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Foto: Juan Barreto, AFP

Laterales | Eduardo Lalo

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Lo principal: Intervenciones (2018), Simone (novela, 2012), El deseo del lápiz (ensayo y fotografía, 2010), Los países invisibles (ensayos, 2008).

Pensador original, novelista que detesta las retóricas y los cánones, artista visual que busca en la invisibilidad, cineasta y fotógrafo que sospecha de las imágenes, ensayista que lo pone todo patas arriba para encontrar el verdadero sentido de la existencia. Es un puertorriqueño que nació en Cuba en 1960, que mandó de paseo a los agentes literarios, que publica lo que quiere, cuando quiere y donde quiere, casi siempre en pequeñas editoriales latinoamericanas. Se llama Eduardo Alfredo Rodríguez Rodríguez, pero firma sus libros como Eduardo Lalo.

Su identidad legal, enrevesada para los controles migratorios, la describió él mismo con amargo humor en un célebre discurso, cuando recibió en 2016 el premio Rómulo Gallegos. Su pasaporte indica que es un ciudadano estadounidense nacido en Cuba de origen puertorriqueño, y que ese pasaporte había sido emitido por el Departamento de Estado del Estado Libre Asociado de Puerto Rico con la autorización del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América. Lalo tuvo que aclarar: “No soy estadounidense, no soy cubano. Soy puertorriqueño”.

Esos enredos identitarios son parte sustancial de su obra, tanto en lo temático como en lo estilístico. Simone es un paradigma de lo que significa Lalo como hacedor cultural. Es una novela, pero también un complejo ensayo sobre la ciudad de San Juan y una memoria puntillosa sobre la vida en una neocolonia. La ficción parece disolverse en ese invento yanqui que es la no-ficción, para producir algo nuevo que es una prosa en la que todo es posible, un juego de espejos: la ficción de la no ficción.

Escribe Lalo en Simone: “Pienso en todas las veces que he leído o escrito el concepto ‘Puerto Rico’. Son miles, acaso decenas de miles de veces y, sin embargo, estas palabras apenas son leídas o escritas fuera de aquí; es más, son prácticamente desconocidas o sugieren imágenes muy débiles, que poco tienen que ver con lo que significan para mí estos vocablos. Pienso esto cuando leo, escribo, escucho ese nombre de país que más allá de sus fronteras (y acaso también dentro de ellas) significa tan poco. ¿Qué forma de silencio, o lo que es igual, qué forma de dolor es este?”.

Es una forma de dolor rebelde, a contrapelo. Una mujer china llamada Li es un personaje de Simone y es ese dolor. Exponer la teratogénesis de una nación que se autodefine como “Estado libre asociado” obliga a trabajar con el lenguaje y con la historia, a enderezar lo torcido, a buscar la verdad que suele ocultarse mostrándose. De Los países invisibles: “Puerto Rico vivió la globalización antes de que existiera el concepto y, por lo tanto, cuando era imposible pensarla. De ahí que la experimentara desde una suerte de mudez violenta, desde un Estado amordazado, con la crudeza de una turbia mezcla de industrialización, modernización y colonialismo”.

La obra de Eduardo Lalo enseña que hay vida y creación al margen e incluso a espaldas de los grandes centros de poder cultural, y que muchas veces sólo desde ese lugar se vuelve factible elaborar una praxis con preguntas capaces de confrontar la realidad. De Los países invisibles: ¿Son el País Vasco, Córcega o Quebec pueblos que buscan la libertad cuando legalmente son parte de un pueblo libre? ¿Puerto Rico es una colonia (y qué duda cabe de que lo es y lo ha sido siempre) cuando la gran mayoría de sus habitantes no luchan ni exigen su libertad? No se puede ver lo que la ley no ha nombrado. ¿No existe lo que el discurso mundialista no nombra? Quizá no”.

O quizá sí exista, Eduardo Lalo. En tal caso, vos serías una prueba de ello.

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