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Ilustración: Ramiro Alonso

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La Agrupación Nacional (RN) en el centro del juego, un orden político descompuesto: ¿cómo llegamos a este punto? Decidida por [el presidente francés] Emmanuel Macron después del escrutinio europeo del 9 de junio, en el que el partido de Jordan Bardella (RN) obtuvo el doble de votos que el del mandatario, la disolución del Parlamento no sólo marca el estrepitoso fracaso de un extremo centro convencido de que se dirige un país como se administra un banco, sino también el fracaso del personaje impulsivo y arrogante que pretendía ser un baluarte contra la extrema derecha antes de abrirle las puertas del poder: “Si ganamos –decía Macron en Saint-Denis el 20 de marzo de 2017–, se derrumbarán al día siguiente. No tengo ninguna duda de ello”.

El capricho de Macron cierra un largo ciclo de hipocresía que consistía, para los gobiernos que se sucedieron desde el despegue de la extrema derecha, en denunciar efectos cuyas causas ellos mismos habían favorecido. Los primeros éxitos del Frente Nacional [antecesor directo de RN] registrados en las elecciones municipales de 1983 coincidieron, en efecto, con la sumisión de los socialistas en el poder a las imposiciones europeas, cuando abandonaron la política de “ruptura con el capitalismo” prevista en su programa. Aunque no existía por entonces ningún vínculo entre ambos acontecimientos, la obediencia de los partidos, tanto de derecha como de izquierda, a las reglas de una globalización que ellos presentaban a veces como “feliz” proporcionó el terreno fértil a un partido que obtuvo 100.000 votos en las elecciones legislativas de 1981. A medida que las clases dirigentes cedían cada vez más segmentos enteros de su soberanía económica, monetaria y jurídica a instancias supranacionales, el debate público, que hasta entonces estaba dominado por la oposición entre liberalismo y socialismo, se vio reformulado siguiendo fracturas culturales, de seguridad, sociales, identitarias e incluso civilizatorias.

El grupúsculo fundado en 1972 por partidarios de Vichy [gobierno de la Francia colaboracionista de la Segunda Guerra Mundial] y de la Argelia francesa floreció en el caos social nacido de la desindustrialización y el desempleo masivo. Transformó la ira que despertaba una oligarquía liberal o socialista convertida en gestora de la globalización en un resentimiento dirigido, hacia arriba, contra sus sucesivos dirigentes y contra sus aliados intelectuales y mediáticos y, hacia abajo, en un odio activo hacia los más vulnerables: los trabajadores árabes “que ocupan nuestros puestos de trabajo” durante la primera oleada de desempleo masivo, y más tarde los musulmanes “que amenazan nuestros valores” después del 11 de setiembre de 2001 y, más todavía, después de los atentados terroristas en Francia (2015-2016). El éxito de la extrema derecha tiene como condición –aunque insuficiente– el desempleo, la precarización laboral, la desorganización de la vida y la incertidumbre respecto del porvenir que estas situaciones engendran. Pero también es resultado de una instrumentalización política cínica.

Benoît Bréville, Serge Halimi y Pierre Rimbert.

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