nos escuchan de otras partes: vengan en un rato, organizamos una recolección en apoyo de esta pequeña niña... y de los civiles ucranianos en París, en el Teatro Antoine, a las cinco”. Allí se codearon un expresidente de la República (el socialista François Hollande), dos candidatos a ese puesto (Valérie Pécresse, de centroderecha, y Anne Hidalgo, socialista) y un ex primer ministro (Bernard Cazeneuve, socialista que apoya al actual presidente Emmanuel Macron), flanqueados por periodistas, ensayistas, artistas y —pantalla mediante— un exdirector de la Central Intelligence Agency (CIA), para poner en la escena de un teatro parisino la obra del militarismo humanitario.

Esta mezcla de géneros ilustra un fenómeno crucial: en coyuntura de crisis, las fronteras entre sectores sociales autónomos se tornan de pronto más porosas o se desmoronan. Política, diplomacia, empresas, instituciones públicas habitualmente obedecen cada una a su lógica, a su ritmo y a su registro específico. El soplo de un evento total tiende a sincronizarlos2 en la misma pulsación fundamental —la de la información continuada—, en el mismo registro —el de la reacción sin reparos— y en la misma regla de funcionamiento —la demagogia—. Ahora bien, ciertos sectores se construyeron precisamente sobre la base de la urgencia, las gesticulaciones y las expectativas inmediatas del gran público. En la primavera de 2020, el “evento total” de la covid alineó en el tempo mediático-político los campos científico y médico. La credibilidad de los expertos no salió fortalecida. Esta vez le toca a la diplomacia (otra actividad de larga data fundada sobre la discreción y el respeto de los protocolos) vivir a expensas de la competencia de declaraciones fanfarronas.

“Haremos una guerra económica y financiera total contra Rusia”, declaró el 1º de marzo el ministro de Economía, Bruno Le Maire, buen conocedor de los usos diplomáticos, ya que fue asesor de Dominique de Villepin en el Quai d’Orsay (sede de la cancillería francesa) en 2002. “Provocaremos el desmoronamiento de la economía rusa”. Reprendido por el presidente de la República, Le Maire tuvo que desdecirse. En BFM, el 14 de marzo, la presentadora Apolline de Malherbe intentó generar otro desvío en el ministro de Asuntos Europeos, Clément Beaune: “Bombardean maternidades y, finalmente, a nosotros: ¿qué hacemos? ¿Mantenemos los yates en los muelles y cerramos los McDonald’s?”.

Ciertamente, el carácter primitivo de la propaganda rusa, la prohibición hecha a la prensa de nombrar la guerra por su nombre bajo pena de prisión y la política de eliminación física de los periodistas que incomodan llevada a cabo por el Kremlin desde hace dos decenios ofrecían a los medios occidentales la ocasión de exponer las virtudes de su modelo opuesto. Pero el evento total no deja espacio ni para la mirada exterior ni para el pluralismo: las direcciones editoriales han elegido su bando, al punto de entretener sin protestar ante la prohibición de las cadenas rusas RT y Sputnik. Dos figuras impuestas jalonan el recorrido del combatiente periodístico: increpar al dirigente ruso, como si ello pudiera ayudar a los ucranianos, y reproducir sin verificación la comunicación de Kiev.

A Volodímir Zelenski, “héroe de la libertad”, los editorialistas oponen un “paranoico”, “con esa cara recauchutada con bótox que le da una rigidez inquietante y esa fobia propiamente hitleroide a los microbios y los virus” (Jacques Julliard, Marianne, 3 de marzo). Las columnas de L’Obs muestran la misma preocupación por la mesura: “una anomalía neurológica” y “modificaciones del lóbulo frontal” inducirían en el presidente ruso un comportamiento propiamente aberrante, según los criterios de salud mental del semanario: “Putin tendría tendencia a examinar todos los aspectos de un problema antes de decidirse” (3 de marzo).

“En la guerra de la imagen y la comunicación, el amo del Kremlin, con casi 70 años, calvo, hinchado, no tiene peso frente al vivaz presidente ucraniano, de 44 años”, continúa la revista fundada por Jean Daniel3. Al no poder sopesar el aspecto militar del conflicto, los periodistas festejan una victoria que es un poco la suya: “Ucrania domina la guerra de la información” (La Croix, 7 de marzo). Y con razón: las direcciones editoriales ratifican por defecto los anuncios de las autoridades ucranianas y manifiestan la mayor indulgencia frente a las fake news diseminadas por Kiev. ¿Y los defensores de la Isla de las Serpientes, muertos luego de haber respondido al asaltante: “Nave rusa, ¡andate a la mierda!”? Ellos “habrían finalmente sobrevivido, pero poco importa: esas palabras se convirtieron en un himno a la resistencia contra Rusia”, explica La Croix, lleno de misericordia. Esta falsa información fue sin embargo repetida varias veces, incluso en The Washington Post (25 de febrero), que parafraseó en indicativo los “elementos lingüísticos” del presidente Zelenski. ¿Y el “fantasma de Kiev”, este caballero del cielo ucraniano que, el 24 de febrero, habría abatido él solo seis cazas rusos? Es una invención, ciertamente, pero “ese mítico piloto simplemente da esperanzas” a una población “en busca de héroes” (L’Express, 25 de febrero). Un poco abandonada en el seno de su profesión, la periodista de la AFP Daphné Rousseau advertía, apenas tres semanas después de estar en el lugar: “He escuchado de mis colegas que tienen la impresión de estar aquí para defender Europa, la libertad, su familia. Hay que tener cuidado de no dejarse atrapar por esta estrategia de comunicación ucraniana, que es peligrosa” (France 5, 13 de marzo). Un esfuerzo en vano.

Por cierto, ¿tenemos realmente opción? El editorialista David Brooks (The New York Times, 3 de marzo) extrajo de esta crisis la lección esencial. Pareciera que ya marca el ritmo de la campaña electoral francesa: “Los universitarios de izquierda y de derecha han criticado el liberalismo. Esta semana tenemos una visión más clara de cómo sería la alternativa. Se parece a Vladimir Putin”.

Traducción: Micaela Houston.

Punto uy

A tono con las medidas que tomó Europa, el presidente de la telefónica estatal uruguaya Antel, Gabriel Gurméndez, bajó la señal rusa RT de la grilla de contenidos de VeraTV, la aplicación de Antel que vehiculiza televisoras locales y cadenas internacionales. En un mensaje de Twitter del 1º de marzo posteado mientras estaba de viaje en España, Gurméndez justificó su decisión diciendo que el canal ruso está “al servicio de la propaganda y justificación de la violenta invasión militar de Rusia a Ucrania”. Dos días antes, también en Twitter, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, había anunciado lo mismo para Europa. En entrevista con Primera mañana de radio El espectador, el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, dijo no compartir la decisión de Gurméndez, pero sostuvo que no le compete respaldarla o no respaldarla.


  1. Grupo multinacional con más de 50 millones de clientes en Europa, Estados Unidos, Israel y el Caribe. 

  2. Ver Michel Dobry, Sociologie des crises politiques, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, París, 1986, y Pierre Bourdieu, Homo academicus, Minuit, París, 1984. 

  3. Seudónimo de Jean Daniel Bensaïd, periodista y empresario de la comunicación, fundador de Le Nouvel Observateur, semanario hoy conocido como L’Obs. Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2004, Jean Daniel falleció en 2020 con 99 años. 

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