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KIRA1312.

Foto: Alessandro Maradei

Ponele Auto-Tune

13 minutos de lectura
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Nació en el sur de Estados Unidos, se expandió a América Latina y en Uruguay encontró un semillero de jóvenes —muy jóvenes— con ganas de expresarse y encontrarse. El trap, subgénero del hip hop y el rap, tiene su versión local con una identidad propia y lógicas de producción artesanales, aunque sus canciones tengan cientos de miles de escuchas mensuales. En este reportaje hablan los protagonistas de este género callejero, popular y colaborativo.

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En una especie de ring armado especialmente para este show atípico en formato 360° en la Sala del Museo del Carnaval, David Oliver, alias Davus, de 25 años, agita a la gente que vino a verlo y agradece las oportunidades, los amigos, el aguante.

En una de las primeras filas —hay cuatro, gracias a la disposición céntrica del escenario—, un grupo de jóvenes canta los versos de todas las canciones. Organizan el pogo. Vuela un Pabellón Nacional al ring y Davus lo levanta con orgullo. Se ve como una declaración: esta es una movida made in Uruguay. Alza la bandera en el aire y gira, exhibe el símbolo mientras los presentes vitorean: ¡Davus! ¡Davus! Se agita un nuevo pogo y se suben al escenario los artistas que lo acompañaron durante el show del 3 de agosto, se sacan una foto y se encienden las luces. Aparecen los gestos de alegría, pelos pegoteados contra las frentes húmedas del sudor producto del agite.

El trap, un subgénero del hip hop y el rap, nació en los noventa en Atlanta, Estados Unidos, y toma su nombre de las trap houses, lugares de venta ilegal de drogas. De ahí su asociación con la mística del consumo, la calle, la plata, hacerse desde abajo. Es una música que, entre otras cosas, se caracteriza por el Auto-Tune, una herramienta dentro de la producción musical que corrige imperfecciones en la afinación, aunque su uso va mucho más allá del bajo 808 —notas graves que acompañan el golpe del bombo— y los sonidos creados por computadora: es una vibe completa.

Muy lejos de su lugar de origen, en estudios cuartos de Melo, de Montevideo, del Chuy, en las calles y en los boliches, en los sótanos, en las salas más importantes dentro y fuera del país, el trap uruguayo —con sus mixturas— suena y se expande. Un puñado de nombres recorre la escena musical underground y ya no tan under: Knak, Davus, KIRA1312, Joakien, Lucianne, Valuto. Y suenan fuerte.

Nieta de yuyera, hija de la frontera
Manos con tijeras, cosiendo nuestras penas
Orgullo de la abuela
Tranquila, moldeándome como si fuera greda

Cuarenta y ocho horas antes del show circular, en medio de la euforia por la proximidad de su presentación en vivo, Davus conversó con Lento sobre sus inicios en la música. Nació y creció en Montevideo. Tocaba la batería en la iglesia a la que iban sus padres. Escuchaba de todo, desde Lil Wayne a 50 Cent. No siempre supo que quería dedicarse a la música, se fue dando. Una canción publicada derivó en otra. Y lo que empezó a sonar ya no hubo quien lo parara. Sus 159.000 oyentes mensuales en Spotify y sus canciones con millones de reproducciones dan cuenta de ese recorrido.

El pasaje del rap al trap es un camino natural dentro de la música urbana. A Davus el rap le encanta. Es, dice, y siempre fue “un género que le permitía a la gente sin oportunidades tener oportunidades”. Algo parecido pasa con el trap, “porque de repente si vos querés hacer una bachata, tenés que ir a una academia, tenés que conseguir instrumentos; en esto vos agarrás la computadora, descargás un programa, que por ahí ni lo pagás al principio, le ponés una pista y ya con el micrófono de los auriculares podés hacer algo”.

Valuto y Davus.

En el décimo capítulo de Música urbana, una serie documental emitida por TV Ciudad en 2023 y dirigida por Aldo Garay, el comunicador Federico Medina sostiene que los ritmos urbanos tienen que ver con la música dirigida a jóvenes que rescata un imaginario, una cultura de barrio. Davus también valoriza esa esencia: “Siempre me atrajo saber que se podía hacer música sin tener nada”. Internet y la posibilidad de colaborar con otros músicos, la computadora para producir, cualquier micro para grabar son herramientas que hacen que esa nada sea potencialmente transformada en un todo. Medina observa que hay artistas que “efectivamente tienen un origen popular, muy humilde, y después otros que aprovecharon la volada y que entran ahí a través de la ficción”. De este último grupo también hay gente haciendo cosas buenísimas, aclara. “Eso es lo más rico que tiene el arte”.

No todo son pandillas

Inés Rodríguez Silveira, conocida como KIRA1312, tiene 30 años, forma parte de la producción de la fiesta Jadeo y desde niña estuvo rodeada de música. “La raíz de todo es mi papá tocando la guitarra mientras yo estaba en la panza de mi mamá. El sonido es algo que traspasa toda la materia”, dice con emoción. De Eduardo Mateo a Charlie Brown Jr. había un paso. Esa mixtura a la hora de escuchar también se refleja al momento de hacer música con una sensibilidad que atraviesa cualquier género. Creció en el Chuy y se mudó a Montevideo a los 11 años. Estudió guitarra criolla y eléctrica. Escribió siempre. Las voces de Racionais MC's y Sabotage le generaron un universo en el que “había mucha denuncia de lo que era la vida en la favela, las injusticias, ser afro en una sociedad totalmente colonizada que siempre mira a Europa, y eso me conquistó. Empecé a escribir desde ese lugar de denuncia de injusticias, de rabia, de militancia”. Cuenta que estuvo “varios años en una movida que era de rap más noventero, al estilo rap conciencia”.

Fue en esa época en la que comenzó a hacer trap y reguetón. En las letras de Hybrida, el deseo se expresa con una vuelta de tuerca. “Es que a mí me pasó que cuando empecé a escuchar estos géneros me ponía incómoda y pensaba en cómo necesitamos otros discursos, porque este género está de más, pero quizás no tengo ganas de escuchar a alguien que esté hablando así de las mujeres o de los vínculos. Eso responde a una lógica muy capitalista y todo el viaje de la ostentación. Hoy en día estoy un poco más relajada. A fin de cuentas, el origen es ese: tráfico de drogas, violencia, gangs. Pero creo que los géneros también van mutando y que puedo hablar de cosas que me hagan más sentido en vez de reproducir discursos que para mí hacen que el mundo se estanque y se muera”.

Para Medina, ese origen es un ingrediente fundamental de la movida. Una “sensibilidad cinematográfica” que se refleja en las narrativas de las letras y los videoclips y que “le aporta mucho a la cultura”, porque además, agrega, a pesar del éxito y el reconocimiento de algunos de estos artistas, la marginalidad ha sido siempre parte de la personalidad de la escena global, que no excluye a la escena montevideana. “Es un movimiento, en ese sentido, todavía marginal. Y eso también lo hace atractivo”.

Juan Pablo Tort nació y creció en Melo. El apodo Knak apareció jugando a League of Legends con sus amigos y quedó. Entre las batallas de rap en la plaza de Melo y el medio millón de escuchas mensuales en Spotify hay tan sólo unos años. Esas competencias le dejaron, además de su nombre, un interés. “Gracias a eso me di cuenta de que también podía utilizar esas pistas y las melodías de las batallas para componer algo, y ahí hice mi primer tema. Se llama ‘Trapping’”. Cuenta que lo grabó con un amigo en Melo, en un estudio de radio. Sin producción. Sin Auto-Tune. Sólo pista y voz. “Me metí y no paré hasta el día de hoy”.

Knak vino a Montevideo para estudiar Comunicación, pero la pandemia hizo que cambiara de planes. Ese año, 2020, no se conectó a ninguna clase en línea, pero compuso mucho. En Montevideo se encontró con gente que estaba en la misma. Un grupo que él reconoce ahora como su familia, la TCB —Tiny Cock Boys—. Ahí se hizo amigo de Davus. “Para mí conocerlos fue todo. Que ellos me hayan dado una mano. Todos tenían más de cuatro años más que yo, eran gente con otro tipo de charla a la que yo estaba acostumbrado. A mí me sumó mucho. Yo con los pibes siempre soy agradecido”.

Cadena de favores

En la escena uruguaya bulle una camaradería genuina que va mucho más allá de quién tiene más o menos escuchas en Spotify. Tirar para adelante juntos es una característica de la que Knak se enorgullece: “Yo creo que el lugar que ocupo hoy en día en la escena es dar para adelante. Yo no tengo malas intenciones, ninguno de mi equipo las tiene. Con mi crew siempre fuimos muy de la alianza y de no cerrar puertas, ¿viste?, porque, quieras o no, hoy en día tenemos un alcance y un público que capaz que nos hace estar ‘en la mira’, entre muchas comillas, y tenemos que seguir dando la mano porque eso ayuda a que todo crezca”. Le pregunto qué es ese todo, qué cosas implica. “La escena, la industria”, dice. “Ayudando a una persona para que lo haga y la cadena se transmita. Y siento que por eso ahora hay una escena que de a poco está agarrando tremendo ruedo. Porque estamos todos tirando para adelante y no hay mejor cosa que eso”.

Joaquín Judeikin tiene 23 años y desde 2017 lleva adelante el proyecto solista Joakien. Sus primeros acercamientos a la música fueron aprendiendo trompeta y nociones técnicas en la Escuela de Música y el Taller Uruguayo de Música Popular, entre los 5 y los 12 años. También la escritura tuvo un lugar importante en ese primer tiempo. “A los 16 años quería ser re malo, y aunque Joakien al final no suene así, malo, encuentro ahí algo que es re inherente al proyecto: la duda. Quién soy, qué hago, cómo se hace la vida. Se me ocurrió, lo subí y quedó”.

El freestyle, la rima, patear la calle son denominadores comunes en el interés incipiente en introducirse en la escena musical. Joakien habla de sus primeras influencias como un líquido vital que ayudó a construir su sensibilidad artística. “Me influencié de lo que me rodeaba. Y lo que me rodeó, en la adolescencia, era gente que estaba para callejear: el rap, les compes, el grafiti. Chupé abundante de ahí. Y eso fue algo que me definió a la hora de hacer mi música. No sólo porque a mí el rap me nacía, sino que haciendo rap vi una oportunidad de conectar con gente que estaba alrededor de mí”.

Joakien y Lucianne.

Pegarla

Entre 2016 y 2018 el trap empezó a sonar más fuerte en su versión latina. La competencia de freestyle El Quinto Escalón en Buenos Aires alcanzaba niveles inauditos de popularidad. Nombres como YSY A, Trueno, Ecko, Wos y Duki se posicionaban entre los campeones y los subcampeones de la competencia. Algo crecía a nivel regional. En 2017 Duki lanzó “She Don't Give a FO”, que marcó un punto de inflexión en la escena local. Así lo recuerda Joakien también. “Nosotros escuchábamos trap a full, pero no daba ponerse Auto-Tune todavía. Recién sobre el 2019, ya experimentando más, me encontré con un loco que se llama Juan y nos pusimos a hacer música, ¡a cantar directamente con Auto-Tune! Y me di cuenta de que ahí había algo que realmente me encantaba”. Hablamos de cómo dialoga esta experimentación con el rap. “Me gusta rapear, es más, creo que he rapeado muy bien. Pero me encanta cantar con Auto-Tune. Yo arranqué siendo rapero, pero hoy no te diría que lo soy por respeto a toda la gente que sí”. Frente a la pregunta ¿y qué sos vos?, responde: “Yo soy reguetonero, trapero, popero celestial del infierno”.

Luciana Vera empezó a subir sus canciones a SoundCloud con su firma de grafitera. Después de tres canciones, ese tag dio paso a Lucianne, un personaje artístico que le permite desdoblarse y “dejarse llevar”. Ahora tiene 22 años, pero “la suerte y el privilegio” de estar cerca de la música —sus dos padres son artistas— y de poder probar todos los instrumentos en los que se pueda pensar existieron siempre. Es interesante que luego de probarlo todo terminara haciendo música con una computadora. “Mis padres no me juzgaron, pero sí llegaron a preguntarse por qué el Auto-Tune, los efectos en la voz, ese tipo de dudas que también creo que son generacionales”.

Compré la cadena e Jesús y empezaron a odiarme como si fuera Judas
Manteca, teca, moolah, cash
Tamo haciendo queso y no es gouda

Ganar dinero haciendo arte es, quizás, uno de los sueños más grandes de un artista: que la música genere lo suficiente para, al menos, pagar un alquiler y “devolverles la plata a los brothers” que están trabajando detrás de cada canción, como canta Joakien en “La plata”. Knak recuerda que al principio sus padres no entendían cómo ese número que indica la cantidad de reproducciones de una canción en una plataforma se traducía en retribución económica. “A mi madre le gustaban el rock y la cumbia y no entendía que yo podría vivir de la música. A medida que fue pasando el tiempo, mis viejos cayeron. Y los padres lo que quieren es que vos estés bien, que te mantengas. Cuando hicimos la primera Sala Magnolio, en la que metimos 350, 400 personas, ellos vieron eso y no preguntaron más qué iba a hacer o de qué iba a laburar. ¡Sentí un alivio! Si la gente que amo y la gente a quien le tengo que demostrar algo está contenta con lo que estoy haciendo... ahí me llené de confianza”.

Vivir de sus canciones es algo en lo que Valentín Ibarburu, Valuto, empezó a pensar hace poco. Tiene 16 años y es uno de los artistas más jóvenes de la movida del trap en Uruguay. Quiere, antes que nada, terminar el liceo. “Mi madre si no estudio ni trabajo no me va a mantener. Mi padre tampoco. Así que tengo pensado agarrar un laburito de ocho horas para poder mantenerme sin romperles las pelotas a ellos. Y ahí sí, meterle a full a la música”. Forma parte de Gaceta Play, el sello discográfico de los productores Tadu Vázquez y Fosse. “Cuando me invitaron casi me muero”, dice con emoción. Lo de “niño promesa” se lee en las redes seguido. Él se ríe cuando se lo menciono. “Siento que estoy en un lugar privilegiado para mi edad, pero también siento que lo tengo que disfrutar. Y que todavía falta. A mí todo esto de pegarla me hace pirar”.

Para Lucianne, el tema de los géneros es algo más fluido. También la posibilidad de monetizar su trabajo. En Sabor a poco se refleja parte de su estética, que ella resume como “algo vampírica”. “Sabor a poco es un mixtape en el que había puesto muchas expectativas. Quise hacer un proyecto en el que pudiera profesionalizarme como productora musical. Salió la foto, pero no me convenció del todo. Es complejo estudiar y mantenerse cuando la música sólo es un hobby”.

Cuando pegue un tema
Van a decir que salí de la nada
Se van a quedar de la cara

Pegarla es una palabra que se repite en las letras, en el ambiente, en estas conversaciones. Si se pega una canción, esta trasciende las fronteras de los oyentes cercanos y se vuelve “viral”. Este fenómeno Knak lo conoce bien. En estos últimos años pasó de rapear en una plaza a abrirles el show a artistas como YSY A y Duki. Knak dice que eso fue ir de 0 a 100. Davus piensa que es difícil saber de antemano cuándo a un proyecto le va a ir bien y que ahí hay algo lindo. “No sé si hay una fórmula real que te garantice que te vaya bien. Para mí, lo mejor es hacer lo que a vos te nace y si está bueno o no es subjetivo. El tema es a cuánta gente le pueda parecer que está bueno y en la suma de esas subjetividades tenés una canción popular”.

Knak.

Lucianne cuenta cuando una amiga le dijo: “Vos la vas a pegar, tuve una epifanía”. Ella no está tan segura y no sabe si le interesa en esos términos. La exposición masiva va de la mano con poder ganar dinero con lo que los artistas producen, esto está claro. Pero forzarlo parece ser complicado.

Locales y visitantes

La “fórmula real” para el éxito no existe. Joakien se ataja con que lo que va a decir es un cliché. “Yo no frené nunca. Tuve una adolescencia muy complicada, mucha vuelta, siempre al borde de mi vida, y la música es lo que me gusta, lo que me hace sentir vivo. Sé que no me va a dar nada y que a nadie le va a importar realmente lo que yo haga. No voy a lograr algo para mi vida ni para nadie con eso. Yo lo voy a hacer por el mero hecho de hacerlo. Y si toco toda la vida para 50 personas, es un lujazo poder hacerlo”.

De este lado del río,
pintando lo gris pa que nos brille el sol

Tener que romperla fuera de Uruguay para lograr reconocimiento a nivel local es una regla repetida, añeja e injusta. Davus hace una mueca de frustración al hablar al respecto. “Para que la gente acá empiece a tener fe en lo que vos estás haciendo, primero tiene que ver que explotaste en Niceto Club de Buenos Aires. Si no, es como ‘ah, ¿qué está haciendo este?’. Y así siempre. Pero esas cosas hay que trabajar para cambiarlas. Y es lo que estamos tratando de hacer”.

Quedarse y trabajar desde Uruguay es una declaración agenciadora de oportunidades y cambios en la escena local. Knak pasó tres meses trabajando en Buenos Aires en su último álbum y volvió. Vuelve siempre. A Montevideo, a Melo. “Yo siento que en Argentina hay mucho que absorber, porque su industria está muy armada. Cuando voy flasheo mucho con eso porque están al nivel yanqui, aunque claramente no hay la guita que en Estados Unidos. Pero a nivel de moverse, profesionales, artistas… es increíble y cuando voy allá me nutro mucho. Siempre que voy es a consumir mucha data, show, estudio para después traerlo para acá y poder ejecutarlo. Con nuestras herramientas. Y se está haciendo bien”.

Le pregunto cuál es el indicador de que las cosas se están haciendo bien. Pone cara de contento y responde: “Y que yo miro para atrás, dos años atrás nomás, y no había tanto show como está habiendo hoy en día. Y no hablo sólo de los que estamos teniendo más alcance ahora, ponele Zeballos, el Davus y yo. Hablo de los pibes tipo Joakien, Lucianne, Valuto, todos ellos que re activan en su movida y con sus herramientas, como nosotros en un momento lo hicimos. Eso es super lindo de ver. Y siento que nos representa. Con lo mínimo hacer mucho, hacer lo máximo”.

Davus se despide y desaparece en el backstage envuelto en la bandera. Se abren las puertas que dan a las calles Maciel y Rambla 25 de Agosto y la gente se desparrama. Un hombre de pasamontañas se enfila para salir. Pasó todo el show con ese accesorio de lana negra contra la cara. La vestimenta chetosport es un sello para casi todos: camisetas de fútbol y pantalones de vestir, ropa oversize, gorras Adidas y Carhartt. “Combina Nike con su ropa vintage”, como canta Knak en “Poka luz”. Muchos anillos y cadenas. También musculosas pegadas al cuerpo. Camisas remangadas que dejan ver algunos tatuajes. Una corriente del aire helado de la noche se mezcla con el vapor del interior. Es un alivio. Los trabajadores de la sala se encargan de que todo el mundo circule. “Épico, amigo, mal”, dice alguien al salir. Afuera, el carrito de venta de panchos se llena de clientes.

Tamara Silva Bernaschina es escritora y estudiante avanzada de la Licenciatura en Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República.

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