El tiempo no para, pero de noche todo es más lento. Miramos la vidriera sin presión, ningún vendedor saldrá a preguntarnos si tenemos alguna consulta. Podemos caminar en desequilibrio, por la calle, por el borde del cordón de la vereda, hasta subir muritos, sacar a pasear al perro como vía de escape, pensar un poco a solas e imaginar buenas.
Los fotógrafos salen a cazar imágenes únicas, hasta indescifrables. Imaginan qué estará pensando ese ser solitario fumando tras esa ventana con luz, entre decenas apagadas. Esperan el momento en que la polilla vaya a posarse en esa lámpara de tal color, con un contraste ideal, que todos se vayan para fotografiar el silencio, que la bailarina gire para su lente justo ahí, justo ahora.
Los que discuten salen a caminar, en una de esas se cruzan con alguien para conversar y filosofar. En una de esas compran un ramo de flores para la amada que tal vez dejen olvidado en un bar.
Para otros es el momento de inspiración, de desatar la creatividad sin tiempo ni distracciones. “Es mi momento”, suelen decir. Los artistas ensayan, prueban una iluminación posible, un arreglo extravagante, se atreven.
Y hay quienes se sienten más solos, con miedo, inseguros, con sus propios fantasmas hablándoles al oído. Quizás una larga noche se aproxima, escribe Nick Cave, significando un largo tiempo de desconsuelo. Y una poesía más liviana, integrada, promete que el sol va a brillar otra vez, la luz llegará a los corazones, el amor será eterno nuevamente.
Marcelo Casacuberta es fotógrafo y documentalista. Ha publicado y colaborado en libros de divulgación científica como En la orilla (Ediciones de la Banda Oriental, 2015), El viaje que cambió la ciencia (2018) y Bitácora de fauna uruguaya (2019). Actualmente se encarga de registrar con fotografía y videos la actividad científica del Instituto Clemente Estable.