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La mala educación

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“Su hijo es el Anticristo”, dijo el doctor.

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La puerta del consultorio se abrió y una voz llamó la atención de las únicas dos personas que ocupaban la sala de espera.

—Señor y señora King, por favor pasen.

La joven pareja entró y fue invitada a sentarse en un cómodo sofá. El especialista se encontraba justo frente a ellos, pero las dos miradas iban dirigidas al pequeño Tim, quien jugaba con cubos de madera en un rincón de la sala.

—Comencemos por lo más importante: he logrado diagnosticar al niño y eso explica todas las distracciones y el mal comportamiento, tanto en el preescolar como en su casa.

—¡Qué alegría, doctor Sydow! ¿De qué se trata?

—Su hijo es el Anticristo.

—¿Está seguro?

—No me caben dudas. Fue fácil determinarlo por sus respuestas a los diferentes test psicológicos y porque mató a todos los peces de mi pecera con sólo mirarlos.

La mamá de Tim comenzó a llorar bajito, para que el niño no lo notara.

—¿Usted sabe la clase de vida que le espera, doctor?

—Una en la que subirá en la escala social, conquistará a las masas y terminará comandando las huestes satánicas en el combate final contra Jesucristo resucitado.

—A mí lo que me preocupa es su desempeño académico —dijo el padre—. Especialmente ahora que conocemos sus... inquietudes.

Un cubo de madera pasó volando entre sus cabezas y se incrustó en un afiche de la ciudad de Roma.

—Bueno, mi opinión como profesional es que el chico debería estudiar en un lugar en el que pueda desarrollar todo su potencial.

—¿Existen tales sitios, doctor?

—Pero claro, hombre. Un internado o una escuela militar sería ideal para eliminar todo trazo de empatía y aumentar su odio hacia la humanidad. Si me esperan un segundo, tengo unos folletos en el escritorio...

—¡De ninguna manera! —La madre de Tim se paró de un salto—. Nuestro hijo tiene derecho a una infancia como la de todo el mundo. Al fin y al cabo, no es un monstruo.

—Literalmente lo es, señora.

Ella puso cara de asombro mientras le tapaba los oídos al niño, que se había acercado luego de su grito.

—Querida... Un poco de razón tiene, o no habría un enorme sabueso siguiéndolo a todas partes...

—¡Grrrrrrauuu! —se escuchó desde el otro lado de la pared.

La discusión se extendió algunos minutos. Aparecieron los famosos folletos y el señor King descubrió que una educación especial tendría un precio especial; con mucha maestría, hizo creer a su esposa que estaba cambiando de opinión a raíz de sus argumentos.

—Tenés razón, que vaya a un colegio normal.

—Gracias por escucharme, cariño.

Dejaron el consultorio con el Anticristo de la mano, el mastín diabólico pocos metros detrás y una lluvia de pájaros muertos cayendo a sus costados.

Epílogo. 15 años después.

—¿Podés limpiar tu habitación? Esto parece un chiquero. ¡Y sacate los auriculares cuando te hablo!

El joven delgado y pálido obedeció a su madre, al menos en el último de los pedidos.

—No jodas, ma. Un día de estos ordeno.

—Siempre igual vos, así mataste a tu padre de un disgusto.

En realidad lo hizo aplastándolo con una piedra.

Las cortinas negras, eternamente cerradas, no permitían ver lo que sucedía en el exterior, donde decenas de demonios corrían por las calles, perseguidos por los habitantes de la ciudad. Sin un líder, el ejército de Satanás no tenía la menor posibilidad de victoria.

—¡¿Dónde está nuestro señor?! ¡¿Dónde está?! —gritó uno de los diablillos.

Juntando la ropa sucia del piso de su cuarto. Ahí estaba.

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