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Durante la seca de granos de arroz al sol en un molino a 60 kilómetros de Calcuta, India, el 16 de marzo.

Foto: Debarchan Chatterjee / NurPhoto / AFP

La cólera de los agricultores, segundo acto

5 minutos de lectura
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La reelección de Narendra Modi en juego.

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Los agricultores del Punyab han reanudado la lucha que libraron hace tres años contra la desregulación del sector agrícola. A pesar de su victoria en aquel momento, el enojo nunca se ha calmado del todo en los campos del granero del país. Ahora, las renovadas protestas planean sobre la elección más larga de la historia (abril-junio).

Barriletes contra drones. Los primeros intentan repeler a los segundos y evitar que arrojen nubes de gas lacrimógeno sobre la multitud. Miles de agricultores se enfrentan a un enorme despliegue policial que intenta bloquear su entrada a la ciudad, cueste lo que cueste. El ingenio y la determinación de los manifestantes. La escena es de mediados de febrero en las afueras de la capital, Nueva Delhi. Se trata del regreso de las protestas campesinas que en 2020 y 2021 habían desbordado el país; nunca antes la India contemporánea había visto un movimiento social semejante (leer sobre ese “primer acto” en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2021). La reanudación de las protestas podría ser una espina clavada para el primer ministro, Narendra Modi, y complicar su campaña electoral.

Hace cuatro años los agricultores de la región india de Punyab se alzaron contra la desregulación del sector agrícola, que habría tenido como consecuencia, entre otras, la supresión de las tarifas mínimas garantizadas por el Estado para la compra de trigo y arroz. A ellos se sumaron granjeros de todo el país, en especial de Uttar Pradesh y Haryana, bastiones del Bharatiya Janata Party (BJP) de Modi. Unidos no tardaron en rodear Nueva Delhi de forma pacífica pero implacable. Ni el frío invernal, ni el coronavirus, ni las cachiporras de la Policía fueron capaces de hacerlos retroceder. Poco a poco, la marea humana puso la capital en estado de sitio: inauguraron en la entrada de la ciudad una “república autónoma” que se encargó de organizar y abastecer de alimentos.

Por encima de clases y castas, el movimiento movilizó a terratenientes más o menos acomodados, miembros de explotaciones familiares, trabajadores agrícolas y otros. A medida que el movimiento crecía y se estructuraba, surgían nuevas demandas: la ampliación de los precios mínimos de compra a otros cultivos distintos del trigo y el arroz –una demanda de larga data y una promesa de campaña del candidato Modi antes de su primera victoria a nivel federal en 2014–, o la suspensión de los procesos judiciales a los que se ven expuestos muchos agricultores, así como medidas de apoyo para las granjas sobreendeudadas.

El “segundo acto”

Adepto al camino difícil y reacio a conceder la derrota, Modi terminó cediendo a fines de 2021. Suspendió sus planes de desregulación del sector con la esperanza de que las gigantescas concentraciones se dispersaran. La apuesta le salió bien: en noviembre, los agricultores volvieron al campo. Pero a pesar de que Modi retiró las farm bills (proyectos de ley agrícolas) en 2019, el fuego seguía ardiendo debajo de las cenizas. Y, desde el punto de vista de los manifestantes, 2024 es el “segundo acto” de la protesta.

Modi no ha tardado en darse cuenta de la amenaza que se cierne sobre su reelección. Por ello está haciendo todo lo que está a su alcance para evitar otro asedio a la capital. El movimiento se concentra en la frontera entre Punyab y el estado de Haryana, que actúa como baluarte “protector” de Nueva Delhi frente a los amotinados. Pero el primer ministro no puede permitirse una represión policial demasiado brutal. Todas las familias políticas de India respetan la figura del agricultor. Además, hay que impedir que el sector indeciso del electorado, que no pertenece ni a los partidarios ni a los opositores del BJP, utilice este acontecimiento como pretexto para querer sacarlo del poder. Maniobrar sin alejarse de su imagen de hombre “fuerte”: todo un equilibrio.

Por ello, el gobierno primero buscó presentar a los agricultores del Punyab como “independentistas”, a veces incluso como “terroristas”, en un intento de desacreditarlos ante la opinión pública. La mayoría de ellos no son hindúes, sino fieles al sijismo. Una minoría de sijs lleva décadas reclamando una mayor autonomía, incluso la independencia. Pero la estrategia no funciona.

A pesar de las calumnias, un muerto, 13 heridos y cientos de detenciones, los manifestantes se mantienen firmes. A principios de marzo bloquearon varias líneas ferroviarias en Punyab, lo que provocó la cancelación de decenas de trenes. “No nos hace gracia sentarnos en las vías, pero es el único modo de hacernos oír cuando el gobierno hace la vista gorda a nuestras reivindicaciones”, explica Sarwan Singh Pandher, secretario general del comité punyab Kisan Mazdoor Sangharsh (Indian Express, 11-3-2024).

De hecho, desde 2021 y el aplazamiento de la reforma, la cólera no ha cesado en Punyab, que cuenta con las mayores explotaciones agrícolas y con agricultores ligeramente mejor acomodados que en el resto del país. La situación de este estado ilustra también el callejón sin salida ecológico y económico al que el modelo agrícola indio ha conducido al país. En setiembre se reanudaron los bloqueos de las líneas en torno a la gran ciudad de Amritsar. A la llamada de Kanwar Daleep, presidente del sindicato de agricultores Kisan Marzoor, unos 100 agricultores sijs, reconocibles por sus barbas y turbantes, desplegaron alfombras y banderas de colores en las vías que unen la ciudad con Nueva Delhi.

Productivismo: ¿modelo agotado?

“La situación de los agricultores ha llegado a un punto crítico”, explica Daleep. “En Punyab están atrapados en un monocultivo de trigo y arroz que está agotando las napas freáticas”. Confirma que la lucha iniciada en 2021 no ha terminado. Sobre todo porque, además de las reivindicaciones ignoradas por las autoridades, el proyecto descartado por la puerta podría reintroducirse por la ventana: “Muchos tememos que la desregulación vuelva bajo otra forma si bajamos la guardia. Y necesitamos extender los precios mínimos a otros cultivos además del trigo y el arroz para poder regenerar los suelos agotados por el monocultivo”.

Fue en la región del Punyab, muy llana y fértil, irrigada por dos ríos, donde en los años 1960 el gobierno lanzó un vasto programa de siembra de semillas modificadas con fertilizantes y pesticidas. La famosa “revolución verde” impulsó la producción de cereales, e India se convirtió en exportador a partir de los años 1980. Pero este modelo se está agotando, al igual que la tierra que ha esquilmado. Según un estudio de la Universidad Agrícola de Punyab, las reservas de agua del Estado se redujeron más de un metro cada año entre 1998 y 2018. Ahora hay que bombear a más de 30 metros de profundidad para encontrar el oro azul.

Al conducir por las verdes extensiones del granero de India, a veces se puede ver un humo espeso que se eleva en el aire. Es la quema de rastrojos que practican los agricultores cuando pasan del cultivo del trigo al de arroz. Esta técnica, ligada al monocultivo, provoca una importante contaminación atmosférica. Desde la ruta también se puede ver a los granjeros rociando sus campos con pesticidas, sin la mínima protección. Sustancias como el arsénico son consideradas por muchos expertos responsables de la elevada incidencia del cáncer en la profesión.

Daños a la salud, sobreendeudamiento, destrucción del medioambiente: la necesidad de acabar con el productivismo ya genera consenso entre los agricultores. En Punyab, con el apoyo de organizaciones no gubernamentales como la Kheti Virasat Mission, se está dando un tímido paso hacia la agricultura orgánica. “¿Dónde cultivar? ¿Qué semillas comprar? ¿Con qué insumos regarlas? Todo esto lo decide el mercado, que se lleva los beneficios”, lamenta su presidente, Umendra Dutt, que recomienda “pasar de una agricultura centrada en las semillas a otra centrada en el suelo e introducir nuevas especies como el mijo”.

Para Rajinder Singh, portavoz del sindicato Kirti Kazan, que apoya a los propietarios de tierras más pequeños y a los trabajadores más pobres, no hay otra solución que convertir la cuestión agrícola en una cuestión política y elevarla a nivel nacional. “Sin eso, la transición agrícola seguirá siendo extremadamente lenta”, afirma. “Cuando un agricultor se pasa a la agricultura orgánica, o simplemente diversifica su producción, esta disminuye duramente varios años. Para cambiar el modelo, hay que apoyar la transición a nivel financiero”.

En febrero, su sindicato y él se unieron a las manifestaciones para tomar Nueva Delhi.

Côme Bastin, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.

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