En la portada de este número aparece una de las imágenes icónicas de los sucesos ocurridos el 6 de enero en el Congreso de Estados Unidos. Desde entonces, ha habido cambios significativos en la política de ese país. Las posturas de Joe Biden, el nuevo presidente, en cuanto a redistribución de ingresos, empleo y cambio climático lo colocan cerca de la vanguardia del progresismo internacional y bastante a la izquierda de lo que prometió en su campaña electoral.
Sin embargo, ese cambio no significa que todo el arco político de la principal potencia mundial se haya movido en la misma dirección. Por el contrario, el Partido Republicano, que monopoliza la oposición al gobierno de Biden, está embarcado en un proceso de depuración que busca reforzar el apoyo al expresidente Donald Trump, en lugar de renovar sus filas. La lealtad a un candidato claramente derrotado y con un saldo de popularidad muy negativo constituye de por sí un fenómeno singular, pero es más extraña cuando gran parte de ese apoyo se basa en un sistema de creencias —entre las que destaca la del fraude electoral— alejado de la comprobación factual.
Nuestra nota de tapa bucea en uno de los núcleos generadores de ese tipo de creencias: la llamada “teoría de QAnon”. Mezcla de lenguaje religioso, talante lúdico y actitud antipolítica, las conspiranoicas profecías de Q fueron uno de los tantos sostenes que Trump logró coaligar en un abanico que incluye a la derecha cristiana, el conservadurismo clásico, el neoliberalismo duro y las distintas agrupaciones de la reciente “Alt Right”.
Entre los “postulados” de QAnon subyace el impulso del nacionalismo extremo. Ese impulso, bajo el manto del antiglobalismo, se ha constituido en un movimiento con ramificaciones en Europa y América Latina. Como parte de nuestra misma cobertura de tapa, les presentamos un caso particular de cómo se adapta en Uruguay un discurso sobre el “patriotismo” que, paradojalmente, toma muchos elementos de movimientos extranjeros, como QAnon.
En Estados Unidos, QAnon llegó a su pico de protagonismo mediático el 6 de enero y, a pesar de los procesos judiciales contra los atacantes del Congreso y el incumplimiento de las “predicciones” de Q, la lógica en la base del movimiento está lejos de desaparecer. En nuestro país, los casos afines son por ahora pintorescos, aunque sus expresiones se enlazan con varias posturas antirracionales que, en tiempos de pandemia, parecen haber expandido su circulación. Y si en Estados Unidos la novedad es que estas expresiones han conseguido alinearse tras un liderazgo político, recordemos que hace apenas tres años no hubiéramos imaginado probable el surgimiento en Uruguay de un partido de ideas antiglobalistas y origen militar. Comprender cómo piensan y qué los aglutina se vuelve fundamental.