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Simpatizantes frenteamplistas aguardan el arribo de amigos y familiares en el puerto de Montevideo. Foto: Alessandro Maradei.

Una militancia de dos orillas: el voto buquebus

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La militancia frenteamplista en Argentina pasó de ser una actividad semiclandestina a un elemento que muchos consideraron decisivo para las victorias electorales de la izquierda en Uruguay. Sus prácticas, sus objetivos y su visibilidad fueron mutando a lo largo de tres décadas, y la investigadora Silvina Merenson siguió esas transformaciones a través de los registros en la prensa, de boletines internos y de charlas con sus protagonistas anónimos.

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Tras el golpe de Estado de 1973 y el exilio de buena parte de su militancia, el Frente Amplio (FA) se reorganizó en el exterior. Tal como ha documentado el historiador Miguel Aguirre Bayley, el FA llegó a contar con más de 50 comités de base en 29 países de Europa, América, Oceanía y África. Su organización institucional en Argentina comenzó hacia 1982, entre la “guerra de Malvinas” y las elecciones internas uruguayas. Un año después, cuando Raúl Alfonsín saludaba desde el balcón de la Casa Rosada, el Frente Amplio del Uruguay en Argentina (FAUA) reproducía la estructura que había tenido la coalición desde su fundación, en 1971, nucleaba a más de 30 comités de base situados en distintas ciudades del país y editaba sus propios órganos de prensa: Volveremos y Boletín del FA.

Por su densidad y creatividad, por su continuidad en el tiempo, por las redes tejidas con diversas organizaciones y fuerzas políticas argentinas, pero fundamentalmente por la gestión de los “viajes a votar” desde 1984, que hoy conocemos por la metonimia “voto Buquebus”, sería sencillo decir que la experiencia del FAUA es excepcional o, al menos, sumamente particular. No es mi intención agregar un capítulo más al listado de la excepcionalidad uruguaya, sino más bien todo lo contrario: la historia del FAUA puede oficiar como cordel de aquello que protagoniza y, al mismo tiempo, lo excede. Es, si se quiere, un hilo conductor que permite narrar vínculos y prácticas políticas transnacionales: las agendas cooperativas de las transiciones en los años ochenta, las estrategias frentistas para surcar los ciclos neoliberales de los años noventa y los desafíos y tropiezos que llegaron con los denominados “gobiernos progresistas”.

Es importante señalar que, desde hace más de tres décadas, la militancia frenteamplista en Argentina no está compuesta por meros “juntadores de votos”, tampoco por sujetos puramente melancólicos que encuentran en la participación política un modo de aferrarse al Uruguay que habitan, pero en el que no residen. Por el contrario, está integrada por quienes nutren y expanden los límites de la política, encarnan procesos de transformación y, desde ya, disputan el poder a dos orillas cuyos márgenes no responden a las fronteras de los mapas aprendidos en la escuela.

Antes de abordar masivamente ómnibus o barcos, cada proceso electoral implicó para la militancia frenteamplista transnacional idear una campaña, discutir estrategias, conformar comandos electorales, organizar actividades territoriales a cargo de los distintos comités de base, coordinar las visitas de los candidatos, arbitrar canales de circulación de información y recaudar fondos para financiar tanto la campaña como el traslado propiamente dicho. Ante cada elección nacional asistimos entonces a la movilización colectiva, voluntaria y cíclica de personas, ideas, valores, insumos, dinero y, claro está, votos. Por ello, estos desplazamientos fueron transformándose en el principal signo de distinción de la militancia en Argentina, aquel que supo sostener y aggiornar en una articulación flexible con la dirigencia y las instancias resolutivas de la coalición, habitualmente aludidas como “Montevideo”.

A lo largo de 1984, una serie de actos masivos secuenció la movilización de la “colonia oriental”. El 19 de marzo se celebró en el obelisco porteño la liberación del general Liber Seregni y se conmemoró, una semana después, el día 26, el decimotercer aniversario del primero de los actos públicos del FA. En esta última ocasión, los legisladores peronistas Miguel Unamuno y Adam Pedrini presentaron ante la Cámara de Diputados un proyecto por el cual proponían invitar a Seregni a visitar Argentina como parte de un acto de desagravio a “los pueblos latinoamericanos, algunos de cuyos líderes fueron asesinados en el país” (según consignaba Tiempo Argentino esa misma fecha). Su arribo a Buenos Aires en el mes de setiembre, muy poco después de recuperar la libertad, marcó una clara inflexión, no sólo por el poder de convocatoria del líder frenteamplista, sino también por lo que su visita trajo consigo en términos de reconocimiento y legitimidad política para el FAUA. La militancia local se ocupó entonces de su recepción en el aeropuerto, de la organización de la multitudinaria conferencia de prensa y del acto que le siguió, que reunió a miles de personas en plena avenida Corrientes. Años después, durante el extenso discurso pronunciado en ocasión de la inauguración de la Casa del FA en la capital argentina, Seregni recordó aquella jornada como “una cosa única en el mundo: un partido político realiza en tierra extraña un acto que era igual, y de repente superior, al de sus fuerzas políticas en Uruguay”.

Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de la República Argentina.

Si el FAUA debía o no involucrarse en la vida política argentina fue objeto de una larga y profunda discusión. La posición discursiva era categórica: “En todos los aspectos de nuestro accionar debemos tener especial cuidado de no comprometer al FA interfiriendo en la vida política argentina”, afirmaba en sus Lineamientos Generales de Trabajo para el año 1986. Esto resultaba claro particularmente entre la militancia del Partido Comunista (PCU): “se militaba de cara al Uruguay”, “no podía tomarse posición en Argentina”. Aun así, alcanza con observar los lugares de reunión —unidades básicas peronistas, comités de la Unión Cívica Radical, locales de los partidos Comunista, Socialista e Intransigente argentinos— para advertir las coordinaciones y los diálogos gestados durante el proceso de recomposición de la trama social, sindical y partidaria argentina.

Con la contribución financiera de militantes y adherentes, en noviembre el FAUA rentó más de 100 ómnibus que arribaron mayoritariamente a Montevideo por los pasos fronterizos del litoral; también confeccionó un listado de personas que viajarían en vehículos particulares y contaban con lugares disponibles para trasladar a votantes. El “boca en boca”, los llamados telefónicos, el envío de telegramas, la prensa partidaria y las mesas de información en las principales plazas y espacios públicos de varias ciudades del país, así como las pintadas realizadas con el apoyo de la militancia de distintos partidos políticos argentinos, fueron los principales canales de difusión durante esta campaña que tuvo por consigna “Uruguay: amnistía general e irrestricta, sin presos, proscriptos ni exiliados”. Podría decirse que las elecciones de 1984 fueron las que menos esfuerzos de persuasión requirieron a la hora de movilizar al electorado, dispuesto de por sí a emprender una travesía que cifraba, como podía leerse en su prensa, “una promesa y una esperanza, una vocación y un compromiso: volveremos”.

El 25 de noviembre de 1984, tanto la ciudadanía uruguaya como la argentina concurrieron a las urnas: la segunda lo hizo para pronunciarse en la consulta popular que dirimió el conflicto con Chile por el canal Beagle. Se trató de una coincidencia icónica de las transiciones en el Río de la Plata que fue primera plana de todos los diarios de alcance nacional. Como un valor y objetivo en sí mismo, entre la militancia del FAUA se impuso el retorno a la vida democrática: “En el 84 era que se fueran los militares y punto”, decía Leo, uno de los tantos compañeros que en esta ocasión no fueron de la partida, pues temían figurar aún en la lista de requeridos por la dictadura uruguaya.

Pero no sólo la militancia frenteamplista local vivió el imperativo democrático: este se extendió y plasmó en acciones tan concretas como excepcionales. Durante aquel proceso electoral el FA, el Partido Nacional (PN) y el Partido Colorado (PC) coordinaron la instalación en Buenos Aires de un centro de cómputos. Desde allí, tanto la prensa argentina como los compatriotas que no pudieron viajar celebraron el cierre de las urnas y siguieron los resultados que llegaban telefónicamente desde Montevideo.

Arribo de uruguayos a votar en el balotaje, el 23 de noviembre en la terminal Tres Cruces. Foto: Alessandro Maradei.

Si en 1984 el retorno a la vida democrática fue suficiente motivo para lanzarse al voto, 1989 requirió más esmero: el FAUA diseñó un plan de abordaje zonal, disputó con “Montevideo” la agenda y la distribución de las visitas de los candidatos, debatió su propia plataforma y barajó distintas consignas de campaña, entre las que se impusieron las más emotivas: “Para hacer posibles nuestros sueños” y “Por la reunificación de la familia oriental”. También el viaje electoral en sí mismo tuvo su propia leyenda: “¡Orientales al Frente! Un cruce a la vida”.

En 1989, la apelación a una sensibilidad exacerbada medió lo familiar del pasado con lo que podía resultar distante o desconocido en el presente. Tras el Congreso en el Palacio Peñarol, el FAUA interpretó la proclamación de la fórmula presidencial (Seregni-Danilo Astori) y la candidatura de Tabaré Vázquez a la Intendencia de Montevideo como una opción “realista, convocante y movilizadora” (según el Boletín del FA). En el caso de este último, avizoró la necesidad de una suerte de presentación en sociedad, especialmente ante quienes llevaban varios años de residencia en Argentina. “¿Quién es Tabaré Vázquez?” es el título de la nota en la que Enrique Aguilar asumía la introducción local del candidato. En ella Vázquez es definido por el barrio La Teja, a partir de una extensa enumeración de escenas y lugares que, si bien en muchos casos ya no eran referencias materiales contemporáneas, guardaban la potencia movilizadora de la memoria afectiva que configura el voto extraterritorial. “Tabaré”, escribía Aguilar en el Boletín del FA, “es La Reina, Codarvi, El Venus, Araca, la Plaza Lafone, El Casto, El Arbolito, Los Diablos, La Cumparsita, El Bao, El Tobogán [...] Es el conventillo del Ruso Juan, lleno de maricas, milicos y vino suelto; es las putitas baratas en oscura adolescencia; el Chato Baltazar apuntando el dedo desde una canchita [...] El antiguo cine Miramar, la sede de ‘Los Gauchos’. [Es] esa tierrita en la que fue profeta”.

Las elecciones de 1989 coincidieron con una escalada hiperinflacionaria en Argentina, por lo que “hacer finanzas” fue una tarea crucial. El FAUA creó tres subcomisiones bajo la órbita de su Comisión de Organización: Pasajes, Plan de Ahorro Previo y Solidaridad. La primera se ocupó del alquiler de los ómnibus, la segunda de llevar las cuentas de quienes fueron pagando en cuotas sus pasajes, y la tercera de reunir “todos los recursos monetarios y no monetarios provistos [en Argentina] por partidos políticos, organizaciones sociales, sindicatos y gente: afiches, pintura, camiones”, según consta en el informe presentado ante el plenario del FAUA poco antes del viaje. La implementación del denominado “Plan de ahorro previo” —una práctica habitual entre las clases medias para acceder a distintos bienes de consumo— resultó crucial e hizo posible la concreción material del compromiso cívico y político de su electorado residente en el país.

Quienes fueron parte de la organización y la gestión de estos primeros desplazamientos recuerdan particularmente los problemas que encontraron al llegar a la frontera. Además del atiborramiento de los pasos internacionales, que los demoró por horas, aquellos viajes estuvieron atravesados por una serie de denuncias sobre estafas, intentos de frenar la caravana y pedidos de sobornos para permitir su marcha. Pero, más allá de eso, la prensa registró los arribos entre el compromiso y la épica: la idea de estar cumpliendo con un deber cívico, la responsabilidad con que lo hicieron y el esfuerzo que ello supuso se combinan en las crónicas con la descripción de escenas sumamente emotivas, como la entonación del himno nacional por parte de “los sufragantes” de todos los colores al pisar suelo uruguayo o el hecho de dormir en plazas y espacios públicos a la espera de poder votar (como registra El País). A ello se suma un dato no menor, dadas las transformaciones posteriores en la percepción de los viajes electorales en al menos una parte de la prensa escrita: me refiero a la valoración positiva del rol desempeñado por los partidos políticos, en tanto facilitadores de la “gesta cívica” que protagonizaron miles de compatriotas. Lejos de ser condenados o puestos en cuestión, su trabajo era alentado por la prensa de ambos países, que divulgaba en sus páginas las direcciones y los horarios de atención de las distintas sedes partidarias en las cuales podían adquirirse los pasajes.

A lo largo de la década de 1990, la convocatoria a “pensar globalmente América Latina”, a entender que “si el problema es común, el proyecto debe ser colectivo”, tal como señaló Alicia Pintos durante el acto que conmemoró los 12 años de existencia del FAUA, asumió un tomo refundacional. En buena medida, y para seguir la metáfora con que se identificó el frenteamplismo local en los años ochenta, “militar de cara al Uruguay” ya no parecía del todo suficiente o deseable. En consecuencia, la mayor parte de los dirigentes del FA que visitaron el país tras las elecciones de 1994 solicitó un “cambio de actitud”. El FAUA no sólo fue convocado a afrontar el desafío de hacer posible el cambio de rumbo político en Uruguay, también fue llamado a protagonizar “un nuevo continente”, capaz de enfrentar “la globalización y la miseria”, tal como mencionaba Raúl Sendic en una de sus visitas al local que el Movimiento 26 de Marzo tenía en el centro porteño. Como en los discursos de otros visitantes, la enunciación “los necesitamos” nuevamente se hizo presente, pero ya no para alentar al retorno al Uruguay, sino para reorientar la acción política. Ahora se trataba de “militar donde te toque estar”. La consigna apuntaló aquello que, en rigor, ya estaba en marcha: no eran pocos los compañeros que para entonces se habían acercado a los distintos ensayos frentistas argentinos, aquellos que siguieron la secuencia Frente Grande (1993), Frente País Solidario (1994) y Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación (1997). Posiblemente esto ayude a explicar las razones por las cuales en la orilla argentina el proceso electoral de 1999 adquirió gran relevancia. En esta ocasión, entre el triunfo de la Alianza encabezada por Fernando de la Rúa y la primera vuelta en Uruguay —que dio a la fórmula Vázquez-Rodolfo Nin Novoa casi 40% de los votos— medió sólo una semana. No fueron pocos los compañeros que, en el término de un mes, vivieron con ansias tres votaciones que guardaron el vértigo de dos victorias que se creían inminentes y la subsecuente frustración para Uruguay.

Boletín del FA Nº 6, órgano informativo del Frente Amplio en Argentina, año 1, setiembre de 1989, página 6.

En 1999 los discursos de campaña experimentaron algunas variaciones respecto de la década anterior. Si hasta entonces era común que los candidatos llegados desde Montevideo reprodujeran palabras que podían ser pronunciadas en cualquier punto geográfico de Uruguay, ahora comenzaron a considerar en sus intervenciones los modos en que su relocalización invitaba a desregular formatos para dirigirse a una audiencia que ya no veía o creía “inminente” su retorno a Uruguay. Tal vez porque se trataba de una de sus primeras visitas a Buenos Aires en calidad de candidato, las palabras de Eleuterio Fernández Huidobro durante el acto celebrado en Casa Cultural ilustran el cambio de registro: “Es medio alucinante para uno estar acá, nada menos que en Buenos Aires. Le quedan grandes las luces del centro, y cuesta venir de los barrios más humildes de Canelones y desembocar acá, en la gran ciudad, con discursos que de pronto no están preparados para este lugar, y la forzada necesidad de improvisar”. Aquella noche, su discurso contra las desgarradoras consecuencias del neoliberalismo en la región estuvo lejos de ser parte de una improvisación; más bien se tornó un denominador común que interpeló a un público cada vez más binacional.

En la recta final, “el cambio de rumbo en nuestros países” que Vázquez proponía en Buenos Aires como parte de una “revolución cautelosa” alentó las traducciones locales de las “estrategias del miedo” ya desplegadas en Uruguay. A medida que las encuestas evidenciaban el incremento de la intención de voto a la fórmula frenteamplista, el diario argentino La Nación combinó los temores que generaba su triunfo en el establishment local con la traducción de su impugnación ideológica hacia el FA, aquella que a su vez permitía apuntar contra la izquierda de la Alianza argentina. En el juego de los espejos, el influyente periodista Mariano Grondona elucubraba tanto como anticipaba:

Si uno es de izquierda, desearía que gane Vázquez. Si uno es de centro o centro-derecha, ¿desearía que gane Batlle? [...] Si podemos imaginar que los blancos son como nuestros conservadores, los colorados como nuestros radicales y el EP-FA como nuestro Frente País Solidario, parece natural que alguien situado en el centro o en la centroderecha desee que el 28 triunfe Batlle [...] Pero la victoria de 1999 podría traducirse en una derrota más contundente que la de hoy, si la izquierda sigue creciendo. ¿Qué vale más para un liberal y un conservador preocupado, pero inteligente? ¿Asumir ahora el costo económico de corto plazo de la incorporación política de la izquierda o demorarlo cinco años, cuando la izquierda podría volverse arrolladora? Para un moderado que piense en el corto plazo, lo peor es que gane Vázquez. Para un moderado que piense en el largo plazo, quizás lo peor sea lo mejor.

La militancia frenteamplista en el país encontró en el diario La Nación su propio “medio opositor”, aquel con el que no perdió la oportunidad de polemizar desde sus audiciones radiales de FM, que por entonces se multiplicaban. En esta tarea, otro diario argentino, Página 12, resultó crucial, pues contribuyó a definir el rumbo que tomaría la campaña local. La publicación en el diario de la célebre carta abierta del escritor Juan Gelman al presidente Julio María Sanguinetti, la respuesta de Sanguinetti y la denuncia contra este diario formulada por Luis Hierro López, su compañero de fórmula por el PC, no sólo movilizaron el repudio de la militancia local, sino que también promovieron la radicalización de su agenda: el FAUA, que desde su fundación mantenía un firme compromiso con las causas por las violaciones a los derechos humanos durante el terrorismo de Estado, llamó la atención sobre lo que creía que no resultaba prioritario o se percibía como objeto de un tratamiento “tibio” en la campaña que llegaba al país.

“No perdonamos, no nos reconciliamos”, decía el cartel que Leonel llevó en su pecho a uno de los actos en los que se presentó la fórmula en Buenos Aires. Decidió hacerlo, explicó, porque era una forma de “recuperar nuestros principios. El Frente acá nació luchando para que tengamos eso, verdad y justicia. Si el Frente llegaba al gobierno, no podía dejarlo a un costado”.

Arribo de votantes del Frente Amplio al puerto de Montevideo, el 23 de noviembre. Foto: Alessandro Maradei.

A diferencia de lo sucedido en 1994, en 1999 la militancia fue requerida con anticipación por el electorado residente en el país: “Antes de empezar la campaña ya había gente que te llamaba preguntando por los pasajes”, recuerda Pepe, quien por entonces se ocupaba de las finanzas. En esta ocasión, la comisión que barajó alternativas para el traslado introdujo con mayor masividad la oferta de pasajes fluviales para quienes sufragaban en Montevideo o puntos cercanos a la capital, en tanto los ómnibus pasaron a cubrir otros destinos, como Salto y Paysandú. Tras las denuncias que se registraron en los desplazamientos anteriores, y a fin de asegurar el complimiento de todos los requisitos legales, los ómnibus fueron contratados a partir de los contactos provistos por la Central de Trabajadores de la Argentina, que desde su fundación, en 1991, se transformó en un nodo clave de las redes locales tendidas por el FAUA.

Luego de más de dos décadas de militancia transnacional, las elecciones de 2004 se grabaron a fuego. No sólo porque su resultado, deseado y fantaseado tantas veces, se hizo realidad con la contundencia de un triunfo obtenido “en primera vuelta”, sino porque aquel desplazamiento electoral, dicen, “no pudo ser mejor”. Ignacio, que integró el comando de campaña en Buenos Aires, puntualizó lo que hizo la diferencia: “Movimos lo que movimos porque la campaña estuvo bien pensada, bien organizada, bien acompañada por todos los compañeros argentinos”.

En esta ocasión la militancia local no sólo festejó el arribo a la presidencia de Vázquez y el logro de la mayoría parlamentaria: también celebró la consagración del propio viaje electoral. Distintos medios de comunicación y analistas políticos de ambos países se hicieron eco del “voto Buquebus”, que fue tapa de Página 12 tras conocerse los resultados. La combinación de la intención de voto arrojada por las encuestas en los días previos al acto electoral, las especulaciones respecto de la cantidad de votantes que se habían trasladado desde Argentina y la diferencia porcentual entre el FA y el PN (la segunda fuerza política más votada) dio lugar a una serie de especulaciones que atribuyeron, nada más y nada menos, la primera victoria nacional frenteamplista a “los votos llegados desde Argentina”. Aun cuando este dato es materia de impugnaciones, lo cierto es que tuvo un masivo “efecto de verdad” que puso en valor las representaciones sobre el frenteamplismo en el país.

Haberse hecho “famosos”, en palabras de Eleonor, no sólo estaba vinculado con las interpretaciones del resultado electoral: también se debía a las transformaciones operadas sobre la infraestructura y los canales de circulación que hasta entonces habían hecho posibles los desplazamientos. Nunca antes las redes y las coordinaciones locales habían estado en tan buenas condiciones de apuntalar la campaña frenteamplista en Argentina. Al mismo tiempo, nunca antes el FA había accedido a posiciones de enunciación y negociación como las que detentaba en 2004. Los diálogos y las experiencias trasversales que habían resultado de la década anterior y de la crisis de 2001 abrieron la posibilidad de impulsar una campaña extensa y masiva que redundó en la organización de una gran cantidad de actos en clubes de barrio, sedes sindicales y teatros, que trascendieron Buenos Aires para llegar a varias ciudades del conurbano, La Plata, Rosario y Mar del Plata. A pocos días de las elecciones, pero con el tiempo suficiente para recoger sus frutos, el cierre de campaña incluyó una caravana que atravesó la capital argentina por avenida Rivadavia y un masivo festival musical en Obras Sanitarias cuya recaudación fue destinada al alquiler de ómnibus y el financiamiento del descuento partidario para la compra de pasajes fluviales que, ya de por sí, la empresa Buquebus ofreció a menos de la cuarta parte de su costo habitual.

Como en los años ochenta, el FAUA volvió a ocupar masivamente la calle: el acto de cierre, realizado en plena avenida Corrientes y convocado bajo la consigna “Por una victoria popular”, logró “el milagro de juntar, por una noche, a los argentinos”, según palabras de Martín Granovsky en Página 12 el 19 de octubre. En rigor, tratándose de una convocatoria impulsada por la militancia frenteamplista local, no había mucho de “milagro”: todas las organizaciones y los partidos presentes eran parte de las redes labradas desde sus años fundacionales. El “clima de concordia y hermandad” que, según Aurora, rodeó a este proceso electoral se potenció tras conocerse el resultado, que fue saludado enfáticamente por el presidente argentino, Néstor Kirchner, y proyectado por prácticamente todo el arco político nacional. Por entonces nada parecía anunciar que se avecinaba uno de los conflictos bilaterales más resonantes de las últimas décadas.

El desplazamiento electoral de 2009 que contribuyó al segundo triunfo de la coalición no pudo darse en circunstancias más diferentes al anterior. Muy posiblemente por esta razón en los recuerdos de quienes los gestionaron 2004 y 2009 se configuran como una suerte de tándem que coloca en las antípodas las condiciones materiales y las estrategias electorales para cada caso. La diferencia entre un viaje electoral organizado en el marco de relaciones armónicas entre los candidatos y las redes locales y otro atravesado por las tensiones que siguieron al conflicto por “las papeleras” (la instalación de una planta de Botnia, hoy UPM, en Fray Bentos ocasionó el corte de puentes sobre el río Uruguay por parte de manifestantes en Gualeguaychú) es elocuente, aunque la cosa no se agota allí. El contraste también radica en lo que sería un paulatino pero sostenido proceso de institucionalización de los desplazamientos por parte del FA.

“Ser gobierno” desde 2004 había hecho que la militancia frenteamplista local se mantuviera más activa que de costumbre fuera del período electoral. Para 2009, además del Comité Central, que compartía la sede con el Partido Intransigente argentino, se encontraban en funcionamiento 24 comités de base cuyo despliegue territorial reflejaba, al menos en parte, las relaciones sostenidas con algunas de las intendencias del conurbano bonaerense. Estas interlocuciones “por abajo”, que proveyeron espacios para actos y pusieron a disposición sus bases para tareas de propaganda y difusión, no lograron, sin embargo, aminorar el peso de una campaña que, más allá del resultado obtenido, resultó “cuesta arriba”. Aunque en términos financieros todo iba sobre rieles, Nelson matizaba la situación: “Teníamos todo junto. Teníamos al mejor candidato”, decía, en referencia a José Mujica, “el que mejor podía representarnos a los compañeros acá, y teníamos dos temas súper importantes para los uruguayos en Argentina: los plebiscitos sobre la ley de caducidad y el voto epistolar. Todo eso junto y... ¡en el peor momento posible!”.

Uruguayos votantes del Frente Amplio a su llegada desde Córdoba, en el Parque Batlle, el 23 de noviembre. Foto: Alessandro Maradei.

El rumbo que tomó la contienda electoral dejó poco margen para militar las consultas: el creciente deterioro de las relaciones bilaterales acaparó todos los esfuerzos. Aquella campaña, “la más sucia que yo recuerde”, decía Nelson, en coincidencia con varios compañeros, estuvo atravesada por denuncias de “intromisión” o “injerencia” en el proceso electoral uruguayo por parte del gobierno y de distintas figuras políticas argentinas. Aunque estas denuncias eran una recurrencia que se actualizaba ante cada desplazamiento electoral, la diferencia fue que, en esta ocasión, su “blanco” resultó la propia militancia frenteamplista local, acusada de repartir pasajes gratuitos y dinero entre los votantes. Además, las campañas del PN y el PC habían logrado instalar “las papeleras” como uno de los ejes clave de la disputa electoral, para lo cual abrevaron en fuertes críticas al gobierno de “los Kirchner”, pero fundamentalmente al gobierno frenteamplista, por su incapacidad para arribar a una adecuada resolución.

En Buenos Aires —hasta entonces una plaza tranquila, sin la presencia movilizada de adversarios políticos—, y ante la mirada atónita de la militancia local, que temía por la estabilidad de sus redes locales, fuertemente alineadas con el Frente para la Victoria desde 2003, se “jugó duro”, tan duro como en Uruguay. El 10 de setiembre, el día que la fórmula protagonizó el acto de cierre de campaña más espectacular en Argentina, las inmediaciones del Luna Park amanecieron colmadas de afiches que rezaban “Bienvenido Muji-K”, sugiriendo así la identificación del candidato presidencial con el kirchnerismo. Y aun faltaban los cimbronazos que traería consigo la publicación de Pepe coloquios, el libro en el que el periodista Alfredo García recopiló conversaciones con el candidato frenteamplista a la presidencia, quien se refirió a su relación con el gobierno argentino en términos polémicos.

El desplazamiento de 2009 contó con un financiamiento inédito. A la campaña de recaudación local se sumó la desafiante propuesta del “voto amigo”, que buscó desindividualizar el sufragio para multiplicarlo. Concretamente, el “voto amigo” invitó al frenteamplismo radicado en países distantes (en Europa y Estados Unidos) a donar el dinero de sus pasajes para comprar los de quienes residían en Argentina. La propuesta se basó en un cálculo simple: con el costo del pasaje de un votante frenteamplista residente en un país lejano podían financiarse varios pasajes de votantes residentes en Argentina. Sin importar entonces quién lo depositara en la urna, el “voto amigo”, multiplicado vía el “voto Buquebus”, contribuiría a ganar las elecciones por segunda vez consecutiva. Más allá del éxito que pudo haber tenido esta apuesta, lo cierto es que el contexto económico por el que transitaba Argentina —“Había plata en el bolsillo, se podía viajar”, recuerda Alcida— fue decisivo; también la negociación que había logrado el comando electoral con la empresa Buquebus, que en esta ocasión ofertó los pasajes a un costo único —en todas las clases, horarios y servicios— que representaba la mitad del valor habitual en clase turista. Como nunca antes, muchos tuvieron la oportunidad de viajar a votar “por un país de primera”... en primera. Pese a ello, y aun cuando es imposible cuantificarlo, la percepción generalizada fue que hubo una merma en el flujo de votantes, que se atribuyó al efecto “misión cumplida”, es decir, a haber contribuido a colocar al FA en el gobierno nacional en 2004.

En 2009 la algarabía de los barcos contrastó con la experiencia de quienes tomaron la ruta terrestre: el puente internacional Libertador General San Martín permanecía bloqueado por la Asamblea de Gualeguaychú desde hacía tres años, por lo cual la caravana debió alterar su recorrido habitual para cruzar la frontera. El “puente cortado” resultó ser un límite que polarizó a la militancia local antes de que la ya famosa “grieta” argentina comenzara a ser estudiada y fechada por sus analistas. Pedro, que desde 1989 realizaba este trayecto para emitir su voto en Paysandú, lo resumía como sigue: “Los piqueteros no nos dejaron pasar. Por eso no me banco a los Kirchner, porque no hicieron nada. Yo crucé llorando de bronca, mucha impotencia sentía. Íbamos a votar... ¿Vos sabés lo que es eso para nosotros? ¿Lo que nos cuesta ir? Es una cosa injustificable, no hay perdón”.

Portada del diario Página 12 del 2 de noviembre de 2004. Hemeroteca de la Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina.

El proceso electoral de 2014 introdujo una serie de modificaciones que, en términos organizativos, tendió más al reaseguro de una campaña centralizada y controlada —libre de sospechas y acusaciones— que al incremento del caudal de votos. Para ello, la presencia de “Montevideo” en Buenos Aires fue en aumento. Como decía Marcos, “ahora todo se manda de allá: prensa, propaganda, pegotines, banderas, carteles, todo”. En una plaza del conurbano bonaerense, en una feria de la capital podía recibirse “el mismo” volante o “las mismas” calcomanías que en cualquier punto geográfico de Uruguay. A ello se sumó el debut masivo de las redes sociales y el empleo de dispositivos móviles para hacer circular la información. Sin embargo, pese a la conectividad permanente, la militancia local tenía claro que aquellos compatriotas que recibían los “volantes importados” o veían una invitación a un acto en Facebook no eran asimilables a los radicados en Montevideo o Tacuarembó. Los debates que trajo consigo la instalación de la fórmula Vázquez-Raúl Sendic daban cuenta de ello. Si bien la mayoría reconocía que “allá es distinto”, Vázquez, según Carlos, portaba “una carga difícil de trabajar”: sus declaraciones respecto de una hipótesis de guerra con Argentina durante su primer mandato actualizaban la polarización del escenario político argentino, que buscaron sortear, pero no a cualquier costo.

Durante el desplazamiento de 2014, los 22 comités de base activos tuvieron a su cargo la difusión de información, las jornadas de propaganda, el contacto y la recepción de las consultas de los compatriotas y la organización de los actos. En este último caso, los “nodos neutrales” —es decir, no partidarios— de las redes locales aportaron la locación: sindicatos, universidades nacionales y distintas asociaciones de la sociedad civil fueron imaginados como espacios convocantes y no “agrietados”. La institucionalización del desplazamiento abarcó la organización y la gestión del viaje: el FA delegó en una comisión específica la negociación de los costos de los pasajes y la supervisión de la entrega de los vouchers con el descuento partidario. Dos de sus miembros se instalaron en Buenos Aires varios días antes del primer turno para ocuparse de estas tareas. La definición de esta “operativa” modificó la dinámica de los comités de base en tiempos de campaña. Buena parte del saber hacer y de las estrategias que desde hacía décadas permitían nutrir de votantes las travesías se reorientaron, por ejemplo los modos en que la militancia local escrutaba al potencial electorado a fin de distinguir “votantes frenteamplistas” de quienes se acercaban “para aprovechar un pasaje barato”, pero votaban a otra fuerza política. Esta distinción no era menor; a partir de ella definían una concepción particular de los viajes: “nosotros no cruzamos a cualquiera” y “cuidamos la plata del FA” eran definiciones político-ideológicas y al mismo tiempo tiros por elevación a la hora de explicar estos testeos.

La experiencia acumulada por los compañeros también oponía a los cálculos más optimistas las condiciones de la coyuntura: advertían sobre la incidencia del “cepo al dólar” vigente, la gran diferencia cambiaria existente entre ambos países y los análisis de las consultoras que aseguraban que el “voto Buquebus” no tendría incidencia alguna en el resultado. Todo ello orbitaba las discusiones sobre la cantidad de vouchers que se emitirían. Si algo demostraba el contraste entre los desplazamientos de 2004 y 2009 era que, si bien existía el “tanque de reserva” frenteamplista en Argentina, su movilización no era obvia ni automática, menos aun cuando el FA llevaba dos períodos presidenciales que, entre otras conquistas, habían logrado transformar a su población emigrante en sujeto de políticas públicas vía la implementación de una serie de programas de vinculación. En este sentido, no sólo “la diáspora” en Argentina aguardaba gobernabilidad extraterritorial: también la militancia frenteamplista local esperaba seguir protagonizándola.

Estas expectativas se hicieron evidentes y tuvieron su acogida en el transcurso de la cuarta y última presentación de la fórmula en Buenos Aires. En el Parque de los Patricios, bajo el sol de noviembre, un aplauso cerrado emergió cuando Vázquez encontró el lugar desde el cual dirigirse a los presentes, a quienes aseguró que una tercera gestión del FA trabajaría para que “los nietos de uruguayos sean reconocidos como uruguayos” y para que “el Uruguay de los próximos años sea una sociedad que pueda recibir a quienes quieran regresar”.

“La mejor campaña acá la hizo Macri”, decía una de las compañeras que llevaban el conteo de los vouchers en los días previos al 27 de octubre de 2019, cuando las filas en la terminal de Buquebus daban varias vueltas, tal vez menos que las esperadas. Es que si los casi cuatro años de gobierno de la coalición Cambiemos habían servido para limar las asperezas internas del frenteamplismo local en torno a su sintonía con el Frente de Todos encabezado por Alberto Fernández, la crisis económica complotaba contra la posibilidad de asegurar una cruce masivo. Confirmado el escenario de balotaje, esperando un resultado más ajustado, no fueron pocos los que reservaron su dinero para noviembre, y menos aun quienes se las ingeniaron para votar a dos presidentes en un mismo día.

“Hemos completado el voto rioplatense. ¡¡¡Arriba los que luchan!!!”, decía el mensaje de Whatsapp con el que Víctor contaba que había tenido el privilegio de votar en ambos países, o “el privilegio, el derecho y la obligación moral”, para ser más preciso. “Salió un relojito”, abundaba días después, porque ningún detalle quedó librado al azar: pensó que primero era mejor votar en Uruguay, “en donde las cosas están más peleadas, porque de tener problemas de horarios era mejor asegurarlo allá”. Víctor llegó el sábado a Santa Rosa, su pueblo natal. A primera hora del domingo, votó a la fórmula Daniel Martínez-Graciela Villar. A la salida del cuarto secreto lo aguardaba su hermano para trasladarlo al puerto de Montevideo. Pisó tierra en Buenos Aires a las dos de la tarde y tomó el tren rumbo a Santos Lugares, en el partido de Tres de Febrero. Allí, en otro cuarto, el que en Argentina llamamos “oscuro”, lo esperaba la boleta de Fernández-Cristina Fernández. En el caso de Aurora, el orden de los factores no invirtió el producto: a las ocho de la mañana votó en una escuela en Lanús, y a las cuatro y media en una de Montevideo. Para ambos, la trasnoche del domingo fue, en partes iguales, preocupación uruguaya y alegría argentina.

No habían pasado 24 horas de conocidos los resultados cuando celulares argentinos y uruguayos comenzaron a explotar con mensajes que llamaban a organizar el cruce para la segunda vuelta. Nadie podía determinar su procedencia ni cuán genuinas eran estas iniciativas, pero se hacía sentir el “optimismo de la voluntad” a la hora de protagonizar un desplazamiento que rememorara el de 2004. Para ello, se decía en las redes, mensajes de texto y comités, sería imperioso mejorar lo que había sido la campaña hasta el momento.

El único acto que contó con la presencia de Martínez y Villar, en el teatro IFT, fue el más modesto que podían recordar: muy lejos de aquel Parque Lezama de 1989 o del Luna Park de dos décadas después. También fue la primera vez que la fórmula frenteamplista no se reunió con el Poder Ejecutivo argentino a fin de cumplir con el ritual de solicitud del asueto otorgado a los residentes de países limítrofes que fueran empleados en la administración pública argentina, contemplado por ley desde 1989. Sin fotos ni apretones de manos, Mauricio Macri firmó el decreto que fue publicado en el Boletín Oficial el día 24 de octubre.

Casi al mismo tiempo en que comenzaban a ser divulgados los valores de los pasajes para el segundo desplazamiento electoral —menores aun que los establecidos para octubre—, la militancia local supo que la fórmula no regresaría a Buenos Aires. De cara a la segunda vuelta, el último acto del FA tuvo lugar en la ciudad de Avellaneda: Agarrate Catalina, Ana Prada, Larbanois y Carrero, junto a Ernesto Agazzi, Alejandro Sánchez y Óscar Andrade, bajaron del escenario convocando a arrimar más uruguayos y uruguayas para jugar, el 24 de noviembre, “un partido re importante”. La memoria fresca del balotaje argentino que depositó a Macri en la presidencia enmarcó la escucha de la metáfora futbolera. Si perder era una posibilidad, todavía podían elegir cómo hacerlo: estando allá. Pero algo distinto pasó: durante diez días, hasta el jueves 21 y en horario extendido, las oficinas de la calle Perón en las que se realizó la venta de vouchers vieron pasar muchas “nuevas caras”. Del otro lado del río, el “voto a voto” se jugó en ellas, en cada inscripción en el padrón que podía comprobarse y resultaba festejada como una buena gambeta.

Arribo de votantes del Frente Amplio al puerto de Montevideo, el 23 de noviembre. Foto: Alessandro Maradei.

Cruzar para “ser consecuente con la historia de uno” y para “cuidar a la militancia y al Frente en Argentina”; para pensar, como pedía Seregni, la “mañana siguiente”. Cruzar “en las buenas y en las malas”, cruzar “para decirle no a la derecha en mi país”: todo eso se escuchaba en el buque sin butacas libres que partió el sábado a las siete de la tarde rumbo a Colonia. Difícil imaginar que desde el domingo por la noche, junto al video viralizado del general retirado Guido Manini Ríos y los frutos de la militancia territorial cuerpo a cuerpo, integrarían el trípode que buscaba explicar la inesperada paridad de un balotaje que las encuestas daban por perdido. Para entonces, muchos empezaban a partir para volver.

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