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Volodímir Zelensky y Joseph Biden, en la Oficina Oval de la Casa Blanca, en Washington, el 21 de diciembre de 2022.

Foto: Brendan Smialowski, AFP

¿Hasta qué punto armar a Ucrania?

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El dilema de Estados Unidos.

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Mientras la guerra en Ucrania ya habría alcanzado unos 200.000 muertos y heridos, los llamados a negociar un cese al fuego se multiplican, sin por ello limitar la intensificación del conflicto. En dificultades en el frente, Moscú bombardea las ciudades ucranianas desde el interior de su territorio. Por su parte, Washington sigue entregando armas cada vez más sofisticadas a Kiev.

En noviembre de 2022, una nueva “cantinela”, más pacífica, salió de los muros de la Casa Blanca, sede de la presidencia de Estados Unidos. Filtraciones de prensa informaron sobre contactos establecidos por el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, con el entorno cercano al presidente ruso, particularmente con su asesor diplomático, Yuri Ushakov. La existencia de este canal –y la voluntad de darlo a conocer– fue interpretada como el inicio de una fase preliminar con vistas a negociar con Rusia. Esta apertura fue atenuada por las habituales aseveraciones según las cuales Kiev controla los tiempos. “Nada (se conversará) sobre Ucrania sin Ucrania”, prometió de nuevo el presidente estadounidense, Joseph Biden, el 14 de noviembre de 2022, en vuelo hacia la Cumbre del G20, en Bali. La visita a Washington de su homólogo ucraniano, el 21 de diciembre de 2022, permitió exhibir un mensaje de “coordinación y alineamiento”, según el comentario de un responsable de la Casa Blanca en vísperas del encuentro. Una cosa no quita la otra: mientras las municiones siguen fluyendo hacia Ucrania, la idea de una negociación ya no constituye un tabú en Estados Unidos.

Por una vez, el Pentágono [departamento de Defensa], más que la Casa Blanca, se convierte en el promotor de la diplomacia en Washington. Según el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de ese país, el general Mark Milley, un período de calma en los combates durante el invierno abriría “una ventana de oportunidad para la negociación”. Los militares estadounidenses se convencieron de que ninguno de los dos bandos puede infligirle una derrota al otro, a la vez que constatan su respectiva determinación de continuar los combates. “Debe haber un reconocimiento mutuo de que la victoria militar no es, en el sentido propio del término, alcanzable por medios militares, y que es necesario, por ende, considerar otros medios”, declaró Milley, ante el Economic Club de Nueva York, en noviembre de 2022.

Esta apertura ocurre justo cuando Washington ya acumuló algunos suculentos botines de guerra. El rival ruso dejó en evidencia las fallas de su ejército. Éste sufrió su tercer revés en Jersón –tras la retirada de la región de Kiev en marzo y la de Jarkov en septiembre–. Su modernización está comprometida de manera duradera debido a los embargos tecnológicos. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sumó dos nuevos miembros (Finlandia y Suecia); la libreta de pedidos del sector militar-industrial estadounidense está llena; Alemania abrió su primera terminal de gas natural licuado (GNL) flotante en Wilhelmshaven, el 15 de noviembre de 2022, para recibir gas estadounidense que hoy por hoy ya fluye abundantemente en Europa. La firma de contratos gasíferos de largo plazo con Argelia, por medio de gasoductos, o con Qatar, por el GNL, hace realidad el desacoplamiento energético entre Europa y Rusia siguiendo la hoja de ruta estadounidense desde la construcción del gasoducto Nord Stream 1 en los años 1970... Hundida por el auge de los costos de la energía, la industria europea pierde su ventaja competitiva, en particular en provecho de sus competidores estadounidenses, que el Estado protege con generosos escudos financieros.

Vueltas de tuerca

Este espectacular fortalecimiento de la posición estadounidense es el fruto de una estrategia que sufrió varios vuelcos, siempre con el mismo objetivo en la mira: infligir, de ser posible, una derrota estratégica a Rusia, que constituye, junto con China, un rival sistemático de Estados Unidos. Porque Washington defiende las causas justas sólo si son susceptibles de servir a sus intereses. El pisoteo del derecho internacional por parte de su aliado Israel, por ejemplo, no provocó el envío de lanzamisiles a los palestinos; incluso fue recompensado, en marzo de 2019, por el entonces presidente Donald Trump al reconocer Washington la anexión de la meseta del Golán, conquistada en 1967, durante la Guerra de los Seis Días; una decisión que su sucesor no cuestionó. Tras su contribución mayor a la derrota de la organización del [autodenominado] Estado Islámico (EI) en Siria, los kurdos fueron abandonados de inmediato a los vehículos blindados de la operación turca en octubre de 2019, cuando Estados Unidos prefirió cuidar a su susceptible aliado, Ankara.1

Sin dudas, la perspectiva de una invasión de Ucrania, temida desde noviembre de 2021, no le agradaba en lo más mínimo a Washington, inmerso por completo en su rivalidad con China. Tras la invasión, Washington consideraba abandonar a su suerte al ejército ucraniano, que se presumía poco capaz de resistir la invasión de las tropas rusas. Se incitó a Volodimir Zelensky a abandonar el país, para formar un gobierno en el exilio, ante las fuerzas especiales rusas que amenazaban la calle Bankova (sede del gobierno). Las masivas sanciones económicas, preparadas de forma minuciosa, estaban en el corazón de la estrategia coordinada entre Estados Unidos y Bruselas2. Recién a fines de marzo de 2022, cuando las tropas rusas debieron retirarse de los suburbios de Kiev, Washington decidió armar fuertemente al aparato ucraniano. La Casa Blanca sacó entonces provecho del error estratégico del Kremlin. El shock provocado, el 1º de abril de 2022, por el descubrimiento de los abusos del ejército ruso en Bucha favoreció este giro. Los defensores de una línea dura acentuaron su presión sobre el presidente ucraniano.

Los aliados occidentales de Ucrania demoraron las conversaciones sobre las garantías de seguridad que reclamaba Kiev a cambio de eventuales concesiones a Moscú, en particular la aceptación de un estatus de neutralidad3. La improvisada visita del entonces primer ministro británico Boris Johnson, el 9 de abril de 2022, lo confirmó: Londres, y con certeza Washington, del que se convirtió en emisario, rechazaban esta concesión hecha a un “criminal de guerra”4. Reducidas en un primer momento al nivel de grupos de contacto, las negociaciones fracasaron el 13 de abril de 2022. Le siguió un aumento de gama del armamento entregado a Ucrania a lo largo de la primavera boreal: a los lanzamisiles portátiles Javelin y Stinger, adaptados al hostigamiento de las tropas rusas, se sumaron los sistemas de defensa antiaéreos o antibuques de mediano y largo alcance5. Sumadas a la combatividad de los ucranianos, las entregas de armas jugaron un papel decisivo en el éxito de la contraofensiva de setiembre de 2022, que le permitió a Kiev recuperar la ciudad de Jersón, en el sur del país.

Tras haber dudado en apostar por Ucrania y, luego, haber invertido considerables sumas en su apoyo (cerca de 47.000 millones de dólares comprometidos, de los cuales 23.000 son para ayuda militar, según el instituto alemán KIEL)6, Washington busca la palanca de freno. Porque Estados Unidos sabe que una escalada, que provocaría una confrontación directa con Moscú, dilapidaría sus victorias estratégicas. A fines de agosto, algunas iniciativas de Kiev en territorio ruso irritaron a su principal benefactor. Bajo anonimato, responsables del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) informaron a The New York Times7, y por ese medio a Kiev, que el asesinato a fines de agosto, muy probablemente por parte de los servicios de inteligencia ucranianos, de Daria Duguina, la hija del ideólogo nacionalista ruso, no había sido bien recibido. El atentado contra el puente de Kerch, que une Crimea al continente, el 8 de octubre de 2022, tuvo la misma tibia recepción en la Casa Blanca. Estos “golpes”, simbólicos más que militares –el puente fue reparado de inmediato y luego visitado por Putin en persona–, desencadenaron la primera campaña de bombardeos contra las instalaciones energéticas de Ucrania, que la reconquista de Jersón por parte de Kiev no hizo más que intensificar. En dificultades en el terreno, Rusia recurrió a su principal ventaja: la profundidad de su territorio, desde donde son bombardeadas con intensidad regiones alejadas de la línea de frente: Dnipró, Zhitómir, Zaporiyia, Nikolaiev, Jmelnitski, Ternópil y Leópolis, muy cerca de la frontera polaco-ucraniana.

Profundidad estratégica

Lejos de ser una sorpresa, la caída a fines de octubre de un misil sobre el territorio de Polonia, miembro de la OTAN, constituye el tipo de acontecimiento, susceptible de ampliar el conflicto, que Washington temía. La Casa Blanca enseguida tomó distancia de la tesis de Kiev, que acusaba de forma errónea a Moscú (se trató de un misil ucraniano desviado). Con dudas, Washington continúa queriendo darle a Kiev los medios de resistir los misiles rusos disparados desde el interior de la Federación Rusa. Los ataques ucranianos contra aeródromos que albergan bombarderos estratégicos, en las regiones de Saratov y Riazan, ubicadas a más de 500 kilómetros de la frontera ucraniana, marcan una nueva etapa. Las destrucciones fueron causadas por drones “kamikaze” que los analistas militares rusos hacen depender de la colaboración técnica y financiera del Reino Unido y de Estados Unidos8. Por otra parte, Estados Unidos dio luz verde a la entrega de baterías antimisiles Patriot, un arma de alta sofisticación reservada a los aliados más cercanos a Washington. El embajador de Rusia en Estados Unidos calificó de manera inmediata esta decisión de “etapa provocadora” que traería “consecuencias imprevisibles”9. A pesar de que ya no excluye la idea de negociación, Estados Unidos sigue moviéndose sobre la delgada línea de la cobeligerancia.

Los objetivos de guerra estadounidenses no son intangibles. La posibilidad de un cambio de régimen en Moscú, como Biden aventuró en marzo de 2022 durante un discurso público en Varsovia, ya no es defendida de modo oficial. Su secretario de Estado, Antony Blinken, limitó, el 6 de diciembre de 2022, la ayuda estadounidense a la reconquista de los territorios perdidos desde el 23 de febrero de 2022, es decir excluyendo a Crimea y al Donbás separatista. Sólo los países bálticos y Polonia apoyan el proyecto de Kiev de continuar con la ofensiva hasta la punta de Crimea, pero no proveen más que una parte marginal de las armas a Ucrania.

El conflicto alcanzó un nivel de incandescencia que vuelve difícil cualquier marcha atrás. Ni el Kremlin, que se juega la viabilidad de su régimen, ni Kiev, que sufrió destrucciones masivas, desean por el momento volver a la mesa de negociaciones. Las posiciones de los beligerantes se endurecieron. En setiembre de 2022, Rusia anexó cuatro regiones ucranianas, mientras que seis meses antes parecía no excluir la evacuación de Jersón y Zaporiyia en el sur, a cambio de un reconocimiento de la independencia del Donbás y de una Crimea rusa. Zelensky exhibió, durante su intervención en video en la reunión del G20, el 15 de noviembre de 2022, un interés muy teórico por negociar, poniendo como condición previa una retirada de las tropas rusas más allá de las fronteras de 1991, incluidos el Donbás y Crimea. En marzo de 2022, esas dos regiones no estaban incluidas en las garantías de seguridad que pedía Ucrania, lo que dejaba pensar que Kiev estaba lista para considerar una negociación sobre sus fronteras con Rusia. El “pacto de seguridad” que ahora reclama Zelensky tiene como meta perpetuar el apoyo militar y financiero occidental, acoplando de modo estrecho a Ucrania a la Alianza Atlántica, sin cerrarle la puerta a una adhesión. Muy lejos, por lo tanto, de la posición ucraniana a inicios del conflicto cuando la delegación ucraniana abrió la posibilidad a un estatus de neutralidad permanente, una limitación de su cooperación militar con la OTAN (sin bases ni tropas estables extranjeras en su territorio) y la renuncia a cualquier programa nuclear militar. En caso de que entrara en vigencia, este “pacto de seguridad”, redactado por el jefe de gabinete de Zelensky y por Anders Rasmussen, el exsecretario general de la OTAN, realizaría la pesadilla estratégica que Moscú pretendía prevenir al lanzar a su ejército sobre Kiev: un fracaso que el Kremlin no está dispuesto a admitir.

Al intentar dibujar por la fuerza las fronteras, Moscú cometió una de las violaciones más graves a la Carta de las Naciones Unidas, que incluso las potencias más cercanas a Rusia condenan (India y China). En su gran mayoría estiman que la reincorporación de Crimea o del Donbás por la vía militar tampoco puede ser una opción: además del riesgo nuclear, se toparía con la hostilidad de la mayoría de las poblaciones locales. El resultado favorable del referéndum de “incorporación de Crimea a la Federación Rusa” en 2014, por hostilidad al derrocamiento del presidente por parte de los manifestantes de la Plaza Maidán, no se discute. Es la amplitud de la aprobación (96 por ciento) la que plantea problemas, en razón del boicot de la minoría tártara, así como de la precipitación de su organización, bajo los buenos cuidados de las tropas rusas sin insignias.

La cuestión del Donbás también es espinosa. Tras ocho años de guerra de baja intensidad, la ruptura con Kiev de las dos repúblicas separatistas de Lugansk y Donetsk se profundizó. Estos territorios sufrieron un bloqueo económico al que Moscú respondió con una distribución masiva de pasaportes rusos a la población. No sorprende entonces que la “operación militar especial” de Moscú haya sido recibida allí con alivio, al contrario que en las otras porciones del Donbás “liberadas” por bombardeos del ejército ruso, en particular en Mariupol10. El fracaso de los Acuerdos de Minsk de 2015, que preveían la concesión de un estatus especial para el Donbás en el marco de una Ucrania federalizada, pesa mucho en la resolución de la cuestión. Será difícil convencer a las partes de la credibilidad de un proceso político que puede llevar, llegado el caso, a un pedido de incorporación a Rusia en buena y debida forma.

Intercambio de prisioneros

Hoy, la diplomacia se concentra en negociaciones que tienen por objetivo contener los efectos del conflicto, más que sobre la búsqueda de una solución. Junto a la gestión de la seguridad de la central nuclear de Zaporiyia, a la que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) tiene acceso desde el 1º de setiembre de 2022, los intercambios de prisioneros y la prevención de la crisis alimentaria constituyen los raros temas sobre los que las dos partes tienen la voluntad de lograr avances. Así, la geografía de los mediadores se desplaza de Europa, cada vez más dependiente de Washington, hacia Medio Oriente. El dúo que formaban Berlín y París –padrinos de los Acuerdos de Minsk de 2015– es parte del pasado. El canciller alemán Olaf Scholz llamó a tomar nota de una “nueva realidad”, la de un “imperialismo” que ya no deja lugar al acuerdo (11). Sólo el presidente francés Emmanuel Macron continúa queriendo mantener contacto con Moscú, e incluso dijo ser favorable, en una entrevista en el canal TF1, el día 3 del mes pasado, al otorgamiento de “garantías [de la OTAN] para su propia seguridad a Rusia”, no sólo a Kiev. Estas palabras suscitaron un escándalo en la prensa y en la mayor parte de los sectores dirigentes europeos. El ofrecimiento de los servicios de Macron no le interesa en lo más mínimo al Kremlin debido a la posición fluctuante y aislada de París en Europa. Para hablarse, Kiev y Moscú prefieren a Turquía, que logró imponerse como una plataforma mayor en las negociaciones. Ankara acogió negociaciones de paz en marzo de 2022 y trabajó, en el verano boreal, en la conclusión de un acuerdo sobre las exportaciones de cereales ucranianos y rusos por los puertos del Mar Negro. Emergen otros negociadores atípicos, como Arabia Saudita, que en setiembre de 2022 acogió negociaciones para un intercambio de prisioneros, o Emiratos Árabes Unidos, cuyos esfuerzos diplomáticos permitieron la reactivación de las exportaciones de amoníaco ruso hacia Asia y África, vía un ducto ucraniano. Más que nunca, el destino de Europa se juega lejos de sus fronteras.

Hélène Richard, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Georges Malbrunot, “Comment les Kurdes ont été trahis par les États-Unis”, Le Figaro, París, 9-10-2019. 

  2. Hélène Richard y Anne-Cécile Robert, “Guerra contra Ucrania, sanciones contra Rusia”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2022; y Hélène Richard, “Sanciones de doble filo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, noviembre de 2022. 

  3. Igor Delanoë, “La imposible paz en Ucrania”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, setiembre de 2022. 

  4. Palabras de Johnson recogidas por una fuente anónima, cercano asesor de Zelensky, del periodista ucraniano Roman Romaniuk, en “From Zelensky’s ‘surrender’ to Putin’s surrender: how the negotiations with Russia are going”, Ukrainska Pravda, 5-5-2022. 

  5. “Les armes étrangères qui ont permis à l’Ukraine de tenir face aux Russes : Himars, Javelin, drones suicides...”, Le Monde, París, 17-9-2022. 

  6. “Ukraine Support Tracker”, Kiel Institute for the World Economy, www.ifw-kiel.de (consultado el 16-12-2022). 

  7. “U.S. believes Ukrainians were behind an assassination in Russia”, The New York Times, 5-10-2022. 

  8. “Kiev y Moscú se ponen a intercambiar disparos de largo alcance” (en ruso), Nezavissimaïa gazeta, 6-12-2022. 

  9. Cuenta Telegram de la Embajada de Rusia en Estados Unidos, 14-12-2022. 

  10. Loïc Ramirez, “Estamos cansados de esta guerra”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, setiembre de 2022. 

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