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Yerú Pardiñas, Tabaré Vázquez y Mónica Xavier durante el acto de presentación de los candidatos socialistas hacia las elecciones, el 22 de mayo de 2014.

Foto: Nicolás Celaya

La rosa y su espina

13 minutos de lectura
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El historiador Gabriel Quirici analiza un siglo de fértiles divergencias dentro del “semillero de la izquierda uruguaya”, el Partido Socialista.

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El Partido Socialista tiene una de las historias más ricas y variadas si miramos a las organizaciones políticas de nuestro país. Aquí nos enfocaremos en un aspecto de esa riqueza: el de las divisiones que han recorrido su trayectoria y que no siempre han significado un fenómeno negativo.

El Partido Socialista —el PS— es un clásico partido de izquierda. “Clásico” no por monolítico, anquilosado o rígido, sino por su versatilidad y dinamismo a la hora de convertir en práctica social los principios ideológicos que convocan a sus integrantes, comparable a lo que ocurre con el anarquismo en la militancia sindical. Es un tipo de formación política que, más allá de su relevancia cuantitativa, se ha vuelto punto de referencia (de partida, de llegada, de salida, de discusión) para múltiples actores de la izquierda; permeable y a la vez difusor de nuevas prácticas colectivas.

Desde la larga duración uno tiene la impresión de que el PS ha sido una suerte de “cantera” o “semillero” de la izquierda: de allí surgieron versiones criollas de la socialdemocracia, el Partido Comunista, buena parte del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), otros grupos de posturas ortodoxamente marxista-leninistas como el Movimiento de Unificación Socialista Proletario (MUSP) y hasta sectores juveniles que se pasaron al comunismo y que, tras la caída de la Unión Soviética, ya veteranos, regresaron al partido.

Esta condición de cantera probablemente tenga que ver con su carácter de partido laxo, abierto a la reflexión y al debate intergeneracional, pero al mismo tiempo inestable y con períodos de discusión estratégica importantes. Parece claro que para sus integrantes las señas de identidad que definen qué es “ser socialista” se ponen en tensión de forma abierta. Las divergencias no siempre fueron resueltas a partir de síntesis constructivas; más bien, la disrupción parece haber sido una constante, al menos hasta el retorno a la democracia.

A riesgo de esquematizar demasiado, se puede encontrar una tensión predominante en las formas de asumir el socialismo. De un lado, una visión urbana, socialdemócrata, marxista pero no leninista, vinculada a sectores medios y universitarios, apegada al juego electoral y a la promoción de reformas en el marco del sistema democrático. Frente a ella, otra visión más radical, voluntarista y receptiva de los cambios revolucionarios a nivel internacional. Esta segunda vertiente tuvo un primer impacto mayoritario en 1921 con la fundación del Partido Comunista, y luego tomaría nuevas formas para recuperar el dominio hacia mediados de la década de 1950 con los planteos de socialismo nacional y americanista, vinculados a los cambios en el tercer mundo y en América Latina.

Buena parte de la historia de la izquierda uruguaya ha pasado por el PS o bien ha estado muy cerca de sus postulados. También da la sensación de que algunos de sus debates se “adelantan” a lo que pasará con la izquierda en general. A la vez, esta diversidad de posiciones y fraccionamientos internos ha generado una imagen poco monolítica (que a los espíritus mecánicos incomoda) y ha sido juzgada como “incoherente” o propicia al debate y no a la acción, pese a que muchos de los que terminaron “haciendo más” (en términos de aquella época) venían del socialismo. Al mismo tiempo, diversas tradiciones internas de los propios socialistas actuales dificultan un rastreo de los principales íconos y tendencias históricas. Como si se tratase de un partido en tensión creadora permanente, en el que las propias narrativas siguen en disputa.

Cuando uno dice que gran parte de la izquierda ha pasado por el PS o ha estado próxima a él, tiene en la cabeza que los propios comunistas surgieron del socialismo cuando, siguiendo los lineamientos de Lenin, cambiaron su nombre en 1921. También hubo muchas cercanías con el batllismo progresista (por esos azares —y no tanto— de la historia, Reynaldo Gargano se casó con una hija de Héctor Grauert, cofundador de la Lista 15). Pero con el correr del tiempo, la sensibilidad blanca y americanista también ingresó al PS, de la mano del intelectual Vivian Trías y con el accionar de figuras como José Díaz y Raúl Sendic (padre), que se volcaron a la militancia rural y a la vez profundizaron el contenido marxista y revolucionario del PS.

Este período, caracterizado como “refundacional” por muchos de sus protagonistas, parece haber sido una gran incubadora de tendencias y acciones que derivaron en múltiples rupturas y reconfiguraciones hasta el golpe de Estado de 1973. El cambio comenzó con un vuelco “nacional, popular y marxista” en 1955: se rompió con la Internacional Socialista (por incluir al Partido Socialista francés, represor colonial en Argelia) y se denunció al imperialismo estadounidense, que Emilio Frugoni, fundador del partido, prefería como mal menor (“el yanqui te roba la billetera, el ruso la libertad”). La búsqueda de nuevos aliados, en especial con los sectores de izquierda del Partido Nacional, desembocó en 1962 en la formación de la Unión Popular con Enrique Erro (ministro de Trabajo del primer colegiado blanco).

Paralelamente, se promovió una nueva mirada a la historia, en clave revisionista rioplatense y al mismo tiempo marxista que permitió recuperar a los caudillos y el rol de lo rural. Para Carlos Real de Azúa, esta operación fue un “giro copernicano” dentro de la izquierda: unir de forma creativa marxismo y nacionalismo para interpretar la realidad y aumentar la inserción social del partido. No fue sólo cuestión de entender de otra manera el pasado sino de posicionarse de forma comprensiva hacia nuevos sectores sociales que en aquel tiempo no se acercaban al socialismo. En buena medida, la experiencia del periódico Época y la producción periodística y ensayística de Eduardo Galeano, así como la divulgación histórica de Carlos Machado (uno de los historiadores más leídos del siglo XX) son fruto de aquel contexto, de aquellos debates. Pero también —y esto aparece poco reivindicado en la memoria pública de los socialistas— Galeano y Machado hicieron al PS tanto como su pertenencia a él los hizo a ellos. El despliegue masivo de sus visiones y análisis trascendió como nunca la esfera partidaria o politizada, ampliando las fronteras del partido de ideas o picana de principios de siglo.

Como reacción a esta “nueva guardia” se generó una segunda ruptura por “derecha”: desde el ala socialdemócrata dirigida por Frugoni se rechazó el acuerdo electoral con los blancos de Erro. “Prefiero votar en blanco antes que votar a un blanco”, dijo don Emilio, mientras creaba el Movimiento Socialista para disputar (y perder) el lema contra la mayoría partidaria en 1966. Por segunda vez, Frugoni quedaba en minoría ante socialistas que rumbeaban tendencias más radicales en sintonía con las revoluciones mundiales: en 1921, la soviética, y en el período 1955-1966, la descolonización (fenómeno al que Eric Hobsbawm llamó “gran revolución mundial” y Trías, “rebelión de las orillas”).

Así, Frugoni se fue del partido que había fundado. Una conocida leyenda urbana lo ubica sentando su discrepancia con la sentencia “Estamos traicionando a Garibaldi”, que dibuja un lugar histórico aceptado sobre la cercanía de aquella sensibilidad más socialdemócrata y reformista con la tradición de “la defensa” (colorada y doctoral), de la “civilización” republicana batllista, en contrapartida con el americanismo y el antiimperialismo nacionalista y revolucionario de Trías y los tupamaros, y alejado del marxismo leninismo del MUSP.

La elección de 1962 mostró que la opción por la Unión Popular no fue exitosa en términos de votos: una cosa es leer, debatir, incluso estar de acuerdo con un marxista simpático y cristiano, y otra votarlo. Esto, sumado a los avatares de la política criolla (una “avivada” de los blancos dejó al PS sin la banca en diputados que le correspondía), puso en cuestión la estrategia de la nueva guardia, los sectores frugonistas protestaron y la interna se agudizó. El PS empezó a abrirse en más de un pedazo. Los de la militancia rural, estudiantil y sindical comenzaron con el Coordinador (para las autodefensas unos, soñando posibles insurrecciones otros). Por su parte, los “más brillantes” de la Juventud Socialista se convencían cada vez más de redireccionar hacia la opción marxista-leninista.

Emilio Frugoni. Foto: s/d de autor

La dirigencia de la nueva guardia le arrebataría a Frugoni la propiedad del lema “Partido Socialista” para las elecciones de 1966, pero sin recuperar la representación parlamentaria. En ese contexto de magros resultados electorales, y en un clima de estancamiento nacional, el PS pronunció su viraje ideológico. Apostó por un perfilamiento netamente revolucionario, participando activamente en la reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas) en La Habana durante agosto de 1967 y suscribiendo la vía de la lucha armada como opción para un país en crisis. La declaración a favor de la guerra de guerrillas le costaría al PS su primera proscripción, decretada por Jorge Pacheco Areco a fines de 1967.

Esta deriva ideológica puede presentarse como un arrebato de voluntarismo y también como una fuga hacia delante en un marco de frustraciones electorales. Sin embargo, varios elementos determinantes del período permiten entender por qué desde una concepción nacional-popular y marxista se vio una alternativa en la lucha armada. En el ámbito local, el estancamiento del modelo industrial, el fin de la convivencia integradora, la aparición de bandas violentas de derecha, los grupos “democráticos” que hacían listas negras de sindicalistas y estudiantes, la especulación financiera y la crisis bancaria de 1965, los rumores de golpe de Estado desde abril de 1964, más la creciente movilización social, como la que llevó a la instauración de la ley orgánica de la Universidad de la República en 1958, o los fenómenos de los gremios solidarios, la búsqueda de unidad sindical, los movimientos por la tierra y el Congreso del Pueblo. En lo internacional, la conferencia de Bandung, la liberación de los países africanos (retratos de Lumumba, el Che y Artigas presidían los actos partidarios), la guerra de Vietnam, el movimiento por los derechos civiles, la revolución boliviana, la frustración guatemalteca, la revolución cubana, el golpismo en Brasil y la invasión de Estados Unidos a República Dominicana.


Cuando el PS se declaró por la lucha armada en la Olas ya la mayoría de sus militantes resueltos a practicarla habían pasado a la clandestinidad, y en muchos casos habían cortado vínculos con el partido. La “nueva guardia” de Trías, Díaz y Machado, que venía de derrotar a los reformistas, rápidamente “había quedado vieja” para muspos (del MUSP) y tupamaros.

Unos optaron por la versión foquista adaptada a la lucha urbana luego de la experiencia del Coordinador y formaron parte del MLN. A veces se señala el origen de los tupamaros en 1963 (por el robo del Tiro Suizo), pero lo que efectivamente funcionaba era esa organización poco institucionalizada llamada el Coordinador. La expresión “tupamaros” recién apareció como nombre en 1965 y coincide casualmente con un artículo sobre “Artigas y los tupamaros” de Trías en El Sol, el diario del partido. Con todo, los socialistas que integraban el Coordinador desde su origen mantuvieron su afiliación al PS hasta después de las elecciones de 1966. Una militancia en tensión: conocida, consentida y protegida (tanto la defensa legal de los presos por robar bancos, como la defensa simbólica de la figura de Sendic clandestino corría por cuenta de dirigentes socialistas), aunque con discrepancias. No se trató de militantes aislados, sino de un conjunto de cuadros relevantes como Sendic, Julio Marenales, Tabaré Rivero, Jorge Manera, Alicia Rey y Héctor Amodio Pérez. Buena parte de la dirección original del MLN era socialista y se mantenía dentro del partido en búsqueda de una estrategia común. Pero no se quedaron especulando: estaban en consonancia con la nueva orientación adoptada desde 1955. La posibilidad de explorar alternativas revolucionarias era parte del horizonte común construido por la refundación, y la debacle electoral parecía confirmar el camino rebelde.

La ruptura tuvo que ver con el intento de inclusión de Sendic en la lista de diputados del partido y su negativa a abandonar a sus compañeros clandestinos. El congreso fundacional del Coordinador de Parque del Plata decidió en 1966 dejar la doble militancia de todos sus miembros y formar una organización diferente a los partidos de izquierda. Sendic no estuvo de acuerdo (pero quedó en minoría), pues entendía viable continuar el estrecho vínculo con el PS, en sintonía con la visión de José Díaz, por entonces secretario general del partido, que aspiraba a sustentar una orgánica armada paralela al partido legal. Los socialistas tupamaros se fueron definitivamente del PS al considerar agotada la vía electoral (los fracasos de la Unión Popular no son un dato menor) y no volverían pese a ver con simpatía la Olas.

Antes del fracaso electoral de 1966, un sector principalmente vinculado a la Juventud Socialista había decidido crear un “nuevo partido”, cabalmente marxista leninista (pero no “bolche”) y a favor de la lucha armada. El MUSP, de alta formación intelectual —uno de los valores más preciados en la cultura socialista como forma de avalar fundamentos para el accionar político— y gran densidad teórica, constituyó una derivación más extrema y coherente de la reconciliación del PS con el marxismo leninismo iniciada por Trías. Haciendo un lectura crítica de los desvíos de la Unión Soviética bajo el estalinismo, los muspos reivindicaban una lectura original de Marx y Lenin adaptada al Uruguay de la crisis, pero se distanciaban del “infantilismo de izquierda” voluntarista y del aparatismo comunista. Buscaban crear un partido nuevo y disciplinado, que llevara a sus militantes a una conducta de compromiso e ideologización que contrastara con la fluctuante diversidad del PS. En términos cronológicos, los muspos se fueron antes que los tupas (expulsados por fraccionalismo en 1965) y representaron una variante más doctrinaria de las fugas por izquierda de aquel momento.


Escisiones a diestra y siniestra, fracaso electoral, clandestinidad, “pachecato”… agréguese la dictadura “progresista” del general Velazco Alvarado en Perú, la creación de la Unidad Popular en Chile y los inicios de las conversaciones para formar un gran partido de izquierdas en nuestro país. Todo imponía una revisión de diagnósticos y estrategias en el PS, sin perder los pilares fundamentales de la nueva guardia: americanismo, nacionalismo y marxismo.

La estimación del rol progresista que podían tener algunos de los sectores de las Fuerzas Armadas en América Latina representó un camino de análisis novedoso que Trías ensayó casi en simultáneo con Rodney Arismendi, el secretario general del Partido Comunista. Suponía al mismo tiempo una revisión del diagnóstico sobre la capacidad de generar condiciones revolucionarias en la sociedad uruguaya, pese a la crisis, para un partido que había perdido buena parte de los militantes más comprometidos con emprenderla. Además, la expectativa sobre las Fuerzas Armadas demostraba una adaptación del americanismo en busca del sujeto social local que pudiera llevar adelante los cambios.

La posibilidad de unidad electoral volvía a ser un camino con más certezas que interrogantes, luego de una década perdida en ese terreno. Acumulación de masas, alianzas policlasistas, programas de transformación, recuperación de la legalidad: se puso en cuestión la opción de 1967, sin que la autocrítica quedara cerrada plenamente. La decisión de ingresar al Frente Amplio en 1971, la participación de figuras componedoras como José Pedro Cardoso y Guillermo Chifflet en las negociaciones con sectores y la adopción del marxismo leninismo como guía del partido en 1972 marcan un reposicionamiento estratégico importante.

En rigor, el partido se definió como “marxista y/o leninista”, lo que pareció acercarlo a una mirada menos urgente del activismo revolucionario sin por eso abandonar el marxismo. En esto, y en participar en un frente de acumulación de masas, hay una suerte de corrimiento hacia las tesis más cercanas a las del comunismo.

En 1973, parte del Comité Central del PS “se pasó” para el Partido Comunista. El argumento de la conocida como la “fracción de mayo” fue: si el marxismo leninismo postula la creación de un partido revolucionario, no tiene sentido que haya dos. Para comprender esta nueva ruptura, no hay que olvidar el trabajo de convencimiento e infiltración comunista. Luego de ser expulsadas por “entrismo”, varias figuras jóvenes del PS (que serían luego destacados dirigentes del Frente Amplio) fueron rápidamente acogidas por el Partido Comunista. Este episodio aparece como un último síntoma de todas las derivas y convulsiones vividas por uno de los partidos que más agitaron y más se agitaron con las aguas ya agitadas de la izquierda.


Cambiaba el mundo, el país, la izquierda. Triple fue la agitación y triple la transformación ideológica de los socialistas: americanismo, nacionalismo y marxismo. Agitarse es una característica de los militantes socialistas per se, por lo que se multiplican por mucho más las herencias, las memorias y la reivindicación del pasado: tan socialista se puede sentir un libertario cercano a los tupamaros como uno más marxista filo MUSP o un blanco con ideas de avanzada social seguidor de Trías. Un testimonio recogido en Las tribus de izquierda. Tupas, latas y bolches en los 60, de Ana Laura Di Giorgi, evidencia esta multiplicidad: “Teníamos más coincidencias con los bolches, pero éramos más amigos de los tupas”. La identificación con el socialismo no pasaría necesariamente por una línea, o mejor dicho, existe la posibilidad individual y colectiva de construir diversas líneas de continuidad con lo que fue y será “ser socialista”.

Hoy algunos no quieren saber de nada con Trías, y se pierden una parte del cuento. Otros intentaron hacer lo mismo con Frugoni, pero su exitosa rentrée en el laberinto vivo de las memorias políticas del socialismo mucho dice de lo mal procesadas que fueron las divergencias en los 60, tanto por la nueva guardia como por el carácter del mismo Frugoni. Hay una parte del socialismo que sigue fluyendo más allá de timoneles, y esto parece ser su mayor seña de identidad.

No en vano, tras todos estos episodios, la dictadura fue para el partido una etapa clandestina muy activa y con capacidad de accionar tanto en el insilio como en el exilio. Por eso el PS pudo presentar a uno de sus referentes como figura de consenso para negociar la recuperación democrática: las imágenes de Cardoso yendo al Club Naval y picando la tapia de la Casa del Pueblo son tan relevantes en nuestra historia reciente como la revisión de Sendic acerca de la construcción de un Frente Grande al retorno de la democracia. Y así como no podemos saber en qué hubiera derivado el pensamiento autocrítico de Trías sobre las vías del socialismo y la democracia en Uruguay (la dictadura y su posterior enfermedad lo imposibilitaron), tampoco podemos saber qué acercamientos novedosos ensayaría Sendic. La historia nos permite solamente afirmar que probablemente, como buenos socialistas, hubieran aportado propuestas originales, abiertas y no sectarias.

Sabemos, además, y esto quizá sea el punto de mayor contacto con el presente, que la dirección posterior encabezada por Gargano logró, con la ayuda de los sectores que se le oponían, mantener la unidad interna pese a la resignificación de algunas de las experiencias divisionistas y la emergencia de corrientes opuestas dentro del partido; así fue que en 1999 el PS obtuvo la mayor votación dentro del Frente Amplio. Y siendo un partido en tensión pero unido, ha aportado innovaciones internas como la discriminación positiva, la nueva agenda de derechos y figuras de recambio generacional de gran valía para la izquierda.

¿Hasta dónde podrán coexistir tradiciones frugonianas, americanistas, rebeldes, marxistas y demás? ¿Cuánto de lo que reivindique cada una de ellas estará cruzado por las necesidades de gobierno? ¿Cuánto se habrá devaluado por el ejercicio del poder? ¿Qué nuevos significados se le dará a cada tradición a partir de la experiencia de ejercerlo? Y, ¿cómo se traducirán los cambios en el mundo y en la izquierda mundial dentro de este partido abierto, unido y en tensión?

Tengo la impresión de que para que el socialismo uruguayo siga siendo fiel a sus múltiples tradiciones (en una suerte de poligamia de la memoria, ¡pero con principios!) debe seguir apostando a debates ideológicos fuertes en contenido, fundamentados y con rigor, pero sin que la forma, la estrategia o la estructura (tanto de la burocracia interna como la del gobierno) lo conviertan en algo vacío y evitando caer en los rankings de mayor o menor socialismo personal, que a la larga no son más que un reflejo competitivo del individualismo burgués que con tanta diversidad han tratado de superar.

Material consultado:

  • Las tribus de izquierda: Tupas, latas y bolches en los 60, de Ana Laura Di Giorgi.
  • El Coordinador (1963-1965): La participación de los militantes socialistas en los inicios de la violencia revolucionaria en Uruguay, de Nicolás Duffau.
  • Historia de los tupamaros, de Eleuterio Fernández Huidobro.
  • Historia de los orientales, de Carlos Machado.
  • Selección de obras de Vivian Trías y Emilio Frugoni editadas por el Poder Legislativo.

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