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El faro es un punto central del paisaje y un lugar desde el que apreciar los diferentes ambientes del Cabo.

Del monte a las dunas y “las gredas”

4 minutos de lectura
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La fauna de Cabo Polonio tiene sus imágenes clásicas de lobos marinos, pero también forman parte de ella las lechucitas, las anémonas que crecen en pequeñas lagunas en las rocas y las mulitas y los zorros que recorren los pastizales. Del mismo modo, las dunas dejan paso a otros paisajes.

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Cabo Polonio es un paseo conocido por los visitantes como un lugar sumamente tranquilo, de hermosos paisajes marinos y un entorno ideal para descansar y desenchufarse. Pero también es un área protegida, con muy diversos ambientes naturales y una buena cantidad de fauna autóctona para ver, si estamos atentos.

Cuando uno entra en ese lugar, trepado en los famosos camiones con tribunas tubulares de metal, se cruza con una sucesión de diferentes ambientes. Primero se atraviesa un monte psamófilo, con acacias, chircas de monte y coronillas que se entreveran con pinos y otras plantas no autóctonas. Se ven pasar zorzales, torcazas y gavilanes, y cuando llueve se forman grandes charcos a los que acuden a reproducirse los pequeños y coloridos sapitos de Darwin. Al acercarse la tarde se pueden encontrar mulitas, zorros y hasta algún tímido guazubirá, el más pequeño de nuestros venados autóctonos.

Si bien se reproducen en colonias mucho más al sur del continente, los pingüinos de Magallanes a veces visitan las playas de Rocha.

Después de dejar atrás esa franja arbolada, se entra en una zona de dunas, con escasos matorrales y arbustos que surgen en la arena. Allí se pueden ver parejas de lechucitas de campo que cavan sus nidos en la arena. Estas aves cazan insectos grandes, como cascarudos, y también culebras, lagartijas y pequeños roedores.

En esta zona son muy comunes también los teros, aves adaptables que se encuentran en ambientes muy diferentes y en todos parecen sentirse a gusto. Se los suele ver en parejas o en pequeños grupos, siempre ruidosos y listos para pelear si hay que disputar un territorio.

Las misteriosas elevaciones de arcilla junto al mar dan una apariencia de paisaje lunar a esta zona de la costa.

Cuando están con pichones es común que, ante alguna amenaza, oculten a las crías bajo sus alas mientras gritan agudas voces de alarma. Si el peligro aumenta, los pichones corren a esconderse entre los arbustos y permanecen inmóviles allí, mientras los adultos tratan de ahuyentar al agresor con vuelos en picada, aunque a último momento se desvían y no lo llegan a tocar.

En las rocas cercanas al faro se asienta una colonia de mamíferos marinos muy particular. Sobre las piedras se ve tomando sol juntos a lobos y leones marinos, dos especies de hábitos parecidos, pero con una gran diferencia de tamaño. Los leones machos llegan a pesar más de 300 kilos, cerca del doble que sus vecinos de roca. Además, los leones machos se distinguen por una notoria melena de pelo claro, lo que les ha valido el sobrenombre de “pelucas”.

Un buen número de machos de lobo marino se reúne bajo el faro, en un lugar con ambiente tenso, pero pocas peleas.

Son comunes las peleas, aunque son más bien simbólicas y duran pocos segundos, ya que en esa punta rocosa no hay hembras, sólo machos de diferentes edades y tamaños. En general allí se encuentran ejemplares aún muy jóvenes como para pelear por un territorio y formar su harén reproductivo.

También puede verse algún que otro macho que ya ha dejado atrás su mejor momento y, fuera de forma y sin la fuerza necesaria para mantenerse en competencia por ser un alfa, descansa sin preocupaciones en esas rocas, mucho más tranquilas que las de las islas que se pueden ver llenas de lobos cerca de la costa.

El cangrejo recorre sin pausa rocas y lagunitas en busca de comida, y mantiene limpio el ambiente.

Rodeando el faro hay toda una zona de pastos, arbustos, matorrales y gramíneas, con muy pocos árboles; apenas un par de tamarices resisten ante el viento y el rocío de agua salada de la costa. No hay mucha vegetación alta en la que puedan refugiarse las aves, pero sí muchas flores con semillas, dientes de león, margaritas y otras, que atraen a los pájaros a alimentarse, con lo que doraditos, cabecitas negras, mistos y otros se ven volar en grupos entre los tallos comiendo semillas y brotes. En primavera se les unen grandes cantidades de golondrinas que vuelan sin pausa atrapando insectos y descansan cada tanto en los techos de los ranchos, donde también hacen sus nidos. Muchas veces se las ve aterrizar sobre el suelo y despegar llevando unos pastos en el pico; los juntan para hacer más suave la cama sobre la que después pondrán sus huevos.

Luego de sedar a sus presas, la anémona las arrastra con sus tentáculos hacia el centro de su cuerpo, donde se encuentra su boca.

El reinado de los pastos se termina y da paso a la arena costera y zonas de rocas que reciben el continuo martillar de las olas. Con el ir y venir del agua, más los cambios en las mareas, entre las rocas forradas de algas verdes se forman pequeñas lagunitas. De a ratos se inundan y luego aparecen secas. Ahí se mueven cangrejos, piojos de mar y pequeños peces que quedan atrapados y deben esperar a que suba el agua para volver al mar. También podemos ver a unas pequeñas y coloridas anémonas, con sus brazos que se mueven rítmicamente. Son animales muy simples que permanecen fijados al fondo o a las rocas. Tienen un cuerpo cilíndrico, cuya base o pie les sirve para aferrarse al sustrato, aunque pueden moverse muy lentamente. Se alimentan de peces y otros pequeños animales. En los tentáculos tienen células urticantes en las que guardan unas toxinas con las que adormecen a sus presas para llevarlas hacia su boca y comerlas. Si la marea baja y quedan expuestas, repliegan sus tentáculos y llenan sus cavidades con agua para no secarse.

Los atardeceres del Cabo son famosos y a esa hora los visitantes suelen bajar a la playa a disfrutarlos.

Allí mismo, entre las rocas, se ven grupos de aves marinas que recorren la zona en búsqueda incesante de comida, como ostreros que entierran su largo pico rojo en la arena para encontrar berberechos y chorlitos de collar que avanzan con pasos casi imperceptibles de tan rápidos mientras atrapan piojos de agua y pequeños gusanos. Hay varias especies de chorlitos y playeros recorriendo continuamente la zona en la que mueren las olas, algunos vuelan miles de kilómetros desde el norte para comer y ganar peso en medio de sus migraciones. Entre las aves que pueden verse en la playa cada tanto se encuentran los pingüinos de Magallanes, que pueden bajar a tierra para descansar de su vida mayormente acuática.

Un pichón de tero asustado busca refugiarse entre las plumas de un adulto, hasta que pase el peligro.

Si uno camina por la playa hacia el oeste unos kilómetros, llega a una interesante formación llamada “las gredas”, con montículos arcillosos de color rojizo por los que se deslizan hacia el mar minúsculas cascadas de agua dulce filtradas por la arena. Se generan formaciones de caprichosas, de una textura que parece de cráter lunar, con huecos y burbujas en la superficie. Por momentos hay elevaciones de más de un metro de altura y otras que esconden pequeñas piscinas y partes planas que pueden ser usadas como mesa para un picnic improvisado rodeado de espuma de mar.

Con los días cálidos de la primavera, las golondrinas se instalan en techos y aleros, en los que encuentran lugar para sus nidos.

Cabo Polonio es uno de esos lugares en los que la fauna está casi siempre presente y cerca de los visitantes, pero muchas veces puede pasar desapercibida porque estamos atentos a otras cosas. Si tenemos los ojos abiertos y la buscamos, vamos a encontrar animales en todo el entorno, por tierra, mar y aire, lo que le da otra dimensión a nuestra visita.

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