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Durante la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle, el 6 de mayo de 2018 en Dallas, Estados Unidos.

Foto: Loren Elliot / AFP

El derecho divino a estar armado

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Desconfianza hacia el Estado, por derecha y por izquierda.

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En Estados Unidos cerca de 50 millones de personas portan armas, y su venta no deja de aumentar cada año. Si bien la mayoría son conservadores republicanos dispuestos a defender la Segunda Enmienda de la Constitución que les garantiza ese derecho, se les unen, por lo bajo, numerosos demócratas y progresistas ahora comprometidos con el principio de autodefensa. Con un movimiento rápido y enérgico, se carga la bala accionando la culata. Con el arma firmemente sostenida en la mano, con ambos brazos extendidos, con el cañón apuntando al blanco, el ojo guía la alineación de las miras delantera y trasera. Después, respirando con calma, el dedo índice se apoya suavemente sobre el gatillo. Entonces, en una fracción de segundo, el universo explota: el casquillo es eyectado hacia el costado, la detonación hace estallar los tímpanos pese a los auriculares antirruido, y la fuerza de retroceso del arma impulsa la parte superior del torso hacia atrás mientras el cañón se eleva unos diez centímetros. El mundo después de la explosión es el olor acre e invasivo de la pólvora.

Con ayuda de unos largavistas, Sandra examina el blanco colocado sobre un soporte de madera plantado en el árido suelo del campo de tiro. Con una amplia sonrisa en los labios, coloca su Smith & Wesson MP Shield calibre 40 sobre la mesa y exclama: “¡En el blanco!”. Esta joven asistenta de cuidados de origen mexicano se entrena desde hace muy poco tiempo con armas de fuego. Nos la cruzamos un sábado por la mañana junto con otros miembros del Ben Avery Shooting Facility ubicado en el norte de Phoenix, la capital de Arizona.

En pleno desierto, rodeado de altos cactus saguaros, este gun range [campo de tiro] se extiende sobre 668 hectáreas. Dentro de lo que es la mayor instalación pública de este tipo en Estados Unidos, se despliega, hasta donde alcanza la vista, una hilera de pequeñas mesas de tiro de cemento coronadas por un techo rústico de chapa, detrás de las cuales los tiradores, solos o en familia –se permite la entrada a partir de los cinco años–, hacen prácticas con una o varias armas, desde carabinas de aire comprimido hasta fusiles de largo alcance, pasando por las armas semiautomáticas. Todos repiten los mismos gestos con aplicación y método. Nada los desconcentra esa mañana, ni siquiera el calor, dado que el termómetro ya marca 43 °C. Lo único que importa es el blanco, sus círculos concéntricos, sus rostros humanos o sus pequeños alienígenas coloridos que tanto gustan a los más jóvenes.

Todo transcurre sin fricciones ni contratiempos. El acento se pone en la seguridad –es obligatorio llevar casco y anteojos protectores–, la disciplina –los casquillos esparcidos por el suelo deben levantarse al final de la sesión con escobas que se dejan a disposición de los tiradores– y la convivialidad –las mesas de pícnic están equipadas con asadores y están dispuestas a la salida del gun range, lugar donde uno se puede quedar acampando–.

Gun culture generalizada

“Desde la pandemia de covid, los negocios van bastante bien”, se alegra John, propietario de una armería en Cave Creek, en los suburbios al norte de Phoenix. Las ventas de armas en Estados Unidos suelen seguir un ciclo de expansión y recesión. Y aunque su explosión durante la pandemia era previsible debido a la sensación de inseguridad, el perfil de los compradores no lo era: en 2020 se compraron 23 millones de armas de fuego, y 8,4 millones de los compradores las adquirían por primera vez1. Detrás de su mostrador vidriado en el que expone modelos de todos los tamaños, John confirma: “No son los clientes habituales”. Un estudio publicado en diciembre de 2021 indica que alrededor de la mitad de ellos son mujeres y que 40 por ciento pertenece a una minoría racial, como Sandra2.

“Compré mi primera arma en 2016, en el momento de la elección de Donald Trump”, nos explica Colette Jennings, una mujer afroamericana de unos 30 años, ante un plato de papas fritas y una gaseosa en un fast food [local de comida rápida] de Tucson, la segunda ciudad más grande de Arizona. “Como muchas personas negras, estaba preocupada por los ataques contra afroamericanos durante los encuentros políticos de su partido y por los comentarios de odio de sus partidarios en las redes sociales”. Desde entonces, no se separó de su arma. Cuando la Policía asesinó a George Floyd en mayo de 2020 y se desencadenó una serie de manifestaciones en todo el país bajo el lema “Black Lives Matter” [las vidas negras importan], Jennings decidió incluso militar por la defensa de la segunda enmienda de la Constitución estadounidense, que se supone que garantiza el derecho a poseer y portar armas.

Su caso ilustra el aumento en más de un 25 por ciento, mayoritariamente femenino, de los miembros de la National African American Gun Association (NAAGA) en 2020, en el momento crítico de ese período convulsionado. La asociación, creada en 2015, cuenta hoy con casi 50.000 miembros. Y esto ocurre pese a que la posesión de un arma de fuego por parte de un negro no sea algo que haya que dar por sentado [que no provocará problemas]. Por llevar un arma en su bolso, el hermano de la señora Jennings fue detenido. Pocos blancos conocen semejante desventura.

Ya en 1967, el gobernador de California –un tal Ronald Reagan– promulgaba la Mulford Act, que prohibía la portación visible de un arma en el espacio público sin permiso. En verdad, su intención era desarmar a los miembros de las Black Panthers [Panteras Negras] que patrullaban legalmente las calles de Oakland para “funcionar como Policía de la Policía”. Angela Stroud, socióloga en el Northland College (Wisconsin), sostiene que las leyes de control de armas de fuego en Estados Unidos fueron siempre un “instrumento de opresión de los afroamericanos”3, para impedir las rebeliones en las plantaciones y frenar el acceso a la ciudadanía a través de leyes segregacionistas, las que se conocieron como leyes “Jim Crow” y que fueron implementadas entre 1877 y 1964. “Merecemos tener el derecho de portar armas de fuego porque somos los ciudadanos estadounidenses por excelencia”, considera desde entonces Philip Smith, fundador y presidente de NAAGA. “Combatimos y morimos por este país siendo nada más que esclavos. El derecho no nos viene de Dios sino de nuestra ciudadanía estadounidense”4.

En 2020, Estados Unidos registró 19.613 homicidios con armas de fuego5. Un aumento histórico del 25 por ciento respecto al año anterior, y un punto de inflexión. El umbral simbólico de las 20.000 muertes fue superado más tarde, en 2021 y 2022 (21.068 y 20.390). En este contexto, marcado también por el aumento de los “fusilamientos masivos” (es decir, que dejaran al menos cuatro muertos), los afroamericanos no son los únicos que se arman. Philip Gómez, un estudiante de Derecho de origen mexicano de la Universidad de California, en Berkeley, decidió crear la Latino Rifle Association. Ocurrió después de que un hombre armado dejara 23 víctimas en un supermercado Walmart de El Paso, en Texas, en agosto de 2019, donde había ido con la única intención de matar tantos inmigrantes y mexicanos como fuera posible. Según Gómez, la Latino Rifle Association debería permitir a sus miembros entrenarse en defensa personal armada sin tener que frecuentar los guns clubs donde ondean banderas confederadas y las armas exhiben calcomanías que dicen “Build the Wall” [construye el muro], en referencia al muro levantado por Trump en la frontera mexicana.

La comunidad LGBTQ (lesbianas, gays, bisexuales, trans y queer) también se está organizando, como explica Jason D, presidente de la rama de los Pink Pistols de Phoenix, un club de propietarios de armas de fuego para personas que pertenecen a una minoría de género o sexual. Nos encontramos con él al finalizar una sesión de entrenamiento en Shooter’s World, un stand de tiro ubicado en los suburbios pobres e industriales de Phoenix: “Es uno de los pocos lugares en los que no somos hostigados, donde se acepta a los miembros de mi comunidad. Venimos una vez por semana, pero no me gustan las armas, no me gusta disparar”. Al enumerar los últimos ataques homofóbicos y transfóbicos con armas de fuego, el más mortífero de los cuales dejó 50 muertos en una discoteca gay de Orlando (Florida) en 2016, concluye: “No tengo más remedio que llevar permanentemente un arma conmigo”.

El sociólogo David Yamane, profesor de la Universidad de Wake Forest y fundador del blog Gun Culture 2.0, explica que, si bien el propietario tipo de un arma de fuego en Estados Unidos es blanco, mayor, varón, políticamente conservador, sureño y rural, la gun culture [cultura de las armas] siempre excedió este perfil. “De los 50 millones de propietarios de armas, unos 20 millones son conservadores tradicionales, un número similar corresponde a los moderados, y los restantes se identifican como liberales”, en el sentido estadounidense de progresistas. “Este último grupo incluye una importante proporción de neófitos. Muy heteróclito, incorpora socialistas, anarquistas, libertarios y algunos demócratas, entre los más conservadores. También a personas que se caracterizan sobre todo por su desconfianza hacia el gobierno en general, empezando por los afroamericanos y los latinos”.

Apropiación conservadora

Lara Smith, una abogada californiana de 50 años y vocera nacional del Liberal Gun Club, dice que se unió en parte como respuesta a la retórica agresiva y derechista de la National Rifle Association (NRA), actor dominante en el lobby nacional de armas de fuego. “El Liberal Gun Club se creó para llenar el vacío dejado en la comunidad de las armas de fuego por las políticas racistas y de derecha dura de la NRA”6, afirma, señalando que su número de miembros se disparó más de diez por ciento tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, para ascender hoy a varias decenas de miles de miembros distribuidos en 33 estados: “Muchos liberales se dieron cuenta de repente de que podríamos tener un gobierno tiránico en Washington, y que la Segunda Enmienda nos permitiría entonces protegernos”7.

Pero ¿qué dice esta famosa Enmienda? “Dado que es necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se infringirá el derecho del pueblo de poseer y portar armas”. En el transcurso de las últimas décadas, la NRA impuso una concepción extensiva de este derecho, que tiende a convertirse en el derecho de defender por uno mismo la propia libertad individual o política. El poder de la NRA reside en sus cinco millones de miembros repartidos por todo el país y en su red de 14.000 organizaciones “afiliadas” (clubes, asociaciones, empresas, etcétera). Cuando se fundó, en 1871, esta organización se dedicaba principalmente a la caza y los deportes de tiro. No se involucró con el lobby político sino a partir de los años 1960. Las facciones más conservadoras del campo republicano tomaron las riendas en el congreso anual de 1977, justo después de la fundación del Institute for Legislative Action (ILA), que se presenta, en su página web, como “el brazo armado de la NRA”, y que apunta a preservar “el derecho de todas las personas respetuosas de la ley a comprar, poseer y utilizar armas de fuego con fines legítimos, tal y como garantiza la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos”.

Si el derecho a las armas escrito en la Constitución en el siglo XVIII no era “ni cultural ni individualista, sino político y emancipador”8, su apropiación por parte de los conservadores se produjo al precio de una formidable reducción de la significación dada a la Segunda Enmienda, sobre la que existen “dos escuelas de pensamiento que compiten entre sí”9. La primera vincula este derecho con la “milicia bien organizada” que sería prerrogativa de los estados federados y cuya existencia debería protegerse contra las amenazas del Estado federal. La segunda hace de ese derecho un derecho individual inalienable, reconocido tanto por la ley –en particular la ley de 1986 sobre la protección de los propietarios de armas de fuego, promulgada por el presidente Reagan, cuya elección la NRA había apoyado en 1980– como por la Corte Suprema en su sentencia de 2008: Distrito de Columbia vs. Heller. La imposición de semejante visión de la portación de armas contra las amenazas criminales o los posibles abusos gubernamentales –y más en general frente a cualquier tentativa de regulación colectiva10– se produce al mismo tiempo que la “revolución conservadora” llevada adelante por el Partido Republicano, basada en la restauración de los valores tradicionales y la retirada del Estado.

Esta construcción política de la Segunda Enmienda no se conforma con reducir el derecho a portar armas a un derecho individual a la autodefensa, sino que lo eleva al rango de derecho divino que no puede ni debe ser regulado. “Somos millones de personas con todo tipo de horizontes que asumimos la responsabilidad de nuestra propia seguridad y protección como un derecho fundamental otorgado por Dios”, le gusta repetir a Wayne Lapierre, vicepresidente ejecutivo de la NRA desde 1991 hasta enero de 2024. Una visión que retoma la mayoría de los defensores del derecho a las armas: “En estos últimos años, lo maravilloso del aumento de nuevos portadores de armas es que se conectan nuevamente –y a veces se conectan por primera vez– con lo que somos, con lo que nuestros Padres Fundadores inscribieron en nuestra Constitución”, explica Cheryl Todd, con un ejemplar de la Constitución estadounidense en las manos. Esta sesentona radiante, propietaria de una armería en los suburbios de Phoenix, una de las primeras defensoras de la Segunda Enmienda y presentadora estrella de Gun Freedom Radio, que ella misma fundó, explica: “Es mi derecho como persona, como mujer, como madre, como abuela, como esposa. Es un derecho individual sobre el que ningún gobierno tiene palabra que decir ni rol a desempeñar. Porque es el derecho que Dios me ha dado a proteger mi vida con una herramienta concreta: mi arma”.

Great American Outdoor Show, feria con más de 1.000 expositores, el 9 de febrero en Harrisburg, Pensilvania.

Foto: Spencer Platt, Getty Images, AFP

No obstante, es difícil comprender el peso y la influencia de la NRA si se la considera únicamente como un lobby de la industria de las armas de fuego que sostiene lazos estrechos con políticos conservadores. Los 80.000 instructores certificados de la NRA entrenan, cada año, a unos 750.000 estadounidenses en el uso de armas de fuego. Muchos estados confían a la NRA la formación necesaria para que a una persona se le otorgue el permiso de portación de arma no visible. El ejercicio de esta responsabilidad permite que la NRA imponga la idea de que poseer y portar un arma no sólo es una libertad fundamental garantizada por la Constitución, sino que constituye también un acto cívico. Un punto de vista bien sintetizado por Carlos, instructor de un club de tiro afiliado a la NRA en Tucson, antes de dar una clase: “Con un arma soy un ciudadano, sin un arma sólo soy un súbdito”.

De un lado y del otro

Ken Campbell comparte esta visión. Para este antiguo sheriff que dirige Gunsite, “el mayor y más antiguo centro de formación en armas de fuego del mundo”, se trata de formar, de manera indisociable, “buenos ciudadanos” y “buenos tipos que estén armados”. Gunsite se encuentra en Paulden, una pequeña ciudad al norte a dos horas de Phoenix. En 1976, el teniente coronel Jeff Cooper, exmarine veterano de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Corea, fundó el lugar con la idea de convertir a Estados Unidos en una nación sobreentrenada que supiera defenderse de los bad guys [chicos malos]. Por 2.000 dólares, se puede seguir un curso intensivo de cinco días para “hacer frente a cualquier situación”. Los cursos son impartidos por policías o francotiradores de élite, antiguos marines y comandantes de infantería que combatieron en Irak o Afganistán. Las instalaciones del centro se extienden sobre 1.300 hectáreas de desierto. Alojan 27 campos de tiro, así como coches acribillados a balazos para aprender a defenderse en caso de tiroteo en un estacionamiento y modelos prototípicos de casas para practicar cómo reaccionar en caso de robo, de día o de noche. En Gunsite se enseña también a defender una iglesia o a estar alerta en la mesa: “Cuando vas a un restaurante, te sientas siempre de frente a la puerta principal y sin nada a tus espaldas, barres la sala con la mirada, y cuando ves a un tipo que no tiene buen aspecto, te pones en guardia”, resume Campbell. En su despacho, donde una pantalla emite [la cadena conservadora] Fox News sin parar y hay colgadas varias banderas estadounidenses junto a armas de colección, agrega: “No quiero contar con el gobierno para que me proteja. El gobierno no tiene el poder, lo tiene el pueblo”.

Crítico de la NRA y experto en defensa personal, John Correia se describe a sí mismo como liberal y libertario. Su camiseta con la leyenda “Rifle y Biblia” recuerda que antes fue pastor. Hay que “defenderse por sus propios medios y no depender de nadie”, dice. Y sobre todo no depender de “policías que tardan en llegar” y “hacen mal su trabajo”, como piensa la mayoría de los propietarios de armas, sobre todo a la vista de la multiplicación de atropellos policiales. En su canal de YouTube Active Self Protection –que cuenta con cerca de tres millones de suscriptores y 50 millones de visitas mensuales–, Correia expone desde 2013 sus análisis de las situaciones de peligro (arrebatos, asaltos de todo tipo, secuestros...) y las técnicas adaptadas para enfrentarlas. Cuando nos volvemos a encontrar con él, en el momento en que graba un nuevo tutorial en C2 Tactical, el mayor club de tiro de Arizona ubicado en los suburbios de Phoenix, este padre de seis hijos considera que sólo puede contar con su arma y Dios para defender a su familia. “La particularidad fundamental de la cultura estadounidense de las armas de fuego –insiste– es que conquistamos nuestra libertad por medio de las armas. La Primera Enmienda –que garantiza el derecho a la libertad de expresión, de prensa, de religión, de reunión política– es más importante que la Segunda, pero es la Segunda la que garantiza la primera al ofrecer una protección contra la tiranía del gobierno y recordarnos que el gobierno sólo está ahí porque nosotros así lo queremos. Si quisiéramos cambiarlo, tenemos derecho a hacerlo, y la resistencia armada sigue siendo siempre una opción de último recurso”.

La desconfianza hacia el Estado se explica por la doble convicción de su incapacidad para proteger a los ciudadanos, pero también de su ilegitimidad para defenderlos, a menos que se reduzca a cada individuo al nivel de simple súbdito privado de la libertad de resistir y del derecho (y el deber) de proteger a los suyos. En el otro extremo del espectro político estadounidense, Gully comparte este punto de vista. Cada semana, con sus camaradas de la Socialist Rifle Association, va hasta el desierto que bordea la ciudad de Tucson, donde vive, para disparar. Nos encontramos con él y su amigo Dave. Desembalan cajas de municiones y sacan de sus fundas toda una panoplia de fusiles, carabinas y pistolas cubiertas de calcomanías multicolores en las que se leen eslóganes como “Patriotism is propaganda” [Patriotismo es propaganda], “Make racist afraid again” [Que los racistas vuelvan a tener miedo] o “Destroy power, not people” [Destruye al poder, no a las personas]. El suelo está repleto de casquillos oxidados. Los dos hombres practican apuntando a latas de conserva y a un viejo microondas. Aquí Gully entrena “principalmente a gays y transexuales, vulnerables en el contexto actual”. Más allá de sus casos, “la violencia cotidiana” y “la brutalidad cada vez mayor de la Policía” obligarían a armarse. Gully se declara dispuesto a recurrir a la violencia armada “si los fachos llegan demasiado lejos”. Pero agrega que se manifestará junto con ellos el día en que el gobierno prohíba las armas.

Campbell, por su parte, nos confía que “cada vez da más clases particulares a gente que no quiere decir en público que lleva un arma... Estrellas de Hollywood, abogados, profesores, etcétera. Cuando uno dice ser demócrata, es difícil asumir que lleva un arma”. En la “guerra cultural” que se libra entre los dos grandes partidos políticos, asociar la libertad personal o política con el derecho a estar armado, mientras se rechaza a la NRA y al Partido Republicano, equivale a quedar “políticamente desprotegido”, como dice el propio Yamane. Como liberal propietario de un arma de fuego, defiende tanto el derecho al aborto como el derecho a estar armado, y se encuentra estigmatizado tanto por los demócratas como por los republicanos. Scott Prior, presidente del Liberal Gun Club de Arizona, también rechaza “la retórica de la NRA y de muchos conservadores” que asocian las armas con su bando, una asociación que también hacen los medios de comunicación liberales. “La gente de izquierda que posee armas no se muestra públicamente. Y cada vez que interactuamos con gente de derecha, es una lucha intentar demostrar que apoyamos la Segunda Enmienda tanto como ellos”, por ejemplo, en febrero de 2023, en ocasión de la reunión anual organizada a tal efecto frente al Capitolio del estado de Arizona. “Los demócratas no entienden nada de la cuestión de las armas”, decía Prior; “lo único que hacen es proponer restricciones ya vigentes”, como la constatación de la ausencia de antecedentes penales para comprar armas, que ya fue adoptada por todos los estados.

Detrás de cada brizna

En el gun show de Prescott Valley, una suerte de feria de armas y accesorios que se hace en el norte de Arizona, Ted, un ferviente trumpista vestido con una camiseta de “Black On Ammo” [carente de municiones], se desternilla de la risa detrás de su stand cubierto de calcomanías de “Make Democrats American Again” [Hagamos a los demócratas estadounidenses otra vez] cuando le mencionamos los rumores de prohibición de las armas por parte de los demócratas: “Hay millones de armas en este país, nadie podrá prohibirlas nunca. ¡Que intenten llevárselas! Durante la Segunda Guerra Mundial los japoneses no atacaron territorio estadounidense porque sabían que detrás de cada brizna de hierba había un hombre armado”.

Muchos portadores de armas, ya sean liberales o conservadores, se sienten despreciados e incomprendidos por el Partido Demócrata. Sobre todo, por sus élites y representantes de la Costa Este y de California. The New York Times o The Washington Post publican “cada vez menos coberturas fuera de las zonas urbanas más liberales del país. Ya no tienen la menor idea de las realidades del país fuera de esas zonas”, sostiene Yamane. “De la misma manera, por ejemplo, nunca se han reunido con propietarios de armas de fuego en el territorio, me llaman todo el tiempo para preguntarme: ‘Pero ¿por qué esta gente hace esto?’”.

Las élites demócratas no se contentan con despreciar a los liberal gun owners [liberales poseedores de armas]. Los odian. “Incluso más de lo que odian a la NRA” (11), afirma la señora Smith tras una reunión con representantes de la poderosa asociación Everytown for Gun Safety, fundada en 2013 por Michael Bloomberg, exalcalde demócrata de Nueva York, para promover un riguroso control de armas de fuego en el país. “Esa es una de las razones por las que dejé el Partido Demócrata”, confiesa Prior. “Crecí en Texas, tanto mi tío como mi tía eran armeros e, independientemente de mis convicciones políticas, las armas formaron y forman parte de mi vida”. Muchos estadounidenses practican la caza y deportes de tiro. Según Todd, “Obama no aprobó malas leyes, pero su retórica fue catastrófica. Y Biden sigue en la misma línea”. Por el contrario, señala, “Donald Trump ha aprobado varias normativas sobre armas de fuego, ¡más que los demócratas!”. Indignada, como muchos propietarios de armas, por la “imperdonable” decisión del expresidente de prohibir los bump stocks –un accesorio que permite aumentar la cadencia de disparo de las armas semiautomáticas–, asegura que, aunque es republicana, “pensará dos veces antes de votar a Trump”. Sin embargo, el Partido Demócrata haría mal en alegrarse: por su discurso y su posición, darle su voto sigue siendo, para ella, completamente impensable.

Maëlle Mariette y Franck Poupeau, enviados especiales, periodista y sociólogo, respectivamente. Traducción: Merlina Massip.


  1. Jennifer Carlson, Merchants of the right. Gun sellers and the crisis of american democracy, Princeton University Press, 2023. 

  2. Matthew Miller, Wilson Zhang, Deborah Azrael, “Firearm purchasing during the Covid-19 pandemic: Results from the 2021 national firearms survey”, Annals of Internal Medicine, 175, 2, Filadelfia, 2022. 

  3. Angela Stroud, “Guns don’t kill people...: good guys and the legitimization of gun violence”, Humanities and Social Sciences Communications, 169, 7, www.nature.com, 2020. 

  4. Lakeidra Chavis y Agya K. Aning, “In a year of racial and political turmoil, this black gun group is booming”, The Trace, Nueva York, 16-12-2020. 

  5. Cf. “Standard Reports”, www.gunviolencearchive.org

  6. Derek Walter, “Vote democrat, love guns? There’s a group for you, too”, The Trace, Nueva York, 15-9-2017. 

  7. Kali Holloway, “6 gun groups that aren’t for white right-wingers”, www.salon.com, 3-9-2017. 

  8. Leer Benoît Bréville, “Culture des armes aux États-Unis. De Robespierre à Charlton Heston”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2013. 

  9. Richard Uviler, William Merkel, The militia and the right to arms, or, How the Second Amendment fell silent, Duke University Press, Durham, 2003; Patrick Charles, The Second Amendment. The intent and its interpretation by the States and the Supreme Court, McFarland & Company, Jefferson, 2009. 

  10. Mugambi Jouet, “Guns, identity and nationhood”, Palgrave Communications, 138, 5, Londres, 2019. 

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