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Planta de energía nuclear Diablo Canyon, en el condado de San Luis Obispo.

Foto: Marya Emdot

Estados Unidos: ser o no ser un ecologista pronuclear

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¿Qué hacer con la última central atómica de California?

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Su nombre es Diablo y ha tentado más de siete veces a los verdes heterodoxos, quienes ven en la opción nuclear una alternativa menos contaminante que otras formas de energía. La duda la han planteado desde activistas de a pie hasta académicos de prestigiosas universidades. Pero la unanimidad es un territorio que, en este tema, queda muy lejos.

¿Se puede, a la vez, ser ecologista y estar a favor de la energía atómica? Para Heather Hoff, no hay ninguna duda: van incluso de la mano. Esta madre de familia de 43 años, adepta a la bicicleta y a las excursiones, que conduce un auto eléctrico usado, trabaja como redactora de procedimientos en la última central nuclear de California en actividad, la Diablo [su nombre completo es Diablo Canyon Power Plant], que el gobierno del estado se comprometió a cerrar en 2025. Frente al océano Pacífico, a mitad de camino entre San Francisco y Los Ángeles, Diablo está rodeada de un inmenso espacio natural montañoso, silencioso, donde pastan rebaños de vacas marrones. Sus dos reactores proveen en un paisaje de postal el diez por ciento de la electricidad californiana y más de la mitad de su electricidad descarbonizada, con una ocupación del suelo equivalente a la de una granja grande.

Militando por salvar su lugar de trabajo –en contra de la opinión de su empleador, Pacific Gas & Electric (PG&E;)– y por reactivar la energía nuclear en Estados Unidos, Hoff se califica como la “ecologista máxima”, a riesgo de contradecir un fundamento del combate ecológico que ya tiene medio siglo de antigüedad. “No podría hacer nada más útil para el medioambiente. Al crecer, pensaba militar para salvar a las ballenas y preservar la vida salvaje. Pero apoyar la energía nuclear conduce indirectamente a esas cosas”, explica, en un bar del centro de San Luis Obispo, la ciudad más cercana a la central. Hoff luce alrededor del cuello un pendiente de torio, un metal levemente radiactivo con propiedades fluorescentes, y lleva calcomanías producidas por ella, que distribuye para pegar sobre una computadora portátil o una cantimplora: el eslogan “I love you U235” (te amo U235) [por el uranio 235, clave para la fisión nuclear], o un dibujo de corazón alrededor del cual gravitan pequeños electrones. “Cuando las centrales nucleares cierran, son reemplazadas por combustibles fósiles. Admito que me llevó mucho tiempo llegar a esta conclusión”.

En 2016 se planteó la cuestión de prorrogar el permiso de explotación de Diablo, así como de todas las centrales que se acercan a los cuarenta años de servicio. Para sorpresa general, PG&E; y el gobierno californiano se pusieron de acuerdo en cerrarla. Como la reglamentación californiana otorga a las energías renovables prioridad sobre la red eléctrica, la central no funcionaría más que a medio tiempo, comprometiendo su rentabilidad, explicó PG&E;, una empresa privada, que cotiza en bolsa.

Diablo será la segunda y última central nuclear en cerrar en California después de la de San Onofre, en 2013. Entre esa fecha y 2025, la participación del átomo en el mix eléctrico del estado debería entonces pasar de cerca de 20 por ciento a cero; en el mismo período, el territorio espera triplicar sus capacidades en energía renovable. Cuna de la muy contaminante industria digital1 (Apple, Google, Facebook, Uber...), California se considera, no obstante, de buen grado a la vanguardia del combate ecológico. Desde hace varios años, anuncia su intención de dar vuelta la página de la energía nuclear, mientras que se fijó el objetivo de descarbonizar su electricidad de acá a 2045 –como exige una ley del Senado californiano de 2018– y de prohibir la venta de vehículos térmicos a partir de 2035, lo que causará automáticamente una gigantesca demanda adicional de electricidad.

Madres y científicos

Al considerar absurdo el cierre de la central, en vista de los imperativos de descarbonización y la demanda eléctrica futura, Hoff cofundó, en 2016, la asociación Mothers for Nuclear (madres por lo nuclear) con Kristin Zaitz, una colega directora de ingeniería, en ocasión del Día de la Tierra. La página de inicio de su sitio de internet, que mantiene durante su tiempo libre, está llena de fotos de mujeres unidas por la convicción de que la energía nuclear es indispensable para luchar contra el calentamiento climático y garantizar un futuro habitable para sus hijos. En diversos testimonios enumeran sus beneficios –una energía descarbonizada, densa, manejable, con una ocupación del suelo minúscula...–, olvidando cuidadosamente sus inconvenientes. “Casi nadie lucha por la continuación de la explotación de las centrales, y aún menos los ecologistas como nosotros. Sin embargo, son los ecologistas quienes deberían preocuparse más”, recalca Hoff. Considera a la energía solar y a la eólica como aliadas, pero que por sí solas no pueden cubrir las necesidades presentes, y aún menos las futuras, por su débil densidad energética y su carácter intermitente. “La energía eólica y la solar son asombrosas –admite Jennifer Klay, directiva del grupo y profesora de Física en la Universidad Politécnica de California (Cal Poly Tech)–. Pero sólo reducen la utilización de la energía fósil cuando el viento sopla y el sol brilla, mientras que la energía nuclear puede reemplazar a los combustibles fósiles las 24 horas del día”. Cerrar Diablo Canyon y prometer reemplazarla a corto o mediano plazo por algo 100 por ciento renovable sería, según ella, propio del pensamiento mágico. Para el mix eléctrico de California, Hoff recomienda una “base sólida de energía nuclear”, que al menos cubriría la totalidad de la demanda en las horas de poca actividad. El resto sería producido con energías renovables: hidroelectricidad, energía solar, eólica y geotérmica.

Mothers for Nuclear fue fundada en medio de la indiferencia general, sin siquiera un apoyo financiero de la filial atómica. Pero, desde entonces, el calentamiento climático, así como sus riesgos asociados de sequía e incendios, se tornaron la amenaza número uno en California. Las certezas relativas al cierre de Diablo tambalean, y el grupo obtiene ahora apoyos sólidos. Un estudio conjunto de científicos del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y de la Universidad Stanford, presentado en noviembre último, fue el primer golpe de efecto. Según los autores, prorrogar Diablo por diez años más permitiría reducir las emisiones de carbono en 10 por ciento –y, por lo tanto, la dependencia californiana del gas–.2 Explotada hasta 2045, Diablo Canyon permitiría ahorrar hasta 21.000 millones de dólares en costos de red eléctrica y ahorrar también en la superficie de tierras dedicadas a la producción de energías renovables. El estudio, además, pregona utilizar la energía de Diablo para alimentar una planta de desalinización y paliar la falta crónica de agua potable en California. Tiempo después, a comienzos de febrero, 75 científicos (entre ellos Steven Chu, premio Nobel de Física que fuera ministro de Energía de Barack Obama) firmaron en conjunto una carta implorando al gobernador demócrata Gavin Newsom que extendiera la vida de la central: “La amenaza del cambio climático es demasiado real y demasiado urgente como para dar el salto sin reflexionar”, escriben, ya que cerrar Diablo “tornará mucho más difícil y costoso el objetivo de una electricidad 100 por ciento descarbonizada de acá a 2045”. En efecto, el cierre de la central de San Onofre generó un aumento de las emisiones de las centrales eléctricas californianas de 35 por ciento, de acuerdo con el California Air Resources Board. A falta de energía hidroeléctrica debido a la sequía crónica, las centrales de gas tomaron ampliamente el relevo para responder a la demanda.3

Efectivamente, en Washington DC existe un lobby oficial del átomo, el Nuclear Energy Institute, compuesto por compañías de electricidad que poseen centrales nucleares. Pero no todas esas empresas pusieron los huevos en la misma canasta: tienen también centrales de gas o de carbón. “Son entonces ambivalentes en cuanto a la importancia que otorgan a la energía nuclear”, explica Ed Kee, experto en economía de la energía atómica, consultor ante gobiernos y grupos privados, y autor de la obra El fallo del mercado.4 Más que de un lobby, se trata de una agrupación de empresas que tienen una mezcla de intereses diferentes y a veces contradictorios. Las Mothers for Nuclear aprovecharon esa imprecisión para hacerse su lugar, por supuesto modesto: seis años después de su creación, el grupo cuenta con 5.600 seguidores en Twitter. No obstante, fue un alcance suficiente para atraer la atención de una militante ecologista alemana, quien, en setiembre de 2020, contactó a la asociación californiana con el fin de crear una sucursal en Europa. Así, en julio de 2022, las “Mothers for Nuclear” europeas fueron a Estrasburgo para apoyar la decisión del Parlamento Europeo de incluir las actividades nucleares (y gasíferas) en la lista de las “actividades sustentables en el plano ambiental”, para disgusto de los militantes ecologistas del continente.

Marchas y contramarchas

De manera sorprendente, el movimiento verde de California no siempre estuvo a contrapelo de la energía nuclear. Así, en los años 1960, el átomo era considerado preferible a la hidroelectricidad, acusada de destruir la fauna acuática y de inundar los valles, y el carbón era considerado como la energía del mal menor. Las posiciones varían según las épocas y la percepción de las amenazas. En cambio, una vez que la causa en contra de la energía nuclear fue escuchada, a partir de los años 1970, la unión de los ecologistas californianos fue determinante para reducir el alcance de la planta (por ejemplo, al inicio Diablo debía contar con seis reactores). En 1981, dos años después del accidente de la central de Three Miles Island, en Pensilvania, dos mil personas fueron arrestadas durante una enorme protesta para impedir la construcción de Diablo. Esta sigue siendo la mayor manifestación antinuclear jamás organizada en Estados Unidos; monjes budistas hicieron la peregrinación a pie desde Santa Bárbara. Pero los militantes antinucleares puros y duros también envejecen, como sugiere la edad de los participantes que se oponían a Diablo durante una reunión pública en la Universidad Cal Poly Tech, a comienzos de abril.

La costa central de California fue durante mucho tiempo una región de abundancia, bendecida por un microclima mediterráneo donde los limoneros se aclimatan de maravilla. El magnate de la prensa William Randolph Hearst, quien inspiró en parte el personaje de la película de Orson Welles El ciudadano (1941), construyó allí, en la primera mitad del siglo XX, su legendario palacio Xanadú, a una buena distancia al norte de la tentacular Los Ángeles. Pero en 2022 California tuvo otra vez un verano árido. Los calores asfixiantes generan picos de consumo eléctrico (vinculados con el uso generalizado del aire acondicionado), sobrecargando la red, sobre todo de noche, cuando la energía solar no produce nada. El Estado no tuvo entonces otra opción que recurrir a más energía fósil para evitar los cortes masivos de corriente, los famosos blackouts.5 Se decretaron restricciones inéditas sobre el agua para hacer frente a “la sequía del milenio”, que hace estragos desde hace años. La red eléctrica, mal mantenida e inadaptada para tales condiciones, fue señalada como origen de incendios gigantescos. PG&E; reconoció su responsabilidad en el inicio del incendio de Camp Fire, que en 2018 borró del mapa la ciudad Paradise, destruyó 19.000 edificios y mató a 85 personas. En enero de 2019, la compañía se declaró en quiebra tras haber acumulado un total en condenas de aproximadamente 30.000 millones de dólares por los incendios iniciados por sus equipos mal mantenidos.6 La red eléctrica también se muestra totalmente inadaptada para la balcanización de la producción generada por el desarrollo de la energía solar y eólica. En cuanto a la venerable hidroelectricidad, “columna vertebral de la energía descarbonizada junto con la nuclear”, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), no será de gran auxilio en el futuro, a pesar de las declaradas intenciones del gobierno californiano de invertir en ella para gestionar la etapa pos Diablo, apenas dentro de tres años. En todo el oeste estadounidense, los ríos y las represas se secan. La producción de hidroelectricidad sin dudas será reducida a la mitad este año, como anticipo de los años venideros.

Entre los activistas del clima, apoyar la energía nuclear es a menudo interpretado como una traición, o incluso un sacrilegio. Gestión de los desechos, riesgos de accidente, mal mantenimiento y envejecimiento de las plantas, abastecimiento de combustible...: no faltan argumentos en contra de esta energía,7 que alimentan las agendas de las organizaciones ecologistas, tanto en Estados Unidos como en otros lugares. Sin embargo, frente a la ausencia de soluciones viables de reemplazo, los herejes son cada vez más numerosos, tal como la británica Zion Lights, exportavoz de Extinction Rebellion, el movimiento decreciente nacido en Reino Unido y que propone la acción directa. Vegetariana, apóstol de la sobriedad, Lights se encontró gradualmente desfasada respecto de su movimiento, que le reprocha simultáneamente una retórica de catástrofe y la ausencia de propuestas concretas. Ella estima que a partir de ahora “todo enfoque racional, respaldado, muestra que una estrategia que incluya la energía nuclear es la única solución realista para reducir las emisiones en la escala y la velocidad requeridas”.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés) imagina, en sus cuatro principales escenarios para limitar el calentamiento climático a 1,5 grados, un aumento muy fuerte de las energías renovables, así como un aumento importante del parque nuclear mundial. Lights se defiende de un cambio de opinión y habla, por el contrario, de una “etapa lógica” en la búsqueda de soluciones para el cambio climático. En Alemania, una lucha intestina enfrenta a Los Verdes (partido político ecologista) respecto de las decisiones energéticas tomadas estos últimos veinte años. La historiadora Anna Veronika Wendland, figura de la ecología alemana que militó antaño contra la energía nuclear, ahora reprocha a Los Verdes un “miedo irracional al átomo”.8 Si bien siguen siendo muy minoritarias, estas conversiones hacen tambalear el consenso. Y, en California, un número creciente de habitantes, incluyendo aquellos que se preocupan por el cambio climático, se preguntan: ¿hay que cerrar las centrales nucleares si luego son reemplazadas por energías fósiles altamente emisoras de CO2?

Cécile Marin.

Alternativas a las alternativas

A Estados Unidos no le falta ese tipo de fósiles. La revolución de la extracción del petróleo y el gas por fractura hidráulica, o fracking, impulsó la producción a fines de los años 2000, haciendo del país el primer productor mundial de gas y de petróleo. Así, tornó caducos los proyectos de centrales nucleares, abandonados por decenas desde hace veinte años. “El gas natural es abundante y barato”, observa Kee. “Podemos construir una central de gas en poco tiempo. Es más fácil y menos riesgoso económicamente que la energía nuclear. Por el momento, Estados Unidos, en la práctica, casi alcanzó los objetivos de emisiones del Acuerdo de París sin hacer nada más que reemplazar las centrales de carbón por gas natural [muy nocivo, pero dos veces menos que el carbón], lo que automáticamente redujo las emisiones. Hemos bajado la guardia”, se alarma. Aun en los estados favorables a la energía nuclear, el bajo precio y la profusión de gas de esquisto desalientan la construcción de una central.

Con 93 reactores en actividad, Estados Unidos todavía dispone del mayor parque nuclear mundial, pero al sector no le va bien. Calculando su participación en la producción eléctrica nacional (20 por ciento), la energía nuclear estadounidense está muy lejos detrás del número uno mundial en la materia, que es Francia. El sector privado se llevó la mejor tajada, y el “saber hacer” desaparece con la jubilación de los reactores y de los ingenieros. Los dos únicos reactores que hoy están en construcción (Vogtle 3 y 4, en Georgia) acumulan sobrecostos y retrasos.

Como única excepción a este cuadro aparece el estado de Washington, en virtud de la implementación en 2019 de una ley de medioambiente, la Clean Energy Transformation Act, que obliga a las compañías eléctricas a presentar un balance neutro de carbono en un plazo muy corto (2030), so pena de pesadas multas. Como la hidroelectricidad está alcanzando sus límites, Washington busca desarrollar reactores nucleares de un nuevo tipo, de tamaño modesto, los SMR (Small Modular Reactors) –que no generan menos problemas que sus antecesores–. Los cuatro primeros deberían ser construidos en la orilla del río Columbia. Una start-up (empresa innovadora) perteneciente a Bill Gates contempla también construir una central de última generación en Kemmerer, Wyoming, en el emplazamiento de una central de carbón.

Si bien construir una nueva central nuclear cuesta muy caro en Occidente (mucho menos en Asia), el costo de construcción de las antiguas centrales como Diablo está amortizado desde hace mucho tiempo. Aun teniendo en cuenta los costos de mantenimiento, la energía nuclear “antigua” sigue siendo la fuente de electricidad descarbonizada más barata del mercado estadounidense, según la AIE, que calculó el precio completo sobre la totalidad de la vida útil del equipamiento. Le siguen la energía solar y la eólica terrestre. Luego viene la energía nuclear nueva, mucho más cara, y por último la energía eólica marina, la más cara de todas las energías descarbonizadas, según esta organización.9 Estas estadísticas son tomadas en serio por la administración del presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, quien lanzó el 19 de abril una iniciativa para extender la vida de las centrales en dificultad, proponiéndoles 6.000 millones de dólares de ayuda. Diez días después de los anuncios de la administración federal, el gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, dijo, a desgano, estar listo para reconsiderar el cierre si una parte de esos miles de millones se dirigían hacia su estado.10

A pesar de que el sector nuclear está ampliamente privatizado, se supone que la gestión de los desechos es un asunto público, manejado desde Washington. En efecto, en 1982 el Congreso adoptó una ley que obliga al gobierno federal a proporcionar una solución de enterramiento a los operadores privados que gestionan los reactores. En los hechos, casi ningún desecho ha sido transportado lejos de las centrales. El gobierno contempló, en un momento, utilizar un depósito subterráneo situado en Yucca Mountain, Nevada. Pero el sitio, a dos horas de ruta al noroeste de Las Vegas, acumuló dificultades prácticas y políticas. Desde hace cuarenta años, los desechos continúan entonces acumulándose en unos sesenta sitios, al pie de las centrales, y el gobierno federal paga a las compañías centenares de millones de dólares cada año por haber roto su contrato –dinero que los explotadores de las plantas no están obligados a gastar en almacenamiento–. La cuestión del porvenir de esos desechos es un tema recurrente, y no hay a la vista ninguna solución permanente, pero las Mothers for Nuclear muestran un optimismo cercano a la ceguera. “Los desechos están almacenados en el sitio de manera extremadamente segura en contenedores herméticos sobre los cuales se podría dormir sin peligro. ¿Qué otra industria de esta escala mantiene sus desechos totalmente aislados del medioambiente?”, pregunta Klay.

Los opositores a la energía nuclear se alarman por la ubicación de Diablo, no muy lejos de una falla sísmica. De las tres líneas de falla que atraviesan el terreno alrededor de la central, una de ellas recién fue descubierta después de su construcción, inicialmente concebida para poder resistir a un terremoto de magnitud 6,5. La central fue entonces renovada para resistir a un sismo más intenso, de magnitud 7,5. Durante el último terremoto en la región de San Simeón en 2003 (magnitud 6,5), la central no tuvo dificultades. Pero ¿qué sucedería si ocurriera un sismo de una magnitud de 9,1 (como en Fukushima, Japón) y produjera un tsunami? Es una pregunta sin respuesta.

El experiodista David Weisman conoce bien esos temas: coordina la comunicación de la Alliance for Nuclear Responsability (Alianza para la responsabilidad nuclear), una organización que milita por el cierre de Diablo Canyon desde hace varios años. Su modesto departamento amoblado de Morro Beach está situado en la zona de evacuación de la central. Más allá del desafío respecto del deterioro y la seguridad, Weisman detecta un problema económico: la energía nuclear cuesta “muy caro; no soy yo quien lo dice, ¡es el explotador de la central, PG&E;!”. California saldrá de esa situación, según él, por medio de la “sobriedad energética” (un concepto pocas veces mencionado en San Luis Obispo) y con nuevas importaciones de electricidad. Pone mucha esperanza en la energía eólica de Wyoming, que podría, en los próximos años, irrigar la red californiana, gracias a la construcción de una línea de alta tensión que se extenderá sobre más de 1.500 kilómetros. La operación es financiada por el inversor Warren Buffet, octava fortuna mundial, y por el multimillonario Philip Anschutz, magnate del petróleo y de los eventos deportivos –dos personajes que no rezuman “sobriedad energética”...–.

Gene Nelson, asesor jurídico de la asociación Californianos por la Energía Nuclear Verde (CGNP), considera que los habitantes del estado creen en Papá Noel si piensan que esta nueva electricidad de Wyoming será “limpia”. Hay granjas eólicas en construcción sobre las planicies ventosas de ese territorio despoblado, en tanto los créditos en impuestos implementados por la administración Obama garantizan un buen retorno de las inversiones, pero su potencia total tiene poco peso en comparación con la cantidad hercúlea de carbón producida por Wyoming –¡que representa todavía un cuarto de la energía total consumida en Estados Unidos!–. Si bien estados como el de Washington prohibieron la importación de la electricidad “sucia” que proviene de ese combustible, no es el caso de California, observa Nelson, profesor retirado que luce en cada aparición pública una bandana verde y que hizo de la lucha por el medioambiente y la defensa de la energía nuclear la causa de su vida. El legislador californiano creó en 2009 un eufemismo jurídico, las “importaciones no especificadas”, que permite al estado no contabilizar la energía importada en los balances de carbono. En pocas palabras, explica, la electricidad que Wyoming venderá a California “no tendrá olor”, y las promesas de la energía eólica verde de Wyoming son una operación de ecoblanqueo (greenwashing). “Los californianos serán perdedores en las dos tablas de posiciones: al perder Diablo, pagarán más caro por una electricidad más contaminada”.

De manera implícita, en el debate en torno al futuro abanico eléctrico de la sexta economía mundial entran en juego los arbitrajes difíciles con los cuales se enfrentan las economías avanzadas, que invirtieron tanto en la energía renovable intermitente como en la solar y eólica, desatendiendo la problemática del almacenamiento. El excedente de electricidad producido por la energía fotovoltaica californiana en pleno día es frecuentemente revendido a pérdida a los estados vecinos –que se equipan en energía solar y, a su vez, sufren los mismos problemas–. Porque las baterías de almacenamiento de litio, muy caras, se agotan en algunas horas, y su vida útil está entre los cinco y los diez años. También está la opción de las estaciones de “bombeo-turbinaje”: crear un lago artificial efímero río arriba con un excedente de electricidad, que en su momento fluirá río abajo, accionará las turbinas y producirá electricidad. California ya dispone de dos instalaciones de ese tipo, en Helms y Castaic. Construir más implicaría trabajos faraónicos y una gran ocupación del suelo para una eficacia relativamente modesta. El resto existe todavía a escala experimental: el sector balbucea y tiene inversión insuficiente.11

Sin embargo, a California no le falta ambición para desarrollar energía renovable. Un proyecto de granja eólica fue presentado esta primavera a la prensa y a la población de San Luis Obispo. Se ubicaría a unos cuarenta kilómetros frente a Diablo, con el fin de sacar partido de su red eléctrica tras su cierre. El proyecto forma parte del primer plan nacional de energía eólica marina en Estados Unidos. Es gigantesco en todos los aspectos, con una capacidad instalada a la larga de tres gigawatts de acá a 2030 (para una potencia emitida real dividida por dos, en razón de los avatares del viento), o sea, casi tres veces más que Hornsea 1, la mayor instalación del mundo hasta la fecha, con 174 turbinas en el Mar del Norte. Asimismo, una planta de almacenamiento de litio está proyectada –la más grande del mundo, también en este punto, como anuncia su constructor, la Vistra Corporation texana–. El establecimiento estará frente al océano Pacífico en Morro Bay, en el lugar de una antigua central de carbón. Con una potencia de 600 megawatts, debería albergar 180.000 baterías de iones de litio repartidas en tres edificios. La prensa local es entusiasta: el proyecto promete empleos e ingresos al condado, que perderá mucho tras el cierre de Diablo.

En cuanto al espacio natural protegido que rodea la central, PG&E; prevé devolverlo al pueblo autóctono de los Northern Chumash. El cierre de Diablo es entonces, a priori, un golpe de suerte para la comunidad. Sin embargo, esta también cuenta con una cantidad de escépticos. Scott Lathrop, uno de los líderes de la tribu, aboga por una prórroga de la central, tiempo que permitiría encontrar algo mejor. Está poco entusiasmado con el proyecto eólico marino: “Habrá que construir un puerto para enviar los cientos de turbinas a mar abierto. Habrá que crear una nueva industria de todas las piezas para producir al final menos energía que una herramienta que ya poseemos. La superficie necesaria para la energía solar y eólica para reemplazar a Diablo es totalmente impresionante. Yo me pregunto: ¿en qué sentido es lo mejor que se puede hacer?”. Lathrop estima que la industria gasífera se beneficiará de una California sin energía nuclear.

Maxime Robin, periodista enviado especial.

  • Periodista.

Traducción: Micaela Houston.


  1. Guillaume Pitron, “Cuando la industria digital destruye el planeta”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2021. 

  2. “An Assessment of the Diablo Canyon Nuclear Plant for Zero-Carbon Electricity, Desalination, and Hydrogen Production”, Stanford Energy, noviembre de 2021, https://energy.stanford.edu 

  3. “California Emissions Rise in 2012 on Gas-Fired Power Output”, Bloomberg, 4-11-2013. 

  4. Edward Kee, Market Failure: Market-Based Electricity is Killing Nuclear Power, Nuclear Economics Consulting Group, Washington, DC, 2021. Aún no traducida al español. 

  5. “To avoid blackouts, California may tap fossil fuel plants”, Associated Press, 30-6-2022. 

  6. “California Regulators Back PG&E; Bankruptcy Plan”, The New York Times, 28-5-2020. 

  7. Véase, particularmente, Gilles Balbastre, “Sécurité nucléaire, les risques de la dérégulation”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2011; Cédric Gouverneur, “Déchets radioactifs, angle mort de la relance du nucléaire”, Le Monde diplomatique, París, mayo de 2022; Teva Meyer, “Temblores en el mundo de la energía nuclear”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, junio de 2022. 

  8. “‘Irrationale Atomangst’: Kernkraft-Expertin entlarvt die Doppelmoral der Grünen”, 13-7-2022. www.focus.de 

  9. “Levelised cost of electricity in the United States, 2040”, 18-11-2019, www.iea.org 

  10. “California promised to close its last nuclear plant. Now Newsom is reconsidering”, Los Angeles Times, 29-4-2022. 

  11. “The Renewable-Energy Revolution Will Need Renewable Storage”, The New Yorker, 25-4-2022. 

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