En su casa de Río de Janeiro, en la habitación ocupada como el centro de sus operaciones, Paulinho Moska, músico, compositor, a veces fotógrafo, artista, disfruta de una soledad relativa. En ordenados estantes de madera blanca lo acompañan muñecos de plástico, hojalata y madera. Sobre una de las repisas habita una colección de robots algo anónimos del siglo pasado. En otra llaman la atención las figuras de los personajes de animación japonesa Astro Boy y Ultraseven y una fila de pegotines entre los que resalta uno con un dibujo del uruguayo Rodrigo Camy, mejor conocido como Levedad. Una amplia mesa color rojo reparte su espacio para una gran variedad, en tamaño, manufactura y confección, de moscas e insectos alados.
“Yo los miro y veo mi propia vida, mi viaje, mis cosas”, dice Paulinho al otro lado de la videollamada sobre sus tesoros de arqueología moderna, entre los que también descubro una réplica del Palacio Salvo resguardada en una burbuja de acrílico y dos cámaras fotográficas. “Me gusta mucho traerme suvenires de todos los lugares que visito, hasta piedras, y luego tomo notas sobre la procedencia de cada objeto. Tengo piedras de Montevideo”, remarca.
Cuando habla de sus visitas a la capital uruguaya no se refiere a la rambla, las playas o Punta de Este: “Andes es mi calle de amor en Uruguay”, señala en el mapa y sigue con coordenadas precisas.
“Pablo Casacuberta es un hermano para mí y vive en esa calle. Siempre estamos armando nuevos proyectos juntos. A la vez, me gusta hospedarme en el Palacio Salvo, cuanto más alto, mejor. Conocí Uruguay a través de Jorge Drexler, pero la primera vez que viajé para allá para trabajar con Pablo me quedé en un apartamento que él había alquilado en la cúpula del edificio”, dice y agrega de su vuelta preferida: el café La Diaria, el Teatro Solís y una librería sobre la peatonal Sarandí de la Ciudad Vieja.
Con Casacuberta cocrearon Zoombido, un programa de televisión en el que Paulinho pasaba de músico a entrevistador de músicos, que lo tuvo viajando por América Latina 11 años. Durante ese tiempo, además de hacer duetos con los artistas entrevistados, le hizo un retrato a cada uno y ese es el trabajo que viene a presentar a Montevideo. “Un zoombido latino: fotografías a través de un ladrillo de vidrio” trae ampliaciones fotográficas de cantautores uruguayos, argentinos y brasileños que participaron en el programa y propone una experiencia de inmersión a través de un espacio físico —el del viejo edificio de la Escuela Nacional de Artes y Oficios de la UTU— intervenido con espejos y efectos lumínicos que buscan “potenciar la percepción visual y conceptual del espectador”.
Adriana Calcanhoto.
Foto: Paulinho Moska
“La muestra tiene un poco de surrealismo, como si la música fuera también un sueño”, avisa el artista, dispuesto a hablar largo y tendido con Lento.
Venís muy seguido a Montevideo. ¿Qué te gusta de volver acá? Cada vez que veo a un turista brasileño me cuesta entender qué cosa de las que tiene Uruguay no podría encontrar en su propio territorio.
En primer lugar, mis amigos y la gente, porque creo que la ciudad es la población. Cuando te gusta una ciudad es porque tiene gente que te muestra su lugar y te ofrece momentos especiales. Puedo hablar de muchas cosas que me gustan de Montevideo, pero para mí siempre fue un encuentro humano de identificación de la melancolibertad, que es como llamo a la liberación a través de la melancolía. Yo siempre fui un carioca un poco encerradito en la habitación, desde chico y también de adulto. Me gusta mi soledad para pensar, para crear, para componer. No soy mucho de la playa, del surf, del fútbol. El samba me gusta mucho, pero yo no soy un sambista. Yo amo mi ciudad, amo Río de Janeiro, me gusta vivir acá, pero reconozco que no soy un carioca típico. Aquí siempre he sentido una especie de dislocamiento sensorial. Algo así como un vacío, como vivir en un espacio un poco extraño. Y lo que ocurrió en Montevideo con estas amistades creativas como Jorge Drexler o Pablo Casacuberta fue como un renacer.
¿Cómo fue el primer encuentro?
Llegué a Montevideo con un disco de 2003 que se llamaba Todo nuevo de nuevo. Y fue realmente lo que pasó. Era como un reinicio. Recién me había separado de la madre de mi primer hijo. Entonces, el disco nacía de este sentimiento de empezar de nuevo, solo. Lo compuse en un apartamento pequeño y con esta mirada al futuro. Y en ese momento fue que conocí a Jorge Drexler. Él me llevó a Uruguay y ahí se produce el comienzo de una historia por América Latina que me permitió conocer 12 países y hacer, por ejemplo, una temporada completa de Zoombido en Uruguay con músicos uruguayos. Realmente siento que cambió mi vida mi llegada a Uruguay junto a Pablo y Drexler, y después muchos otros que vinieron, como Fernando Cabrera, la fotógrafa Magela Ferrero o Pedro Dalton, al que conozco hace menos tiempo, pero con el que nos unen muchos intereses. Todos ellos son gente muy importante para mí. Con el equipo que hicimos Zoombido (nueve de ellos, uruguayos) y que vino a Brasil pasamos una década trabajando juntos.
Hablás de tus días de encierro, pero al mismo tiempo las temporadas de Zoombido te muestran junto a un montón de músicos distintos, la mayoría de ellos de gran popularidad y prestigio.
Mi reclusión de chico también me llevó a convertirme en un coleccionista, de todo tipo de cosas y con una locura acumuladora. De chico coleccioné sellos, monedas, botellas, papeles de cajas de cigarros, fósforos, piedras.
Djavan.
Foto: Paulinho Moska
Entonces, catalogando todo y percibiendo, por ejemplo, que dos objetos que se parecen pueden tener pequeños detalles diferentes —eso es importante para un coleccionista—, llegué a la conclusión de que esa mirada infantil sale de una curiosidad por la diversidad. Eso está en mi estructura. Yo no me veo exacta y solamente como un músico o como un cantor. Por eso siempre me pregunto: ¿soy artista? De esa forma puedo hacer lo que quiero: fotografías, música, programas de televisión y actuar en el cine.
En Zoombido también te veo como un periodista.
Me gusta hablar, desde chico. Después, a los 25 años, me encontré con un gran maestro de filosofía ya fallecido, que se llama Claudio Ulpiano. Este hombre me decía que era mi desorientador y me enseñó a pensar. ¿Qué es eso? Según él: juntar cosas, componer cosas. Cuantas más cosas tienes alrededor, más conexión de ideas podrás hacer. De esa forma, lo que en apariencia luce como muy lejano de pronto toma un nuevo sentido. Eso aprendí con él durante ocho años. Si te daba una charla sobre cine, incluía pintores, fotógrafos, historiadores. O sea, ponía muchas cosas en la mesa para hablar de un tema, ya fuera científico o de artes plásticas. Para mí fue mi verdadera universidad. Fue cuando mi curiosidad infantil y mi apreciación de la diversidad me llevaron naturalmente a encontrar este prisma por el que me gusta ver las cosas que hago.
¿Cómo lo conociste?
A través de un amigo. Yo daba señales de que quería un eencuentro de ese tipo. Ese amigo un día se fija en un reloj de puntero clásico que yo usaba y me dice: “Tienes que conocer a un maestro que yo conozco. ¿Ves ese reloj que tienes en tu muñeca? Marca el tiempo cronológico, que es el regido por un dios llamado Cronos. Ese tiempo avanza del pasado hasta el futuro a través del presente, en una línea recta. Pero existe otro dios de otro tiempo”. Le pregunté quién era ese dios. Él se dio cuenta de mi entusiasmo sobre el tema. Me habló de Aion, el dios del tiempo puro. Siguió explicándome que era complicado, que en el tiempo puro pasado, presente y futuro están mezclados y que es el tiempo de los artistas. Así fue como marché a conocer al maestro para aprender qué era el tiempo puro. Nuestras charlas eran una explosión de los sentidos. Su búsqueda del tiempo puro podía incluir lecturas de Proust o ver películas muy locas, como Blade Runner o las de Luchino Visconti o John Cassavetes, que después analizábamos. Un día le pregunté a mi maestro: “¿Qué es exactamente lo que estamos estudiando?”. Porque la gente me preguntaba y yo decía: “No sé, creo que filosofía, pero no es muy clásica, no es muy académica, es poética”. Finalmente respondió: “La belleza”. Con la fotografía, de algún modo intento acercarme a esa belleza, a ese tiempo puro.
Ahora que hablás del tiempo: sé que estabas escribiendo un libro, ¿en qué quedó ese proyecto?
Sí, todavía no lo terminé. Yo puedo hacer una canción con rapidez, pero nunca me había puesto a escribir un libro, y se trata de un libro biográfico y difícil, con una cuestión difícil para mi familia. Entonces, vengo atrasado. Tiene tres partes. La primera me encanta, la segunda es buena, pero tiene algo que me preocupa, y con la tercera no estoy nada satisfecho. No logro darle un cierre al libro. Entonces, estoy como siempre pensando en esto, pero no tuve coraje ni para mostrárselo a mi propia compañera. Yo soy muy exigente con todo lo mío, cada vez más, pero no me da miedo hacer cosas que no sé hacer. Soy al mismo tiempo muy corajudo en ese sentido. Hago exposiciones de fotos sin ser exactamente un fotógrafo, conduje programas de televisión sin nunca haber hecho televisión. Mi formación académica es teatral. Estudié artes escénicas, historia del teatro y dramaturgia. Puedo hacer distintas cosas, pero siempre me siento un actor, incluso con la música. Cuando estoy con mi banda de rock es como si estuviera interpretando a Mick Jagger, a Cazuza, David Bowie, los Beatles. Yo creo que hay algo muy lúdico en todo lo que hago.
Juana Molina.
Foto: Paulinho Moska
¿Me explicás lo del ladrillo de vidrio al que hacés alusión para presentar tu muestra de fotografías?
En la muestra de fotos el ladrillo funciona como un lente que puede distorsionar las imágenes. Yo empecé fotografiando a una novia en un hotel. Había una pared con ese tipo de ladrillos de vidrio. Ella se estaba bañando y yo le dije: “Es increíble cómo se ve tu cuerpo en la ducha”. Hice unas fotos y después encontré en una tienda un ladrillo idéntico al de aquel hotel. Lo compré y empecé a fotografiar a mis amigos en mi casa hasta que apareció la oportunidad de hacer Zoombido con Pablo Casacuberta en Brasil. Y Pablo fue el que me dijo: “¿Por qué no hacés, además de la música y la charla, unas fotos?”. Y así empezamos a pensar en una serie diferente. Zoombido fue filmada a través de espejos cóncavos y convexos y con cristales. No tiene absolutamente nada de tecnología de posproducción. Todo lo que se ve está hecho artesanalmente en el momento de la filmación. En los capítulos de la serie se puede ver, incluso, cuando les tomo fotos a los músicos invitados. Por eso en la exposición de Montevideo estamos pensando en poner unos azulejos de vidrio para que la gente pueda hacer sus propias fotos con su celular y percibir la dificultad de lograr el foco. Yo sacaba de 180 a 200 de cada artista y me quedaba con diez. Los retratos de Zoombido vienen a ser una manera de celebrar esta cosa que llamamos la poesía, esta abstracción, este entrevero de sentido que el arte nos regala. Tanto en la forma como filmamos como en las fotos que yo saqué hay algo de la distorsión, que es su manera de expresar algo surreal que está pasando en aquella persona cuando está cantando.
¿Qué encontraste en el ejercicio de la fotografía? ¿Qué descubriste?
Bueno, mi papá era fotógrafo. Él tenía en el baño de nuestra casa un laboratorio, una máquina con los ácidos y todo. Y me invitaba a acompañarlo en su trabajo con una frase muy buena que quedó en mi memoria: “Paulo, si entras, no sales, si sales, no entras más”. Porque no podía pasar la luz mientras revelaba. Ahí empieza todo, con esa luz roja de Marte, de cómics. Mi papá era gordito, tenía un bigote, entonces era una figura loca en aquel ambiente rojo. Él me decía: “Ven a ver lo que va a aparecer en este papel blanco”. Y ahí surgía la imagen del rostro de mi mamá, del perro, de la familia, de primos. Era muy mágico aquello. Él era un periodista que trabajó en el Jornal do Brasil. A la fotografía llegó un poco de casualidad. En esa época se pagaba muy bien por una foto. Todas las fotos que miré y miro hasta hoy de mi familia —tengo más de 1.000— que fueron hechas, reveladas y ampliadas por mi papá son una parte muy importante de mi vida. El libro que estoy escribiendo habla específicamente sobre este papá, este superhéroe de mi vida, que no era mi verdadero papá. Y de esto es que se trata el libro: yo supe que no era mi papá a los 42 años. O sea, hace más de una década. El libro habla de toda la reforma que tuve que hacer de mi pasado. Dicen que el pasado no se mueve, pero el mío cambió completamente.
Siempre mantuviste una especie de bajo perfil como músico. Hace unos días vi que un canal de televisión anunciaba tu presencia como “un ícono de la música brasileña”. ¿Qué sentís cuando te reconocen con ese tipo de adjetivos?
Si hablamos de Brasil, cuando yo empecé mi música ya tenía más de 100 años de maestros musicales detrás. Es curioso y sorprendente que haya gente que me reconozca de esa manera. Porque estoy de acuerdo contigo en que soy de perfil bajo, aunque haya grabado una serie con muchísimos músicos importantísimos. O sea, ningún tímido haría lo que yo hice, pero para hacer ese movimiento primero tuve que hacer una serie. Por otra parte, todas las cosas que hago tienen en cuenta a un otro. Tengo una frase que siempre me gusta recordar: el otro me mejora con sus defectos. Entonces, yo necesito estar siempre en contacto. Puedo pasar mucho tiempo solo, pero mis proyectos son de encuentros. En estas fotos de Zoombido yo no buscaba una abstracción total, sino una distorsión del rostro y del instrumento, al punto de que el rostro se mezcle con el instrumento. Y eso significa música, esta cosa invisible que no hay nadie que no la sienta. Incluso los sordos, los que no escuchan, pueden sentir los graves en su pecho. La música existe para todos y es invisible. No se pega, no se guarda, a menos que la puedas grabar. Es como los espíritus religiosos; para quien cree en ellos, son reales e invisibles. Pero me fui por las ramas. Volviendo a tu pregunta, desde los cincuenta, cada diez años tenemos como 20 nuevos genios de la música. Es ridículo que yo pretenda ser alguien con esta obra tan grande. Creo que el mundo ya no soporta una obra tan increíble como la que hicieron mis maestros, que tuvieron un espacio-tiempo y condiciones para realizar. Actualmente creo en la música pero menos, y por eso es que hago otras cosas, porque ya no creo que mi música pueda ser así de icónica.
Kevin Johansen.
Foto: Paulinho Moska
Pero igual te animaste a hacer tus propias canciones.
Sí, me animo por razones diferentes y las cosas diferentes que hago me ayudan a hacer música. Ese otro que me mejora no es solamente una persona. La otra cosa, la que sea, mejora mis cosas. Por eso estoy buscando siempre algo nuevo. Mi obra es muy autoexplicativa. Yo soy muy retórico en las cosas que aprendí con mi maestro. Y esta retórica se repite en mis canciones. Hay una que se llama “Lágrimas de diamantes”. Es la misma cosa que Todo nuevo de nuevo. Es lo que aprendemos con los sufrimientos. Son dolores que renacen como piedras preciosas. Yo creo que estoy construyendo algo que al final voy a comprender.
Federico Medina es cronista y periodista cultural en la diaria y el portal de la librería Escaramuza. La exposición “Un zoombido latino: fotografías a través de un ladrillo de vidrio”, de Paulinho Moska, puede verse de lunes a viernes de 9.00 a 17.00 en la sala de exposiciones del Museo y Centro Cultural UTU (Gonzalo Ramírez 1675), del 30 de abril al 13 de junio.