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Foto: Matilde Campodónico

Te abracé en la noche

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Un grupo de madres uruguayas busca a sus siete hijas desaparecidas entre 2019 y 2022 en la zona oeste de Montevideo y Delta del Tigre, en medio de un incremento de la violencia en Uruguay, atravesada por el narcotráfico y su impacto en las mujeres jóvenes. Las periodistas Nausícaa Palomeque y Matilde Campodónico recogen testimonios de tres madres y recorren con ellas los escenarios de la búsqueda. Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation.

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Foto: Matilde Campodónico

Lourdes

  1. Acá es por donde andaba mi hija
    toda esta calle acá, de noche.
    Acá es donde paran todos
    de acá para abajo.
    Estoy buscando el árbol.

    Camino Tomkinson,
    oeste de Montevideo.
    Mediodía de agosto soleado, 17 grados.
    Un arroyo parte en dos el barrio.
    Acá las casitas de chapa y de bloque, las gallinas,
    los perros, los caballos.
    Allá las rejas, los jardines y los comercios.
    Acá, niños con túnica y moña en bicicleta.
    Un hombre a caballo,
    un chivo, diez, once, doce perros,
    un parque de plátanos
    y un puente para pasar a pie.
    Estoy buscando el árbol donde paraba Gina.

    A un kilómetro, el arroyo Pantanoso.
    A 15, el centro de Montevideo.

    Por acá yo venía de noche a buscarla.
    Estoy buscando el árbol.
    Es por acá.
    Alrededor del parque.
    No sé si hay calles para adentro,
    vamos para ahí.
    Es ahí.
    Ahí paraba mi hija.

  2. Una carpa rota entre los árboles.
    Un colchón y una cama escondida abajo del puente.
    La tierra quemada.
    El árbol.

    Cuando mi hija venía tenían una carpita con unos trapos entre los árboles.
    Acá
    donde está la tierra quemada.

  3. Gina Cristal Rodríguez Sánchez, 27 años, uruguaya.
    Dos hijos, tres hermanos, ocho sobrinos.
    Mirá mamá que Gina no vino a dormir.

    Creo que era invierno, 2019. Yo preparaba un bolso para ir al hospital porque la abuela de Gina estaba enferma. Mi hija se peinaba en el baño.
    La planchita y el pelo lacio. Esa es la última imagen que tengo.

  4. Tengo ganas de hablar de Gina,
    tengo ganas sí.
    Gina Cristal por la telenovela.
    Fue una niña buscada, cortita, cachetona.
    Los ojos abiertos, el parto simple.

    Tengo una foto de mi hija en la playa, ya te la busco.
    Primero la guardería, después el jardín y después la escuela 340, por la tarde.
    Gina no repitió en la escuela.
    De niña estuvo cuatro veces internada, broncoespasmos, bronquiolitis.
    Jugaba mucho con el padre.
    Él tenía más paciencia que yo.
    Todos los niños del barrio a cuestas.
    20 gurises en el patio.
    La piscina.
    La playa.

    Acá crie a mis hijos.
    Yo no quería venir, esto era un desierto, pero compramos un terreno.

  5. Afuera la esquina, el patio, la fiesta de los niños en
    la guardería.
    Los banderines rosados, amarillos, verdes, de vereda a vereda.
    Adentro, la casa limpia y dos perros.
    El sillón bordeaux con dibujos de flores, la televisión prendida con el informativo, la mesita ratona de madera y el retrato familiar.

    Ahora está bien porque vivo sola.

    Gina vivía al lado, en el fondo.
    Ella y la hermana.
    En un futuro
    si Gina aparece
    pensamos construir para arriba.
    Y si no aparece, para los hijos.
    Son dos niños.

    Ella siempre volvía con sus niños.

Foto: Matilde Campodónico

  1. Al padre de Gina lo conocí en un baile en el
    Palacio Salvo.
    Cumbia, plena, Casino, Borinquen.
    Me acuerdo sí de esa noche.
    Yo estaba en un balcón arriba.
    No había orquesta y él estaba parado en el escenario.
    Me enamoré con el tiempo.
    Estuvimos 24 años casados.
    Siempre fuimos vendedores ambulantes.
    Confituras, yemas, dátiles, trufas, caramelos
    en los desfiles, en la calle, en el centro, en 18 de Julio.
    Caretas, luminosos, medias, gorritos, juguetes,
    remeritas.
    Acá está Gina con las hermanas.
    Acá con el padre.
    Tengo una foto de ella en la playa.
    Esta soy yo con mi hija.
    Acá estamos bailando, acá en el living.
    Le decíamos pata dura.
    Plena, todo plena.
    Somos la familia de la plena.

    Había que estar con la Gina, había que estar.
    Nunca fue muy estudiosa nunca.
    Le pusimos maestra particular, le costaba un poco, pero agarraba.
    Era una chiquilina buena, medio enojona, cocorita.
    Después fue al liceo, no sé si pasó a segundo.
    No era buena estudiante.
    Se quedaba en casa, nada que le gustara, nada para el futuro, no me decía, no lo recuerdo.
    Iba a trabajar con el padre a veces.
    Un día la saqué del liceo, mucho gasto.
    Tendría que haber insistido.
    Gina no era de ir a los bailes.

    Desde acá la escuchaba reír en la vereda.

    Conoció al papá de sus hijos,
    tenían su casita en el fondo.
    Siempre con nosotras acá en la vuelta
    hasta que empezó a consumir.

  2. Envejecí.
    Me vine abajo, me llené de arrugas.
    Mi Gina era coqueta.
    Acá se había hecho unos reflejos en el pelo.
    Acá está con los hijos.
    Acá con las hermanas.
    Acá no consumía.
    ¿Les molesta si prendo un cigarro?
    Hay días que fumo mucho.

Foto: Matilde Campodónico

  1. Una casa abandonada sobre una avenida en el oeste
    de Montevideo.
    Una casa que fue hermosa, sin techo y sin piso.
    Las paredes negras y húmedas con moho.
    Pitu te kiero en los ladrillos rotos.
    Restos de pantalones, de comida, de azulejos. Zapatos de tacón negro, una bombacha azul, encendedores.
    Y un collar con perlas negras de plástico.

    Acá vinimos a buscarla con mi hijo,
    que no la habían visto
    ni a ella,
    ni a la muchacha que paraba con ella.
    Entre ellos se tapan.
    Que no
    que no
    y es mentira.

    Acá duermen.
    Acá vieron a mi hija.
    Yo no la vi, señora.
    El predio es grande, señora.
    Van y vienen,
    Nos roban.

    La cañada y el monte atrás.
    La ciudad adelante y el impulso de los camiones.
    Lourdes, los ojos verdes y grises, el cuerpo flaco.

    Esta soy yo y esta es mi hija.
    La vieron por acá.
    Ahora no sé cómo está.
    Tendría que dejar una foto.
    Un teléfono.

    Los cuerpos de aquellas muchachas,
    tendrían que haber seguido escarbando.
    Nadie quería escarbar, nadie cuidó el terreno.
    La Policía no busca.
    ¿Cómo que no saben nada?
    Si la encuentro, me la traigo.
    Es difícil perder un hijo.
    Los hijos.
    Los nietos.
    Tengo fotos de Gina sola en la playa.

    ¿Hace mucho que está desaparecida su hija?
    Tres años.
    Lo peor es no saber.

Lourdes Sánchez

Foto: Matilde Campodónico

Elizabeth

  1. El ajuar siempre estuvo listo.
    Mi madre hizo el rebozo de todos sus nietos.
    El de Florencia era blanco y tenía bordadas florcitas de colores.

    Mi hija nació el 28 de octubre de 1999, a las 22.10 en el Pereira Rossell.
    Fuimos en taxi con el padre.
    Me costó el nacimiento, dos vueltas de cordón y después la incubadora.
    He pensado si eso no definió su carácter, tan indefenso. Y nuestro vínculo estrecho.

    3.880 kilos.
    52 cm.
    Los ojos grandes y oscuros,
    la nariz escondida entre tanto cachete y el pelito lacio con pequeños bucles.
    La enfermera le decía la preciosa. Preciosita.
    Nos vinimos a los tres días.
    Me gustaba estar acostada dándole pecho.
    Lo recuerdo con nitidez.
    La ponía de costado.
    Iba a la policlínica con el cochecito.
    Estaba el tiempo lindo.
    Días de sol de noviembre.

    Florencia Barrales Techera, 19 años, la foto en la pared, en las marchas, en las paradas de ómnibus.

    Yo sé que desapareció, ella siempre volvía a casa.

  2. Villa Sarandí, oeste de Montevideo, calles con nombres de tango.
    Una casa de bloque y techo de chapa al fondo.
    Una túnica escolar y una campera infantil de lana rosada secándose en el patio.
    Tres perros y un jardín con flores.
    Flores de azúcar.
    Balsaminas, lazos y garrobos.

    El padre de Florencia me trajo a este terreno.
    Cuando vinimos era todo terreno y eso de ahí adelante, como ves, una obra sin terminar.
    En este espacio pequeñísimo éramos siete personas.
    Baño, cocina y un cuarto.
    Fue una relación difícil.
    Una vez le dije esta es la última vez.
    Agarré el teléfono.
    Vino el patrullero.
    Florencia tenía 6 años.

    En un primer momento venía seguido a ver a sus hijos, después no.
    Traía juguetes, pero no traía comida.
    Florencia es la sexta hija, tengo siete.
    ¿Tú viste a la sobrina? Son muy parecidas.

  3. El último día fue un día más.
    El último
    o el penúltimo.
    Todos se parecen.

    Uno de esos días Florencia se apareció con un regalito para la sobrina que estaba por nacer, una muñequita para poner en la torta.
    Le decíamos que iba a ser la madrina,
    para arrimarla a la vida.
    La sobrina nació unos días después.

    Todavía conservo la túnica de cuando estudiaba belleza en la UTU.
    El rosario que le regaló la abuela, el anillo con moña, los aros, las caravanas con estrellas, su campera rosada.

    Elizabeth y la hija en los ojos.

  4. Florencia tenía 14 años. Él tenía 30.
    Yo me entero porque ella empieza a faltar al liceo.
    La perdí un poco del radar. Era lejísimo para mí el liceo, el centro de Montevideo, yo con siete hijos.
    Me pedía por favor que le permitiera tener esa relación.
    Él no era de acá.
    Una familia numerosa, todos se dedicaban a lo mismo.
    A veces buscamos un padre en el lugar equivocado.

    La secuestran.
    La llevan a un galpón.
    Según mi hija, eran tres.
    Fueron 72 horas.
    Cuando aparece la tiran en una cuneta, con la ropa sucia, lastimada.
    Hice la denuncia.
    La atendieron en el hospital.
    Florencia no lo volvió a ver.
    Yo tampoco.

    Nunca pidieron plata, era un asunto entre ellos.
    Esa persona nunca estuvo presa.

  5. De repente, Florencia ya no podía estudiar.
    Se escapaba. Era como una niña que había que llevar y traer y cuidar.

  6. Siempre la encontraba.
    O volvía.
    A veces al otro día,
    a los cuatro días,
    a los cinco días.

Foto: Matilde Campodónico

  1. Mi denuncia desaparece en Fiscalía
    y desaparece en la comisaría.
    Nueve meses para una audiencia judicial.
    Es doloroso no tener respuestas.

  2. Te tenés que acercar para verlas bien.
    Son todas parecidas.
    Delgaditas.
    Se cortan el pelo, se pelan.
    Las echan, las golpean.
    Caminan y caminan por la ciudad.

    La busqué por todos lados.
    Recorrí el Cerro noches enteras,
    a pie, en moto, en auto cuando conseguí un auto.

    No conocía el universo de la calle.
    Ahora aprendí cómo era su vida.
    El barrio Las Torres.
    El 19 de Abril.
    El 6 de Diciembre.
    La UTU derrumbada de Paso de la Arena.
    El camino vecinal en Las Piedras.
    8 de Octubre,
    Belvedere,
    Paso Molino.
    La Cruz de Carrasco.
    Santiago Vázquez.
    El puente del río Santa Lucía.

    Si habré cruzado este puente.

Foto: Matilde Campodónico

El frío en la moto.
Me dijeron que un hombre la traía,
pero nunca la encontré.
Acá hay camiones, acá hay varones.
Una maestra me juraba que mi hija estaba siempre en la parada del ómnibus.
Que la habían visto en Maldonado,
en Soriano,
en Canelones.
En la Unión una señora me aseguraba que era
Florencia.
Me escribían por Facebook.
Me llamaron videntes.
Me dijeron la frontera,
UPM,
las whiskerías,
pero ahora no tengo a dónde ir sin un dato.
Ya pasaron casi cuatro años.
Me despierto en la noche y pienso.
No sé dónde está mi hija.
No sé si está viva.

Me sostiene el amor. Y la fe.

Una vez mi hija se me apareció con las marcas.
La tenían maniatada.
Lastimada.
Descalza, así se me aparecía.
Con lo puesto.
Con el cuerpo.

A veces se paraba acá
y allá,
en la sombra de aquel árbol,
sobre todo en el verano.
Allá, por donde viene aquel hombre.

Entre aquellos árboles aparecieron los cuerpos de las chiquilinas.
Ninguna era mi hija,
pero las sentí un poco mías.

Elizabeth Techera

Foto: Matilde Campodónico

Gladis

  1. Eran las tres de la mañana.
    Yo ya estaba acostada y ella vino a saludarme.
    Vino con la campera negra, de algodón con tres rayas en las mangas.
    Me dio un beso,
    le dije te espero mañana.
    Fue el 13 de febrero de 2020.

    Mi hija ya no está acá.
    O se la llevaron
    o está muerta.

    La Jenny es la más chica, tengo seis hijos.

    Hilda Jennifer Gómez Reimundo, 19 años, San José.

  2. Sol de setiembre en Delta del Tigre, trinos de pájaros
    en los árboles.
    Una vivienda húmeda de bloques y techo de chapa,
    patio al costado y al fondo.
    Una moto vieja, dos sauces adelante, dos atrás,
    una planta de aloe y cartuchos blancos.
    Nos ayuda plantar, pero la tierra es arenosa.

    Es difícil entender lo que está pasando.
    Ha sido muy duro para mi familia.
    Para todos.
    Yo casi no hablo.

  3. Tengo 63 años, nací en Durazno, soy viuda dos veces.
    Fui a la escuela industrial, estudié peluquería, corte y confección. Los padres nos mandaban a estudiar costura, así les hacíamos la ropa a los hijos.
    Yo nunca trabajé como modista, pero sí les hice la ropa a mis niños.

    He trabajado en una fábrica de plástico, de zapatos, de carteras. Después volví a los zapatos, después me hice mucama, he vendido ropa.
    Ahora trabajo en un hotel y por temporadas en una quinta. Limones, naranjas, choclo, duraznos, manzanas.
    Yo nunca hablo de mi hija, ni lloro.
    Yo trabajo.

  4. Esta casa la hicimos nosotros. Le falta muchísimo, tiene mucha humedad, pero la hicimos nosotros.
    No podíamos tener perros y yo quería tener plantas. Jenny era una niña, decía que quería ser veterinaria.
    Salimos a buscar un terreno y nos vinimos.
    Venir para acá fue lo peor que hicimos, nadie quiere vivir acá.

  5. Al padre le gustaba acampar. A ella, la piscina.
    Decía que en la playa se llenaba de arena.
    Era el sol, la monita del padre.

    De vacaciones íbamos a las termas, a las jineteadas.

    Mis días libres eran para las dos.
    Tomábamos mate, nos íbamos al shopping, al centro.
    Nos íbamos a comer, mirábamos ropa, championes.

    Pizzas y buñuelos con las amigas
    La cocina hecha un lío.
    Mi hija me contaba todo.

  6. Le cambió la vida la muerte del padre.
    Como que buscan un padre.
    Yo me pasaba trabajando.
    Llegás y están durmiendo.
    Mi hija tenía una cama. Tenía su ropa limpia, capaz que precisaba más.
    No pude ayudarla.
    Se demoró el tratamiento y ella no quiso saber más nada.
    Desapareció con la amiga.
    La pasta es barata, se las come.

  7. La Policía dice que capaz se fue sola.
    Yo digo que no.
    Ella me llamaba mamá no te preocupes estoy acá enfrente,
    siempre me decía dónde estaba,
    siempre.
    Ella tiene un Facebook mi padre mi madre.
    Yo le escribía, la esperaba de madrugada, de mañana temprano, cerca de las bocas.
    Jenny vendía los celulares pero a mí me preocupaba que tuviera celular.
    Yo sé que desapareció obligada.
    Me cuesta la esperanza.

    No le gustaba hacer lo que no quería.
    No cedía.
    Y acá el problema es que la gente se calla mucho la boca.
    Acá, mirá su Facebook.
    Mi padre mi ángel y mi mundo mi madre.
    Tiene tres cuentas.
    Las tres dicen lo mismo.

Foto: Matilde Campodónico

  1. En aquel rancho excavaron.
    Ella venía de ahí, daba la vuelta por ahí,
    donde terminan las casitas,
    donde está el perro atado.
    Me enteré por la tele.
    No me avisaron.

    Encontraron solo una prenda.
    Una prenda no me sirve de nada.
    Mi hija dejaba ropa por todos lados.
    Son siete gurisas las que desaparecieron.
    Y siguen desapareciendo
    y nada.

  2. Que había un auto blanco.
    Que la seguían a ella y a tres más.
    Que uno le puso un revólver en la cabeza.
    Que perdió la ropa. Que la perseguían.
    Yo le decía no vayas.
    Yo estaba en el hotel trabajando.
    No estaba ahí para protegerla.
    Un día desapareció con un hombre.
    Él tenía la costumbre de llamar a las jóvenes
    y ahí llamaba a viejos amigos para que se divirtieran.

    Ella me mandaba mensajes
    y yo en la comisaría.
    Yo se los mostraba.
    Iban, pero hasta la puerta.
    Yo sé que ese mismo tipo mandó a una muchacha al hospital.
    Y no fue preso.
    Me tomaron la denuncia y a esperar.
    La Policía nunca te dice nada.
    Acá nadie investiga nada.

    Un día me dijo me voy a ir, mamá. Qué te vas a ir le dije.
    No, no me voy a ir, pero yo voy a desaparecer, yo voy a desaparecer porque me van a llevar. No me vas a encontrar.
    Lo tomé como un chiste, pavadas.
    No la entendí a mi hija.

    Íbamos con una amiga a buscarla.
    Al Cerro, a Malvín Norte, puse la imagen por todos lados.
    Por Aparicio Saravia, por el barrio La Chancha.
    ¿Acá?
    Acá se callan. Más si son consumidoras.
    Íbamos a todos lados, pero yo sabía que la cosa era acá.

Foto: Matilde Campodónico

Que tuviera cuidado con lo que le decía a la Policía, directamente nadie te dice, nadie, pero te llegan rumores.
O la mataron o se la llevaron a trabajar.
Yo ya lo sé.
Yo ya estoy vieja.
Ahora ya no tengo dónde buscar.
La campera.
El saquito.
Regalé un montón de ropa.
Tengo que proteger lo mío.
Mi familia, mis otros hijos.

Siempre la encontraba por esta calle.
Me paraba en esta esquina de madrugada y la esperaba.

El pelo suelto,
el pelo lacio y negro con cerquillo.
La raya al medio.
Las pequitas.

Gladis Reimundo

Foto: Matilde Campodónico

Denuncia colectiva

En setiembre de 2021, un grupo de mujeres uruguayas, entre ellas Lourdes Sánchez, Gladis Reimundo y Elizabeth Techera, presentó una denuncia colectiva ante la Fiscalía para pedir la investigación integral de las desapariciones de sus seis hijas, ocurridas entre 2019 y 2020. En abril de 2022 se amplió la denuncia con un nuevo caso.

Las siete jóvenes al momento de desaparecer tenían entre 19 y 35 años, provenían de contextos vulnerables y sus ausencias en principio se asocian al consumo problemático de drogas y a algunos sitios en común que solían transitar, la mayoría en el oeste de Montevideo y Delta del Tigre, en el departamento de San José.

Sus madres comenzaron a reunirse, nucleadas por la organización ¿Dónde Están Nuestras Gurisas?, un colectivo feminista que desde 2017 procura visibilizar estos casos en Uruguay y que acompaña y asesora a quienes buscan a personas desaparecidas.

Las madres, también un padre y varios hermanos, relatan que estas jóvenes desaparecían por la noche, incluso por semanas si estaban viviendo en la calle, pero siempre volvían a ver a sus familias o de algún modo se comunicaban. Han denunciado que ni la Policía ni la Justicia han sido eficientes en la búsqueda y que apenas les han informado sobre la investigación. Sostienen que sus denuncias se han extraviado varias veces, que los datos útiles que han brindado no fueron considerados, que no han tenido apoyo psicológico suficiente y que finalmente la tarea de buscar ha recaído en las familias.

En esos encuentros se dieron cuenta de que algunas de sus hijas se conocían entre sí y también a dos mujeres cuyos cadáveres aparecieron enterrados en el patio de una casa en el barrio 19 de Abril, un asentamiento en el oeste de la capital que las jóvenes solían recorrer, caracterizado por la disputa territorial de grupos criminales y el alquiler de armas.

Foto: Matilde Campodónico

“Estábamos buscando un cuerpo y aparecieron dos”, recordó la fiscal de Homicidios Adriana Edelman, que trató ese caso. Desde esa fiscalía informaron que no identificaron una organización criminal, sino una situación de marginalidad y adicción extrema. “Las personas que procesamos, un hombre y una mujer, eran incapaces de sostener nada”, concluyó Edelman.

El caso de las siete jóvenes desaparecidas sigue en investigación en la Fiscalía de Delitos Sexuales, Violencia Doméstica y Violencia Basada en Género de Sexto Turno, sin novedades oficiales al momento de esta publicación. La fiscal que dirige el caso, Alicia Ghione, prefirió no hacer declaraciones para preservar la investigación. Este mes, en esa oficina, había 1.100 casos en investigación y tres funcionarios a cargo.

En el registro de personas ausentes de Uruguay de Interpol figuran 153 personas desaparecidas, aunque el sistema ha sido muy cuestionado por su falta de actualización.

Las siete jóvenes desaparecidas se llaman Florencia Barrales Techera, Gina Rodríguez Sánchez, Micaela Ramírez Olivera, Yamila Estévez Techeira, Jennifer Gómez Reimundo, Daniela Bera Fernández y Tatiana Pintos.

Nuevas violencias en Uruguay

En la última década, la violencia en Uruguay se ha intensificado, asociada al narcotráfico y sus códigos criminales: cuerpos calcinados y desmembrados, mutilaciones, enterramientos y ejecuciones realizadas por sicarios.

Las desapariciones de mujeres jóvenes se relacionan con estos procesos y también con un incremento de la violencia intrafamiliar y de género. Suelen ocurrir de manera “sistemática e intermitente”, asociadas al consumo problemático de drogas, la explotación sexual y el microtráfico, sostuvo Andrea Tuana, directora de la asociación civil El Paso, especializada en el abordaje de casos de violencia, abuso y explotación sexual. En este contexto, Tuana ha visto situaciones de trata internas y externas, agresiones físicas y sexuales, incluso el secuestro de los hijos en las bocas de drogas como recurso para que las jóvenes paguen sus deudas por el consumo.

Foto: Matilde Campodónico

“Quedan expuestas a situaciones de mucho riesgo, porque en esos escenarios de consumo pueden sufrir agresiones; cualquier situación puede molestar, generar violencia física, sexual, psicológica, incluso terminar en un homicidio. Pueden resistirse, no querer continuar; saben mucho”, describió la especialista. “Hay un signo de género. Las mujeres sufren una violencia específica, la violencia sexual, cada vez más cruel. Son códigos de red, una cultura de narcotráfico que antes no se veía en Uruguay”, concluyó.

En Uruguay las denuncias por desapariciones pueden realizarse en las seccionales policiales, en la autoridad judicial competente (fiscalías y juzgados) y en el Departamento de Registro de Personas Ausentes escribiendo a personasausentes@minterior.gub.uy.

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