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Ilustración: Luciana Peinado

La dieta

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—Rápido, rápido, movete. Este lugar dejó de ser seguro hace tiempo.

Miró a su alrededor: los restaurantes cercanos ya habían cerrado, el tránsito por 8 de Octubre era casi inexistente y los guardias de seguridad del Banco Nacional de Sangre habían cometido el error exacto con el que contaba: habían dejado temporalmente su puesto en la entrada para investigar por qué todas las luces de la manzana se habían apagado. Todo iba encaminado. De todas formas, no tenían mucho tiempo.

Armas en mano, cruzaron con rapidez el pasillo hasta acceder a la sala donde la sangre estaba depositada. Desde que empezó la dieta, los bancos de sangre tenían mayor seguridad que los bancos de dinero, pero había poco que una asociación para delinquir conformada por vampiros no estuviera dispuesta a hacer.

Marcó la clave de ingreso proporcionada por funcionarios serviles a la organización delictiva y se adentró, mientras su compañero hacía de campana en la puerta de la sala. Confiaba en que sus cómplices fuera del edificio hubieran conseguido desmayar a los guardias una vez que estos hubieran retornado de su pesquisa. Si no hay noticias es porque son buenas noticias, se dijo, y avanzó.

La sangre no estaba marcada con su tipo, por supuesto. Después del asalto concomitante a la hemoterapia de tres mutualistas de la capital, se había vuelto evidente que los vampiros solo estaban detrás de la sangre tipo 0. Para los humanos, los motivos todavía no estaban demasiado claros, aunque si hubieran hecho un esfuerzo de inteligencia algo mayor, se habrían dado cuenta. Se había difundido entre la población de vampiros una dieta que recomendaba consumir únicamente sangre tipo 0 para evitar la proteína que contienen los demás tipos, y así mantener la silueta por toda la eternidad.

El axioma se había esparcido con absoluta eficacia y rapidez, y la asociación para delinquir la promovía con ímpetu para subir los precios de su producto. Salir a morder humanos sin saber su tipo sanguíneo no solo se había vuelto vintage, sino también bastante mal visto. Los vampiros de alcurnia pagaban lo que fuera por su producto de calidad. Consumir cualquier tipo de sangre indiscriminadamente era de vampiro terraja.

—¿Conseguiste? ¿Conseguiste? —Entró a la sala uno de los compañeros del asaltante, con un hombre al que tenía agarrado y al que apuntaba con el arma—. Nos vamos a llevar a este guardia. Le hicimos el test y tiene tipo 0.

El guardia contuvo la respiración. Prisionero de guerra. Lo tendrían secuestrado y le irían sacando sangre paulatinamente para venderla en el mercado negro. Recordó que se rumoreaba que los prisioneros eran bastante bien tratados por los vampiros, que se encargaban de darles una buena cantidad de comida y agua, comodidades y entretenimiento variados, a pesar del encierro y la oscuridad. El guardia dudó unos segundos: ¿acaso eso no sonaba mejor que su actual situación de vida, con un trabajo inseguro que le consumía la mayor parte del día y que apenas le pagaba lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas?

Pero el instinto de escape pudo más.

Con la destreza del bien entrenado, el guardia aprovechó un leve descuido de su captor y tomó su arma. Antes de que el segundo vampiro pudiera reaccionar, y mientras su captor sonreía socarronamente ante la ingenuidad de creer que un disparo podía matar a un vampiro, el guardia tiró una, dos, tres veces y todas las que el arma habilitaba contra las bolsas de sangre que los vampiros habían apilado para transportar, y continuó disparando mientras huían de la escena de su atraco frustrado.

El episodio no tuvo muertos ni tampoco heridos, humanos o vampiros, aunque los titulares de la jornada siguiente no dudaron en calificarlo de sangriento.

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