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Ilustración: Horacio Guerriero

Hasta el mango

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Rafael Barrett (1876-1910)

Sería tarea imposible resumir en una página la azarosa vida, la obra, el pensamiento y la proyección de Rafael Barrett. La sola mención de su nombre completo ocupa varias líneas: Rafael Ángel Jorge Julián Barrett y Álvarez de Toledo, nacido en España y fallecido en Francia. Fue periodista, escritor, agitador cultural y social, rebelde en dos continentes, viajero y luchador, de ideas anarquistas y espíritu internacionalista. Nació en cuna de oro y murió de tuberculosis, indigente, en tierra extraña y a edad temprana.

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Es difícil atribuirle una patria, y eso por cierto que es un mérito del propio Barrett, de su visión internacionalista y de sus metidas de pata. Nació en Cantabria, hijo de un acaudalado inglés asentado en Santander y de una aristócrata española. De joven, tras participar en la bohemia madrileña y codearse con Ramón del Valle Inclán y otros figurones de la época, acabó repudiado por un incidente entre caballeros, que incluyó una “acusación” de homosexualidad y un fustazo en el rostro de un señorito lenguaraz. A raíz del escándalo emigró a Buenos Aires, donde un reto a duelo no aceptado y unos bastonazos que le propinó a la persona equivocada pusieron abrupto fin a su promisoria carrera periodística en Argentina.

Fue a dar a Paraguay, donde encontró quizá la inspiración, la veta de realismo y crueldad primitiva que necesitaba para escribir como él quería y luchar por la justicia social. Allí se enamoró de la asunceña Francisca López, se casó con ella, tuvo un hijo y halló un poco de paz.

Pero aquello duró poco. El golpe de Estado de 1908 acabó con Barrett en prisión, acusado de agitador. Luego fue expulsado del país. Llegó a Montevideo, ya enfermo de tuberculosis, trabó amistad con algunos intelectuales locales, se internó en el hospital Fermín Ferreira para tratar su mal y siguió colaborando con artículos en La Razón. Firmaba con sus iniciales: R.B.

Agravada la tisis, embarcó rumbo a Europa en busca de una cura y acabó en París. Sus últimos tiempos los pasó en la pobreza, en parte por su carácter altanero y también porque se había ganado muchos enemigos poderosos a ambos lados del Atlántico.

Un posible autorretrato se puede leer en el cuento “El bohemio”, que comienza con un espléndido escaneo psicológico del protagonista: “El espectáculo de su propia vida no le bastaba nunca. La lucha cuerpo a cuerpo con el hambre y el frío no le parecía menos épica que la lucha contra la envidia olfateada bajo la amistad. Paseaba con orgullo su sombrero grasiento y sus miradas furiosas”.

Su vida fue de ideales, peleas y aventuras. Su obra es una fuente continua de hondura y fineza, sin perder la estirpe combativa y de denuncia. Los textos reunidos en Lo que son los yerbales y El dolor paraguayo (ambos libros publicados en Montevideo en 1910 y 1911) contienen notables crónicas literarias sobre los mensú, los peones rurales que trabajaban bajo un régimen de esclavitud, amparado y propiciado por el gobierno de aquel país.

También escribió cuentos de gran calidad, algunos de ellos agrupados después bajo el título genérico de Cuentos breves. Jorge Luis Borges lo admiraba sin retaceos y llegó a escribir que Mirando vivir “es un libro genial cuya lectura me ha consolado”. José Enrique Rodó le señalaba en una carta abierta: “Ha enaltecido usted la crónica, sin quitarle amenidad ni sencillez. La ha dignificado por el pensamiento, por la sensibilidad y por el estilo”. Carlos Vaz Ferreira lo tuvo por “hombre bueno, honrado y heroico”. Y Augusto Roa Bastos lo consideró “el fundador de la cultura paraguaya contemporánea”.

Un epifonema publicado de manera póstuma resume la visión del escritor sobre la utopía y las relaciones de poder en la sociedad: “En uno de mis viajes lejanos, descubrí una isla. De vuelta, visité a un célebre geógrafo. Me oyó, consultó largamente libros y planos, y me dijo: la isla que usted ha descubierto no existe. No está en el mapa”.

También debe decirse que muchos intelectuales lo tenían por un loco peligroso del que había que alejarse. Y ponían como ejemplo una de sus citas radicales: “¡Pluma mía, clávate hasta el mango!”. Y así mismo fue, su pluma llegó a miles de corazones. La más notoria prueba de ello lleva el nombre de una de sus nietas, Soledad Barrett, militante revolucionaria que vivió un tiempo exiliada en Uruguay y que fue asesinada y desaparecida en 1977 por la dictadura brasileña.

Fernando Butazzoni, periodista y escritor.

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