Parada de ómnibus frente al Lago Baikal en la entrada al pueblo de Listvianka, al sur de Siberia. Es el depósito de agua dulce en superficie más grande de la Tierra.
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Tras varios viajes, el fotógrafo francés Didier Bizet cree haber dado con la esencia de Rusia. Su trabajo dialoga con el del historiador Bruno Groppo, que empieza unas páginas más adelante.
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Rusia es casi un continente, y también un país multiétnico en el que se hablan más de 100 idiomas. No exactamente occidental y mucho más que eslava, Rusia intriga y fascina. Detrás de las cúpulas doradas, la belleza de la gente y el vodka festivo, el alma rusa no es fácil de captar, pero el exotismo te hace volver una y otra vez.
Al cruzar las ciudades de los zares, las regiones de Tataristán, Udmurtia y los Urales, encontré una Rusia melancólica, caótica, áspera, ruinosa, que en las afueras de Moscú parece casi desierta. La melancolía es como la sangre para los rusos, su forma de vida, de mirar, de pensar. Al atravesar el país, uno entiende que la melancolía es el color de Rusia.
Antes de definir o de juzgar a este imperio, hay que conocer a sus habitantes. Nos ofrecerán una parte de sí y al culminar el viaje no sabremos por qué pero nos habrá agradado y al menos nuestra memoria estará llena de melancolía.
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