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Foto del archivo personal de Lutz Pfannenstiel

Si ataja, viajará

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Lutz Pfannenstiel, el futbolista alemán que jugó en todos los continentes.

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Después dicen que el mundo es un pañuelo. “La extraordinaria vida del único futbolista que jugó en los cinco continentes”, arrimó la BBC en 2014. Para Lutz Pfannenstiel aquello no fue algo buscado. Aunque, eso sí, ese titular, esa medalla simbólica, no le duraría para siempre. En su camino, Lutz, que es arquero pero más un buscador de esos que no se conforman, vistió los colores de clubes de Brasil, Nueva Zelanda, Irán, Canadá, Namibia, Malta, Inglaterra y Alemania, su país natal, entre otros tantos. En total, llegó a jugar en unos 25 equipos. Recientemente, ese récord fue superado por el histórico delantero uruguayo Washington Sebastián Abreu, más conocido como el Loco, quien llegó a la suma de 26 camisetas. Sin embargo, a Lutz no le importó demasiado.

Pfannenstiel ostenta el récord vigente de haber jugado en las seis confederaciones reconocidas por la FIFA: Europa, Sudamérica, África, Asia, Oceanía y Norteamérica. Ahí, entretanto, el detalle que todavía lo mantiene arriba. “Abreu está compitiendo con la persona equivocada”, asoma. Por estos días, el arquero récord se desempeña como observador del TSG 1899 Hoffenheim de la Bundesliga y como analista de televisión. Ahorró dinero y puede vivir sin preocupaciones, desliza, mientras planea demencias como jugar un partido en la Antártida, llevar adelante su propio club en contra del cambio climático o despuntar el vicio como entrenador de arqueros en Cuba.

A su pasaporte no le caben más sellos. Ni tampoco historias: casi lo asesinan en la Champions League de Asia, lo declararon muerto en Inglaterra luego de un choque en el que su corazón se detuvo, estuvo detenido en una prisión de Singapur unos 101 días acusado de arreglar partidos y algunas que otras cositas más. Conoció a todo tipo de personas: celebridades, malandras, gente increíble y de la otra. Y, a diferencia de otros profesionales, Lutz se calzaba los guantes y atajaba sin importar el equipo, el terreno, el sueldo o la geografía. “Por suerte siempre jugué bien y nunca necesité tiempo de ajuste o adaptación”, explica Pfannenstiel, a propósito del “éxito” de su condición de trotamundos.

—¿Qué fue lo que te motivó a jugar en 25 clubes de todos los continentes?

—En realidad no hubo una motivación, sólo se fue dando todo porque, desde muy temprano, yo no quería quedarme en el banco, quería salir a la cancha a jugar. Cuando fui a Inglaterra era muy común que fueras a préstamo a otro club. Así, estás de prestado por tres meses, seis meses, un año, y bueno, se fue dando: al fin de mi carrera jugué en muchos clubes, unos 25 en 13 países distintos.

—Habiendo estado en tantos clubes y en tantos lugares, ¿hiciste algo de plata?

—Hice el suficiente dinero como para poder vivir cómodamente. Creo que la transferencia que menos me costó fue la del Clube Atlético Hermann Aichinger de Ibirama, el equipo de fútbol alemán de Santa Catarina. Siempre fue un sueño para mí jugar en Sudamérica y mi agente me preguntó si quería hacer una transferencia más y poder entrar en El libro Guinness de los récords... y la verdad es que era algo a lo que uno no le podía decir que no, y así es que terminé en Brasil.

—Luego de pasar por tantos países, ¿cuál fue el fanatismo más intenso que viviste?

—Creo que el más interesante fue durante un partido de la Champions League de Asia, en Irán, en uno de los estadios más grandes, con aproximadamente 100.000 personas. Ahí son todos hombres, porque las mujeres tienen prohibido entrar a los estadios. Era una tribuna muy hostil. Se sentía como que si no ganábamos ese partido, no salíamos vivos del estadio. Fue una experiencia muy rara, porque a pesar de la emoción que tenía por estar jugando frente a tanta gente, también teníamos algo de miedo. Yo era el mayor de los jugadores, pero estábamos todos en la misma situación. Fue una experiencia muy especial para mí porque me dio una sensación que nunca antes había tenido en un estadio de fútbol. Creo que esta experiencia me enseñó a apreciar las pequeñas cosas de la vida.

Foto del archivo personal de Lutz Pfannenstiel

—¿Qué fue lo más extraño que te pasó en tu carrera?

—En un momento de mi carrera jugué para un club de Albania, un país europeo muy chico. Mucha gente tiene miedo de mudarse y vivir en Albania porque cree que es peligroso, pero la verdad es que siempre había problemas con los simpatizantes porque las expectativas respecto de un jugador de fútbol alemán en un país chico son muy grandes. Lo mismo me pasó en Armenia. Lo que nunca voy a olvidar fue durante otra Champions League de Asia, en las islas Maldivas, donde había como 50 grados: parecía que había fuego en las tribunas. Estábamos jugando en una cancha de cricket y terminamos siendo ocho en total, porque el resto de los jugadores sufrió golpes de calor y no pudo seguir.

—¿Quedó algún país o liga en la que te hubiera gustado jugar y no llegaste?

—Sí, claro. Siempre quise jugar una temporada en Japón, pero no fue posible debido a que no permitían arqueros extranjeros en los equipos, y por supuesto que en Argentina. Haber llegado a Brasil y no poder jugar en Argentina fue una pena, porque el otro gran equipo que la gente ve en Europa es Argentina. Estando en Brasil estuve viendo con mi representante qué se podía hacer para ir hasta allá, pero lamentablemente no se pudo. Hasta tuve conversaciones con algún club argentino. También me hubiera gustado jugar en Rusia, que es un país muy misterioso.

—Cambiar de club es como cambiar de trabajo, y en tu caso cambiaste de trabajo más de 20 veces. ¿Cómo te recibían los clubes sabiendo que cambiabas tanto de club? ¿Alguno te miró con desdén?

—No es tan así. Jugué durante seis años seguidos, tenía un contrato en Nueva Zelanda por ser un jugador muy honesto. Regularmente los contratos son por seis meses y los otros seis meses son amistosos, entrenamientos o vacaciones, entonces, en lugar de tomar esos seis meses libres, decidí tomar una transferencia al norte y de ahí fui tomando transferencias: seis meses en Inglaterra, seis meses en América, seis meses en Noruega, pero todo el tiempo mantenía el contrato con Nueva Zelanda. Financieramente podría decirse que los ayudé, porque estaba generándoles ganancias durante el período de vacaciones. Por supuesto, si ves que cambiás de club todo el tiempo te empezás a preguntar en qué no sos bueno o qué problema tenés que no podés estar tanto tiempo en un mismo equipo, pero en mi caso siempre fui visto como un préstamo de emergencia: siempre que había un problema con el arquero, o cuando el arquero del equipo sufría una lesión, ahí entraba yo, para ayudarlos en lo inmediato. Por suerte siempre jugué bien en mis primeros juegos y nunca necesité tiempo de ajuste o adaptación. Luego me acostumbré a eso, así que creo que esa es una de las razones por las cuales ninguno de mis compañeros de equipo me miró mal o raro.

—Y, con una mano en el corazón, ¿odiás un poco al Loco Abreu?

—No, no, no, ya sé a dónde vas con esta pregunta y no, yo no tengo nada que ver con eso. El Loco Abreu está compitiendo con la persona equivocada: hay otro en Europa que está tratando de hacer lo mismo. Yo nunca me propuse el récord; simplemente, como expliqué, me sucedió.

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