La elección del latino Marco Rubio como secretario de Estado a cargo de la política exterior estadounidense y del resistido expresidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) Mauricio Claver-Carone1 como enviado especial para América Latina sugieren que la atención de Donald Trump hacia la región estará mediada por los halcones.
El orden mundial que el presidente electo, Donald Trump, tendrá el deber de supervisar en nombre de Estados Unidos a partir del 20 de enero será el mismo que conoció el presidente Joe Biden al final de su mandato. Sin embargo, el nuevo presidente abordará los asuntos exteriores de una manera muy diferente a la de su antecesor: su preocupación por poner a “Estados Unidos primero” modificará profundamente las relaciones de Washington con el resto del mundo.
Mientras que el presidente Biden y sus asociados ven el mundo como un gran tablero de ajedrez, en el que bloques amigos y bloques hostiles buscan obtener ventajas geopolíticas en regiones en disputa, Trump considera que el planeta es un gran Monopoly, en el que múltiples rivales luchan por tener el control de bienes preciados, ya sea propiedades inmobiliarias, mercados o recursos. Durante el mandato de Biden, lo que primó fue la ideología: la “democracia”, el “respeto por el Estado de derecho” y la adhesión a los “valores occidentales” se suponían los cimientos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de otros sistemas de alianzas liderados por Estados Unidos. En cambio, con Trump, la política exterior debe regirse por la búsqueda desenfrenada de ventajas económicas y estratégicas.
El 6 de noviembre de 2024, en la red social X, el senador Marco Rubio, elegido por Trump para el cargo de secretario de Estado, publicó un resumen conciso de la visión del mundo del próximo presidente: “En la configuración actual de los asuntos mundiales, una política exterior responsable por parte de Estados Unidos no debe basarse en fantasías idealistas, sino en decisiones pragmáticas cuyo objetivo sea priorizar los intereses nacionales esenciales de Estados Unidos”. ¿Qué entiende exactamente el senador Rubio por “intereses nacionales esenciales”? Resulta difícil decirlo, ya que tanto él como Trump han hablado sobre el tema de formas diversas, incluso a veces mutuamente contradictorias. Sin embargo, se pueden deducir cuatro principios fundamentales: perpetuar la preeminencia mundial del país, contener a China, flexibilizar las alianzas y poner el acento en la extracción de recursos. Estos objetivos resumen la política exterior de la próxima gestión.
No serán neoconservadores, como en el primer mandato de Donald Trump, quienes estarán a cargo de implementar esta política, sino los fervientes conversos –como Rubio y el vicepresidente electo, James David Vance– al lema de la nueva versión de Trump: America First [Estados Unidos primero].
Desde su punto de vista, preservar la preeminencia global implica recuperar el rendimiento económico: con la globalización y el libre comercio, al trasladar actividades industriales esenciales al extranjero, se ha debilitado la economía nacional. Para ellos, la imposición de impuestos aduaneros exorbitantes logrará disminuir el volumen de importaciones –incluidas aquellas provenientes de países aliados y miembros de la OTAN– y con ello el país recuperará su dinamismo (durante su campaña, Trump declaró que las tasas aduaneras son “la cosa más linda que se ha inventado”).
Michael Klare, profesor en el Hampshire College, Amherst (Massachusetts). Autor de All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change, Metropolitan Books, Nueva York, 2019.
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Al momento de su designación al frente del BID, cinco expresidentes (el uruguayo Julio María Sanguinetti, el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el chileno Ricardo Lagos, el colombiano Juan Manuel Santos y el mexicano Ernesto Zedillo) firmaron una carta en la que indicaron que se estaba quebrando la norma “no escrita” de que dicha institución debía ser presidida por un latinoamericano. ↩