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Foto: archivo personal de Cassandro

Bendita lucha, nunca te acabes

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Su nombre de guerra en el ring es Cassandro, aunque muchos lo llaman “el Liberace de la lucha libre”. El mexicano Saúl Armendáriz pelea no sólo por la victoria, sino por el lugar de la comunidad LGTBIQ en el espectáculo que eligió como modo de vida. La historia de un “exótico”.

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La tempestad, el infierno y luego la paz. Cuando Saúl Armendáriz sintió que todo estaba perdido, fueron su fe y su propia voluntad las que lo empujaron a renacer. Esta es una historia de emociones. Una historia de esas que tienen giros, dramas y vuelo, mucho vuelo. “Todo lo que me he ganado fue a pulso, lágrimas y sangre”, dice Saúl, que es también Cassandro el Exótico, que es también uno de los grandes campeones de la lucha libre mexicana. “Bendita lucha, nunca te acabes”, reza cada día.

En América Latina, y concretamente en México, la comunidad LGTBIQ estuvo postergada durante mucho tiempo. Fue en los últimos años que algunas de sus preocupaciones han logrado meterse en ciertos ámbitos populares en los que antes casi no tenían cabida. Por caso, la lucha libre, que en México es el deporte de las masas, tal vez más que el fútbol.

“Puto” es el grito que caía desde las gradas. “Puto” era el puñal que se clavaba como una estaca. Desde la década del 40 existe un estilo de luchadores que llaman la atención por sus colores, sus modos y su desparpajo. Se llaman “exóticos” y representan a la comunidad LGTBIQ dentro de la lucha libre. A la sazón, Cassandro el Exótico es uno de ellos, el mejor de todos.

Con una infancia compleja (hubo abusos y llantos, hubo un despertar sexual diverso) y una adultez llena de vaivenes (luces y sombras, bendita y maldita lucha), Saúl y Cassandro conviven hace 48 años en este cuerpo retacón, ancho, de cuero hirsuto, de aires glamorosos y estampa potente. Detrás de sus ojos sensibles pero irremediablemente ganadores, cientos de batallas llevadas arriba de un cuadrilátero y otras tantas embestidas debajo. Piruetas, llaves, golpes.

En 1992 Cassandro se convirtió en el primer luchador exótico en ser coronado en un campeonato de lucha libre, el Mundial Ligero de la Asociación Universal de la Lucha (UWA, Universal Wrestling Association). Sin embargo, ese éxito lo empujó a un camino sinuoso con pistas de drogas y alcohol. Cassandro tocó fondo pero también tomó envión: no sólo salió de ese tormento sino que volvió a la cima del deporte. En Londres obtuvo el Campeonato Mundial de Peso Wélter de la Alianza Nacional de Lucha Libre Profesional (NWA, National Wrestling Alliance).

Por estos días Cassandro vive su verdadera etapa de oro: está escribiendo un libro sobre su vida, se viene una ficción protagonizada por uno de los más talentosos actores mexicanos de los últimos 20 años y hasta se dio el lujo de estrenar su propio documental en Cannes. Todavía hay Cassandro para rato.

—¿Cómo decidiste ser un luchador profesional?

—Nunca pensé en ser luchador, pero siempre fui un fanático de la lucha libre mexicana. Primero por las películas y luego aquí, en Ciudad Juárez, iba a los eventos, pero lo que más me llamó la atención fue encontrarme con que mis héroes eran de carne y hueso, no eran caricaturas ni héroes que no podía tocar. Eso me encantó y aquí estoy 30 años después: Cassandro ha hecho historia en la bendita lucha libre mexicana.

Foto: archivo personal de Cassandro

—¿Qué es un “exótico”?

—Nosotros los homosexuales tenemos un grupo de luchadores diversos conocido como “los exóticos”. No todos los exóticos son homosexuales, la mayoría sí, y hoy en día tenemos transexuales en nuestro bando. Como hay bando rudo, técnico, están los minis, están las mujeres y estamos los exóticos. En realidad Pimpinela Escarlata y yo nos hemos partido la gota para dejar el nombre de los exóticos con respeto y dignidad, y ya no ser la burla ni el rechazo de los fanáticos. Eso nos lo hemos ganado con buena lucha libre, porque a pesar de que somos homosexuales y nos mostramos con todo el glamur, arriba del ring somos muy buenos luchadores. No por nada fui el primer campeón mundial, he roto muchas barreras. En Cannes se acaba de presentar Cassandro el Exótico, mi documental; he luchado en el UWA, luché en muchos países y me lo he ganado a pulso.

—¿Siempre quisiste ser un exótico o en algún momento preferiste ser un enmascarado como El Santo, Blue Demon o Rey Misterio?

—Yo empecé enmascarado, en 1987, y mi primer nombre fue Míster Romano. Ese nombre me lo dio Miguel Ángel López, Rey Misterio Sr., y me lo dio porque yo tenía miedo al público. Me dijo: “Ponte una máscara”. Empecé a luchar con máscara y en menos de seis meses ya no la aguantaba. Entonces dije: “Yo ya me voy a quedar como yo soy”, porque de todas maneras la gente me gritaba groserías. En 1988 en México estaba la novela Rosa salvaje y me pusieron así, Rosa Salvaje: con ese nombre debuté como exótico. Yo sabía que no iba a hacer carrera como Rosa Salvaje, así que mis maestros y yo elegimos el nombre Cassandro. Tuve una infancia con muchos abusos: sexuales, verbales, mentales, físicos, y la historia de Cassandra dice que era una vedete que hacía mucho dinero con políticos y con eso hacía refugios para las mujeres. Entonces dije: “Yo voy a ser Cassandro, por mi comunidad y por mi género”.

—¿Cómo fue tu experiencia luchando por fuera de México, en países como Japón y Estados Unidos?

—Son experiencias únicas, porque nunca pensé que un niño como yo pudiera salir al mundo. He conocido muchos países, he estado en Japón varias veces, he estado en Europa unas 26 veces, estuve en Australia, en Estados Unidos. Por algo me llaman “el embajador de la lucha libre” o “el Liberace de la lucha libre”, porque gracias a Dios me ha ido muy bien y me he sabido hacer respetar ante un gremio machista. Entonces, en otros países me acogen, me apapachan, me besan. Tengo una conexión con los fanáticos que no cualquiera la tiene. No conozco a todos en persona, pero a través de las redes sociales uno se conecta con esa gente. Soy una persona muy espiritual y muy religiosa, entonces todo eso me ayuda a hacer mi brillo, a que nadie me lo pueda opacar, porque me ha costado mucho ser el mejor exótico a nivel mundial.

—Tu militancia es también con el cuerpo, ¿cómo impactan los exóticos en lo social? ¿Cuál es el verdadero cambio instalado por ustedes?

—Es que el amor mata todo. El amor por uno mismo, por mi género y por mi sexualidad es más grande que un homofóbico, que un machista. Yo no entendía su manera de pensar y me propuse luchar contra viento y marea, contra mis propios compañeros que me golpearon y me insultaron. Además, muchas veces batallaba conmigo mismo. La dualidad entre Saúl y Cassandro es complicada, y después de 30 años de luchador es encontrarme yo mismo. Entonces, no se me olvida todo el dolor que tuve que pasar para estar en este momento hablando. Yo uso mi plataforma, que es la lucha libre, para ayudar a mi comunidad. Ya viene la película, ya está el libro, vienen muchas cosas nuevas, y bueno, hay Cassandro para mucho, todavía no me rindo.

—Tu carrera y tu propia vida han tenido altibajos, como las de cualquier persona, pero siendo una figura pública quizás tu historia se conoce un poco más. Estuviste en el infierno y lograste salir. Ahora bien, ¿cómo se hace? ¿Y qué les dirías a las personas que están atravesando ahora mismo un período en el infierno?

—Que ahora hay mucha comprensión, que hay mucho respeto por las adicciones, por los traumas. Siento mucho el dolor de la gente que sufre en silencio; yo sufrí y aprendí a llorar por dentro, porque no podía llorar por fuera porque me iban a dar una golpiza o me iban a abusar sexualmente otra vez. Si eres alguien que está batallando, puedes parar de sufrir. Encuentra tu camino. Se dice que la sanación está dentro de nosotros, el amor que buscamos en otros lugares y en las cosas está en nuestro corazón, no en lo demás. Eso es lo que yo quiero darle a todo aquel que sufre de un trauma, de un dolor, de un rechazo. Seas hombre, seas mujer, seas transgénero, seas blanco, seas negro. En estos tiempos ya podemos ser más parte de la solución que del problema, porque la solución fue lo que más me ha costado: mantenerme limpio de drogas y alcohol, pero encontrarme limpio y sanarme yo es algo de lo más fuerte que he pasado. Me dijeron: “No eres único ni eres el único que está sufriendo”. Entonces tenemos que cruzar esos puentes, esas barreras y preguntarnos, por ejemplo, ¿qué es lo que me hace a mí consumir? ¿Qué es lo que me hace a mí ser víctima de algo? ¿Qué es lo que me hace a mí ser protagonista de un abuso? ¿Qué es lo que me hace ser protagonista de todas esas cosas negativas? El no querer enfrentarse a uno mismo, el querer tapar todos esos sentimientos con comida, con sexo, con droga, con lucha libre, con ejercicio. Ya no puedo darme ese lujo, ahora soy el que debe enfrentarse a sí mismo. Yo convivo con Saúl, yo soy el que se levanta y tiene que verse en el espejo, el que tiene que decir: “Bueno, ya pasé por mucho, ya deja de latigarte. Ahora, Cassandro, ámate como nadie te ha amado”. Y yo me tengo que amar desde ese amor propio en vez de darle el poder al infierno de las adicciones y de muchas cosas más. Siempre creo que Dios tiene un propósito para todo, y para mí ser gay es un regalo de Dios tan grande que por algo me escogió a mí, para sufrir o no para sufrir, pero para ser el mensajero. A alguien le va a servir el mensaje. Hoy no tenemos por qué matarnos, por qué suicidarnos, hoy no tenemos por qué darnos un balazo en la frente, hoy no. Ya no. Ya ríndete. Yo levanto las manos porque me rindo.

Foto: archivo personal de Cassandro

—Tenés 48 años y una tremenda exigencia física producto de las luchas. ¿Te sigue respondiendo el cuerpo?

—Sí, hay Cassandro para rato. No sé si es mi ego el que habla o mi arrogancia, pero sí sé que no me voy a rendir. Estoy cumpliendo 30 años en la bendita lucha libre, tengo ocho cirugías, tres en cada pierna, tengo una placa con 12 clavos en la izquierda, tres cirugías de ligamentos en la derecha, meniscos y cruzados, he estado paralítico 15 días, he estado hospitalizado ocho veces por convulsiones cerebrales, he comprado mis dientes tres veces, tengo una cirugía de tres cortadas en mi mano por el daño cervical que tengo, batallo con mi cuerpo por moverme en las mañanas para empezar con mis actividades. Cuando empecé en la lucha libre no me di cuenta y tampoco pensé que iba a sacrificar mi cuerpo por algo, pero ya es tiempo de sanar. He sanado bastante, pero todavía tengo trabajo que hacer, tengo que enseñarle a los exóticos cómo ser respetuosos; 30 años batallando con mi compañero Pimpinela Escarlata para que vengan exóticos a mostrar las nalgas y se acabe todo.

—¿Cómo continúa tu legado y el de los exóticos?

—No sé cuál será mi legado. Lo que sí sé es que he hecho muchas cosas que no pensaba y que no se nos daban al gremio de los exóticos. Y he puesto en evidencia que sí se puede. Cuando uno quiere dar batalla, quiere pelear y ser alguien en un negocio, sí se puede. Entonces para mí todavía quedan muchas cosas para hacer, que las sigo haciendo: sigo defendiendo a la comunidad LGBTIQ, voy a seguir preparando a gente nueva, a nuevos luchadores, pero más que nada trabajaré con mi gremio, con los exóticos y con los homosexuales.

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