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Javier Milei durante el Foro Económico Internacional de las Américas, en Buenos Aires, el 26 de marzo.

Foto: Juan Mabromata, AFP

Entre el dogma y el interés

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La contradicción con las regulaciones internacionales.

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Javier Milei cultiva la admiración por el mundo occidental, pero en un momento en que ese admirado “mundo libre” gira hacia posiciones proteccionistas y explora una mayor regulación internacional, algo que el dogma libertario rechaza. Pese a su discurso, Argentina pretende ingresar a la OCDE, un prestigioso organismo global que se caracteriza por pautar estándares para sus miembros.

La llegada al gobierno de Javier Milei, un líder autoproclamado anarcocapitalista o liberal-libertario, introduce la necesidad de pensar la política exterior de un país como Argentina a la luz de esta tradición que, para economía de palabras, llamaremos simplemente libertaria. Introduce, también, la necesidad de evaluar este enfoque, y su práctica, transcurridos ya 100 días de este experimento, inédito en Argentina y en buena parte del mundo. La política exterior de un país suele ser el resultado de una amalgama compleja de poder y propósitos. Como señalaba Walter Lippmann, una política exterior sólida es aquella que descansa en un equilibrio en el cual los líderes admiten que deben pagar por lo que desean alcanzar y deben preferir sólo aquello por lo que están dispuestos a pagar.

¿Qué propósitos persiguen los libertarios en política exterior y qué medios desean tener para alcanzarlos? No tienen un cuerpo de ideas muy articulado acerca de la política exterior, en parte porque prácticamente nunca han tenido la responsabilidad de conducir los asuntos internacionales de un gobierno, en parte porque es un tema que nunca les interesó mucho. Si la razón de Estado es tener al Estado en buen estado, los libertarios no creen que sea necesario invertir mucho en esto porque prefieren el menor de los Estados posibles, con el poder necesario sólo para garantizar el orden público, el cumplimiento de los contratos y la libertad individual.

En política exterior, esto se traduce en que el propósito fundamental de un gobierno debería ser la “producción eficiente de seguridad nacional”, como lo definió Justin Logan, director en el Cato Institute, fundado entre otros por Murray Rothbard, líder del anarcocapitalismo y del Partido Libertario en Estados Unidos. Dicho esto, sin embargo, los libertarios sospechan del establishment de la seguridad nacional y la maquinaria detrás de la guerra porque implica más impuestos o más deudas, además de más burocracia. Sospechan, también, de una política exterior activa, porque sencillamente no creen que sea necesaria. Y descreen de la gobernanza global o los regímenes internacionales, y aspiran a un orden global menos regulado, que respete la voluntad de sus gobiernos. Como apuntó Robert Frost en su poema “Mending Wall”, “buenas cercas hacen buenos vecinos”: podría ser un buen leitmotiv libertario.

En Estados Unidos, los libertarios se encuentran en las antípodas de los liberales internacionalistas. Mientras que estos últimos desean un Estado fuerte en casa y activo afuera, los libertarios desean un Estado mínimo y una política exterior más restringida, casi aislacionista. Así, comparten con los republicanos la idea de un Estado pequeño y con menos impuestos, pero toman distancia del clásico activismo internacional, hoy en transformación a partir de la narrativa antiglobalista en ascenso dentro del partido.

En este sentido, los libertarios se hacen receptores del consejo del primer presidente de Estados Unidos, George Washington, quien en su discurso de despedida (1796) recomendaba ampliar al máximo las relaciones comerciales entre naciones y reducir lo más posible la conexión política entre ellas. Ron Paul, uno de los referentes centrales del movimiento libertario, siempre defendió la idea de que los gobiernos debían actuar afuera y adentro del mismo modo: reducir al máximo su intervención (sea para resolver fallas de mercado, promover la democracia o hacer la guerra) porque los objetivos rara vez se alcanzan, causan más daño que beneficios y reducen la libertad de las personas. Los libertarios coinciden de este modo con el expresidente Ronald Reagan (1981-1989), que señaló que las ocho palabras más aterradoras en inglés eran “Soy del gobierno y estoy aquí para ayudar”.

No es de extrañar, entonces, que los libertarios prefieran una política exterior minimalista. Fomentan el mercado, el comercio y las inversiones, por supuesto, pero descreen de las alianzas militares, la gobernanza global y todo intento de construir burocracias internacionales que les digan a los gobiernos lo que deben hacer, sea en materia de comercio, ambiente o migraciones. En cuanto a China, los libertarios no son halcones. Un repaso a las expresiones de libertarios prominentes como Ron Paul, Rand Paul o Justin Raimondo muestra que apuntan a la cautela, el comercio y la no-intervención en asuntos internos. Una Guerra Fría con China, señalan, significa más gasto público, más aparato de seguridad y más intervención estatal limitando las libertades individuales.

Libertarianismo criollo

Si este es el contorno de una política exterior libertaria, ¿en qué medida el gobierno de Javier Milei encarna esta tradición? Hay tres elementos a destacar. En primer lugar, el propio Milei no parece ocuparse mucho de los vínculos de Argentina con el mundo. Él mismo lo ha dicho en varias ocasiones al señalar que su tiempo lo ocupa en gran medida en la economía, luego en la seguridad y finalmente en la contención social. Más allá de señalar en varias ocasiones que Occidente está en peligro, Milei no ha desarrollado una narrativa sobre el orden global, el multilateralismo o los desafíos que plantea la comunidad internacional. Así, Milei parece mostrar, en el peor de los casos, un sentimiento aislacionista o, en el mejor de los casos, un perfil de alguien tan involucrado en los asuntos domésticos que no tiene tiempo para ocuparse de los asuntos internacionales.

Esto se observa, por ejemplo, en la reducción significativa del espacio burocrático que supo ocupar la secretaría de Asuntos Estratégicos durante el gobierno de Alberto Fernández (2019-2023) y antes de Mauricio Macri (2015-2019). Esta inclinación, se podría decir, parece estar en sintonía con un modo libertario de pensar al Estado en su mínima expresión. El mundo de Milei no se ve muy “westfaliano” o interestatal. Parece estar más poblado, de un lado, por líderes corporativos, inversores, banqueros, gestores de activos y otros “héroes” (como los llamó en su discurso en el foro económico mundial de Davos el 17 de enero) y, del otro lado, por progresistas, colectivistas, comunistas, autoritarios y distintas expresiones woke.

Por otro lado, Milei no parece interesarse mucho por la diplomacia de cumbres, las organizaciones internacionales o la discusión lenta y minuciosa de las reglas globales. ¿Por qué alguien que desea la desregulación de su propio Estado estaría interesado en la regulación entre Estados? ¿Por qué alguien que cree muy poco en la provisión de bienes públicos estaría interesado en que estos se produzcan a nivel global? Milei percibe la burocracia internacional como parte de un libreto socialista o colectivista y, por lo tanto, como un obstáculo al crecimiento del país. Su desdén por las metas de desarrollo sostenible o por los compromisos ambientales es una muestra de esta mirada.

Por último, en las pocas veces en que Milei habló de política exterior, el énfasis estuvo en ampliar el comercio, abrir mercados y captar inversión extranjera. La ministra de Relaciones Exteriores, Diana Mondino, parece encarnar este aspecto, con una agenda muy enfocada en ampliar los vínculos comerciales y la red de inversores globales. Un repaso a su agenda nos muestra hasta acá una intensa actividad con cámaras nacionales, cámaras binacionales, reuniones con funcionarios de bloques comerciales y, en particular, una gira reciente por países del sudeste asiático y Japón.

Aunque estas observaciones nos hablan de una inclinación libertaria, hay otros elementos de la política exterior de Milei que apuntan en otra dirección y que hacen más complejo el análisis. Acá se ve una brecha entre el enfoque libertario y lo que Milei efectivamente está construyendo en política exterior. En primer lugar, resulta algo contradictorio cuestionar el sentido de las organizaciones internacionales y al mismo tiempo aspirar a ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), una organización que se especializa en producir regulación y estándares de gobernanza para sus miembros. En segundo lugar, también resulta contradictorio exhibir bajos niveles de diplomacia presidencial y al mismo tiempo abrazarse efusivamente con los jefes de gobierno de Israel, Benjamin Netanyahu, o de Ucrania, Volodímir Zelenski, dos líderes muy en el centro de la geopolítica global y muy lejos de los intereses argentinos más inmediatos. Si la economía es la prioridad número uno de Milei, no está nada claro de qué modo un acercamiento estratégico a estos líderes es un camino para mejorar la condición económica. En tercer lugar, la animosidad con que Milei se refiere a los gobiernos de izquierda (“socialistas”, “comunistas”) no parece estar muy en línea con el sentir libertario del respeto al proyecto de vida del otro. “No negocio con comunistas”, señaló Milei en varias ocasiones. “No podemos ganar mucho trabajando juntos con algunos países que no son democracias liberales”, agregó Mondino. Lo curioso es que Mondino hizo esta afirmación luego de visitar Vietnam el 19 de marzo, y más curioso aún es enterarse de que hará un viaje a China a fines de abril.

En estas observaciones, el sesgo ideológico aparece como un rasgo distintivo. El comercio con el mundo es prioridad, siempre y cuando sea con “democracias liberales”. Esto se ve con mayor claridad cuando miramos el entusiasmo en fortalecer los vínculos con Estados Unidos, abriendo canales de alto nivel con el Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Comando Sur del Departamento de Defensa. Milei prefiere al expresidente y actual precandidato republicano Donald Trump. Pero prefiere a Estados Unidos antes que a cualquier otro país. Este sesgo se hace presente, también, en la forma en que el presidente argentino define a los distintos actores internacionales sobre la base de un esquema de héroes o villanos. En su mundo no hay grises, y la claridad moral ordena sus relaciones. Milei no se muestra curioso sino más bien furioso.

Si juntamos estas observaciones, tenemos que el interés por Israel, el apoyo irrestricto a Ucrania, el sentimiento anti-China y el desdén por la burocracia internacional colocan a Milei más cerca de una agenda conservadora que de una libertaria. A estos sesgos se agregan rasgos de su personalidad que lo ubican en una mirada del mundo de suma cero. En un perfil de este tipo, la empatía estratégica, la paciencia diplomática y la complejidad conceptual no son activos valorados.

Desafíos políticos

Esta orientación plantea importantes desafíos. En primer lugar, observamos otra brecha, esta vez entre el mundo libre idealizado y el mundo libre en su versión actual. Milei es un devoto del libre comercio, pero Occidente viene profundizando el proteccionismo a una velocidad rara vez vista en las últimas tres décadas. Milei desprecia la intervención del Estado en la vida económica, pero Occidente viene produciendo cientos de páginas que apuntan a más, no menos, política industrial, regulación ambiental y filtros de seguridad nacional en las relaciones comerciales. Milei puede sentirse más cerca de Trump que del actual presidente estadounidense Joe Biden, pero el desdén de Trump por la amenaza existencial que enfrenta Ucrania es notable (tan notable como su cuestionamiento al libre comercio). Milei se siente cerca del liberalismo de los países más avanzados, pero esos países están llevando adelante el mayor proyecto de descarbonización de su historia, algo que su gobierno parece ignorar por completo.

En segundo lugar, observamos una brecha entre sesgos e intereses. Milei puede despreciar el comunismo, el socialismo y los gobiernos autoritarios, pero sólo el 13 por ciento de la población mundial vive hoy en democracias liberales y otro 16 por ciento en democracias con deficiencias. Recortar el comercio a este espacio no parece muy alentador. Más aún, Argentina necesita contar con socios y aliados en sus distintas causas, pero también necesita contar con apoyos en organismos internacionales, globales y regionales, para empujar sus objetivos. Esto no parece ser un problema hasta acá. En el interés de Argentina siempre estuvo la necesidad de contar con un mundo basado en reglas de juego justas. Por otro lado, la conversación con Brasil se ha detenido, y con China se ha enfriado. Ambos países representan casi un cuarto de las exportaciones y dos quintos de las importaciones argentinas. El resto de América del Sur luce desdibujada.

En conclusión, la política exterior de Milei refleja de forma pálida el ideario libertario y exhibe una marcada inclinación hacia el conservadurismo y el alineamiento prooccidental, caracterizado por un bajo pragmatismo y un alto sesgo ideológico y de grupo. Aunque se percibe una influencia filosófica libertaria en sus gestos, hasta el momento su política exterior se ha orientado más hacia una afinidad con los valores de la derecha occidental, en particular con Estados Unidos, y con un ideario liberal que enfrenta cuestionamientos en el mismo mundo libre que Milei dice admirar. Es importante reconocer que la política internacional enfrenta desafíos propios, como las preferencias de los otros, las externalidades negativas y los problemas de acción colectiva, que no pueden ser ignorados. Ni siquiera por un libertario.

Federico Merke, profesor asociado, Universidad de San Andrés, Argentina.

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