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Vehículo de la patrulla fronteriza de San Diego, Estados Unidos, visto desde Tijuana, en el lado mexicano. Foto: Matilde Campodónico

Diles que no me maten

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Las periodistas uruguayas Nausícaa Palomeque y Matilde Campodónico estuvieron en Ciudad de México y Tijuana buscando retratar y dar voz a los migrantes, con el apoyo de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung. Emergieron historias de huida de la Mara Salvatrucha salvadoreña, de migrantes de Guatemala y también de desplazados del interior de México. Aquí, cuatro perfiles en primera persona.

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Frontera entre México y Estados Unidos a la altura de Tijuana, México.

Nancy

Tengo un par de sandalias, y si hace frío pues ni modo, tengo un par de medias. No me gusta andar descalza, pero a veces las sandalias tienen un poco de olor y las pongo a secar un rato.

Tengo tres pantalones; dos me los regalaron, el otro lo compré en una tienda. Es un pantalón de mezclilla azul oscuro, me costó ocho dólares. Tengo tres bombachas y tres sostenes. Tengo un suéter de lana, me lo regalaron acá en el albergue. Maquillaje no. Me gusta, pero no, nada más tengo desodorante.

Con mi niña traigo un poquito más. Melany tiene cuatro pantalones, tres camisas, dos pares de medias, tres bombachas. No tiene suéter, yo le comparto el mío cuando tiene frío.

El chiquito tiene dos pantalones, uno de mezclilla y uno para dormir. Me pagan por ayudar en la cocina aquí en el albergue, 15 dólares por semana; con eso compro pañales.

Mi esposo no tiene nada: nada más un pantalón, dos shorts y dos camisas.

Estoy en México desde 2011. Soy de El Salvador.

***

En 2009 mataron a mi tía Luisa, de 46 años, a mi primo Carlos, de 22, y a mi primo Roberto, de 18.

Mi tío es panadero. La mara le había pedido la renta. Le dijeron que tenía que pagar 60 dólares diarios por trabajar en esa zona y él dijo que no. Siempre fue muy descuidado. Bueno, ya te avisamos, dicen que le dijeron. Pasaron cuatro, cinco días.

Mi tía iba con sus hijos con el canasto de pan, dicen que iban ellos tres y que les salieron al paso. Y al primero que mataron fue a mi primo.

Dicen que le llenaron la cara de balas.

Iban sobre el otro muchacho, que sale corriendo. Mi tía se les atraviesa y dicen que le pegaron como tres balazos.

Y luego alcanzaron a mi otro primo.

Mi tío quedó asustado, se quedó solo con mi prima de 14 años y empezó a pagar la renta. La mara se va sobre los seres queridos, ellos dejan vivir a la cabeza de la familia, no pueden matar a quien los va a proveer.

Llegan a la casa y usted los tiene que dejar pasar. Entran como su amigo, se sientan, a veces ni llevan armas, dicen necesitamos combatir a la papa —así le decimos allá a la Policía—, necesitamos armas, necesitamos que cada compañero ande armado. Ahora necesitamos que tú entregues tanto dinero. A veces hasta mandan niños.

O lo entregas o lo entregas. Porque o desaparece tu hermano o desaparece tu primo o desaparece tu mamá o desaparece tu hijo. ¿Algo a cambio?

Nada.

Pues la vida.

A los tres meses degollaron a otro primo.

***

Yo tenía siete años cuando empecé a cuidar a mis hermanos.

A mi papá no le gustaba que saliera de la puerta para afuera, ni que fuera a la casa de mi abuela, que era en el mismo terreno. El piso tenía que estar bien limpio, los libros sin polvo, el patio regado para que no levantara polvo. Mi padre no quería polvo.

Salía 12.30 de la escuela. Me tardaba 15 minutos. ¿Para dónde agarraste? ¿Qué hiciste? A veces me asustaba mucho. Los maestros nos pedían tareas, nos pedían copias de la página tal a tal, esperaba el turno y miraba la hora y miraba la hora. Y los minutos iban pasando y se me hacía más tarde, ¡híjole!, a veces no había trabajo para él y estaba en la casa y no me dejaba ni explicarle y estaba ahí, esperándome con el cincho.

A mi mamá también la golpeaba y la engañaba.

Mi mamá dejó de ser amorosa.

***

Conocí a Daniel el último año de bachillerato, yo tenía 18 años, él también. Él se fue a Estados Unidos y yo me quedé embarazada.

Mi papá quería un varón y compré todo de varón. Yo también quería que fuera varón, mi papá decía que los varones no decepcionaban.

Melany nació el 18 de febrero de 2005, a las siete de la noche.

***

Trabajé en una fábrica de camisas y ahorré. Estaba sola, pero no me avergonzaba porque me sentía muy contenta con mi niña, disfruté mucho estar con ella en ese tiempo.

Un día un amigo me dijo que Daniel había vuelto, que lo habían deportado de Filadelfia.

Hacía dos años que no lo veía, en dos años nunca se comunicó, nunca se interesó.

Lo esperé.

Lo esperé.

Lo esperé.

Yo quería que mi niña conociera a su padre.

Pasaron como tres meses y un día en el descanso del trabajo lo llamé.

***

Ya hace 11 años que estamos juntos. Gracias a Dios tenemos tres niños hermosos y él se preocupa mucho por nosotros. Pero a la niña le costó mucho la relación con su padre, incluso hoy, de grande, casi no lo abraza.

No me golpea, pero duelen las ofensas, para qué le miento.

También le quiero contar esto: ese día que lo llamé quizás yo podría haber cambiado las cosas. Quizás hubiera dicho no. A lo mejor, quizás, nunca hubiera salido de mi país. Pero le dije que sí.

Siempre lo he seguido.

***

Allá en El Salvador el comercio del pan se mueve bastante bien. Decidimos comprar un horno y poner una panadería. Un primo de Daniel nos mandó dinero desde Estados Unidos para el horno y las herramientas, y su madre los dólares para la bicicleta. Mi hermano nos enseñó a hacer el pan, empezó a salir muy bonito, a la gente le gustaba.

Daniel iba a vender en su bicicleta casa por casa. El primer día no vende nada, era una ruta que ya tenía sus clientes. Al siguiente día hace su propia ruta y empieza a funcionar. Y cuando llega a un punto de casas marginales mucha gente empieza a comprar pan. Y uno de los jefes sale a esperarlo. Aquí puedes venir a vender tranquilamente, pero te vamos a rentar. Daniel le dice está bien.

¿Y ahora qué hacemos? Sólo íbamos a trabajar para ellos. Treinta dólares por día la renta, trabajar y trabajar y trabajar sólo para ellos. Y a cada rato mirando la televisión, que había muchos asesinatos a los panaderos, que el hijo muerto, que la hija violada y mutilada, que sacaban a los niños de las escuelas, que los llevaban y los reclutaban. ¿Denunciar? No.

En El Salvador usted nunca se va a sentir protegido por la Policía.

Daniel me dice voy a hacer pan, voy a ir a vender, pero empieza a ver cómo vendemos todo.

¿Y yo cómo le hago en un país tan pobre?

¿Quién con 500 dólares de la noche a la mañana? Se me ocurrió hacer un aviso, puse mi número en un cartón, que vendía un horno, y lo colgué en un centro educativo donde enseñan cocina. Y esa misma noche me hablan y al siguiente llega la muchacha y sube todo: el horno, las latas, los clavijeros, la mesa de trabajo. Todo por 500 dólares. Me dolió mucho, porque nos estaba yendo bien.

Eso fue un martes, y ya para el siguiente día empezamos a sacar las actas de nacimiento y los boletos. Y el jueves salía el camión para Tecún Umán, la frontera de Guatemala con México.

Me despedí nada más de mi hermana, de mi cuñado y de su niño. Fue muy triste.

Al día siguiente por la mañana mi papá me habló por teléfono. No pues, yo no quería contestar. ¿Y para dónde vas? Pero ¿qué pasa, por qué se van a ir?

Nos han rentado los pandilleros.

Y se puso a llorar.

Y me pasó a mi mamá. Y déjame a la niña. Discúlpame, mami, no te puedo dejar a la niña, no quiero dejar a nadie. Me voy a ir. Los quiero mucho.

Cuídese, me dijo. Y ya.

De los demás no me pude despedir.

***

Sentía que me subía a un autobús normal, pero ya cuando vi que iba dejando mi volcán...

Los cerros que yo miraba todos los días.

Los cerros. Los lagos.

Al principio nos costó mucho, vivíamos solos en un cuarto, no salía trabajo, no sabíamos bien cómo buscar.

Es difícil tener un niño pequeño migrando. Cuando son niños pequeños sufres mucho, porque si uno no tiene nada que darles de comer ellos no entienden, siempre te piden, como sea. Y no tienes a quién pedirle. Yo salía a mirar los árboles buscando limones para hacerles una limonada. Todavía me siento así, no sé para dónde voy.

***

Quiero decir esto: mi vida ha sido bien inestable.

A mi país ya no puedo regresar.

El año pasado mataron a mi cuñado.

Mis padres son muy viejitos.

Dicen que fue la mara.

Nunca más los vi.

***

Esta Biblia me la regalaron en Monterrey unas muchachas que iban tocando casa por casa. Leemos antes de acostarnos.

No toda la gente piensa que hay un ser que a lo mejor te está cuidando. En momentos difíciles te saca adelante.

Me gusta el salmo 23. ¿Quiere que lo lea?

Aunque ande en valle de sombra profunda no temo nada malo, porque tú estás conmigo. A mi marido siempre le ha gustado que esté abierta la Biblia, le gusta que los niños la lean. Yo les digo que lean el versículo que quieran.

Juan

En el momento que me reclutaron también captaron a un niño de nueve, a otro de 12 y a otro de 17. Yo tenía 13.

***

Soy de una colonia de San Salvador. Ahí vivían mi tía, mi mamá, mis dos hermanos y mi abuelo. A mi papá lo conozco, él sigue en El Salvador. Nunca nos ayudó en nada, no tengo vínculo con él ni su apellido. Él es bien violento.

Vivíamos en una casa de láminas un poco pequeña: cabían las dos camas, la cocina, un cajón para guardar ropa. Una sola habitación.

La colonia son parcelas al final de la ciudad, unas 25 cuadras para adentro, y otras 25 haciendo un círculo. Hay bastantes pasajes en todas partes y una sola entrada. Da contra un barranco, con arroyo y árboles.

De mañana iba a ayudar a mi mamá a trabajar, vendíamos embutidos en el mercado. Íbamos con una carreta. Después iba a la escuela.

Cuando tenía nueve años nació mi hermana y dejé de estudiar, estaba en tercer grado de primaria. No se podía hacer las dos cosas. Mamá trabajaba todo el día y yo tenía que cuidar a mi hermana: la cambiaba, la bañaba, lavaba los platos, hacía la limpieza. Mi hermano más chico empezó a ir a trabajar con mi mamá, o sea que ya no tuve oportunidad de ir a la escuela. Era como el hombre de la casa.

Aprendí a leer y a escribir, pero hace bastante que no lo hago y ahora me cuesta. Soy lento escribiendo y la letra me sale toda chueca. No puedo leer corrido, me tardo mucho. ¿Las cuentas? Puedo sumar bastante bien; cuando andaba en el mercado para dar los cambios tuve que aprender. Multiplicar no mucho. ¿Dividir sería cómo? Más o menos. No sé las tablas.

Después traté de volver a la escuela pero me daba pena, yo era el único grande.

***

Ellos veían que yo estaba solo y me iban a buscar. Mi mamá se pasaba trabajando. Les decía que mi mamá me iba a regañar y ellos que si no iba a hacer las cosas, que iban a matar a mi mamá. La verdad que no quería, pero tampoco me podía negar. Yo había visto varias cosas; la gente que no hace lo que se le pide amanece muerta.

Mi madre me decía que le dijéramos a la Policía, yo le decía que no. La Policía les cuenta. Tienen policías comprados. Tienen comunicación por todos lados.

***

La primera vez me pidieron que fuera a comprar tres cajas de cerveza, que dijera que las quería para un jefe, y mandaron a uno de ellos conmigo.

Después que dejara un celular en una cancha de fútbol que queda a nueve cuadras de mi casa; el teléfono tenía de perfil MS, Mara Salvatrucha, en la pantalla.

Me agarró la Policía y me empezaron a hacer preguntas. Me pusieron las esposas, me subieron a la patrulla y me pegaron con un cincho de cuero, que quién me había mandado a dejar el teléfono, que se los desbloqueara... Después me metieron a la pila con agua y me dieron choques eléctricos.

La Policía me tenía amenazado y la mara también.

¿A quién le temo más?

A la mara.

Porque la mara conoce a toda mi familia en la colonia.

***

A mi madre le dije que hiciera como si nunca me hubiera tenido. La pasó muy mal, lo sé. Se ponía a llorar, que no me fuera. Pero o la tenía viva o la tenía muerta.

Me fui de casa, le tiraba dinero por debajo de la puerta o se lo daba a mi hermano.

***

Trece minutos dándote patadas. Cuando te toca eso es que ya estás adentro, ya eres uno. Te pegan con todo, se te tiran, primero diez, después diez más. Pasé una semana todo dolorido, pero cuando ya te han brincado no puedes decir “me voy a acostar a mi cama” o “voy al hospital”, es andar en la calle siempre y a la hora que te digan.

Cada colonia tiene su jefe y a los jefes cabales los conozco por la tele. Están en cárceles de máxima seguridad, pero es como estar en sus casas; hasta mujer tienen allí dentro.

***

La mara es extorsión, homicidio, secuestro y venta de marihuana. No nos metemos con el narcotráfico, los que trafican son cabales traficantes.

A mí me tocaba ir a amenazar.

***

La verdad que yo no quería matar.

Me mandaron con otro. Le digo al otro: “Matalos vos”. Los de la 18 se habían pasado a nuestro lugar. Yo llevaba una 38, los de la 18 estaban en un barranco y venían subiendo. Le disparaban al primero que vieran en la colonia. Ellos habían ido a buscarnos a nosotros, tenían que matar a uno de la MS, nadie en específico.

Yo llevaba una 38.

Era de día.

En la mano llevaba el arma.

Vi que eran bastantes; si no los mato yo, me van a matar ellos.

Estaban como a 20 metros. Estaba lleno de árboles y había un barranco.

Se me aceleró bastante el corazón y sentí el cuerpo bien pesado.

Comencé a disparar a lo loco al aire.

Me disparaban.

El que fue conmigo mató a tres.

Lo ascendieron. Cuanto más violento, más respeto.

A las tres muertes que llevas te ascienden y te tienes que tatuar.

Me dijo que no les iba a decir a los jefes, que si le preguntaban iba a decir que yo había fallado en la puntería. Y escondimos las armas.

La verdad que yo no los quería matar. No le han hecho nada a mi familia. ¿Para qué voy a matar a alguien si no se ha metido con mi familia? Nada más que por gusto.

***

Viví con mi padre hasta los cinco años, mi mamá me cuenta que él me daba la pistola y me la metía en el bolso del short y así me andaba en la calle. Tengo pocos recuerdos. Me gustaba ir con el machete a cortar el monte con él.

Me gustan las películas con luchas con espadas y machetes.

Me gustan los machetes.

Si un día tuviera que matar, lo haría con un machete.

¿Violento? Es que allá nada es violento, todo es normal.

***

Me decidí a salir porque el tiempo que anduve ahí ya me habían pegado mucho.

Cada vez que no mataba me golpeaban.

Fui al médico, me dijo que mis golpes eran internos, que ya no podía andar corriendo, tenía fracturas, tosía mucho, con sangre. Le dije que me había caído jugando pelota, no me creyó.

Me trató bien, me dio bastante medicina, me dijo que me podían ayudar. Me dio el número de una organización de derechos humanos y yo se lo di a mi mamá para que llamara.

O hablaba o me metían preso, y en la cárcel me iban a matar.

Hablé con la Policía y con la Fiscalía y arreglamos que iban a fingir que me detenían. Nos sacaron esposados, a mi abuelo, a mi madre, como delincuentes. Nos ayudaron a salir de la colonia, y a mis hermanos chicos. Y después un boleto en camión hasta Guatemala.

***

Antes de venirme lo vi. Mi papá es alto, cuando lo vi tuve que mirar para arriba. Creo que mide dos metros. Mi tía me dio su número. Le marqué. La última vez que lo había visto tenía 11 años, ahora tengo 15. No tenía fotos de él, no me acordaba, nada me acordaba ya, ni de la cara.

Supe que era él cuando habló, recordé su voz.

Cuando lo vi me vinieron a la cabeza varias cosas que habían pasado. Sentí algo bien raro, quedé entre triste y enojado a la vez. Sentí algo muy feo. Siempre lo traté bien, él quería que le dijera papá, pero esa palabra nunca me salió. No quería.

Hablé con él de nuevo cuando yo ya estaba en Guatemala, le dije que me ayudara a traerla a ella. Él cruzó la frontera varias veces. Le dije le voy a dar lo poquito que tengo, hágame el favor. Me decía está bueno, está bueno. Y cuando le marcaba, tenía apagado el teléfono.

Yo creo que ni se acuerda de mí de tanto hijo que tiene.

***

Me vine como refugiado. No armé ni un bolso. Todo lo que había hecho, los zapatos que había comprado, la ropa, ya no tenía oportunidad de ir a buscarlo a la casa donde estaba. Y a mi novia sólo un beso, porque estaba esposado. Está embarazada. Adiós, le dije. Ella lloraba, nadie sabía, sólo mi madre y mi abuelo.

Ahora sí ya sabe que estoy aquí.

***

Acá estuve trabajando con mamá, puliendo pisos, lijando con ácido muriático sin guantes ni mascarilla; te rompe los dedos, te molesta, hay que hacerlo rápido. Te pagan lo que quieren. Vaya, aquí está lo que has trabajado y ya está. Veinte dólares por el trabajo de toda la semana. ¿Papeles? No, sin papeles.

De noche mamá se pasa buscando trabajo en Google.

Me quiero comprar zapatos, los que tengo están muy desgastados. Lo que quiero es trabajar, tener mi casa, mi carro, comprar mi ropa y vivir tranquilo. Y que venga ella.

Milady

Mi madre se fue a Estados Unidos cuando yo tenía cuatro años. Dijo que iba a mandar dinero, mandaba una vez al mes y después ya no lo siguió haciendo.

Y se fue olvidando.

Y así fuimos creciendo.

Dejó dos hijos con mi papá, y a mí y a mi otro hermanito con otra gente, eran conocidos nomás.

Nosotros somos 15 hermanos.

Cuatro en Guatemala, 11 en Estados Unidos.

Soy de La Libertad, El Petén, en Guatemala.

Yo soy la hija mujer mayor. Tengo tres niños, de nueve, siete y cuatro años. Yo tengo 26. Mi madre tiene 49. Imagínese, 49 años y todavía está criando a la última, de seis meses.

En Guatemala yo lavaba y planchaba, hacía limpiezas, trapeaba.

Mi madre me dijo que intentara llegar a Estados Unidos. Que vente, que vente, que Migración le dije. Y nos agarró Migración.

Quince días encerradas mi hermana y yo.

Mi hermana pasó, pero a mí me devolvieron.

Me metieron en un camión y me mandaron sola a Guatemala.

Me gustaría tener una casita, pobremente.

Hace tres meses salí por segunda vez.

Llegué a Guanajuato, aquí en México.

Y otra vez me agarraron.

Yo limpiaba en una casa. Cuando entraba la nochecita me iba a un cuarto que me habían conseguido. Pero me denunciaron y llegó la Policía.

Y yo les dije quiero trabajar para darles de comer a mis hijos.

Me arrestaron y me llevaron a una estación migrante.

Y ahí espera uno, como un mes.

¿Usted conoció a mis niños?

Es un lugar donde lo tienen encerrado a uno.

Tienes tu cuarto para dormir con tus hijos.

Cuando llega más gente compartes la habitación, los hombres en otra.

Estaba bonita. Como un hotel. Tiene su sala, están la televisión y los sofás.

A veces la comida es cruda.

¿Las reglas? No entrar agujetas ni cordones de zapatos, le sacan los cordones a uno para que no se ahorque. No entrar pinzas ni hilos para bordar ni maquillaje ni botes de champú. No le daban a uno ni siquiera el paquetito de la medicación. Sólo la pastilla.

Así como entramos ya nunca más volvimos a salir.

Arriba de la terraza están las casitas de la Policía, muchas puertas con llave y un guardia en la puerta. Los policías andaban atrás de nosotros, no salíamos, sólo se sale a un patio, era bonito. ¿Le parece un encierro?

Pues es un encierro sí, pero uno se sentía bien porque lo cuidaban hasta de noche.

Imagínese que alguien le quisiera hacer daño a uno.

Ya no lo haría.

***

Viví en el campo hasta los 11 años. Me levantaban a las cuatro de la mañana, que fuera a traer leña, cosas para comer; en los ríos dejaban ir muchas sandías, ve a traer sandía me decía la señora.

Yo quería ir a la escuela.

Hoy me sirviera mucho.

Tan siquiera leer o escribir, para trabajar en una tienda.

Yo sólo pongo la huella.

La señora que nos cuidaba nos pegaba mucho.

Si no lavaba bien la ropa de mi hermano, con los mismos pantalones de mi hermano me pegaba.

O me quemaba las manos.

Me quemaba mucho las manos.

Mire.

Tengo muchas cicatrices.

Me quedé dormida la última vez.

Al tener yo como nueve años el señor empezó a encerrarme en un cuarto.

Qué iba a decir yo.

Si ella nunca nos creyó.

No.

Yo nunca pedí ayuda.

La señora nunca me creyó.

***

Cuando yo tenía 11 años mi madre apareció de nuevo. Volvió cuando mataron a mi padre en una pelea.

Lo mataron.

Mis hermanos tirados en el piso.

Mi hermano dijo quién nos va a enseñar a trabajar.

¿Puedo ir a buscar a mi hija?

Mire qué bonitas trenzas.

Yo se las hice.

***

Mi madre volvió a Guatemala y tuvo otro hijo.

Nos daba mala vida. Nos golpeaba.

Y se volvió a ir embarazada a Texas. De nuevo rapidito nacieron las niñas de mi madre allá.

Dijo que no podía con nosotros. Imagínese, quiere seguir teniendo sus hijos, 15 hijos para que ninguno le sirva a uno.

Y ahorita me dice que gracias a Dios yo estoy con mis hijos, que ella nunca tuvo valor de sacarnos del país, así me dice. Te admiro por traerte a tus hijos. Dice que no puede salir a trabajar porque está amamantando, que lleva mala vida, no nos puede mandar dinero porque el esposo se enoja. Dice. Es de Estados Unidos el esposo. Y le digo yo: ¿por qué sigue teniendo más hijos? De todas maneras tiene que parirlos, así me dice mi madre.

Mis hijos son lo único que tengo en mi vida.

Conocí al papá de mis niños en el campo, él iba a recolectar maíz. Me decía que lo acompañara, que nunca nos iba a hacer falta. Me caía bien.

Primero nació el niño, después la niña, y él nos hizo una casita en un terreno de su hermana.

Con mis niños salíamos juntos a ganar dinero. Mañaneábamos para ir a buscar maní.

Antes de que naciera la más chiquita me pegó con el palo del machete en las piernas y en las nalgas.

Yo estaba embarazada.

Armé un bolso y me fui caminando por el pueblo. Me fui a la casa de sus padres. A los 15 días me fue a buscar y volví con él.

Al tiempo intentó abusar de la niña grande.

Qué haría yo sin mis hijos.

La pude defender a mi niña.

Ella tenía siete años.

Y yo decidí moverme.

Y ya no regresé.

Ya no quisiera recordar esa parte.

***

La municipalidad me había regalado un terreno y unas láminas. No lo podía vender por 20 años. Mi hermano desde México me dijo vente, aquí no te va a faltar nada y le creí. Apuré y vendí todo.

Vine en camión en cuatro días de camino.

Me alquilé un cuarto.

Seguí caminando.

Dormí en una estación de buses.

Te da miedo, sí, pero yo ya no quería estar en Guatemala.

Llegamos hasta Guanajuato y me denunciaron.

Hubiera querido llegar a los Estados Unidos.

Ya no puedo ir.

Si me agarran, regreso a Guatemala.

Y no tengo nada allá.

No traje nada.

Pues no.

Nada.

Sólo a mis niños.

Ahorita quiero un papel para que ellos estudien y yo poder trabajar. A ver qué papeles me dan. Tengo cita para el miércoles.

Alejandra

Me vine de Guerrero con mis niños.

Se mata mucha gente allá en mi pueblo.

Pues la verdad quién sabe.

La verdad quién sabe, yo no sé por qué.

Yo tenía marido, pero ahora ya no tengo.

Entraron en la casa, nosotros corrimos para afuera.

A lo mejor lo mataron, o no sé.

A lo mejor se lo llevaron.

No vimos dónde se fueron.

Cuando amaneció entramos a sacar poquito nomás, ropita, lo que teníamos, y los papeles, pues.

En casa ya no había nadie.

Yo digo que a mi marido lo llevaron, no sé por dónde.

Es zona de campo, del campo comemos.

¿Cómo le digo?

Con mis chamacos salimos.

Lo que pasa es que no puedo mucho español.

Hablo en dialecto. Puedo más náhuatl que español.

Nomás lo entiendo, pero para decirlo me cuesta.

Soy de Ayotzinapa.

¿Estudiantes?

¿Normalistas?

No. La verdad no sé. No conocí la historia. Nunca escuché. No supe.

Allá sembraba frijolito, maíz, poquito nomás.

Sembrábamos para comer.

Por eso yo digo pues dónde van a crecer mis chamacos.

Me llamó mi tío. Le dije no sé cómo mantener a mis chamacos. Y si van a volver los malos pues me van a matar a mí también.

Vente pa’ acá que yo te ayudo, yo te ayudo con tus chamacos.

Yo ya no tengo familia allá.

En Carolina del Norte tengo a mi tío.

Vine en camión. Me mandó poquitito para que me saliera.

Tengo miedo de irme.

Ahorita sí, pues.

Nunca había salido yo de Ayotzinapa, por eso no puedo decir mucho español.

Yo no puedo nada. Ni leer ni escribir español. Hablo mi lengua.

Yo no estudié nada.

No, yo no fui a la escuela.

Dialecto se aprende con la familia.

El dinero pues nomás me enseñaron que si es mochito es poquito, sé cómo se ve la letra.

Le dije a una persona que me comprara mi boleto. Yo no sé, nomás me lo dieron.

Pues como tengo mucho miedo de allá, por eso me salí.

Yo nunca quería salir, tengo mucho miedo porque se mata mucha gente.

Ayer llegué con mis niños. Ella tiene cinco; él, dos. Yo, 26.

Traje mi cartera, ropita te digo poquito, y me regalaron.

Me dicen no te entiendo, no te entiendo.

Nomás pregunté a una señora cómo llegar hasta acá.

¿Aquí es la Tijuana? La verdad no conozco, me compraron mi boleto.

Pues yo no sé aquí dónde estoy.

Ahorita no sabemos dónde vamos a quedar.

No sé, pues, dónde estoy.

No sé cómo decirlo.

.

El contexto

En 2018 México afrontó una crisis migratoria histórica. Desde octubre, más de 15.000 centroamericanos salieron en caravanas multitudinarias para cruzar juntos ese país y llegar a la frontera con Estados Unidos. Hoy, se estima que unas 10.000 personas aguardan una oportunidad para cruzar la frontera norte de México, en Baja California, según cifras de Periodistas de a Pie, organización mexicana de periodismo independiente especializada en migraciones.

Esta crisis coincidió con el comienzo del nuevo gobierno mexicano, que prometió cambiar la política migratoria. El 17 de enero la administración de Andrés López Obrador recibió a la última caravana que ingresó a México y anunció que facilitaría los permisos de residencia. Esos permisos habilitarían la posibilidad de trabajar y de acceder al sistema de salud y a educación en el país.

La mayoría de los migrantes que llegan a México buscan entrar a Estados Unidos, pero durante el viaje, para muchos, el país que iba a ser de tránsito se convierte en lugar de destino. “No estamos preparados para recibir este aluvión de migración”, sostiene Fabiola Martínez, abogada mexicana especialista en migración, quien afirma que no hay estructura ni personal para la llegada de tantas personas. Tampoco hay recursos para gestionar con eficacia los trámites de migración: “No tenemos las bases necesarias para ser un país verdadero de acogida, ni en educación, ni en salud, ni en vivienda. Los dejamos entrar, es cierto, pero no alcanza, y los migrantes desesperan”. Y concluye: “Desconfiamos de los centroamericanos, creemos que todos son pandilleros, los discriminamos”.

Los números son elocuentes: sólo entre 0,001% y 0,002% del presupuesto federal mexicano fue destinado a programas de atención a migrantes y refugiados, que además carecieron de coordinación y de evaluaciones, denuncia un reciente informe del Centro de Investigación y Docencia Económica, de 2018.

Los migrantes llegan huyendo de la pobreza, la violencia y las bandas criminales en sus países. En el caso de las mujeres se suma, además, la extrema violencia de género.

Las tasas de homicidios en Centroamérica señalan una problemática compleja. En 2017 esta cifra en El Salvador fue de 60 por cada 100.000 habitantes, en Honduras de 42,8 y en Guatemala de 26,1, según la Fundación Insight Crime. En contexto, una tasa de más de diez homicidios violentos por cada 100.000 habitantes constituye una epidemia de violencia para la Organización Mundial de la Salud.

Mara Salvatrucha y Barrio 18, bandas delictivas formadas por jóvenes en Los Ángeles en las décadas de 1960 y 1980 respectivamente, cuentan con 54.000 miembros en El Salvador, Guatemala y Honduras, según las estimaciones de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Las maras controlan los barrios centroamericanos con extrema violencia: extorsiones, homicidios, violaciones y secuestros, y apuntan directo a niños y jóvenes, que son reclutados a la fuerza o se unen a estos grupos para obtener protección. En esos escenarios, la Policía no garantiza la seguridad.

En México la situación de violencia, corrupción estatal y bandas criminales también es compleja. En 2017 la tasa de homicidios fue de 22,5 por cada 100.000 habitantes; en ese escenario, los mexicanos también procuran huir, migrando del país o con desplazamientos internos hacia regiones menos peligrosas.

En ese marco, cada año 400.000 personas sin documentos atraviesan México, según los últimos datos de la Organización Internacional para las Migraciones. El corredor México-Estados Unidos es el principal eje migratorio del mundo.

Los organismos de derechos humanos denuncian que los niños y las mujeres son las poblaciones migrantes más vulnerables y las que asumen más riesgos en el tránsito por México. Así lo señala UNICEF: los niños y las mujeres “desprotegidos y a menudo solos se convierten en presa fácil de contrabandistas, delincuentes, bandas organizadas, fuerzas de seguridad y otros individuos o grupos que abusan de ellos, los explotan o los matan”.

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