I. El hecho es que los hombres no sólo estaban exhaustos, sino fascinados por el fuego. Lo observaban por dentro, las cavernas doradas que bostezaban y se angostaban a través de la estructura de la vegetación. Algunos estaban tan vacíos y apáticos ahora que podrían haber entrado, para entregarle los huesos. Muy pocos no sucumbían al hechizo del fuego. Patrick White, The Tree of Man (1955).
Fascinante y amenazador es el fuego al propagarse sobre las cosas. La presencia de los incendios en Australia se cuela desde la literatura del siglo XIX. En el cuento “Harry Heathcote of Gangoil” (1874), Anthony Trollope compara la Navidad del hemisferio norte, de donde viene el protagonista, con aquella en Australia, “tierra feliz en la que los incendios de Navidad se pueden encender, o encenderse por sí mismos, cuando no se necesitan en absoluto”. Trollope detalla amenazas de incendios deliberados contra las propiedades vecinas. Terror de los colonos cuando los rayos caen sobre la vegetación reseca. Fortunas arruinadas por el paso de las llamas. Las descripciones son temibles: “El bosque entero no era rojo, sino refulgente, por los incendios, y el aire estaba cargado tanto con el olor como con el calor de la combustión”.
La ficción del siglo XIX recoge el vínculo de los seres humanos con una tierra expuesta a sequías cíclicas, cauces de agua que pasaban años vacíos y la furia de incendios devastadores. Louisa Atkinson escribió en 1857: “Se hizo de día, aún caluroso y agobiante, mientras el humo oscurecía cualquier objeto distante”. Así, la relación que los invasores establecieron con la tierra que pretendían dominar estuvo pautada por el fuego, despótico e impredecible. Casi ausentes son los registros del uso que los aborígenes hacían del fuego como forma de mantener a los eucaliptos a raya y habilitar áreas en las que hubiera pasto para sus presas (aunque es cierto que James Cook documenta la abundancia de humo a lo largo de la costa australiana en 1770). Ficcionales o no, los textos evidencian lo constitutivo que ha sido el fuego en esta isla.
II. Durante el verano mirabas las cosas con los ojos entrecerrados, y el paisaje era casi impresionista, con colores y formas quebrados, por el calor. Patrick White, Happy Valley (1939).
Gran parte de Australia, la isla con tamaño de continente, es un territorio desértico o semidesértico. En verano, no son infrecuentes las olas de calor, tal como se infiere de los fragmentos citados de Patrick White (nobel de literatura en 1973). Sequías, vientos fuertes y altas temperaturas se transforman en elementos propicios para el fuego. Los bushfires o incendios forestales (¿cómo traducir la amplitud del sustantivo bush al español?) son fenómenos regulares, ligados a la estación estival y muchas veces causados por tormentas sin lluvia. Tan crucial es el fuego que ha jugado un rol clave en la adaptación de la vegetación al suelo. David Bowman, profesor de la Universidad de Tasmania, señala que fueron los aborígenes, por medio de fuegos controlados, quienes preservaron reductos de selva lluviosa a salvo de la dominación de los eucaliptos y el clima a fines de la última era glacial (hace entre 12.000 y 25.000 años atrás).
No hay otra área del mundo tan vasta caracterizada por un solo género de árboles como Australia con los eucaliptos. El Eucalyptus regnans, que alcanza a medir más de 100 metros de altura, ilustra cuán funcional es el fuego a la vegetación. Dependiente de los incendios para soltar sus semillas, se ha llegado a formular que incluso los promueven con la cantidad de hojas que suelta en la estación seca, y además tiene ramas bajas, que ayudan a que la copa pueda combustionar. La existencia de bosques de Eucalyptus regnans, como afirma Tom Griffiths en Forests of Ash: An Environmental History, es resultado de un régimen de incendios muy esporádico, pero de gran intensidad. Ciclos de fuego son iguales a ciclos de vida. No obstante, las últimas temporadas, y en especial la de 2019-2020, dejan en evidencia nuevas variables en la relación de los seres vivos con este elemento.
III. El fuego corrió por la quebrada de árbol en árbol y ellos derrumbaron una barrera de troncos para cortar el fuego, y cavaron afiebrados una zanja toda la noche, todos aquellos hombres trabajando como un montón de marionetas, brazos arriba y abajo, rostros negros, golpeaban ramas para alterar el curso del fuego. Patrick White, Happy Valley (1939).
Hay cierta épica ligada a la batalla contra el fuego. Esa lucha sigue siendo la de un humano contra la externalidad del mundo natural, algo que la discusión sobre el cambio climático viene a cuestionar. Entre 2019 y 2020 se han quemado 18 millones de hectáreas, en una temporada que empezó en setiembre, bastante antes de lo acostumbrado. A fin de año se intensificó el fenómeno por la cantidad de biomasa en el suelo (hojas, maleza, etcétera), así como por los vientos y las temperaturas récord. Todos los estados han sufrido incendios considerables. Murieron 34 personas y se quemaron casi 3.000 casas. Imposible cuantificar el daño a plantas y animales. Lo cierto es que el número y la intensidad de los fuegos no tienen precedentes. Sídney y Melbourne estuvieron rodeadas de nubes de humo por meses.
Scott Morrison, el primer ministro liberal y pentecostal, demoró en cancelar sus vacaciones en Hawái para volver a ocuparse del asunto. Fue abucheado en varios pueblos y hubo marchas en su contra. La imagen de un niño con máscara evacuando Mallacoota en un Zodiac, en medio de aire rojo y espeso, ya había dado vuelta al globo. Lo mismo aquellas de koalas y canguros chamuscados. Los incendios no solamente generaron un inmenso daño ambiental, social y económico, sino que dejaron al descubierto la fragilidad de las cadenas de información. Figuras públicas divulgaron noticias falsas, como que el mayor problema eran los incendios intencionales. Donald Trump llegó a hacer eco de estas acusaciones infundadas. Como ya había pasado en la Amazonia con Jair Bolsonaro echándoles la culpa a los ambientalistas, hashtags como #ArsonEmergency (emergencia de incendios intencionales) fueron amplificados por cuentas automáticas.
Por una parte, el debate público se centró en la lastimosa respuesta del gobierno a los incendios. Hay que recordar que en Australia gran parte de los bomberos son voluntarios, y los fuegos quemaban hacía meses, lo que impactó sobre la capacidad de respuesta de las comunidades. De hecho, expertos como Greg Mullins venían alertando acerca de lo grave que sería la temporada desde abril (sin lograr que Morrison lo recibiera). Por otra parte, se fortaleció la discusión sobre el cambio climático en los eventos recientes. Frente a ambas críticas, el argumento de Morrison sigue siendo que los australianos ya han enfrentado desastres así, y que eso les permitirá salir adelante. “Resiliencia y adaptación” les pidió a sus ciudadanos, al tiempo que ha tratado de desviar la atención de la extracción de carbón, pilar de la economía. En un mensaje de fines de 2019 también destacó que su país es el lugar más increíble del mundo para criar hijos. Resta saber a lo que tendrán que adaptarse esas criaturas.
IV. Para ese entonces, ya había crecido con furia. Volúmenes apasionados de humo se elevaban sobre la vegetación, y dentro de ese humo, cuerpos oscuros, indistintos, como si algo fuera traducido a la fuerza hacia el espacio. Patrick White, The Tree of Man (1955).
En 2008, un informe liderado por el economista Ross Garnaut estudió el impacto del cambio climático sobre Australia. De forma que hoy parece profética, predijo: “La temporada de incendios va a empezar antes, va a terminar un poco después, y va a ser en general más intensa. Este efecto se va a incrementar en el tiempo, pero debería ser directamente observable alrededor de 2020”. En diciembre de 2019 la temperatura media alcanzó el récord histórico de 41,9 ºC en Australia, al tiempo que la temperatura anual promedio fue la más alta también, 1,52 °C por encima del promedio histórico. Según el Bureau of Meteorology, fue también el año más seco que se ha registrado.
En un mundo más caliente y seco, el período entre incendios se irá acortando, escribió David Bowman en The Conversation. El título de su texto es significativo de la gestión de las emergencias: “Como la temporada de incendios y la de vacaciones convergen, tal vez sea momento de decirles adiós a las típicas vacaciones australianas de verano”. Para reafirmar la intensificación de estos fenómenos en las últimas décadas, puntualizó: “Sí, ha habido incendios muy grandes en el pasado, pero no fueron seguidos por más incendios muy grandes 15 años más tarde. Normalmente, se esperaría una brecha de 50 o 100 años. Por lo tanto, la ecología nos dice que estamos frente a la reducción de los intervalos entre incendios. Esa es una gran señal de advertencia”.
V. Los incendios pasaron como muros en el camino. Mientras las praderas ardían, los cisnes volaron alto, navegando a través de vientos que soplaban por encima del humo en un viaje a mil metros en el hogar soñado. Avanzaban cada kilómetro gracias al aleteo y al lento deslizarse por entre la ceniza suspendida centelleando con fuego y bailando deslumbrante por el cielo en medio de una ventisca de calor incesante sobre las colinas, antes de caer a la tierra allá abajo. Alexis Wright, The Swan Book (2013).
El escenario en The Swan Book ya es un páramo, irreversible. Hasta hermosa es la forma en que la ceniza baila en la atmósfera. De alguna manera, la descripción que White hacía en The Tree of Man tras el paso del fuego era diferente: “Habían descubierto en la tierra una belleza austera que ahora amaban con ese amor triste que viene cuando ya es demasiado tarde. [...] Se reconciliaban con las vidas que estaban dejando atrás, mientras cabalgaban entre los árboles negros, y la luz amarilla se desvanecía, y los animales empezaban a correr hacia ellos, en lugar de huirles”. La novela de White es un detenimiento en las circunstancias de cualquier vida y el inevitable impacto del fuego. Es un mundo en el que la naturaleza puede volver a manifestarse, más allá de la pérdida.
Ya el texto de Alexis Wright, escritora aborigen y activista ambiental, inquiere acerca de la mera posibilidad de vida. Tal es el impacto de la ruina que los humanos dejan a su paso. Y en esa indagación interconecta conocimiento ancestral y un mundo sin condiciones para la vida. Las narrativas siempre conviven y chocan. “Ya hemos resistido a estos terribles desastres antes y hemos podido salir adelante. Reconstruiremos y nos mantendremos fuertes”, clama Morrison y exalta la unidad nacional. No parece haber responsabilidad por el daño infringido, o por cambiar el rumbo de los acontecimientos. En el llamado nacionalista a combatir los incendios aparece, una y otra vez, el fuego como un elemento del orden de lo natural, un enemigo ajeno a combatir. Hay palabras que suenan más alto que otras, pero ninguna deja de ser el registro de una fascinación aterradora. Perplejos y desesperados, los seres humanos vuelven a observar el avance de las llamas. Como escribió White, “muy pocos no sucumbían al hechizo del fuego”.