Situado al norte de Mozambique, Mayotte es el departamento 101 de Francia y también el más pobre. Pero muy pobre: el 77 por ciento de sus habitantes lo son. Pese a todo, sus vecinos africanos lo ven como una tierra prometida y la inmigración ilegal se ha desbordado casi tanto como la inseguridad.
Los pasajeros de la barcaza que conecta las dos islas que conforman Mayotte, Petite-Terre y Grande-Terre, descienden con un celular o una pequeña botella de agua en la mano. Hay 33 grados, mucho calor en Mamoudzou, la capital del departamento de ultramar. Cerca del muelle, un puñado de expas (expatriados) toma cerveza en el bar Camion Rouge –The place to be– o en Camion Blanc –un snack simple y agradable–. Negros, morenos o mestizos, los mayotenses, por imposición del islam, evitan el alcohol “en público –bromea un exprofesor francés metropolitano–, ¡pero en el cole nos encontrábamos en las colinas para tomar algo!”.
Unos kilómetros más lejos, en Kawéni, al caer la noche, el canto del muecín se propaga desde lo alto de un minarete. A través de una ventana abierta, se escucha France Inter. En un negocio, una francesa metropolitana paga con la ayuda de la aplicación de su billetera virtual desde su smartphone una hamburguesa enorme que chorrea mayonesa. Hombres con boubous y mujeres con salouvas1 coloridos, o vestidos de manera indistinta con ropa occidental, se apresuran con tranquilidad. Fragmentos de conversaciones en shimaore o en shibushi, las dos lenguas locales. En los embotellamientos dantescos de la ruta nacional 1 (N1), la única vía al norte para entrar o salir de Mamoudzou, un taxi colectivo marcha a paso lento. Los pasajeros suspiran. “Un poco de paciencia, ya llegamos”, gruñe el conductor. Silencio. Luego, las dos expresiones más escuchadas en el departamento: “No hay problema” y “Inch’Allah” (“Si Dios quiere”).
Mayotte es entonces Francia, pero sin recolección de basura (que se acumula alrededor de los contenedores, tanto a lo largo de la N1 como cerca del Consejo General, en pleno centro de Mamoudzou). “Menos recolección de basura, menos desarrollo del espacio público, menos acceso a la educación o a la salud”, añade Yasmina Aouny, profesora de secundaria y candidata de Francia Insumisa (LFI) [todas las siglas están en francés] en las últimas elecciones legislativas. “Hay que ver hasta qué punto el Estado, por su desidia durante décadas, ha provocado el caos...”.
La economía languidece. El turismo ha desaparecido debido a los problemas de seguridad. ¿La agricultura? De subsistencia, mínima e insuficiente. Todo lo que se come viene en barco. “Todo el mundo se acostumbró a comprar alas de pollo congeladas que vienen de América del Sur”, nos cuenta Pablo Guevara, un ex-expatriado.
Los principales empleadores son el Estado y las colectividades territoriales, que sostienen a muchas personas, desde funcionarios hasta sus familias y allegados. Sin embargo, el francés metropolitano Marc Seigner remarca: “A ningún nivel tengo la sensación de estar en un departamento”. Los salarios y las prestaciones sociales son inferiores a los del Hexágono [como se conoce a Francia por la forma de su mapa en Europa]. Mientras que el salario mínimo interprofesional de crecimiento (Smic) neto mensual a nivel nacional es de 1.398,69 euros, en Mayotte apenas alcanza los 1.203,36; lo mismo sucede con el ingreso de solidaridad activa (RSA), que está estancado en los 303,88 euros contra los 635,71 euros a nivel nacional. Mientras los aportes, excedentarios, alimentan las arcas de la metrópoli, la jubilación promedio alcanza los 276 euros por mes. El desempleo afecta al 34 por ciento de la población activa y el 77 por ciento de los habitantes viven por debajo de la línea de pobreza2.
El maestro y secretario departamental del Sindicato Nacional Unitario de Maestros y Profesores de Escuelas (SNUipp-FSU), Rivo Rakotondravelo –conocido como Rivo–, se lamenta de los expresidentes: “No sé cómo vamos a salir de esta situación. Sarko [por Nicolás Sarkozy] nos convirtió en un departamento, pero al 25 por ciento. [François] Hollande vino y se comprometió a crear 100 aulas por año, ¡no construyó ni diez!”. La universidad de Mayotte habla de 14.000 niños que aún no están escolarizados, el rectorado dice que son entre 5.000 y 10.000. “Es difícil contabilizarlos porque se trata de una población en situación irregular. Todo eso pesa. Las estructuras actuales no están capacitadas para procesar y ocuparse de toda esta situación, eso hace que vayamos de fracaso en fracaso y de exclusión en exclusión”. Nuestro interlocutor también nos cuenta que, en el nivel secundario, el 50 por ciento de los profesores son contratados y que “dadas las circunstancias no prevén quedarse mucho tiempo”. En cuanto a los colegas formados y recibidos, “ninguno quiere venir acá”.
A 8.000 kilómetros de la metrópoli, Mayotte se sitúa a mitad de camino entre las costas malgaches y africanas y al sur de la Unión de las Comoras, formada por tres islas –Gran Comora, Anjouan y Mohéli–. Detalle infernal: mientras que el producto interno bruto (PIB) por habitante es de aproximadamente 480 euros en Madagascar y de 1.360 euros en Comoras, en Mayotte, a pesar de su subdesarrollo, alcanza los 11.579 euros (2022). Para sus vecinos, y en particular para los de Anjouan, los 374 km² de ese territorio francés se asemejan a un edén. Sólo los separan 70 kilómetros y cinco horas de navegación. Jugando a las escondidas con las lanchas de la gendarmería y de la Policía de Fronteras (PAF), los kwassa-kwassa –embarcaciones de entre seis y nueve metros de largo– trasladan oleadas de inmigrantes ilegales, muchos de los cuales desembarcan en el islote paradisíaco Mtsamboro o en M’tsanga Safari (“la playa del viaje”), arriba, al norte de la comuna de Mtsamboro. Los pescadores mayotenses los repatrian a la isla a cambio de una remuneración. También existen redes que los ayudan a llegar a los barrios populares de Mamoudzou y de las comunas aledañas a Koungou y Dembeni, en donde han terminado la mayoría de sus compatriotas.
Existe una inmensa presión migratoria: 23.000 habitantes en 1968, 147.000 en 2000, 321.000 en la actualidad (oficialmente)3 y quizá incluso 400.000 (extraoficialmente), de los cuales la mitad son extranjeros. Con 10.200 recién nacidos en 2023 (10.700 en 2022) –tres cuartas partes de ellos tienen madres extranjeras, mayormente comorenses–, la maternidad del Centro Hospitalario de Mayotte (CHM), en Mamoudzou, es por mucho la más “fecunda” de Francia. De los nacimientos en el departamento en 2019 sólo el 17,8 por ciento fueron fruto de madre y padre franceses, contra el 45 por ciento de nacimientos fruto de madre y padre extranjeros4. Mayotte está al borde del colapso. Mientras tanto, como si fuera poco, explota una ola de inseguridad.
Retazos de historia
“¡Bien hecho!”, reacciona (sin llegar a expresarlo con esas palabras) una fracción de la izquierda, muy legítimamente anticolonialista, pero también muy ideológica, mientras observa desde el Hexágono la secuencia de acontecimientos. “En los años 70, Francia separó a los mayotenses de los comorenses [...] Al exagerar las rivalidades históricas entre Mamoudzou y Anjouan, familias de notables civiles y religiosos lograron movilizar a la población a favor de la adhesión a Francia durante el referéndum de 1976, un proceso coronado por la aprobación masiva de la departamentalización en 2009”5. En resumen, se trataría de una asimilación forzada que va de la mano con la negación de los mayotenses de las relaciones ancestrales que los unen al conjunto del archipiélago.
El 25 de abril de 1841, a cambio de una renta y protección militar, el sultán Andriantsoly cedió Mayotte a Francia. El resto del archipiélago de las Comoras pasó a dominio francés en 1886. Como Mayotte dependía de ese territorio de ultramar (1946) que gozaba de una cierta autonomía administrativa y financiera (1958), a partir de los años 60 el departamento debió enfrentarse al movimiento serrez-la-main (apretón de manos), proindependencia de las Comoras, y al movimiento sorodats (soldados), vinculados a la República Francesa e incluso, ya en ese momento, a la departamentalización (que garantizaba la imposibilidad de un futuro retorno al seno de un Estado comorense).
En 1974, en el marco de una primera consulta “a las poblaciones comorenses” (y no “a la población comorense”, como se había previsto inicialmente), el 94,56 por ciento del archipiélago se pronunció a favor de la independencia, pero Mayotte se opuso con el 65,47 por ciento. En 1976 se les consultó de nuevo y los mayotenses confirmaron y amplificaron su elección (99,4 por ciento). A pesar de las protestas en Moroni –capital de la naciente Unión de las Comoras– y de la condena de las Naciones Unidas, París reconoció la decisión en nombre del principio de intangibilidad de las fronteras surgidas de la colonización.
A menudo, un proceso extremadamente resumido en el Hexágono: ¡piel comorense, máscaras francesas! A partir de imágenes y narraciones, una reescritura de la historia buscaría presentar ante los ojos del mundo a un seudo “pueblo mayotense”.
No dejaremos de lado aquí los chanchullos de una élite local que, para defender sus intereses, jugó para París contra Moroni. Tampoco ocultaremos las bajezas de los nostálgicos del imperio colonial instigadores de los tres golpes de Estado (1975, 1978 y 1995) organizados en las Comoras por el “mercenario de la República”, Bob Denard, y luego, gracias al apoyo apenas disimulado de París, de las tentativas secesionistas de la isla de Anjouan llevadas a cabo en 1998 por Mohamed Bacar. Sin embargo, destacar sólo estos elementos no nos permite comprender por completo la realidad, ya que, aún hoy, los mayotenses comunes persisten y suscriben, sin intenciones de dejar que otros decidan sobre su identidad.
Mouhoudhoiri Said, vocero del colectivo de Labattoir (Petite-Terre) –sin lugar a duda, a la derecha del espectro político–, asegura: “El color de piel es la única cosa en común que tenemos con los comorenses”. La insumisa Aouny dice entre risas: “Es como la gente que no distingue entre un chino y un japonés”. Como afirman nuestros interlocutores, es importante considerar la lengua, no muy alejada de la de Anjouan, pero distinta de la que se habla en Gran Comora y en Mohéli: “La mitad de Mayotte habla malgache. La influencia malgache ha sido más fuerte acá que en las otras islas”. A este factor se suma la dominación impuesta en Mayotte durante las constantes luchas entre “sultanes combatientes”, en medio de tráfico de esclavos arrancados de África. Aouny, que también es feminista y musulmana declarada, agrega: “Aún hoy, en las Comoras, los gobernantes descienden de esos sultanes, con ese sistema de castas, un islam riguroso –mientras que el nuestro es el más cool del mundo– y un poder casi dictatorial. Con nuestro amor por la libertad, nos resultaba difícil imaginar un destino común”.
En las alturas de Mtzamboro, donde vive y enseña, Aouny puede hablar de manera incansable, sin un ápice de xenofobia, sobre la especificidad mayotense: “La mujer es la clave para entender nuestra elección. ¡Nunca hubo revueltas de mujeres en Comoras! Acá, desde el principio, se impusieron en la política. Somos claramente una sociedad matriarcal, mientras que al lado el patriarcado siempre tiene un buen futuro por delante”. Además, recuerda el rol de las “Chatouilleuses” (Quisquillosas) de los años 19606, opuestas con firmeza contra la administración territorial con sede en Moroni, reunidas en 1967 frente a la sede local de la Oficina de Radiodifusión y Televisión Francesa (ORTF), coreando lo que se convertiría en el lema de su lucha: “¡Queremos seguir siendo franceses para ser libres!”.
El debate no está cerrado, todavía existe; su existencia es la prueba, si esta fuese necesaria, de que un mismo color de piel y la proximidad cultural no implican necesariamente una unidad de intereses.
Cul-de-sac
Durante mucho tiempo, los comorenses fueron y vinieron entre las islas, como lo habían hecho siempre. Desembarcaban en Mayotte, de ser necesario pasaban por el hospital para atenderse, a veces trabajaban, se quedaban un rato y se iban, sin instalarse. A partir de 1986, se les concedió automáticamente un visado de tres meses que sólo podían renovar si salían del territorio. Desde ese momento, muchos empezaron a prolongar su estadía por encima del período autorizado. En 1993, cuando el primer ministro Édouard Balladur aterrizó en Dzaoudzi (el aeropuerto) durante la campaña para las elecciones presidenciales de 1995, los representantes electos con los que se encontró le dijeron que la inmigración no paraba de aumentar y que había que establecer normas más estrictas. Enfrentado a su “amigo de 30 años”, Jacques Chirac, Balladur sabía que cada voto contaba. Dijo que sí.
Difícil de obtener, la visa específica instaurada por el primer ministro –conocida como “visa Balladur” o “permiso de residencia territorializada”– permite entrar a Mayotte, pero no al resto del territorio francés. El departamento se convierte en un callejón sin salida. Al no poder entrar legalmente, los comorenses ingresan de manera ilegal y dudan en volver a salir, ya que el regreso, también ilegal, implica una travesía marítima riesgosa. Entonces, por necesidad, se establecen. Para aquellos que logran regularizar su situación, el problema sigue sin resolverse: al no poder circular por el resto del territorio nacional quedan atrapados ahí.
El flujo de estos vecinos enseguida supera cualquier posibilidad razonable de integración. Se establecen, okupan, se instalan como pueden en terrenos privados (a veces alquilados), en las colinas que atraviesan callejones estrechos, pasajes, escaleras –un laberinto para quienes no conocen–. Los barrios populares se extienden, desbordan. Se amontonan las bangas, viviendas precarias, insalubres, de madera o chapa, en la suciedad, el hedor y la ausencia de servicios públicos, en medio de las moscas, los mosquitos y los niños. Por primera vez en 2004, y aún más en 2016, las tensiones entre mayotenses y extranjeros dieron lugar a los primeros décasages –operaciones colectivas, a veces violentas, organizadas por grupos de lugareños o citadinos contra las viviendas de los inmigrantes ilegales–.
Aumenta, de forma preocupante, la cifra de menores sin acompañantes, abandonados por padres y madres que fueron expulsados, entregados a familiares o librados a su suerte, sin recibir asistencia social a la infancia. “¡El Estado y la élite mayotense consideran que no tienen que ocuparse de los niños extranjeros!”, protesta Guevara.
Es una bomba de retardo. La situación se vuelve insostenible con el paso del tiempo y el aumento de los actos de violencia de bandas de jóvenes, tanto mayotenses como extranjeros. Conversación captada en un restaurante: “–¿Tu hermano se recuperó bien de la agresión? –No se está recuperando. La sensación del filo del machete en el cuello lo traumó por completo”. Los robos con armas aumentaron un 121 por ciento entre 2019 y 2023; los robos con violencia se duplicaron. Peleas entre pueblos o entre barrios, piquetes en rutas, apedreo de casas y vehículos, ataques a transportes escolares (34 en noviembre de 2023), aparición de nuevas armas –como limas afiladas, provistas de una punta de hormigón, que, al ser lanzadas, mataron a dos chicas jóvenes en un ómnibus–. También se perpetran agresiones repetidas, en la costa, en los barrios supuestamente tranquilos o en las esquinas de las calles: “No los ves –advierte un habitante de Petite-Terre–, esperan hasta el último momento para aparecer. ¡Cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde!”.
Indudablemente “de izquierda”, el maestro Rivo cuenta: “También ocurre en la escuela, sobre todo en el nivel secundario, o en los alrededores de los establecimientos educativos. Vas a trabajar y te atacan. Entonces, hay personas que se atreven a decir ʻlo mismo pasa en Essonne o en Seine-Saint-Denisʼ. No, muchachos, ahí, cuando van al trabajo, están seguros de que van a llegar. Nosotros no sabemos si, yendo o viniendo del laburo, nos van a matar”.
Toque de queda
A las siete de la tarde, los locales y comercios cierran. Se acabaron los eventos nocturnos, las salidas con amigos, los recitales al aire libre, el cine, los restaurantes (uno tiene miedo a todo). A pesar de las aguas cristalinas y la belleza de los corales, las playas están desiertas. “Ya no salgo a correr –nos dice un deportista–. Aunque los riesgos puedan ser mínimos, basta con estar sólo una vez en el lugar equivocado y en el momento equivocado”. Los franceses metropolitanos que han estado acá por mucho tiempo ya no reconocen “su isla”. Una única pregunta: ¿cuándo nos vamos a ir? “No hay esperanza, sólo va a empeorar y cuando estalle, no quiero estar acá”. Los mayotenses que tienen los medios también se exilian, sobre todo los empresarios, que se instalaron en la Reunión con sus familias y van y vienen en avión.
Los más modestos no tienen esas posibilidades. Son ellos los que se unen a los colectivos de ciudadanos, los que exigen medidas por parte del Estado, incluida “la seguridad, que es un derecho para todos”. Como era de esperar, en el debate irrumpen declaraciones inaceptables: “En algún momento, tal vez tengamos que matarlos”, lanza en el canal público, Mayotte La 1ère, el primer vicepresidente del consejo departamental Salime Mdéré, el 24 de abril de 20237. “Microfascismo tropical”, se indignan algunas voces de la “izquierda moral” desde París, metiendo a todos en la misma bolsa. No es tan simple, camaradas, responden los mayotenses...
El 24 de abril de 2023, la amplia operación policial denominada Wuambushu destruyó 700 viviendas informales donde se amontonaban inmigrantes ilegales. En el lugar del hecho, la insumisa Aouny considera que “es una operación útil, y lo digo con cada una de mis palabras”, aunque lamenta el frenesí mediático que acompañó el episodio. “La República debe reconquistar vastos sectores del territorio que han caído en el caos. Hay que desmantelar las bandas, destruir sus bases de operaciones y detener a sus cabecillas porque son cada vez más salvajes”. Si bien expresa su análisis en otros términos, el izquierdista Rivo, como él mismo se define con una sonrisa, coincide con Aouny en el fondo de la cuestión: “A nivel nacional, mi sindicato lo condenó, pero tuvimos que decirles que hay una aceptación con respecto a Wuambushu, es aceptado por los mayotenses. Así que, si quieren golpear, golpeen, pero golpeen suavemente, por favor”.
Cavani sin estadio
Después de Wuambushu, una parte de los refuerzos desplegados tuvo que regresar precipitadamente a Francia para hacer frente a los disturbios relacionados con la muerte de Nahel8. La violencia y la inseguridad escalaron a otro nivel. La opinión pública se enardeció cuando los habitantes del barrio de Cavani, en Mamoudzou, vieron cómo, alrededor de su estadio, se levantaba y se expandía a paso acelerado un campamento de solicitantes de asilo procedentes de África Central y del Cuerno de África: 500 hombres y mujeres, huyendo de la violencia y la miseria, desprovistos de todo, bajo miserables bangas de plástico azul. Según explica Safina Soula, presidenta del colectivo Ciudadanos de Mayotte 2018, “la juventud de Cavani se siente expulsada de su estadio, así que las hostilidades comenzaron. Se produjeron enfrentamientos de manera regular y, en medio de ellos, la Policía venía y arrojaba gases lacrimógenos, lo que no solucionó nada. La población se vio obligada a intervenir para exigir que se retire el campamento”. Esta exasperación fue aún mayor debido a que esta nueva vía hacia Francia continental y Europa fue abierta por pasantes comorenses. “¡Fueron a captar africanos que ni siquiera sabían que existía Mayotte!”.
A las tensiones ya existentes se suma un repentino sentimiento de pánico: Mayotte se está convirtiendo en un nuevo Lampedusa. “Francia tiene convenios internacionales de protección de refugiados políticos –comenta Soula–, y no estamos en contra, pero aquí no tenemos los medios para recibir a toda esta gente”. Además, según un dirigente de Solidaridad Mayotte (que prefirió no ser citado), “sólo disponemos de 450 plazas de alojamiento, más 50 plazas de emergencia para los recién llegados” –que ya están todas ocupadas–. “Nos encontramos en una situación en la que la respuesta del Estado es muy insuficiente con relación a la magnitud de los flujos migratorios”. Debido a la duración de los procedimientos y las etapas administrativas, los solicitantes de asilo que son admitidos pueden pasar más de un año en el lugar antes de ser autorizados a ir a la metrópoli. En cuanto a los rechazados, simplemente, se los olvida. Solidaridad Mayotte, mandatada por el Estado –al igual que La Cimade y la organización humanitaria Mlézi Mahoré–, se encontró en una situación crítica cuando, acusada de fomentar el “efecto llamada”9, sufrió amenazas, intimidaciones e incluso la clausura con cadenas de sus oficinas.
Así nacieron las Fuerzas Vivas (FV), principales protagonistas de la parálisis total del departamento a causa de los piquetes que sacudieron la opinión pública desde el 22 de enero al 29 de febrero. “La gente de Cavani nos llamó en busca de ayuda –recuerda Mouhoudhoiri–. Les dijimos que jamás va a venir un parisino a luchar por nosotros acá. Salgamos a la calle”. Abdou Badirou, director del servicio de animación juvenil y vida asociativa de Tingoni, al otro lado de Grande-Terre, prosigue: “Yo soy uno de los que se vieron obligados a bloquear una rotonda en la entrada del pueblo”. Se convirtió en portavoz de las FV, al igual que la militante de izquierda Aouny: “Vivo acá, tengo hijos acá, sufro la violencia, así que, como ciudadana, me uní al movimiento”. Rivo la imitó, al igual que lo hicieron, a título personal, otros sindicalistas (FO, CFDT, CGT, SNU-ipp).
Ante la creciente tensión en torno a Cavani, el alcalde de Mamoudzou, Ambdilwahédou Soumaïla, redobló las alertas. Frente a la falta de respuestas por parte del gobierno, según relata Badirou, “fue necesario que las Fuerzas Vivas sacudieran el árbol para que el árbol pueda entender: el alcalde de Mamoudzou, incluso a 800.000 (sic) kilómetros de París, es un alcalde de la República y debe ser tan respetado como Anne Hidalgo”.
Medidas extremas (y polémicas)
Tanto el ministro del Interior francés, Gérald Darmanin, como la ministra de Ultramar, Marie Guévenoux, tuvieron que sudar la camiseta. Como recuerda Nabilou Ali Bacar, director del Consejo Económico, Social y Ambiental de Mamoudzou y miembro de las FV, “conscientes de que generalmente no son escuchados, los funcionarios electos cedieron terreno a las Fuerzas Vivas, a quienes permitieron llevar a cabo las negociaciones”. Al final de estas, Darmanin notificó varias medidas: derogación de los permisos de residencia territorializados, endurecimiento del reagrupamiento familiar, fortalecimiento de la presencia policial e implementación de una “cortina de hierro” alrededor de la isla a través de nuevos recursos tecnológicos. Sin embargo, el anuncio más espectacular fue el fin del derecho de suelo en Mayotte a través de una revisión constitucional. “Esta demanda flotaba en el aire”, aprobó implícitamente Bacar. “Es legítima”, añadieron Badirou y Soula. “Va a terminar con la bomba de succión”, opinó en todos los canales de televisión la diputada de Mayotte por Libertades, Independientes, Ultramar y Territorios (LIOT), Estelle Youssouffa, de quien se rumorea que le gustaría ser ministra de Ultramar en un futuro... “gobierno Darmanin”.
En primera línea durante las negociaciones, Yaouni cuestiona con firmeza este enfoque: “En la lista de reivindicaciones de las Fuerzas Vivas, la prioridad era el visado Balladur. La derogación del derecho de suelo ni siquiera estaba mencionada. Fue Darmanin quien la introdujo. ¡La lanzó así nomás! Da la impresión de que está en campaña y que está utilizando mucho a Mayotte, un poco como Balladur en su momento”.
“A la gente que llevaba a cabo los piquetes –reacciona Rivo– ¡les importa un comino el derecho de suelo, quieren seguridad!”. Se percibe cierto desconcierto en su discurso. “Nosotros, los sindicalistas, frente al discurso de la derecha y la extrema derecha, estamos perdidos. Y derrotados. Podemos hablar de lo social, tener un discurso de izquierda, de desarrollo de los servicios públicos, pero hay que reconocerlo: ¡si no se resuelve la cuestión de la seguridad, olvidate!”. También perturbadora para cierto confort metropolitano, Aouny reflexiona: “Nosotros, los militantes de izquierda, sabemos perfectamente que la gestión humana es muy importante. Pero sólo podemos encargarnos bien de ella si hay un marco; y ese marco lo hemos perdido. Desde el momento en que ya no tenemos la libertad de ir y venir y no tenemos seguridad, ya no tenemos la tranquilidad necesaria para reflexionar sobre una buena gestión de gobierno. ¡Estamos en modo supervivencia!”.
Maurice Lemoine, enviado especial, periodista, escritor, autor de Juanito la vermine, roi du Venezuela, Le Temps des cerises, Montreuil, 2023. Traducción: Paulina Lapalma.
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Vestimenta tradicional de la mujer mayotense: una gran pieza de tela colorida anudada alrededor del pecho que cae hasta los pies. El kishali, un chal que se usa sobre la cabeza o los hombros, completa el conjunto. ↩
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Chiffres-clés, Instituto Nacional de Estadísticas y de Estudios Económicos, París, 29-2-2024. ↩
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Chiffres-clés, op. cit. ↩
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Los otros recién nacidos (37,2 por ciento) tienen al menos su madre o su padre de nacionalidad francesa (en el 30 por ciento de los casos es el padre) y, por lo tanto, son “franceses de nacimiento” (Claude-Valentin Marie y Robin Antoine, Diversité et précarité: le double défi des univers ultramarins – Mayotte, Consejo Superior para la Familia, la Infancia y la Edad, París, 2022). ↩
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François Héran, “À Mayotte, de quel droit du sol parle-t-on ?”, Le Monde, 13-2-2024. ↩
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Yaouni es la autora de la novela La Chatouilleuse, Éditions du Signe, Estrasburgo, 2022 (premio literario del océano Índico). ↩
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El 7 de marzo de 2024 Mdéré fue condenado a tres meses de prisión condicional y a una multa de 10.000 euros por incitación al delito. ↩
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NdeR: Nahel Merzouk (17 años) fue muerto por parte de un policía en el suburbio parisino de Nanterre, el 27 de febrero de 2023, hecho que generó masivas protestas. ↩
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NdeT: Concepto introducido por el economista cubano-estadounidense George Jesús Borjas, que remite al aumento de los flujos migratorios hacía un país dotado de leyes y políticas favorables a la inmigración: las personas migrantes serían “llamadas” o atraídas por esas condiciones de hospitalidad. ↩