La política exterior de Javier Milei conforma un blend, todavía confuso, guiado por una sobreideologización que postula el alineamiento con las potencias occidentales como principal variable ordenadora. Esta línea es inescindible de un estilo diplomático que tiene a las redes sociales como gran esfera de acción.

¿Qué importancia tiene la ideología en la definición de la política exterior? No es un motor directo, sino que opera en tres niveles distintos: en primer lugar, influyendo en las cosmovisiones que ayudan a comprender el mundo que nos rodea; en segundo lugar, estableciendo una hoja de ruta para los responsables de la toma de decisiones; por último, ofreciendo justificaciones para acciones concretas.

En este sentido, el pensamiento internacional de la derecha argentina encuentra dos tradiciones diferentes: la derecha nacionalista y la derecha liberal. Los antecedentes de la primera, que cultiva valores cristianos, se remontan al nacionalismo hispanista que intentó resistir la democratización durante los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989). La segunda, presente desde la creación del Estado nacional, fue una novedad del gobierno menemista (1989-1999), continuada con algunos matices por Mauricio Macri (2015-2019).

Sin embargo, con el triunfo de Javier Milei la frontera entre ambas tradiciones se está desdibujando. Milei ha incorporado a su programa neoliberal elementos propios de la derecha nacionalista, que se creía anacrónica. Se trata de una corriente que hunde sus raíces en la década de 1920, cuando adopta rasgos esencialmente aristocráticos y católicos, de admiración hacia los regímenes autoritarios, en particular el fascismo y el franquismo, que comenzaban a ascender en Europa, lo que decantó más tarde en el hispanismo. La tradición nacionalista rechazó siempre la ampliación de derechos, a la que veía como una invitación a la revolución socialista, dando lugar a un profundo anticomunismo y a las denuncias conspirativas. Algunas de estas ideas forman hoy parte de los discursos del presidente argentino en el marco de su batalla cultural.

Cuando ya creíamos que el comunismo era un concepto obsoleto, propio del período de entreguerras o de la oposición “comunismo o libertad” de la Guerra Fría, vemos que regresa. La idea de un “marxismo cultural”, que nace en la década de 1930, fue actualizada por el conservadurismo cultural y llevada al mainstream político por Pat Buchanan y William Lind a fines de la década de 1980. Intelectual de enorme influencia en Washington, exasesor de los presidentes Richard Nixon y Ronald Reagan, Buchanan ha incidido en ideólogos como Steve Bannon y Olavo de Carvalho y, a través de ellos, en los recientes exmandatarios de Estados Unidos y Brasil, Donald Trump y Jair Bolsonaro. La idea de un marxismo cultural (el “Gramsci Kultural”, como lo llama Milei) crea un adversario comunista omnipresente: en la educación pública, en los medios, en la cultura popular, en la administración e incluso en la arena internacional y en algunos de sus organismos y agendas. Apelando a este “marxismo cultural globalista”, Milei rechaza la ideología de género, los pueblos originarios, la ecología y el lenguaje inclusivo, a los que acusa de “destruir los valores de la sociedad”.

Estas manifestaciones conservadoras se articulan con un neoliberalismo ortodoxo al que habría que sumar, finalmente, el toque anarcocapitalista, lo que muestra el carácter polisémico de la cosmovisión de Milei. El presidente argentino mezcla tradiciones y les agrega componentes propios. Este blend da lugar a un occidentalismo rígido a tono con el clima internacional de época. A través de un análisis parcializado de las tendencias del orden internacional actual, Milei conduce sus vínculos externos con una visión guiada por la ideología, en la que el pragmatismo pasa a un segundo plano.

Esta sobreideologización se reflejó el mismo día de su asunción en el protocolo de la ceremonia, el 10 de diciembre de 2023. Además de un puñado de jefes de Estado, como el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el primer ministro húngaro, Víktor Orban, hubo también dos presencias más confusas: el expresidente brasileño Jair Bolsonaro y Santiago Abascal, el líder del partido español Vox, que ocuparon sitios tradicionalmente reservados a representantes estatales. Si el recuento de jefes de Estado ofrecía pistas en cuanto a los lineamientos generales de la política exterior de Milei, la presencia de dos dirigentes del universo de la extrema derecha sin cargos ejecutivos sugiere la convivencia de una dimensión formal y otra puramente ideológica1 que está llamada a abrir frentes de conflicto. Por caso, la invitación a Bolsonaro provocó el primer roce con el presidente de Brasil, Lula da Silva, que decidió no asistir y envió como representante a su canciller, Mauro Vieira.

Diplomacia virtual

Esta sobreideologización es una de las características más originales de la política exterior del nuevo gobierno argentino. La segunda es la construcción de una realidad virtual por la que pasan muchas cuestiones de política exterior generando una diplomacia virtualizada. Las redes sociales son el escenario principal de actuación tanto del presidente como de su canciller, Diana Mondino, lo que marca una diferencia con la forma en la que todos los gobiernos anteriores de ese país pensaron la diplomacia. Ambas características –sobreideologización y diplomacia virtual– no pueden ser leídas por separado. El discurso sobreideologizado en las redes construye una realidad alternativa en clave dicotómica, en donde hay buenos y malos, comunistas y capitalistas, al mejor estilo del “espíritu de las cruzadas”2. Es a partir de esta realidad alternativa que se toman las decisiones de política externa y se actúa.

El peso de las redes sociales en la comunicación de la política exterior es notable. La página web oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores no difunde casi información, por lo que los movimientos de la canciller deben ser rastreados en su cuenta de X, en sintonía con el uso que hace Milei de las redes como territorio político y como vía de comunicación sin intermediaciones con su núcleo duro. Los posteos de Mondino alternan posiciones oficiales de la cancillería con declaraciones más personales, que luego pueden ser matizadas. De esta forma, se construye una narrativa de fuerte impacto inicial, más allá de las contramarchas o los desmentidos posteriores. Lo mismo sucede con Milei. Su planteo de que “el calentamiento global es otra de las mentiras del socialismo”, por ejemplo, fue desmentido luego con su viaje a la Antártida, donde inauguró un proyecto ambiental, operación convenientemente difundida a fin de alejar las prevenciones de la Unión Europea, que ya había comenzado a hacer circular su preocupación por la posición del nuevo gobierno respecto de este tema.

En relación con la cuestión de las Islas Malvinas, Mondino difundió una foto con el canciller inglés, David Cameron, con el texto “Poniendo las cosas en su lugar”, una forma de reforzar la línea tradicional de la diplomacia argentina. Pero luego declaró ante un medio inglés que estaba a favor de respetar los derechos de los isleños. En el mismo sentido, Milei declaró, luego de una reunión con Cameron en Davos, que habían hablado de Malvinas, lo que fue desmentido por la cancillería británica.

Lo importante, en todos los casos, es el peso de las “ideas fuerza” de los principales actores de la política exterior presentadas en las redes sociales para su base social. Las contramarchas, que vienen después, quedan en un segundo plano.

BRICS y China

Pero no se trata sólo de declaraciones y tuits. La decisión de no ingresar al BRICS está guiada por consideraciones ideológicas que reflejan una posición de rechazo hacia ciertas alianzas internacionales no occidentales. “No voy a impulsar un trato con comunistas”, había aclarado Milei en la campaña. Esta perspectiva, que podría interpretarse como un intento de reforzar el alineamiento con las potencias occidentales, no tiene en cuenta que el orden internacional atraviesa un proceso de posoccidentalización.

En efecto, la decisión de no incorporarse al BRICS ignora las tendencias económicas y financieras actuales. Se trata de un bloque de países que registra tasas de crecimiento mayores que las de los integrantes del G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) y que ha adquirido una influencia cada vez mayor en los asuntos internacionales. Fue a partir de la crisis financiera de 2008 y la declaración del entonces presidente estadounidense Barack Obama de que el G-7 ya no representaba la realidad económica internacional que otros foros comenzaron a fortalecerse. Donald Trump dio un paso más, y declaró en su momento que el G-7 estaba obsoleto. En 2020, los integrantes del BRICS superaron, sumados en paridad de poder adquisitivo, a los del G-7, una brecha que se siguió ampliando en los últimos años.

La incorporación al BRICS le hubiera podido ofrecer a Argentina acceso a mercados emergentes y mayor influencia geopolítica, entre otras ventajas. Pero, buscando un alineamiento con Washington, el gobierno de Milei soslayó que no hubo presiones por parte de la administración de Joe Biden con relación a la futura membresía argentina al grupo. Además, los BRICS disponen de una fuente de financiamiento alternativa al Fondo Monetario Internacional, el Nuevo Banco de Desarrollo. El financiamiento, junto a la decisión de conceder el 30 por ciento de sus préstamos en las monedas de sus prestatarios y comerciar con monedas locales primero y digitales después, busca desdolarizar los intercambios entre los integrantes del grupo, algo que, en un momento de escasez de divisas, sería conveniente para Argentina.

En paralelo, el gobierno de Milei manifestó su intención de ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y emitió varias señales de distanciamiento con China, decisiones que generan costos para nuestro país. A fines de enero comenzó de manera formal el proceso de incorporación a la OCDE, que exige una serie de ajustes macroeconómicos. Aunque Milei ya está concretando un fuerte ajuste fiscal y monetario, las proyecciones de la organización prevén un empeoramiento de la situación económica que complicaría las chances de Argentina de sumarse como miembro. Resulta interesante señalar que Brasil está en proceso de adhesión a la OCDE y que, junto con China, India y Sudáfrica, es considerado un “socio clave”, lo que confirma que –más allá de los prejuicios– no había ninguna incompatibilidad entre la incorporación a ambos grupos.

El alejamiento de China supone costos aún más elevados. Los problemas van más allá de los coqueteos con Taiwán. Por ejemplo, la paralización de la construcción de dos represas en Santa Cruz, que representaban la mayor inversión china fuera de su país, conllevó el despido de 1.800 trabajadores y la posible demanda por incumplimiento del contrato. Si la relación se sigue tensando, China podría limitar incluso la compra de soja. Y aunque es cierto que Argentina podría reemplazar a China, no será sencillo hacerlo en el corto plazo debido al volumen de su mercado. Los especialistas coinciden en que la búsqueda de mercados alternativos probablemente haría caer el precio y que una triangulación de mercados también reduciría el valor de las exportaciones argentinas.

Sucede que las relaciones políticas y diplomáticas son condición para que los vínculos económicos y comerciales fluyan. Los negocios privados internacionales no se sustentan sin un acuerdo político al más alto nivel. Pero también es obvio que estos acuerdos políticos pueden verse comprometidos si se tensa la cuerda del occidentalismo mediante el apego a un mapa mundial que dejó de existir 30 años atrás.

Gisela Pereyra Doval, investigadora del Conicet y profesora de Problemática de las Relaciones Internacionales (UNR). Una versión ampliada de este artículo se publicó en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2024.


  1. Steven Forti, “Las redes globales de la extrema derecha 2.0”, enorsai.com.ar, 27-3-2024. 

  2. Véase Bernabé Malacalza, “El espíritu de las Cruzadas y el fin de la diplomacia”, Clarín, 29-1-2024.