Lo principal: Voy a escribir la eternidad (novela, 2023), El que va con la luz (novela, 2017), Prisionero del Rock and Roll (novela, 2017), Pastel Flameante (ensayo, 2006), Dorado mundo (2002), Escuchando a Little Richard (cuento, 2000).
Discreto y a la vez torrencial, consagrado y humilde, ha sabido hacer literatura con la música y música con su prosa. Dueño de un registro único en las letras cubanas actuales, reconocido por sus pares y elogiado por la crítica y la academia, Francisco López Sacha (Manzanillo, Cuba, 1950) conocido en el mundo literario como Sacha, tiene una obra narrativa y ensayística imprescindibles para comprender las aristas menos trilladas de la sociedad en la que vive casi con desesperación.
Es también una especie de víctima privilegiada de la geopolítica de la cultura, pues su obra de varias décadas, traducida a diversos idiomas y reeditada en su país, casi no circula fuera de fronteras, salvo las colaboraciones ensayísticas que ha escrito para revistas europeas y latinoamericanas. Un “cubano de Cuba” como él, y además “adicto a la revolución”, siempre es carne propicia para el ninguneo en los llamados países centrales. Y tal vez ese ninguneo acabe por ser su más alta distinción.
Su prosa tiene hondas raíces musicales y toda ella parece escrita sobre un pentagrama. Conocedor profundo de la obra de José Martí y los entresijos de Alejo Carpentier, él se propuso ir un poco más lejos y resignificar el barroco latinoamericano. No por ambicioso deja de ser verdadero el título de su última novela: Voy a escribir la eternidad. De eso se trata, esa es la promesa. Si es cierto que Gabriel García Márquez se propuso “noquear a Cervantes” cuando comenzó a escribir Cien años de soledad, Sacha intenta estrangular lo real maravilloso a golpes de talento: “Aquí las cosas se ponen y se borran, como ocurre casi siempre en la vida. Me detengo tan solo en los puntos de vuelo y paso sobre ellos con un aire de improvisación. Puede ser una escala cromática, una larga descarga de jazz, una pieza de Bach, el punteo obsesivo de una guitarra eléctrica. La melodía sostiene la frase, y la frase se disloca y se diluye en sí”.
No es un escritor facilongo y jamás será un superventas. Nunca se sabe si sus citas son reales o inventadas, si lo que cuenta en sus novelas/ensayos pasó o no pasó. La duda nace de su habilidad para contar y también de sus saberes enciclopédicos. ¿Los Beatles en una plaza de Manzanillo tocando para un puñado de gente? Parece imposible pero la alquimia literaria lo vuelve más que plausible, deseable. En Prisionero del Rock and Roll logra dibujar con maestría un contrapunto entre Macbeth y John Lennon. En tres páginas inolvidables las brujas de Shakespeare salen a escena varios siglos después para volver, en Londres, a proclamar su maldición: “Lennon, serás rey”.
Hay un punto de delirio en su narrativa. Puede conversar con Elvis, ponerse en la esencia de un ángel enamorado, explicar los manuales de Física soviéticos con un humor doloroso, y todo como si fuera una partitura no escrita. Él ha confesado su delirio en una entrevista: “No fui músico, me dediqué a estudiar, a leer, pero el sueño final de mi vida es grabar un disco. Voy a cantar, que es lo único que puedo hacer, porque no sé tocar ningún instrumento”.
Unos piensan que Sacha está loco, otros que lo colma la sabiduría. Creo que su alma se halla atrapada dentro de un vinilo y que desde allí suena a pura melodía por todas las eternidades.