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Concentración de Salgueiro en Sapucaí.

Foto: Lela Beltrão, Sumaúma

La favela y la selva

16 minutos de lectura
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Los orishas y los xapiri se encontraron en el sambódromo de Río de Janeiro. La escuela de samba Salgueiro planteó su tema a partir de un acercamiento cauteloso, que llevó casi un año, entre la comunidad carioca y el chamán yanomami Davi Kopenawa. El resultado fue más allá del desfile de febrero: reavivó el poder transgresor de la fiesta más popular de Brasil. Lo que sigue es una crónica de diplomacia y unión afroindígena.

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Davi Kopenawa, líder, chamán y también embajador de los yanomami y su lucha por la “tierra-floresta”, ya conocía Río de Janeiro. Pero en las ocasiones en que había ido a la ciudad para asistir a exposiciones, conferencias u homenajes, a sus anfitriones nunca se les había pasado por la cabeza invitarlo a una favela. Esas comunidades urbanas, la mayoría ubicadas en colinas, formadas por trabajadores negros, antiguamente esclavizados, y más tarde por oleadas de migrantes, sobre todo del nordeste de Brasil, no pueden permitirse vivir en el “asfalto”, el Río de los más ricos, por donde suelen circular los visitantes. Por eso, la visita a la cuna de Acadêmicos do Salgueiro, la escuela de samba carioca que honraría a los yanomami en el desfile de este año, fue una revelación para Kopenawa.

El antropólogo Marcos Wesley, del Instituto Socioambiental, que trabaja con los yanomami desde hace 27 años y acompañó a Kopenawa en la visita a mediados de octubre de 2023, cuenta: “Dijo que lo habían llevado a sitios turísticos de Río varias veces, pero que era la primera vez que conocía al pueblo que construyó la ciudad”. Cualquiera que haya viajado con Kopenawa por ciudades de todo el mundo sabe que sus observaciones son siempre agudas y muy sorprendentes porque proceden de una experiencia distinta del vivir. Al estar por primera vez en una favela, Kopenawa comentó: “Ellos la construyeron, luego fueron arrinconados aquí, y aquí solo hay piedras, no hay donde plantar, es una injusticia”. En un reportaje de la cadena Globo, el chamán destacó: “Estoy emocionado, muy emocionado, porque nunca había visto a una persona que viviera en un lugar así, encima de piedras. Para mí, en mi cultura yanomami, las piedras no protegen”.

En la favela, Davi Kopenawa fue recibido en Caxambu, un centro cultural que preserva las tradiciones afrobrasileñas de la comunidad, la más conocida de las cuales es el jongo, una danza al son de tambores. Allí estaban las matriarcas de Salgueiro, entre ellas, Maria da Glória Lopes de Carvalho, conocida como Tia Glorinha, de 77 años, que desde hace 15 preside el Ala de las Bahianas de la escuela, uno de los grupos en que se divide el cortejo carnavalesco, donde desfila desde 1963. Con Kopenawa hablaron de las hierbas que utilizan en las curas, ya que la madre de Glorinha, que se instaló en Salgueiro procedente del estado de Minas Gerais, era rezadora y le transmitió sus conocimientos. “Quería saber cómo se llamaba cada hierba aquí y si coincidía con las hierbas de allí, que tienen nombres diferentes”, cuenta Tia Glorinha, “él estaba fascinado y yo también. Nunca imaginé que vendría a mi comunidad”. Kopenawa le dijo a Marcos Wesley que las señoras de Caxambu le recordaban a sus tías.

La visita a la favela selló un acercamiento cauteloso, pero creativo y creador, entre el chamán que vive en la casa colectiva de Watoriki, a los pies de la Serra do Vento, en la frontera entre los estados de Amazonas y Roraima, y los líderes de una de las escuelas de samba más tradicionales de Río de Janeiro. Los primeros contactos se produjeron en marzo de 2023, poco después de que Salgueiro anunciara el tema de su canción, “Hutukara”, el nombre que los chamanes yanomami dan al cielo que cayó en tiempos ancestrales, formando la tierra actual, y también el nombre de la asociación más conocida de la Tierra Indígena, que preside el propio Kopenawa.

Davi Kopenawa y Tia Glorinha hablan de plantas curativas.

Foto: Ewerton Pereira, Salgueiro

El chamán solo pidió dos cosas: que Salgueiro no retratara a un indígena genérico, sino a los yanomami, con sus rasgos, pinturas, costumbres y cosmovisión, y que los yanomami no fueran tratados como sufridores, sino como un pueblo resistente con grandes conocimientos y sabiduría. “Me dijo: ‘Vamos a luchar siempre’”, recuerda el periodista Igor Ricardo, el enredista de Salgueiro, que es la persona que escribe la sinopsis a partir de la cual se compone el samba de la escuela y el texto que se entrega a los jueces del desfile en el sambódromo.

Igor Ricardo y Edson Pereira, el carnavalesco de Salgueiro, como se denomina al director artístico responsable del diseño de los disfraces y las carrozas, se reunieron por primera vez con Davi Kopenawa en el Instituto Moreira Salles de São Paulo, a principios de abril de 2023. Querían que aprobara la letra e invitarlo al desfile del 11 de febrero. El encuentro tuvo un comienzo tenso; alguien del equipo de Salgueiro llevaba joyas de oro, símbolo de la minería ilegal que asola el territorio yanomami y que ha llevado a su pueblo al genocidio: en solo 11 meses de 2023 murieron 308 personas, más de la mitad niños menores de cinco años, la mayoría por causas evitables.

Al ver el oro en el cuello, brazos y dedos, Kopenawa torció el gesto. El enredista de Salgueiro cuenta que el líder yanomami no dio ni los buenos días. Y le dijo a la persona que llevaba las joyas: “Sabes que esto es la muerte para mí, ¿no?”. Pero poco a poco se fue desbloqueando la conversación. Ricardo le contó que estaba leyendo La caída del cielo, un libro que es fruto de 93 horas de conversaciones grabadas entre Kopenawa y el antropólogo Bruce Albert, así como de décadas de convivencia. El chamán respondió que eso sí era “un buen comienzo”.

La amistad, ya sea con otras personas humanas o con la selva y sus seres, tiene un gran valor para los yanomami. No olvidan, sin embargo, los acercamientos falsamente amistosos de los napëpë (no indígenas, blancos). En La caída del cielo, Davi Kopenawa dice que desea que sus palabras penetren en la mente de las nuevas generaciones de napëpë, que así “tendrán mucha más amistad por la selva”. Durante esa conversación de más de tres horas con los salgueirenses en São Paulo, Kopenawa les preguntó sin rodeos, como suele hacer: “Ustedes quieren ser nuestros amigos, ¿es eso?”. Solo al final, el chamán autorizó: “Ahora ya pueden venir a mi casa”.

La representación de un xapiri, un ser que ayuda a los chamanes yanomami a proteger la tierra.

Foto: Ana Carolina Fernandes

El viaje a Demini, la región de Kopenawa en la Tierra Indígena yanomami, no se produjo. Pero Kopenawa encargó al antropólogo Marcos Wesley que proporcionara material a Ricardo y Pereira y que hiciera de intermediario para aclarar sus muchas dudas. “Aquel encuentro con Davi nos cambió la mentalidad”, confiesa el enredista de Salgueiro.

Resistencia, folclore y jogo do bicho

El primer desfile de escuelas de samba de Río de Janeiro tuvo lugar en 1932, pero las letras sobre pueblos indígenas se hicieron más frecuentes a partir de 1970, según el historiador Luiz Antonio Simas, autor de libros sobre el carnaval, la ciudad y las religiones afrobrasileñas. Ese año, la escuela Portela ganó la competición con “Lendas e mistérios da Amazônia” (Leyendas y misterios de la Amazonia). Como la mayoría de las letras que siguieron, hablaba de los mitos indígenas sin vincularlos a las luchas por la tierra y por tener voz política. “Muchas se escenificaban siguiendo la lógica folclórica de una literatura brasileña que romantizó a los indígenas como ‘buenos salvajes’, aquellos mitos de construcción nacional”, analiza Mauro Cordeiro, un estudioso del carnaval que nació en la favela de Andaraí, junto a la de Salgueiro, y frecuenta la escuela desde niño, cuando su padre era el director.

Cordeiro, profesor y doctorando en Antropología, recuerda que fue un carnavalesco negro, Fernando Pinto (1945-1987), el primero en llevar las reivindicaciones de los pueblos originarios a las grandes escuelas de Río. En 1983, antes de que la Constitución de 1988 consagrara los derechos que hoy el Congreso quiere derogar, Fernando Pinto creó la canción “Como era verde meu Xingu” (Cómo era verde mi río Xingú) en la escuela Mocidade Independente de Padre Miguel. Ya en 2017, cuando la extrema derecha crecía en la política, el cacique Raoni Metuktire, referente de la lucha indígena en Brasil, participó en el desfile de Imperatriz Leopoldinense con el tema “Xingu, o clamor que vem da floresta” (Xingú, el clamor que viene de la selva).

En aquel entonces, las asociaciones de la agroindustria se sintieron retratadas por el “bello monstruo” que “roba la tierra de sus hijos”, citado en el samba, y protestaron. Sin embargo, la asociación más directa no era con el robo de tierras públicas que asola la Amazonia, ni con la conversión de la selva en pastos para el ganado o en monocultivos de soja, ni con la explotación ilegal de madera, sino con la destructiva hidroeléctrica de Belo Monte, construida por los gobiernos del Partido de los Trabajadores, conocida en la región de Altamira como “Bello monstruo”.

Ala sobre la vida cotidiana del pueblo indígena en el ensayo en el sambódromo.

Foto: Ana Carolina Fernandes

Salgueiro, por su parte, tocó temas indígenas en 1998, con la canción “Parintins, a Ilha do Boi-bumbá: Garantido x Caprichoso, Caprichoso x Garantido”, en referencia al festival folclórico de la ciudad de Parintins, en el que compiten dos asociaciones, Boi Garantido y Boi Caprichoso, y se representan leyendas, rituales indígenas y costumbres de los ribereños. Pero esa no es su marca. Fundada en 1953 en una favela inicialmente poblada por negros que habían sido esclavizados en plantaciones de café, la escuela fue una de las primeras en llevar la historia y los héroes negros al desfile. Zumbi dos Palmares, Chica da Silva y Aleijadinho fueron temas de canciones ya en los años sesenta. “Salgueiro es probablemente la escuela que más veces ha presentado la temática negra en el carnaval, por lo que no diría que hacer un carnaval comprometido sea algo nuevo para ella. La gran novedad es que [en 2024] gira en torno a la cuestión indígena”, afirma el profesor Mauro Cordeiro.

El historiador Luiz Antonio Simas señala que las escuelas de samba son camaleónicas: un año pueden tratar un tema de resistencia y al siguiente, uno acrítico. Aun así, cree que siempre hay un compromiso subyacente, que va más allá de la elección del tema. “Yo parto de la premisa de que una escuela de samba siempre está comprometida. Tienes ahí una estructura comunitaria que forma parte de la sociabilidad afrocarioca, tienes el sonido de los tambores, que dialoga con el candomblé y la umbanda [cultos afrobrasileños]. Así que es una manifestación de culturas no blancas aun cuando aparentemente no lo es”, analiza Simas.

Esta marca ha resistido incluso al entrelazamiento de algunas de las grandes escuelas de Río con la mafia del juego de apuestas ilegal jogo do bicho, que hoy incluye también bingos, máquinas tragamonedas y casinos clandestinos. La propia Salgueiro estuvo durante más de 30 años, hasta finales de la década pasada, bajo el mando y el mecenazgo directo o indirecto del clan Garcia, bicheiros que fueron tanto objeto de asesinatos como de acusaciones de participar en crímenes violentos. Eso significaba mucho dinero. Y victorias en el sambódromo. Todavía corren rumores sobre los intentos de los herederos de la familia de recuperar el control de la escuela a través de aliados. Pero eso no impide que los salgueirenses definan su escuela como “castiza”: en 2024, solo dos de las 26 alas o subdivisiones son “comerciales”, es decir, que venden disfraces a personas de fuera de la comunidad.

Las contradicciones del carnaval de Río de Janeiro son evidentes; tanto como el potencial impacto de desfilar en el Grupo Especial, formado por las escuelas mejor clasificadas el año anterior y del que Salgueiro nunca ha salido. Transmitido a millones de personas, el desfile puede reverberar un mensaje si la letra consigue captar el espíritu del tiempo y la música es potente. Con su homenaje a los yanomami, el samba de Salgueiro está considerado uno de los mejores, si no el mejor, de este año. “Es el tipo de canción que nos hace decir que no morirá en el sambódromo”, afirma Simas [...].

La avispa y la lucha de los negros

Cuando estuvo en Río el pasado mes de octubre, Davi Kopenawa recorrió todo el circuito salgueirense. Además de la favela, visitó la escuela de samba, cerca del Morro do Salgueiro, y la nave, ubicada en la zona portuaria, donde ya se estaban montando las seis carrozas. La estatua de Omama, el creador de los yanomamis, en la carroza que abriría el desfile, no estaba lista, pero Kopenawa vio el diseño y torció el gesto. No dijo nada en ese momento, pero le pidió a Marcos Wesley que subrayara que Omama tenía que ser el “yanomami más perfecto”, con el pelo muy corto y el cuerpo pintado.

Concentración de Salgueiro en Sapucaí.

Foto: Lela Beltrão, Sumaúma

Durante el recorrido, Kopenawa quiso saber si en la escuela había niños, porque pensó que le prestarían más atención que los adultos y luego contarían a sus mamás y papás lo que habían descubierto. Así que charló con las niñas y los niños de Aprendizes do Salgueiro, que forma a las nuevas generaciones de ritmistas (músicos) y passistas (bailarines). Este carnaval los niños desfilarán en su propia ala por primera vez en 16 años. Hicieron muchas preguntas, incluso sobre el significado del nombre del chamán, Kopenawa. Él les contó que se lo habían dado los xapiri de la avispa, que los yanomami llaman kopena, que habían bebido la sangre de Arowë, un valiente guerrero del pasado. Kopenawa era el nombre que le dieron cuando ya estaba casado. Davi, en cambio, fue el nombre que le dieron los napëpë cuando era niño. “Los niños le preguntaron si podían abrazarlo y, por primera vez, vi reír a Davi”, cuenta el enredista Igor Ricardo.

El líder yanomami también asistió a la selección del samba en la abarrotada escuela. Un día antes se reunió con los compositores de los tres sambas finalistas. Marcelo Motta, que ha formado parte del Ala de los Compositores durante 24 de sus 41 años y es uno de los autores del samba ganador, recuerda que Kopenawa empezó hablando en su lengua y solo después utilizó el portugués. “Eso fue muy fuerte para nosotros. Aunque no lo entendiéramos, conseguía transmitir [el mensaje] a través de la emoción. Él es, en sí mismo, una energía noble”, afirma.

Coautor de nueve sambas elegidos para representar a la escuela, Motta afirma que recibe videos de todo Brasil de gente cantando la canción de este año, que “ha roto la burbuja del Carnaval”. Los versos “Aprendí portugués, la lengua del opresor / para probarte que mi sufrimiento es también tu dolor” son una referencia a Kopenawa. “Él hizo hincapié en que es una misión estar aquí, que hay que escuchar al pueblo yanomami”, cuenta. Según Ricardo, en este encuentro con los compositores, Kopenawa volvió a hablar de las casas sobre piedras. “El gran mensaje que nos dejó fue que la lucha de ustedes, los negros, utilizó esa palabra, es ahora también su lucha”, dice el enredista [...].

El 21 de enero, la escuela hizo una prueba durante su ensayo técnico en el sambódromo: apagó las luces de la pista para que brillaran las pulseras fluorescentes que llevaban los componentes, como si fueran xapiri bailando en la pasarela. Bajo una intensa lluvia, la multitud que abarrotaba las gradas bajó a bailar siguiendo la escuela. Había gente con retratos del periodista Dom Phillips y del indigenista Bruno Pereira, asesinados en 2022 en la Tierra Indígena del Valle del Yavarí, en el estado de Amazonas. Había gente con gorras del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra. Había gente con flores en las orejas, como hacen las mujeres yanomami. Había gente con camisetas de Mangueira, la escuela “madrina” de Salgueiro. Todos se sabían el samba de memoria.

Recuperando la utupë

Era el séptimo día de Davi Kopenawa en Río de Janeiro. En el lugar donde se concentraban los miembros de la escuela de samba Acadêmicos do Salgueiro antes de volver a entrar en el sambódromo, el 17 de febrero, para desfilar entre las seis primeras clasificadas en el Carnaval de Río, el líder y chamán yanomami fue acosado para otra foto y otra entrevista. Se quejaba de tener que estar “repitiendo, repitiendo”, pero al final cedía: sonreía y se abrazaba a los miembros de Salgueiro, que se le acercaban para hacerse fotos con más timidez que los antropólogos, indigenistas y camarógrafos que allí se encontraban.

Casa donde los yanomamis fueron alojados en Río de Janeiro.

Foto: Lela Beltrão, Sumaúma

Para los yanomami, la imagen de cada persona —pei utupë— forma parte de ella. Es la imagen que se desprende del cuerpo en un sueño, es el reflejo y la sombra de cada uno, y también la imagen reproducida en una foto o un video en la televisión. En una época en que las fotos tomadas con celulares dominan los acontecimientos sociales, Kopenawa parece haberse convertido en un objeto que todo el mundo quiere fotografiar, publicar y compartir. Alguien le dijo que su utupë estaba cansada de que se la quitasen a cada rato. El chamán de 70 años cambió su semblante serio por una sonrisa perspicaz, hizo un gesto con los dedos como si jalara algo invisible de los celulares y dijo con buen humor: “¡No! ¡Estoy recuperando mi utupë!”.

Davi Kopenawa suele ser cáustico con las grandes metrópolis donde vive el “pueblo de las mercancías”. La efusiva energía del Carnaval de Río contrastaba con el silencio y la calma de la tierra-selva yanomami. Maldecía el contaminado Canal del Mangue, que emanaba un olor a agua podrida justo al lado de donde los yanomami esperaban para poder desfilar. El canal, construido en el siglo XIX para recibir las aguas de los arroyos que desembocaban en un manglar que se terraplenó, cruza la avenida Presidente Vargas, donde se concentran las escuelas, en el centro de Río.

La ciudad es una “selva estropeada”, decía Kopenawa. “Aquí se paga por todo, y lo que Omama nos dejó es gratis”, sentenció. Por eso estaba allí, para defender esa herencia, “el derecho a nuestra selva, el derecho a cuidar de nuestra agua limpia”, a punto de volver a subirse a la carroza llamada “Por un Brasil con tocado”, la sexta y última de las que ilustraban el samba “Hutukara”, el nombre del primer cielo que se derrumbó, según la cosmogonía yanomami, formando la tierra actual, cuyo nuevo cielo se esfuerzan por sostener desde entonces [...].

Artistas de la selva

En un momento en el que el arte y el cine yanomami están en plena ebullición, el trabajo de los artistas plásticos Joseca Mokahesi y Ehuana Yaira inspiró las carrozas y los trajes de Salgueiro. Las delicadas flores que dibuja Mokahesi aparecían enormes en las faldas de las bahianas y el artista se alegró de reconocer sus rasgos reproducidos de forma amplificada. Las traducciones que hace Mokahesi del mundo de los xapiri se inspiran en los cantos y descripciones chamánicas que escucha desde que nació. Si ahora han bailado en el carnaval de Río, en abril su creación irá más lejos: se expondrá en la Bienal de Venecia, la principal muestra de arte contemporáneo. En lo alto de la carroza, observador y poco bailarín, estaba el cineasta Morzaniel Ɨramari, que en 2023 ganó el premio al mejor cortometraje en el festival de documentales É Tudo Verdade [Es Todo Verdad] con la película Mãri hi: El árbol de los sueños, que llegó a ser candidata a representar a Brasil en los Premios Oscar.

Leonardo Fróes, salgueirense desde niño, y Davi Kopenawa siguiendo la transmisión de los resultados.

Foto: Lela Beltrão, Sumaúma

Eran más de las tres de la madrugada del 18 de febrero y, a la salida del desfile de las campeonas, un grupo de salgueirenses del ala de los xapiri se lamentaba de que la saga yanomami no le hubiera dado la victoria a la escuela. Uno sugirió que Kopenawa debería haber estado en la carroza de apertura, que lleva el emblema de la escuela. Otro decía que faltó mostrar el cielo cayendo, es decir, la profecía de los chamanes yanomami, que son los responsables de sostener el cielo, que caerá si los napëpë siguen destruyendo la naturaleza con tanta avaricia.

Pero el agua pasada no mueve el molino. Si Salgueiro perdió puntos en las carrozas y los disfraces, el samba, la armonía y la evolución —áreas que dependen del entusiasmo y la disciplina de los que desfilan— le garantizaron el cuarto puesto y la posibilidad de volver al sambódromo entre las seis escuelas mejor clasificadas de un total de 12. La campeona fue Unidos de Viradouro, con un samba sobre el culto a la divinidad vudú de la fertilidad, representada por una serpiente, que trajeron a Brasil las africanas esclavizadas en el antiguo reino de Dahomey, el actual Benín.

Los ecos del Ya temi xoa

La discusión que consumió a los cariocas aficionados a las escuelas de samba sobre cuál hizo el mejor desfile tuvo lugar lejos de la comitiva yanomami. Dos días después, descansaban en la casa donde estaban alojados, en el barrio de Vargem Pequena, en la zona oeste de Río, a más de 40 kilómetros del centro de la ciudad. En el salón, la televisión encendida mostraba imágenes de las escuelas de samba y las comparsas de carnaval. De vez en cuando, alguien canturreaba “Ya temi xoa”, el estribillo del samba de Salgueiro, que significa “sigo vivo”.

La casa de dos plantas pertenece a André Vaz, presidente de Salgueiro. Cuenta con un altar a San Jorge —el santo católico asociado con Ogum, el orisha guerrero en las religiones afrobrasileñas—, imágenes de la Virgen María y diplomas de la escuela de samba. En la habitación más grande, que utilizó una parte de los yanomami, hay una enorme bañera de hidromasaje. El enredista Igor Ricardo les proporcionó camas a todos, pero los hombres prefirieron no dormir juntos en las mismas habitaciones y pidieron hamacas y cuerdas para colgarlas en la terraza, en la planta baja. Después del desfile, la bija que utilizaron los yanomami para pintarse el cuerpo dejó marcas rojas por toda la casa, decorada en tonos blancos. “Más nos vale que gane Salgueiro, porque así el dueño de la casa no se enfadará con nosotros”, comentó uno.

Mientras el resto del grupo charlaba en el salón y los dormitorios, Davi Kopenawa permanecía solo en la terraza. Desde allí, por encima del alto muro, se puede ver un trozo del Parque Pedra Branca, una unidad de conservación urbana. Kopenawa dijo que había visitado todo el barrio en sueños y mostró un cuenco con polvo de yãkoana, un alucinógeno que toman los xapiri —los espíritus que evocan los chamanes— y que les hace soñar más lejos.

En el desfile, la yãkoana se representó con los trajes rojo brillante de la pareja formada por el maestro de ceremonia y la abanderada, Sidclei Santos y Marcella Alves, que recibieron un 10 de los jueces. Tras el primer desfile, Marcella concedió una entrevista a la cadena de televisión O Globo, en la que explicó la importancia de la sustancia que se elabora con la resina de árboles del género virola y su relación con el chamanismo. En el sambódromo, la yãkoana desempeñó otro papel en el desfile: hizo que el chamán Pedrinho viera a los xapiri napënapëri —los espíritus de los blancos— que estaban allí. Fue en estos resquicios donde se encontraron la Amazonia y el carnaval de Río.

Salgueiristas siguiendo la transmisión de los resultados del desfile, en la sede de la escuela.

Foto: Lela Beltrão, Sumaúma

Las semillas de una alianza

Davi Kopenawa habló varias veces de la “alianza” que estableció entre los yanomami y el pueblo negro. Dijo que tardaron en encontrarse, pero que finalmente unieron sus fuerzas para luchar por el respeto y los derechos. Es difícil predecir si —y cómo— se desarrollará esta alianza. André Vaz dijo que el pueblo yanomami tendrá su “eterna gratitud” y que la escuela “siempre defenderá esta bandera”. Pero, en cuanto termina el carnaval, las escuelas de samba ya concentran su atención en el desfile del año siguiente.

No obstante, se plantó una semilla. El miércoles de ceniza, 14 de febrero, los yanomami fueron a ver el recuento de puntos —que se transmite por televisión— en la escuela, en el barrio de Andaraí. Salgueiro preparó una ceremonia de siembra de retoños en el único pedacito donde hay tierra en el recinto, un sucedáneo de jardín de unos 20 metros cuadrados. Muchas personas se agolparon allí para contemplar el momento. Los retoños tardaron en llegar y las señoras del ala de bahianas estaban impacientes porque estaba a punto de comenzar la lectura de las puntuaciones de los jueces. Pero Davi Kopenawa siguió el guion y, rodeado de niños de Salgueiro, cumplió el rito.

Primero sacó los retoños de caoba de las macetas. Ehuana, a su lado, entonó un canto al jardín. Junto a los agujeros abiertos para recibir los retoños, Kopenawa golpeó tres veces el suelo con los pies. El chamán Manoel comprendió que eran los mismos golpes que daba Koyori —la hormiga arriera—, uno de los antepasados animales de los yanomami. Koyori fue el creador de las plantaciones y, golpeando el suelo con los pies, le decía a cada planta que brotara. De este modo, Kopenawa quería garantizar la fuerza de la fertilidad para que crecieran los árboles, que son el recuerdo de un gran encuentro de carnaval.

Versión consolidada de los artículos “Carnaval de 2024: los orishas y los xapiri se encontrarán en el sambódromo” y “‘Estoy recuperando mi utupë [imagen]’, bromea Davi Kopenawa”, publicados originalmente en Sumaúma, de Brasil, el 30/01/2024 y el 5/03/2024. Se reproducen por acuerdo con la diaria. Traducción: Meritxell Almarza.

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