Pensar en fronteras en este momento es envolvernos en innumerables imágenes del espanto. Fue un desafío armar un número sin quedar cooptados por la indignación geopolítica. Pero dejemos eso para el final.
En inglés hay un término primo hermano de frontera, ahora usado en psicología, que en su momento sirvió también para las delimitaciones geográficas: borderline. Se trata de una línea que marca un borde, un límite que podemos volver poroso y así convertirlo en un canal de circulación: de culturas, de personas, de bienes de consumo, de saberes, de arte, esa hibridación espaciotemporal de la que hablaba el antropólogo argentino Néstor García Canclini en los noventa, una época que tuvo el sueño y la pesadilla de la gran aldea global. Pero todo cambió muy rápido e incluso la promesa 2.0, esa última fantasía transfronteriza, se volvió burbujas. Y allí vivimos. Entonces, ¿cuáles son hoy nuestras fronteras?
Partiendo de borderline aterrizamos en las fronteras de la conciencia. En el ensayo “¿Yo es otro?”, el psicólogo e investigador argentino Patricio Nusshold reivindica la descripción freudiana de nuestro aparato psíquico y sus territorios desconocidos. Pero hoy, para muchos, el psicoanálisis y las terapias tradicionales ya no alcanzan para atravesar esos límites; sobre esto escribe Agustín Paullier en “El costo de la felicidad”, una crónica desde Los Ángeles sobre el pujante mercado de las terapias con psicodélicos (o drogas disociativas) y sus promesas de bienestar y creatividad.
El arte, por definición, navega por aguas desconocidas, traspasando los límites. Las uruguayas Gabriela Escobar, autora del cuento “Grande por dentro”, y Tamara Silva Bernaschina, con su relato “La gallinita ciega”, escriben desde la tensión de la incertidumbre, desdibujando los límites realistas. Y sobre las fronteras entre literatura y realidad conversan la periodista Ángeles Blanco y la académica española María Angulo, experta en crónica periodística latinoamericana, un género muy presente en Lento y en este número en particular. Además, tres cronistas recorrieron distintos territorios y los narraron en primera persona. En “La ruta de la sed”, el guatemalteco Leonel González de León se aventuró por el desierto entre la frontera de Chile y Perú; Roberto López Belloso estuvo en las Malvinas y narra la belleza y el conflicto en “La herida de las islas”, en tanto que Franca Levin, una uruguaya que está recorriendo África hace cinco meses, nos cuenta, en “Donde el mapa no alcanza”, sobre las particularidades de Senegal.
Decir fronteras es decir migrantes, ese gran sujeto colectivo —enemigo declarado de los gobiernos de ultraderecha— de esta época. El periodista mexicano Israel Fuguemann se metió en lo que queda del enorme campamento de la plaza de la Soledad, frente al Congreso mexicano, y escribió la crónica “En el limbo”.
Las fronteras tienen mucho de ficción, de relato interesado. Aquí aparecen la geopolítica y las imágenes del horror de las que hablábamos al principio. Imposible armar este número sin meternos con el genocidio en curso en Gaza. En “Los orígenes de la violencia”, el historiador israelí Ilan Pappé hace un racconto de la colonización de Palestina para entender, si eso fuera posible, cómo se llegó hasta acá.
Pero donde quedan divisiones, barreras y violencias también aparecen esos espacios de circulación y unificación que enriquecen culturas e identidades. En “Diseños para vivir”, Sophie Pinkham cuenta cómo la joven arquitecta Svetlana Kana Radević fue una figura clave para la unificación urbana de Yugoslavia; en “La entreverada”, en tanto, Sofía Pinto Román escribe sobre el portuñol, mientras que en el fotorreportaje “Santos márgenes”, el italiano Alessio Paduano documentó la despedida del papa Francisco, una figura que atravesó todas las fronteras.