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Ilustración: Ramiro Alonso

México hace historia

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El verbo del título podría estar en “pasado noticioso” (ese tiempo de lo que ocurrió y se aparta para que enseguida suceda otra cosa) si se refiriera solamente a lo acontecido el domingo 2 de junio, cuando el país eligió a su primer mujer presidenta, la candidata oficialista Claudia Sheinbaum. Podría estar en futuro si solo se enfocara en las perspectivas auspiciosas de la gestión de esta destacada científica, que viene de conducir el gobierno de la capital, que trae a sus espaldas el “posdoctorado político” del desafío inabarcable de una ciudad desbordada de complejidades que casi triplica la población uruguaya. O apelar al gerundio, ya que Sheinbaum, pese a ser muy distinta a la idiosincrasia de su antecesor, deberá colocar lo que llama el “segundo piso” de la “cuarta transformación” iniciada por Manuel López Obrador (ver nuestra edición de mayo) contando con mayorías especiales gracias a su contundente victoria en el borde del 60 por ciento de los votos. Dotar al verbo del carácter de una “acción en proceso” sería un modo de subrayar que su victoria es una continuidad de un proyecto político progresista. Que entronca con una tradición que por muchos sexenios latió escondida y que podría catalogarse, en un exceso de simplificación –porque nada es simple en México–, como cardenista. El propio gesto de la mandataria electa de dedicar el voto a Ifigenia Martínez, histórica figura de la izquierda mexicana, y su insistencia en “no llego yo, llegamos todas, nuestras ancestras y nuestras hijas”, justificaría ese enfoque de una historia en construcción, llena de andamios.

Pero México hace historia en presente histórico. El peso de lo que allí ocurre construye sustrato. Incide en un devenir que lo trasciende. Decía Octavio Paz que recién comprendió México cuando vivió en la India (Vislumbres de la India, 1995) y advertía Guillermo Bonfil Batalla que el país tenía como cuenta pendiente de su identidad “redigerir occidente” (México profundo, 1987). No es casual que ambos pensadores conecten a México con dos bloques civilizatorios, ni que uno señale la paradoja de la familiaridad de lo que debería ser ajeno, y el otro remarque la necesidad identitaria de volver a cribar lo que se supondría familiar. Sería casi ridículo, en América Latina, que algo así se planteara desde un país que no fuera México... o Brasil.

En primer lugar, porque México trasciende la idea moderna de Estado-nación. Baste pensar en sus productos de cultura popular (de la telenovela al bolero), su raíz histórica precolombina o su permanente caldero de redes trasnacionales (para bien o para mal), para entender la definición de civilización, con su “conjunto de costumbres, saberes y artes”. Por eso lo que ocurre ahí no sucede solamente dentro de sus fronteras. Se desborda al territorio hoy estadounidense, por el norte, y al socioma centroamericano por el sur. Sin llegar al extremo que planteaba Mao Zedong (al opinar que el éxito o el fracaso de un proyecto político se debe medir en ciclos de 500 años), lo que México pone a laudar transita, muchas veces, por etapas en las que la masa no se ve. Desde la desconfianza al “superior gobierno” hasta el célebre díptico (más misterio eleusino que par dialéctico) de “tierra y libertad”. Es en ese sentido que el triunfo de Claudia Sheinbaum es cardenista, lo que equivale a decir zapatista, o incluso hidalguista (ambos conceptos más difuminados que nítidos y puestos a salvo de cualquier encarnación concreta como referencia). Por eso “el segundo piso de la cuarta transformación” encuentra un espesor y una lógica que trasciende los eslóganes y que va mucho más allá de los conceptos profanos del continuismo con las políticas de López Obrador. Porque López Obrador no era el único punto de partida. Por eso la estrategia de la oposición de convertir la elección en un plebiscito de gestión fracasó con la rotundidad de los porcentajes que emergieron de las urnas.

Traído al momento actual, México hace historia, porque, como potencia civilizatoria (no en el sentido de civilizar a otros, sino de obtener su estatus de potencia de su propio carácter de ser una civilización más que un Estado-nación), irradia el mismo tipo de detente y constructo que implicó el triunfo de Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil en 2023. Pone un alto a la distópica marea ultra que se podría haber derramado sobre el mapa del continente, como una mancha de petróleo, con un Brasil bolsonarista triangulando con la derecha mexicana y con un Estados Unidos trumpista. Porque más allá de lo que el argentino Javier Milei autoperciba respecto de su proyección global, no se compara su influencia con la que hubiera tenido un segundo período de Jair Bolsonaro fogoneando, desde Brasilia, la trinidad de buey, Biblia y bala. Pero Sheinbaum no sólo detiene. También construye. Deletrea una idea de progresismo que aún tiene mano izquierda real y lo hace con una base que no sólo toma al cardenismo de López Obrador como andamio sino también a Lula sin necesidad de nombrarlo. Con eso construye y es con eso con lo que dialoga, trayendo al ruedo su condición de mujer y de científica. Ganando desde ahí. Si Sheinbaum supera el ensimismado solipsismo de López Obrador, que no solía mirar fuera de México, y se decide a jugar también en el tablero internacional, Lula estará menos solo en la titánica tarea de hacer pesar a la región en el Sur global y de dar forma a un multilateralismo en serio.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.

Portugal a 50 años

Evento clave del siglo XX, la Revolución de los claveles marcó mucho más que el fin de la dictadura portuguesa. Fue un cambio profundo que, junto con otros factores, favoreció la independencia del África lusófona. Para América, mostró el extraño paisaje de jóvenes militares comprometidos con la democracia y la equidad. Hoy, que el mundo parece ser tan distinto, con su sobredosis de negacionismo y exclusión, ¿sigue teniendo ese episodio fermental de 1974 un mensaje político aplicable, más allá de las conmemoraciones? Para intentar responder esa pregunta, invitamos a nuestros lectores a acompañarnos en el café la diaria (frente al teatro Solís) en un diálogo distendido entre Inocência Mata (ensayista, profesora universitaria e investigadora, de Santo Tomé y Príncipe) y Mario Lúcio (escritor, pensador, cantor y compositor, de Cabo Verde), aprovechando su presencia en Montevideo por el XII Coloquio Internacional Montevideana, que este año está centrado en literaturas e identidades en portugués. La conversación del café será el viernes 28 de junio a las 18.00, estará moderada por Roberto López Belloso (director de la edición uruguaya de Le Monde diplomatique) y contará con la participación virtual de Sandra Monteiro (directora de la edición portuguesa del mismo periódico).

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