Lejos de las grandes contiendas geopolíticas por el control del petróleo y de un escenario mediático confuso y sectario que fragmenta la opinión pública a escala planetaria se esconde otra realidad más atroz, dramática y testimonial en las calles de Venezuela. El hambre, la desnutrición infantil, la crisis de los hospitales ante la falta de medicamentos, la oscuridad tras los cortes de energía, los muertos que dejan los tiroteos entre bandas delincuenciales, la falta de transporte y la inseguridad constante que lleva al encierro y la desesperación tras los muros de los barrios periféricos son síntoma de la ignominia que vive el pueblo venezolano.
48% de la población se encuentra en situación de pobreza multidimensional tras la crisis que llevó al PIB de Venezuela a contraerse 50% desde 2014, mientras que la producción petrolera, fuente de 96% de los ingresos del país, ha venido disminuyendo significativamente tras las sanciones estadounidenses contra la estatal Petróleos de Venezuela SA. El país tiene el combustible más barato del mundo —con un dólar se compran 5,4 litros—, pero lo difícil es conseguirlo. Y si no hay gasolina, no hay trabajo. Las estaciones registran caos por la escasez y el nerviosismo se siente en las largas filas por conseguir el preciado insumo.
Millones de venezolanos han abandonado el país en los últimos años por la crisis de la seguridad pública y la falta de presupuesto para comprar productos básicos y sobrevivir. Según la Red Agroalimentaria de Venezuela, 22 millones de personas dependen de las entregas de alimentos del Estado a través de bolsas de comida que suministran las redes del gobierno. Esas bolsas solamente contienen arroz, harina de maíz, frijoles y aceite, así que el consumo de carne es un sueño irrealizable, y no porque no se consiga, sino por su alto costo que nadie puede pagar. El venezolano promedio no consume las proteínas que requiere un ser humano por día, ya que estos productos son importados y sus precios, por lo tanto, inaccesibles. La agroindustria local está devastada y lejos de reactivarse.
La lucha por la supervivencia, el anhelo de un cambio de gobierno y la recuperación de una economía estancada por los bloqueos y la corrupción estatal son consigna en esta sociedad que pierde el rumbo y se desmorona en el silencio, el fanatismo y el delirio fantasma de miles de exiliados que están regados por el territorio latinoamericano a la espera de una señal de transición para volver a la tierra que los vio nacer. El eco del grito chavista que alguna vez alcanzó a reducir los índices de pobreza y desigualdad con programas sociales ya no se siente como en ese tiempo de fervor en el corazón de la gente.
La ruta de la emigración es la radiografía de un país que colapsa en su propia sombra. Los puntos fronterizos están saturados de rostros desconsolados y la odisea terrestre aumenta desde territorio venezolano a destinos como Perú, Ecuador, Colombia y todo el resto de países de América Latina. La crisis no parece tener un punto final ni una tregua diplomática que devuelva el oxígeno, la calma y la ilusión al pueblo que escapa entre fronteras resquebrajadas y caminos maltrechos. Quienes huyeron atravesaron el país de costado a costado, recorrieron cientos de kilómetros con las plantas de los pies destrozadas, cortadas y ensangrentadas, y han dado testimonios valerosos y conmovedores de su travesía infernal por todo el mapa de América del Sur y Central y de otras latitudes del globo.
En Caracas y en muchos estados del país el drama no termina y la censura aumenta. Las familias son numerosas y las rentas de viviendas son tan costosas que el hacinamiento se ha vuelto una forma de vida en aras de la economía de la supervivencia. Los venezolanos son muy unidos y siempre dicen que “donde come uno comen dos” y así sucesivamente, lo que los lleva a la unión y cooperación permanente para llevar con altura una crisis política, económica y social que parece ser eterna.
En medio de los apagones de energía reina el miedo y el silencio, mientras la inseguridad aumenta de forma desmedida en las calles. Atracan en cada esquina y las balaceras entre bandas delincuenciales son el pan de cada día. Por otra parte, al pan real muchas veces toca partirlo y compartirlo entre varios porque el bolívar simplemente no vale nada y ni siquiera tener varios trabajos garantiza dormir con el estómago lleno por estos días.
No hay un segundo de calma y descanso para el venezolano. La armonía es sólo una utopía, un relato de ciencia ficción, y respirar profundo no es una opción. Los pasillos de los hospitales están saturados de camillas con gente que agoniza ante la falta de suministros, y quienes están conectados a una máquina que depende de la electricidad mueren tras los apagones que se repiten una y otra vez como un castigo demoníaco e interminable.
Las condiciones de vida han empeorado drásticamente desde 2014. Más de tres millones de personas han abandonado el país, según la ONU, escapando de la crisis. La inseguridad alimentaria afecta a 80% de los hogares y 90% de la población no tiene ingresos suficientes para comprar alimentos. La mortalidad infantil aumenta dramáticamente y la educación no avanza, pues solamente la mitad de los niños y adolescentes escolarizados asiste regularmente a clases. Entre las causas para el ausentismo figuran la falta de agua (28%), la falta de comida (22%), la falta de transporte (17%), la falta de electricidad (15%) y la falta de comida en la escuela (13%).
Según estudios, 23% de los hogares carece de servicio de agua y 25% sufre diariamente de interrupciones en el servicio de electricidad por varias horas. El desorden social y una hiperinflación que está lejos de ajustarse destruye el poder adquisitivo de los ciudadanos de a pie.
Venezuela está dividida y el origen de la solución, que debería ser de tipo político, se debate en abstracciones y discursos que incluyen al proyanqui y al antiyanqui. La figura de Juan Guaidó se desmorona al no conseguir el apoyo militar, luego de proclamarse presidente interino de la República el 23 de enero. El instrumento de la política de Estados Unidos no representa el sentir de la oposición y sus acciones diplomáticas no tienen el efecto esperado por Washington, así que cada día pierde seguidores, credibilidad, y su intento de heroísmo parece condenarse al olvido.
Ante este escenario dividido, en ocasiones contradictorio y con fuerzas opositoras de varias corrientes que aún no encuentran una dialéctica coherente y unificada para ejecutar el plan que saque del poder al actual presidente constitucional, Nicolás Maduro, el sentir del pueblo es de incertidumbre a largo plazo. Las personas no ven una pronta solución a todo este complejo mapa político en el que se ven inmersas, atrapadas y al borde de un colapso que ya se refleja en varios sectores de la sociedad. Más allá de los números y la fría estadística, se arruina el anhelo, el ensueño y la esperanza.
Sin embargo, Venezuela tiene una de las biodiversidades más grandes del mundo y es el séptimo lugar del planeta con mayor cantidad de especies y hábitats fantásticos y pintorescos, que van desde las montañas de los Andes hasta la selva tropical de la cuenca del Amazonas. Hoy se respira el gas tóxico de los lacrimógenos, la violencia desmedida, el descontrol social y la anarquía protagonizada por un bando y el otro, en ocasiones financiada desde el exterior. Las banderas de la República se agitan como símbolo de fortaleza en una patria que reclama soberanía y elecciones libres.
Lo cierto es que en el paisaje de la cotidianidad venezolana todo se vislumbra con tonos grises, y aunque algunas miradas tímidas brillan y cuentan su realidad con aire de ilusión futura muchas otras se revelan de pánico, silencio y terror ante cualquier pregunta que tenga que ver con la Revolución bolivariana, la oposición y la verdad sobre los sucesos cotidianos del país que más noticias produce y más polémica internacional desata en los últimos meses tras la crisis de orden público y social.
Toda una novela de horror en la que los protagonistas de uno y otro lado conspiran y se apoyan en guerras económicas y mediáticas para transformar el pensamiento. Un país rico que se evidencia pobre en una atmósfera en la que los entes internacionales son meros espectadores pasivos y donde la ONU se abruma ante la injerencia de Estados Unidos. Un gobierno endeudado con Rusia y China y que, a pesar de la resistencia a varios golpes de Estado y la intrusión de la CIA, pierde fuerza y popularidad.
La sociedad del rebusque se abre paso ante la necesidad inminente de alimento y bienestar. Durante un recorrido por los lugares más sórdidos de Caracas se puede ver a decenas de niños y jóvenes sumergidos en las contaminadas aguas del río Guaire para buscar joyas de oro y plata para sobrevivir. En esta cloaca de 72 kilómetros de longitud se arrastran el desagüe y las aguas fecales de la capital.
Esta actividad no es nueva, tal vez se practica desde hace dos décadas, pero ahora, con la crisis social, son cientos los jóvenes que escarban empantanados en las entrañas del río buscando el gran tesoro para alimentar a sus hijos, o “carajitos”, como ellos los llaman. Los que tienen suerte de encontrar los restos de alguna sortija o un fragmento de oro tras horas de exploración, y corriendo el riesgo de contraer todo tipo de enfermedades, guardan el hallazgo en un frasco de plástico que tienen atado al cuello y salen triunfantes y agotados a una casa de empeño donde canjean la pieza por unos cinco dólares que luego usan para comprar arroz, pan y otros enseres. Cinco dólares no es poco si se tiene en cuenta que el salario mínimo ha oscilado entre esa cifra y los 20 dólares tras distintos ajustes. Los “garimpeiros”, como se hacen llamar los buscadores de oro desde tiempos antiguos, sobreviven de esta manera valiente y guerrera a pesar del riesgo inminente.
El pueblo venezolano resiste a la campaña intervencionista de Estados Unidos, pero varios sectores de la población no descartan la imposición de un presidente que dé apertura a los mercados, imponga el dólar y devuelva a la empresa privada los activos del país. La depresión de la economía, el alto costo de los productos básicos y la deuda externa aceleran la crisis en todas las dimensiones. A pesar de la desazón, la ilusión continúa intacta y los hombres y mujeres jóvenes de una nación que se reinventa en medio de las balas y la utopía siguen aspirando a vivir y soñar nuevamente en un país renovado y en paz donde el deporte, la educación, la equidad, la paz y el amor, algún día no muy lejano, se puedan bordar como estrellas a la bandera.
La salvación está en las urnas, en la libertad, en una democracia real, y no en la democracia de papel que venden los noticieros bajo el rótulo de “ayuda humanitaria”. Esa libertad que tanto anhela el pueblo venezolano requiere soberanía, dignidad, unión y decisión en conjunto para evitar que su destino quede en manos del país invasor que sólo pretende saquearlo todo, llevárselo todo, dolarizarlo todo.