Es pertinente y necesario recordarlo en estos tiempos de dolor, cuando todo parece fundir a negro, como en las películas que contaban las historias que él escribía.
Tenía la costumbre de levantarse a las cuatro de la mañana y salir a caminar por los alrededores de su barrio en Tel Aviv, que a esas horas estaba casi desierto. Él prefería el kibutz donde había vivido buena parte de su vida, pero el destino acabó por llevarlo, ya veterano, a la ciudad “donde las luces son distintas”.
Tenía también la decencia de decir siempre lo que pensaba, escribirlo, discutir con quien fuera y en cualquier lugar, aunque siempre lo hacía con educación y respeto. Amos Oz, nacido con el apellido Klausner (Jerusalén, 1939 - Petaj Tivka, 2018), fue un escritor israelí que escribió en hebreo un puñado de novelas y cuentos que son una crónica apasionada de la vida en Israel, desde antes de su formación como Estado hasta bien avanzado el siglo XXI.
Sus novelas, y en especial su autobiografía, titulada Una historia de amor y oscuridad (2002), parecen adquirir con el tiempo más vigencia y son imprescindibles para comprender emocional e intelectualmente el carácter de los judíos y la actual deriva del propio Estado de Israel. Oz era un pacifista que olía a pólvora, hecho a los golpes y en batallas. Combatió en la Guerra de los Seis Días y también en Yom Kipur, aunque jamás se jactó de ello. Lo expresó de forma clara: “Nunca lucharía —prefiero ir a prisión— por más territorios. Nunca lucharía por un dormitorio de más para la nación. Nunca lucharía por lugares sagrados o por vistas a los santos lugares. Nunca lucharía por supuestos intereses nacionales. Pero lucharía y lucho como un demonio por la vida y la libertad. Por nada más”.
Opositor tenaz a los asentamientos judíos en Cisjordania, debió lidiar con la incomprensión y el rechazo de sus propios compatriotas, muchos de ellos sabras como él. Un escándalo se generó en Israel cuando Oz le envió Una historia de amor y oscuridad, con dedicatoria incluida, a Marwan Barghouti, un dirigente palestino prisionero en las cárceles israelíes, a quien el gobierno considera un terrorista de Fatah. A Oz lo calificaron de “traidor”, y él agradeció ese calificativo de los extremistas israelíes con humor: dijo que se sentía halagado por tal condecoración. Por cierto que Oz ha muerto, el libro se convirtió en película y Barghouti sigue preso en Israel. Está condenado a cinco cadenas perpetuas.
Otro escándalo sucedió, tras la muerte del escritor, cuando una de sus hijas publicó una autobiografía en la que acusaba a su padre de tratarla de niña con violencia y humillación. Los otros hijos y los nietos de Oz la desmintieron y a la vez la perdonaron. Para muchos fue un intento de desacreditar al pacifista y luchador que era Oz, un verdadero héroe cultural de la izquierda en el mundo.
Una de las facetas más interesantes de Oz como escritor se refleja en su sostenido interés por la literatura de los otros. Su libro La historia comienza (1999) es una pequeña colección de ensayos que son un verdadero compendio de lecciones magistrales sobre literatura y vida, divertidas y útiles para lectores y escritores. En él destripa los comienzos de libros trascendentes de Raymond Carver, Gabriel García Márquez, Fiódor Dostoievski y otros, y lo hace sin petulancia, casi como si fuera un juego: “¿Dónde empieza un relato como es debido? Todo principio de relato es siempre una especie de contrato entre escritor y lector”.
No cabe duda de que, con su muerte, la causa de la paz entre israelíes y palestinos perdió una voz potente y autorizada. Aunque ahí están sus libros, sus novelas, sus artículos en la prensa, que deberían ser releídos. En todos ellos aboga por la paz y el entendimiento a partir de la fórmula de los dos Estados, uno judío y otro palestino: “Debemos achicar la casa y hacer dos departamentos”. Esa solución, si en vida de Amos Oz parecía difícil de implementar, ahora con el terror de Hamas, las masacres israelíes del último año y la ruina de Gaza parece imposible. Vivimos y sufrimos una historia de amor y oscuridad que cada día se vuelve menos amorosa y más oscura.
Fernando Butazzoni, escritor y periodista.