Hong Kong ha sido sometida. La mayor parte de los opositores están en prisión o exiliados. John Lee, previsto para reemplazar en julio próximo a la actual jefa del Ejecutivo, Carrie Lam, no es otro que el ex jefe de Seguridad que reprimió las manifestaciones. ¿Acaso las especificidades de la isla, ya debilitadas, la ayudarán a resistir a la voluntad política de Pekín?
Hasta ahora Hong Kong había servido de puerta de entrada a la República Popular China (RPC) en la economía mundial, tanto desde el punto de vista comercial como financiero. Devenida Región Autónoma Especial (RAE) tras la retrocesión por parte de Reino Unido, el 1° de julio de 1997, la ciudad alberga aún una parte de los capitales de los multimillonarios chinos. Con un producto interno bruto (PIB) por habitante cercano al de Estados Unidos y una esperanza de vida al nacer superior,1 sigue siendo territorio de excepción, con un clima favorable para los negocios y fuertes conexiones internacionales. De hecho, figura en el tercer puesto de los centros financieros mundiales, detrás de Nueva York y Londres.
Desde el comienzo de las reformas chinas de 1979 y la apertura económica, en el centro del modelo de desarrollo chino, los vínculos con Hong Kong se intensificaron. La RPC se apoyó en la creación de Zonas Económicas Especiales (ZEE), que ofrecían condiciones particularmente atractivas para las empresas extranjeras: pocos impuestos o ninguno, bajos derechos de aduana, libre repatriación de las ganancias, etcétera. No es casualidad que la primera ZEE haya sido instalada en Shenzhen (provincia de Guangdong), en un espacio constituido por pueblos de pescadores, justo al lado de la isla. Sirvió de laboratorio para experimentar esta nueva política, inspirándose en su experiencia y constituyendo una parada para los inversores extranjeros.
Por lo tanto, aun antes de la retrocesión, Hong Kong ya estaba integrada a la estrategia china. Desarrolló progresivamente un comercio de tránsito, por una parte, porque sus empresas transfirieron una parte de su producción a la provincia vecina de Guangdong con el fin de aprovechar el bajo costo de la mano de obra; y, por otra parte, porque su puerto era mucho más moderno y poseía muchas más capacidades de almacenamiento que los puertos chinos de aquella época. Los industriales hongkoneses aportaron así su experiencia a los productores del continente, cuyas exportaciones, al momento de las reformas, estaban gestionadas por sociedades comerciales en el marco de la economía planificada: los vendedores no tenían ningún vínculo con los compradores extranjeros.
Además, desde 1983, la ciudad dispone de una ventaja que ninguna otra ciudad china posee: su régimen de cambio. Este último establece una tasa fija (o peg) entre su moneda, el dólar de Hong Kong (HKD), y el dólar estadounidense. Su total convertibilidad y su anclaje al billete verde garantizan la estabilidad monetaria, refuerzan la confianza de los inversores y mantienen una distancia con Pekín. Este sistema permitió resistir las diferentes crisis financieras y acumular reservas de cambio que representan 135% del PIB, es decir, uno de los ratios más elevados del mundo.2 Hoy, la RAE detenta la mayor reserva en renminbis (o yuanes –ambos términos son, en la práctica, intercambiables; aunque uno, el renminbi, es el nombre genérico de la moneda y el yuan es la unidad monetaria–), fuera de China continental. Al ser el yuan sólo parcialmente convertible, China necesita a la RAE para su integración financiera internacional.
No obstante, a medida que el país fue tomando vuelo, Pekín abolió las fronteras y le restó importancia a Hong Kong. Varios programas unieron a la RAE con el sudeste de China, en un intento de integración territorial. Este es claramente el objetivo del proyecto de la Gran Bahía, lanzado oficialmente en 2018 alrededor del delta del Río de las Perlas, con el fin de construir una zona muy urbanizada y de alto nivel tecnológico. Permitirá acercar nueve ciudades (Shenzhen, Cantón, Dongguan, Foshan, Zhongshán, Zhuhai, Jiangmen, Huizhou y Zhaoqing) y, por supuesto, Hong Kong y Macao.
Para lograrlo, a fines de setiembre de 2018 entró en servicio la línea de tren exprés Cantón-Shenzhen-Hong Kong, a pesar de las objeciones de la oposición hongkonesa. En efecto, el sistema de instalación conjunta de los servicios aduaneros y de inmigración chinos en la estación Kowloon Oeste requirió la cesión a Pekín de una parte del territorio y la presencia de funcionarios continentales, aplicando las leyes del continente –muy diferentes de las de la RAE–.3 Un mes más tarde se inauguró uno de los puentes más largos del mundo, que une a Zhuhai (ZEE de la provincia de Guangdong) con Macao y Hong Kong. Su rentabilidad económica parece discutible, pero su interés político es evidente.
La misma voluntad integradora se reproduce en el ámbito de la economía digital. El proyecto “Datos del este y cómputo del oeste” apunta, como su nombre lo indica, a transferir los datos (data) de las regiones orientales de China “más prósperas hacia los centros urbanos más pobres, pero más espaciosos del oeste para su tratamiento y su almacenamiento”4 y a crear centros de cómputo. En mayo de 2021, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma validó la construcción de ocho de estos centros, constituyendo cada uno una red de tratamiento de datos. Uno de ellos cubre la zona de la Gran Bahía, acentuando la integración con la provincia de Guangdong.
Este debilitamiento de las especificidades de la RAE también es el resultado de un fuerte crecimiento de las capacidades de las grandes ciudades chinas. Así, Hong Kong, que en 2004 ocupaba el primer lugar entre los mayores puertos para contenedores del mundo, cayó al noveno en 2020, detrás de los de Shanghái, Shenzhen, Ningbo-Zhoushan, Cantón, Qingdao y Tianjin.5 También se retrasó en la modernización, ya que sólo una de sus nueve terminales está equipada con grúas de pórtico con control remoto, mientras que Qingdao se convirtió en el primer puerto automatizado de Asia.6 Así, el de Hong Kong ya no es indispensable para la RPC.
En varios ámbitos, Shanghái, que se convirtió en la ciudad más conectada del mundo, por delante de Londres, supera ahora a Hong Kong. Desde que se desarrolló, Shanghái atrajo a los emprendedores que se fueron de China cuando Mao Zedong tomó el poder en 1949; volvieron para hacer negocios a partir de comienzos de los años 80. Progresivamente, esta ciudad y luego Shenzhen superaron a su vecina Hong Kong en términos de PIB: en 2021, el de Shanghái alcanzó 569.300 millones de euros, contra 427.000 millones para Shenzhen y 318.500 millones para Hong Kong.
La excepción financiera
Esta competencia se hace sentir en otros sectores, particularmente en las finanzas, punto fuerte de la isla hasta un período reciente. Situándose en el quinto puesto mundial en materia de desarrollo financiero,7 actualmente fue superada por Shanghái (cuarto puesto). En el ámbito de las nuevas tecnologías aplicadas a las finanzas (Fintech), Shanghái y Shenzhen la superan. Este sector es dominado por Alibaba, Baidu y Tencent, tres grandes empresas chinas, cada una de las cuales creó filiales específicas, principalmente para los pagos electrónicos y los préstamos a las empresas y a los particulares. En los años venideros, el peso en las finanzas mundiales de las grandes ciudades chinas debería seguir incrementándose.
La creciente integración le permite a China continental mejorar la calidad de su sector financiero. Más de la mitad de las inversiones extranjeras en el país pasa por Hong Kong, que también se convirtió en el primer lugar de cotización de las empresas continentales. Por cierto, muchas de ellas instalaron allí filiales. Desde 2014 se han desarrollado canales transfronterizos que estrechan los vínculos entre los bancos de Hong Kong y los mercados financieros chinos: conexión con la Bolsa de Shanghái, acceso al mercado de obligaciones del continente e incluso autorización para vender directamente colocaciones a los residentes de las nueve ciudades de la Gran Bahía.
Ya sea en materia de logística, de comercio o de tecnología, la integración progresiva y el desarrollo de las provincias del sureste le han permitido a la RPC alcanzar a la RAE y competir con ella. La economía de esta última se reorientó poco a poco hacia los servicios, que empleaban a la gran mayoría de la población activa en 2020. Por supuesto, se han desarrollado los servicios financieros, con los mercados bancario, bursátil y de obligaciones dinámicas, pero también el turismo, la importación y exportación, la logística y el transporte aéreo. Ciertos sectores, como la construcción, actualmente están dominados por empresas chinas.
Los intentos de homogeneización pasan también por decisiones de Pekín que apuntan a establecer un reconocimiento mutuo de los diplomas y de las profesiones (médicos, abogados, etcétera) y a propagar la idea de una identidad común. Sin embargo, no faltan obstáculos. Una encuesta realizada por la Universidad de Hong Kong8 concluía que en 1997 un habitante de cada cinco se definía como “chino, más que hongkonés”. En 2006, la cifra había crecido a uno de cada tres. Pero en junio de 2019, según la misma encuesta, descendió drásticamente y apenas uno de cada diez se siente más chino que hongkonés. Los sentimientos negativos respecto del gigante vecino son particularmente nítidos entre los jóvenes de 18 a 29 años.
No obstante, como señalan los investigadores Jean-Pierre Cabestan y Éric Florence, “más de un millón de personas sobre una población de 7,3 millones (o sea, al menos un hongkonés cada siete) nacieron en China continental y tienden a hablar mandarín (putonghua) en sus hogares, más que el cantonés. Inversamente, un número creciente de hongkoneses viven y trabajan en China continental”.9 Así, los habitantes de la RAE se acercaron económicamente al continente, a la vez que se alejaron políticamente, afirmando su apego a la libertad.
Descenso de la población
El camino hacia la integración se aceleró con la Ley de Seguridad Nacional del 30 de junio de 2020, con la que los hongkoneses perdieron sus dos principales reivindicaciones: un Estado de derecho y la elección de sus dirigentes. Marcó el final del “grado elevado de autonomía” prometido durante la retrocesión. El gobierno chino violó así las reglas que definen el principio “un país, dos sistemas”, que debían prolongarse hasta 2047.
La promulgación de esta ley estuvo acompañada por el arresto de un gran número de defensores de la democracia. Ni las muy numerosas manifestaciones ni la marcha pacífica de junio de 2019, que reunió a dos millones de personas, lograron influir en la determinación china. De hecho, en abril de 2020 el jefe de la Oficina de Enlace del gobierno chino en Hong Kong, Wang Zhenmin, anunció: “Si los ‘dos sistemas’ se convierten en un medio para cuestionar el ‘un país’, entonces las razones de la existencia de los ‘dos sistemas’ desaparecen”.10 La desaparición está en marcha.
Frente a la represión han sido numerosas las partidas: hacia la exmetrópoli, Reino Unido, que rápidamente propuso visas, pero también hacia Singapur, Taiwán y otros países asiáticos. Por primera vez, en 2020 la población bajó (-0,3% respecto de 2019).
El impacto humano de esta nueva política es evidente. Los habitantes ya no pueden criticar al gobierno o manifestarse, so pena de ser apresados. La información de la que disponen es filtrada por la censura, y el Partido Comunista podrá intervenir en todos los aspectos de la vida cotidiana.
La creación artística, en particular el cine, muy desarrollado en Hong Kong, se encuentra directamente implicada, porque será progresivamente sometida a los mismos criterios que en China continental: prohibición de toda crítica política y de contenido con carácter sexual, control de las escenas de violencia. Sin duda, ciertos cineastas se irán, hacia Taiwán, por ejemplo. Otros tal vez intentarán ajustarse a Pekín, como lo hacen los directores chinos que desean esquivar la censura presentando las críticas de manera elíptica. También es probable que sea más difícil obtener financiamiento, en razón del riesgo que corren. La creatividad no va a desaparecer, pero varios artistas serán incitados a exiliarse.
¿Cuál es el impacto de esta pérdida de libertad, de la vigilancia y de los ataques al Estado de derecho sobre sus particularidades económicas? En un primer momento, el regreso al orden en cierta medida tranquilizó a los actores bancarios y financieros, quienes no aprecian la incertidumbre, y muchos multimillonarios de Hong Kong mantienen buenas relaciones con Pekín. Sin embargo, el creciente control del gobierno chino sobre las empresas constituye una mala señal que hace temer intervenciones en los negocios y podría conducir a las empresas extranjeras a abandonar el territorio. Más aún cuando los espacios democráticos se achican día a día. El cierre en junio de 2021 del diario Apple Daily tras el encarcelamiento de su directivo Jimmy Lai bajo el pretexto de que era “manipulado por influencias extranjeras”, y el del medio en línea Stand News algunos meses más tarde (diciembre), luego del arresto de su jefe de redacción y de varios periodistas, ilustran la determinación gubernamental. “Los dirigentes de Pekín están convencidos de que no existe un movimiento popular espontáneo y de que ese movimiento [de 2009] fue iniciado por Estados Unidos, que quiere hacer de Hong Kong un territorio independiente para desestabilizar al Partido”, asegura el sinólogo Jean-Philippe Beja.11
Incluso por fuera del muy sensible sector de la información, las empresas no escapan a las presiones de Pekín, como lo ilustra el caso de la compañía aérea Cathay Pacific: los empleados que participaron en las manifestaciones han debido ser despedidos. Una encuesta de la Cámara de Comercio Estadounidense en Hong Kong (AmCham) a sus miembros, en mayo de 2021, indicaba que 42% de las empresas encuestadas estaba pensando en irse. Otra encuesta, publicada en 2022, concluyó que ocho empresas de cada diez han sido afectadas por la Ley de Seguridad, y casi la mitad considera que la moral de los empleados fue perjudicada y que han perdido personal, que decidió emigrar.12
Además, la mala gestión de la pandemia en Hong Kong tuvo un impacto muy fuerte sobre la comunidad de los expatriados, muchos de los cuales partieron o desearon hacerlo en razón del autoritarismo de las medidas. El contexto político no los incitará a volver. La partida de los opositores y de una parte de los extranjeros podría transformar el perfil y las competencias de la población. Se habla ahora de una fuga de cerebros, peligrosa para el futuro de la RAE. Ciertamente, los numerosos proyectos de construcción atraen a los chinos ricos, que pueden acceder al mercado inmobiliario de Hong Kong y continuar depositando allí su dinero. Ello reforzaría su estatus de metrópoli de lujo y de una de las ciudades más desiguales (ver recuadro).
De hecho, su principal ventaja reside ahora en el acoplamiento de su moneda al dólar estadounidense. Esto hace de ella uno de los pilares del proyecto de internacionalización del renminbi. Su expertise en materia de productos financieros y la intensidad de sus conexiones con el resto del mundo justifican su elección para el desarrollo del renminbi offshore, del cual se ha convertido en el líder mundial. Si bien Pekín liberalizó más el sector, la cuenta de capital de China sigue siendo una de las menos abiertas del mundo. Y la creación en 2013 de una zona de libre comercio en Shanghái no es suficiente: siendo la moneda china sólo parcialmente convertible, las ventajas de la RAE son inigualables.
Para desarrollar el yuan digital, el Banco Popular de China –el Banco Central– y la autoridad monetaria de Hong Kong se asociaron con el fin de testear, con éxito, su utilización transfronteriza. Sin embargo, una integración total a la economía china significaría el final del tipo de cambio fijo entre la divisa de la isla y el dólar estadounidense, algo difícilmente viable, en tanto la moneda china no tiene el estatus de moneda internacional. Y está lejos de ello. El yuan sólo representa 2,45% del total de las reservas mundiales de cambio.
Con todo, para China continental, que busca aumentar su autonomía respecto del resto del mundo, el rol de Hong Kong perdió a la vez su eficacia y su atractivo. La existencia de un Estado de derecho permitía a las empresas contar con un sistema judicial que juzgaban confiable, heredado del common law británico. La más alta jurisdicción del territorio, la Corte de Apelación Final, fue establecida durante la retrocesión. Está compuesta por nueve jueces de Hong Kong (tres permanentes y seis que no lo son), así como por 11 jueces no permanentes provenientes de otras jurisdicciones que están también bajo el common law, esencialmente de Reino Unido. Hasta el año 2020 las leyes chinas no se aplicaban allí (salvo algunas leyes particulares). Actualmente, la Justicia de la RPC puede intervenir cuando considera que la seguridad nacional está en peligro. Así, dos jueces británicos de esta Corte de Apelación Final decidieron retirarse, ya que ahora la libertad de expresión y las críticas al Estado son consideradas un crimen. Otras renuncias podrían seguir y reducir aún más el atractivo de la RAE.
¿Es el fin de la excepción hongkonesa? Podríamos pensar que, en efecto, es el final de una ciudad refugio para los disidentes, de un espacio de apertura para los estudiantes y muchos chinos del continente, así como de un entorno jurídico confiable para las empresas. Pero la isla sigue siendo un centro financiero mayor, del cual Pekín no puede prescindir. De ser central en la estrategia internacional de China, su lugar está en vías de convertirse en periférico, sin por ello desaparecer.
El destino de una colonia
Tras la derrota china en la primera guerra del opio, el Tratado de Nankín en 1842 estableció la cesión de la isla de Hong Kong a Reino Unido. Durante la Convención de Pekín en 1860, luego de la segunda guerra del opio, China cedió la península de Kowloon, al norte de Hong Kong. La Convención por la Extensión del Territorio de Hong Kong, firmada en 1898 entre China y Reino Unido, implicó un contrato enfitéutico de noventa y nueve años sobre lo que será llamado Nuevos Territorios y que incluyó las islas alrededor de la de Hong Kong y de Kowloon.
Este conjunto, demasiado integrado para ser dividido, fue devuelto a China en 1997, como lo había previsto la declaración común sino-británica firmada en 1894 por los entonces jefes de gobierno Deng Xiaoping y Margaret Thatcher. Hong Kong devino entonces la primera Región Administrativa Especial (RAE) –la segunda fue Macao, retrocedida por Portugal en 1999–. En contrapartida, Pekín se comprometió a mantener los sistemas económicos y legislativos (common law) durante cincuenta años, es decir, hasta 2047.
En efecto, a partir de la retrocesión se aplicó la Ley Fundamental de la RAE. Este texto, que sirve de Constitución, fue redactado a fines de la década de 1980 por representantes del gobierno chino y de la entonces colonia. Mantiene el principio del respeto de las libertades fundamentales y se distingue por lo tanto completamente del poder judicial de China continental. La mitad de los sesenta miembros del Parlamento, llamado Legco, son elegidos por sufragio universal; la otra mitad es elegida entre representantes de distintas categorías socioprofesionales. El Poder Ejecutivo es ejercido por un jefe electo por una asamblea compuesta por diversas categorías de población, con una mayoría de votantes dispuestos por el gobierno chino. La persona escogida por este mecanismo indirecto es luego nombrada por cinco años por Pekín. El objetivo de los demócratas hongkoneses era obtener una elección por sufragio universal. En 2007 esto fue anunciado como una posibilidad, con 2017 como horizonte, por el propio gobierno chino.
Las manifestaciones se multiplicaron, en particular a partir de 2014, cuando Pekín rechazó esta elección por sufragio universal (1), y se ampliaron de forma inédita en 2019. Hubo numerosos arrestos, no sólo de hongkoneses que protestaban en las calles, sino también de toda persona sospechosa de oposición.
Diversas causas explican las manifestaciones, políticas ciertamente, pero también económicas. Hong Kong es una de las ciudades con menos equidad del mundo: el índice de Gini (2), que mide la desigualdad en el reparto de ingresos, era de 0,539 en 2018, contra 0,414 en Estados Unidos y 0,385 en China continental (en 2016). Los precios inmobiliarios hicieron de Hong Kong la urbe más cara del mundo en 2021 (3), volviéndola inaccesible para una mayoría de la población (4).
Mientras la situación política se degradaba, el 30 de junio de 2020 se promulgó la nueva Ley de Seguridad Nacional impuesta por Pekín. Significó el fin de la protección de las libertades individuales y del Estado de derecho. Desde entonces, cuatro crímenes –secesión, subversión, terrorismo y colisión– son pasibles de prisión perpetua.
Así, la ley le otorga al gobierno chino el poder de aplastar toda disidencia en el territorio, utilizando su propia policía secreta y sus propios tribunales.
(1) Véase Martine Bulard, “Hong Kong, un polvorín geopolítico”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, setiembre de 2019.
(2) El índice va de 0 (igualdad perfecta) a 1 (total desigualdad).
(3) 2022 Demographia International Housing Affordability, marzo de 2022.
(4) Véase Jean-Jacques Gandini, “Le logement une bombe sociale”, Le Monde diplomatique, París, setiembre de 2017.
Mary-Françoise Renard, profesora emérita, Universidad Clermont Auvergne, autora de La Chine dans l’économie mondiale. Entre dépendance et domination, Presses Universitaires Blaise-Pascal, Clermont-Ferrand, 2021. Traducción: Micaela Houston.
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Según el Banco Mundial, 62.500 dólares en 2020, contra 64.610 dólares para Estados Unidos y 17.090 para China continental; y, sucesivamente, 85 años en Hong Kong contra 79 y 77 años, en 2020. ↩
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Bruno Cabrillac, Camille Macaire y Marie-Elisabeth de la Serve, “La singulière résilience du régime de change de Hong Kong”, Le Bulletin de la Banque de France, N° 239/4, París, enero-febrero de 2022. ↩
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Jean-Pierre Cabestan y Éric Florence, “Vingt ans après la rétrocession”, Perspectives chinoises, Hong Kong, Nº 3, 2018. ↩
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Celia Chen, “China’s digital economy: network of data centre hubs to address infrastructure imbalance between East and West”, South China Morning Post, Hong Kong, 27-5-21. ↩
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Adeline Descamps, “Panorama des 25 premiers ports à conteneurs mondiaux en 2020”, Journal de la marine marchande, Metz, 17-2-21. ↩
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“Hong Kong, un centre logistique en déclin”, Consulado General de Francia, Hong Kong, febrero de 2020. ↩
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The Global Financial Centre Index 30, setiembre de 2021. ↩
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“Almost nobody in Hong Kong under 30 identifies as ‘Chinese’”, The Economist, Londres, 26-8-19. ↩
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Jean-Pierre Cabestan y Éric Florence, “Vingt ans après la rétrocession”, op. cit. ↩
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Citado por Frédéric Keck en “Hong Kong: la fin du principe ‘Un pays, deux systèmes’”, The Conversation, 27-5-22. ↩
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Jean-Philippe Béja, “La fin de Hongkong?”, Esprit, París, julio-agosto de 2020. ↩
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“AmCham Hongkong business sentiment survey report”, enero de 2022. ↩