Cuando Aurora1 les muestra su calendario virtual a otras personas, inmediatamente percibe una sorpresa del otro lado y la respuesta siempre es la misma: “Me da ansiedad”. Una sumatoria de rectángulos de colores y tonos diferentes, algunos superpuestos, que registran las actividades de mayor y menor importancia, las de ella y las de terceros, las lúdicas y las productivas.
Aurora tiene 31 años, estudia un profesorado de música y se especializa en canto. Tiene varios trabajos de medio tiempo, tanto administrativos como de producción artística, que le permiten tener una flexibilidad a la hora de cursar y dedicarse al arte. Sin embargo, suponen un arma de doble filo: a veces, cuando está en un concierto le llega un mensaje urgente del trabajo que tiene que resolver en el momento. En otras oportunidades esto le pasa mientras está reunida con amigos o cuando hace las tareas que le demanda alguno de sus proyectos autogestivos.
Para intentar recordar todas sus actividades va cambiando de estrategias. Hasta el momento, ninguna le funcionó del todo. Tuvo un calendario mensual colgado de la pared, agendas físicas y virtuales, alarmas, recordatorios, y también les pide a sus personas cercanas que le recuerden sobre algún evento o rutina importante que tenga que hacer.
“Si no lo anoto y me pongo alarmas, me olvido completamente de que tengo que hacerlo, incluso con cosas que hago todos los días”, compartió con Lento. Pese a esto, varios de sus olvidos persisten.
Los momentos que más recuerda son los eventos que le generan ansiedad, como la entrega de un parcial, y también los que le dan mucha felicidad, como el encuentro con amigos. Luego, olvida varias cosas: cumpleaños, nombres, palabras, momentos que vivió y lo que estaba haciendo hasta hace un minuto. Suele hacer “dígalo con mímica” para comunicarse con gestos y tratar de dar alguna definición cuando no recuerda la palabra que quiere usar. Estos olvidos se potencian en días estresantes y cuando se suman las distracciones que le generan las notificaciones, los mensajes y los correos electrónicos.
Preocupada por esto, se hizo un test cognitivo. No le dieron un diagnóstico, pero le aclararon que “estaba todo bien” y que “los errores que tenía se podían adscribir a problemas de concentración”.
Por año, Camila Dorsi, una realizadora audiovisual argentina de 31 años, ve entre 100 y 200 películas, e incluso llegó a las 400 durante la pandemia. Las imágenes le quedan grabadas: recuerda detalles de la luz, el arte, la ambientación, las decisiones estéticas y también las sensaciones que le evocó una historia. Sin embargo, de la mayoría de ellas no recuerda el argumento.
“El otro día hablábamos con amigos de que a veces estás viendo algo, una peli, y mientras agarrás el celular, lo tenés para hacer otras cosas. Amigos me cuentan que miran TikTok mientras ven una película. A mí me pasa de estar viendo una serie y abrir la aplicación de The New York Times y ponerme a resolver un sudoku mientras tanto, un nivel de disociación y dividir la atención que es un montón”, contó a esta revista.
En el estudio “Control cognitivo en adolescentes y adultos jóvenes con experiencia en multitarea mediática: un metaanálisis de tres niveles”, publicado en la revista Educational Psychology Review en 2023, los autores analizaron cómo impacta en la cognición de jóvenes hacer muchas o pocas tareas mediáticas (utilizar diferentes formas de medios de comunicación de manera simultánea). Los resultados arrojaron que quienes hacían más tareas presentaban peores control cognitivo y memoria que quienes hacían pocas.
“Es difícil encontrar espacios en los que no haya ‘ruido’, en el sentido de no tener un celular cercano en el que pueda haber una notificación, no tener abierto simultáneamente el correo electrónico mientras estamos escribiendo un texto o no estar escuchando música al mismo tiempo. Esas múltiples fuentes de información que están compitiendo por nuestros recursos atencionales afectan nuestra ejecución de las tareas, de manera que la distracción es mucho más fácil y, en la medida en que ocurre esto, también el procesamiento interno de la información se ve afectado y a menudo es menos profundo o está menos consolidado”, explicó a Lento Modesta Pousada Fernández, profesora de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya especialista en procesos de atención y memoria.
“Me asignan una tarea en el trabajo que implica abrir el navegador, cuando lo abro me salta alguna notificación de algo y me olvido de lo que iba a hacer. Y si trato de hacer memoria, a veces incluso no vuelve por un rato si no es algo demasiado importante. Lo mismo con preguntas que me hacen o mensajes que me envían, que leo y si clavo el visto es posible que después me olvide”, graficó Camila.
“Estamos todo el tiempo con una computadora que nos tira mensajitos, o nos llaman o lo que sea, lo que nos puede distraer y cortar lo que estamos haciendo, y no es fácil después volver a ponerse a estudiar, trabajar o lo que estabas haciendo”, agregó Aurora.
Una preocupación personal a la hora de pensar esta nota fue mi memoria. A menudo agendo una actividad y el día en que debe ocurrir me doy cuenta de que tengo otras dos cosas que hacer en el mismo horario. Olvido anécdotas: sus detalles, pero también lo que pasó. Me molesta discutir porque no se me vienen a la cabeza los argumentos, tampoco algunas frases o incluso palabras. Por lo general, si me hacen un reclamo tiendo a aceptarlo porque no puedo contrarrestarlo con el recuerdo que debería tener sobre ese momento. Suelo comparar mi situación con la de mi bisabuela, que falleció a sus 91 años, en 2019, quien me contaba sin dudar frases textuales que le habían dicho a sus 15 años y relataba de forma pormenorizada encuentros con mi bisabuelo, en especial el día en que le dijo: “Piba, yo te quiero”.
“Resulta difícil hacer una comparación entre distintos tipos de memoria de jóvenes actuales y personas de generaciones anteriores. Lo que está claro es que las condiciones en las que se mueven los jóvenes hoy, el tipo de actividades que realizan y el tipo de herramientas con las que cuentan en su ocio, estudio, incluso en su trabajo, son muy distintos a los que tenían los jóvenes de hace 30, 40 años. Por tanto, podemos presumir que esas nuevas herramientas y condiciones están generando usos distintos de la memoria, o al menos contar con herramientas que cambian estos usos”, explicó Pousada Fernández. Existen varios estudios que tratan de analizar cómo se comportan los procesos cognitivos de la memoria en los jóvenes de hoy, “sobre todo en lo relacionado con lo multitarea, dispositivos móviles, internet, herramientas de inteligencia artificial”, agregó.
Al hablar de nuevas y viejas generaciones, una de las grandes diferencias en el contexto cotidiano de unas y otras es la posibilidad de almacenar conocimiento en línea y acceder a él en cualquier momento. “El fácil acceso desde cualquier dispositivo a internet, con posibilidad de tener información sobre casi cualquier cosa de manera rápida, ha derivado, en las nuevas generaciones, en una menor sensación de necesidad de retener esa información”, explicó a esta revista Natalia Sierra Sanjurjo, psicóloga de la Universidad Nacional de Colombia y codirectora del Departamento de Neuropsicología del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro.
Los ayudamemorias, que antes constaban de una anotación en un papel o de cambiar de dedo un anillo, hoy se convirtieron en sofisticadas herramientas de memoria externa: fotos, calendarios y agendas virtuales, grabaciones, GPS, aplicaciones que recuerdan rutinas diarias como tomar agua. “Disponer de ellas afecta lo que hacemos con nuestros procesos internos”, compartió Pousada Fernández. De hecho, internet puede verse como una fuente inagotable y siempre disponible de almacenamiento de conocimientos, lo que puede llevar a una dependencia de esa tecnología en detrimento de la retención de información, según sugiere el artículo “Explorando el impacto del uso de internet en los procesos de memoria y atención” (2020), publicado en la Revista Internacional de Investigación Ambiental y Salud Pública.
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En la película Lost Highway (Carretera perdida), de David Lynch, los personajes Fred Madison y su esposa Renee reciben en su casa paquetes con videocasetes que muestran la fachada de su hogar y el interior de él. Preocupados, deciden llamar a la Policía y cuando los agentes llegan al domicilio se da esta conversación:
Agente: ¿Tienen una videocámara?
Renee: No, Fred las odia.
[...]
Fred: Me gusta recordar las cosas a mi manera.
Agente: ¿A qué te referís con eso?
Fred: Como yo las recuerdo. No necesariamente del modo en el que sucedieron.
En el artículo “Recuerdos de apuntar y disparar: la influencia de tomar fotografías en la memoria para una visita a un museo” (2013), Linda Henkel, profesora de Psicología de la Universidad de Fairfield, cuenta cómo el hecho de fotografiar objetos puede afectar el recuerdo que se tiene sobre ellos. Durante una investigación, se invitó a personas a que hicieran una visita guiada a un museo observando ciertos objetos y fotografiando otros. Como resultado, se observó que quienes le tomaban fotos a un objeto recordaban menos el objeto y sus detalles que quienes lo observaban y no lo fotografiaban.
“Algunos estudios sugieren que hacer fotos de las comidas que estamos comiendo o de esos cuadros que estamos viendo en el museo como hábito puede hacer que recordemos con menor detalle esas comidas o esos cuadros que vimos. No sabemos todavía por qué pasa. Pienso que puede ser que al tomar la foto y estar atentos a aspectos como que se vea bien la foto perdemos el foco en el plato mismo y nuestra experiencia”, compartió Sierra Sanjurjo.
En otros experimentos que se han hecho con personas que saben que pueden guardar información en un dispositivo se observó que “recuerdan menos la información que han encontrado y más el lugar en el que la han guardado, mientras que las personas que no cuentan con esa posibilidad recuerdan mucho más el contenido de la información”, detalló, a su vez, Pousada Fernández.
Hace poco, Camila fantaseó con la idea de tener dos celulares de forma permanente. Uno que pudiera utilizar en su casa, con los grupos y los contactos que tiene actualmente, y otro al que sólo la pudieran contactar unas pocas personas y utilizara durante el día, fuera de su hogar. “Para no estar tan quemada por tener 50.000 chats en todo momento, las 24 horas del día. Obviamente, no va a pasar, es muy utópico y me daría un poco de FOMO” (fear of missing out, miedo a quedarse afuera de algo), explicó. Su relación con el celular es de “odio”: “Lo miro todo el tiempo, sobre todo por los chats”.
En su caso, los olvidos ocurren cuando tiene muchas cosas que hacer y cuando surgen distracciones como las que emergen de la sobreestimulación asociada a determinados dispositivos. Y lo contrasta con los momentos que vive de forma presencial o que la involucran emocionalmente; ahí sí tiene la certeza de que los recordará.
“En la medida en que estamos cada vez más sometidos a un ruido informacional, es más difícil que algo deje huella, un recuerdo. Incluso es más difícil que podamos disfrutar lo que estamos haciendo. De alguna manera, el disfrute tiene que ver con perder la noción del tiempo y el espacio y estar absortos en la realización de algo que nos genera placer. Es como cuando estás extraordinariamente concentrado en una lectura. ¿Cuántas situaciones de ese tipo tenemos ahora mismo? Pues pocas. Porque estamos sumergidos en una vorágine de estímulos, de sensaciones, de informaciones continuadas, que dificulta que nos podamos concentrar”, analizó Pousada Fernández.
Además de las tareas múltiples y las distracciones provenientes de dispositivos electrónicos, otras variables que inciden en los procesos de memoria —que implican registrar, guardar y recuperar información— son la salud mental y la precarización laboral, que impactan especialmente en las y los jóvenes.
La publicación “Situación de bienestar psicosocial y salud mental en adolescentes y jóvenes de Uruguay”, elaborada por Unicef y el Ministerio de Desarrollo Social, detalla que seis de cada diez adolescentes presentarán algún síntoma leve de malestar en torno a su salud mental, mientras que uno de cada diez manifestará problemas severos de salud mental que impactarán en su vida cotidiana.
“La relación entre los aspectos emocionales y la ejecución de una tarea está muy estudiada. Sabemos que es necesario cierto nivel de activación para poder rendir bien en cualquier tarea, es decir, un nivel de activación que permita estar alerta. Pero cuando sobrepasamos determinados márgenes, ese nivel excesivo de activación —que podríamos llamar estrés— perjudica nuestro rendimiento: interfiere en la capacidad de concentración, de focalizar los recursos atencionales”, explicó Pousada Fernández.
En tanto, según datos de la Organización Internacional del Trabajo, más de la mitad de las y los trabajadores jóvenes del mundo tienen un empleo informal. Además, el desempleo juvenil llegó a su nivel más bajo en 15 años (13% en 2023), al alcanzar a 64,9 millones de personas. De estos jóvenes sin empleo, dos de cada tres son mujeres. El impacto más grande se da en quienes tienen entre 15 y 24 años, ya que uno de cada cinco de ellos no tiene empleo ni estudios. En América Latina, sin embargo, esa cifra se posiciona en 11,8%, la más baja en dos décadas para la región.
“Las crisis económicas y los momentos que estamos pasando actualmente dificultan mucho más el tema de la concentración. Uno ya no puede tener un trabajo, sino que capaz que tenés que tener dos o uno y unas changas, estar todo el tiempo buscando dónde te podés meter dentro del trabajo para ganar un poquito más. Ahora formarte y tener una carrera ya no es suficiente, sino que tenés que hacer una carrera, después especializarte, sumar puntos [en docencia], lo que significa más plata y más tiempo que uno tiene que poner”, detalló Aurora. Para ella, además, existe un trasfondo político, social y económico que avala la sobreestimulación de las personas, porque esto “ayuda al mercado, a cierta ideología, al consumismo y la explotación de la gente”, y hace que cada vez “más personas necesiten ayuda para concentrarse, con su memoria, para las cosas más básicas”. “Habría que promulgar un nuevo modo de vida que nos lleve a vivir más tranquilos y no nos envicie tanto”, consideró.
La preocupación que tengo por mi memoria es relativamente reciente. Sé, a partir de lo que investigué para esta nota, que no es ni va a ser necesariamente algo patológico. Habla de un contexto hiperestimulado en el que nuestra atención está en una y otra cosa y en nada a la vez. Me pregunto con intriga y cierta inquietud cuáles serán los recuerdos que voy a tener cuando sea vieja. Que mi bisabuela haya recordado hasta sus últimos días que el día en que mi bisabuelo se le declaró fue el 17 de octubre de 1945, que él vestía una camisa celeste y ella estaba parada en el segundo escalón de ingreso a la casa chorizo en la que vivían ambos, en Alberdi 668, habla de una disposición total suya para ese momento. Y, aunque no soy una apocalíptica en relación con las nuevas tecnologías, espero que en los próximos abrazos que me toquen con amigas después de una charla profunda y cuando alguien quiera confesarme su amor el celular esté lo suficientemente lejos para que no me alcance una notificación.
Agustina Ramos es periodista argentina y se dedica a temas vinculados al género y de interés general. Trabaja en la agencia Presentes y en medios públicos.
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Este nombre fue modificado a pedido de la entrevistada por cuestiones laborales y por no querer exponerse. ↩