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Color en el laboratorio de la Fundación de Arte Contemporáneo.

Foto: Gianni Schiaffarino

Mujer en llamas

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Ninguneada por los críticos de su época y luego olvidada durante décadas, la obra de la cineasta experimental uruguaya Lidia García Millán (1924-2019) renació desde las cenizas gracias al trabajo de investigadores y conservadores locales e internacionales. Fue una pionera de la abstracción animada y su obra más conocida, Color, llegó al Museo de Arte Moderno de Nueva York en 2011. Perfil de una artista sin contornos que retrata la potencia del cine uruguayo de los años cincuenta y sesenta.

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Mi padre era permisario de un puesto del parque Rodó y yo venía y me sentaba en ese árbol gigante a contemplar la playa, el parque, la gente que pasaba e incluso los corsos de carnaval. Lidia García Millán

“Pocas revelaciones trajo la función inaugural del 5.o Festival Internacional de Cine Documental y Experimental del Sodre. El material visiblemente no había sido seleccionado. Además, la mayoría de las películas tienen poco interés documental o experimental y se trata sencillamente de cortometrajes”, escribió L. M. en Marcha en mayo de 1962.1

Sobre el cortometraje Color (1955) de la cineasta uruguaya Lidia García Millán, una de las participantes locales del festival, en una nota titulada “Concurso entre la escasez”, el crítico Homero Alsina Thevenet escribió en El País:2 “Una breve muestra de cómo caen gotas de pintura en un líquido espeso y cómo se producen combinaciones de colores y curiosas formas geométricas. El film sirve para probar la pintura, la iluminación, la cámara, la sensibilidad del material virgen. No tiene otra utilidad que ese ensayo de laboratorio”.

Cuando quise saber más de Lidia García Millán (1924-2019), la tarea me resultó mucho más difícil de lo que pensaba. Los primeros resultados en internet me mandaron a una página en inglés sobre cine experimental latinoamericano, Ismo, Ismo, Ismo. Allí supe que esta cineasta experimental, docente de Dibujo y cineclubista muy cercana al Cine Universitario también fue tenista profesional.

Sobre las causas de mi dificultad encontraría algunas respuestas más tarde. “Tenés que hablar con Ángela”, fue la primera pista fuerte del teléfono, después de consultar con la experta en cine casero Julieta Keldjian.

Mientras tanto, archivos, personas y bibliotecas sólo agrandaban un vacío alrededor de esta cineasta uruguaya, con datos y sucesos pegados a su contemporaneidad en los que únicamente se advertía su presencia en la forma de un borrón: “El Cine Universitario inició en 1951 sus concursos de cine amateur en forma particularizada por determinantes de tiempo y lugar. En realidad fueron concursos ‘relámpago’ de filmación. El primero se consagró a Avenida 18 de Julio”, se lee en una revista de la colección Cine Club del Uruguay3 en la que no se menciona a la autora del cortometraje, Lidia García Millán.

Con Avenida 18 de Julio arranca la trayectoria de esta cineasta y fotógrafa. La lista de sus trabajos audiovisuales sigue con Un feriado (1952) —ganador del segundo premio del Tercer Concurso de Filmación de Cine Universitario y realizado con la colaboración del artista plástico Juan José Zanoni—, Color (1955), Montevideo (1955), Navidad (1956) y Ritm Zoo (1956), ganador de una mención especial en la categoría de cine para niños de aquel último festival internacional de cine documental y experimental organizado por el Sodre en 1962.

El impulso que el Sodre pretendía darle al cine experimental y documental, apedreado con facilidad por la crítica especializada, en el espacio de un mercado de abundante oferta cinematográfica comercial y alternativa, más tarde también se vería afectado por el incendio del edificio estatal de las calles céntricas Andes y Mercedes. La tarde del 18 de setiembre de 1971 las llamas no demoraron en prender fuego el techo, la sala principal, el escenario, la tramoya y parte de los archivos guardados en el lugar, en el inicio de una etapa de oscurantismo social y cultural sellada por el golpe de Estado de junio de 1973.

Montevideo, 13 de mayo de 2025. 11.00 a. m. “Ella también era rescatista de perros, entonces tenía en el fondo de su casa un montón de caniles, aunque ya no estaba preparada físicamente para esas labores y a veces sentía como un vacío”, agrego a la biografía.

La que habla es Ángela López Ruiz, artista visual, curadora, investigadora y una de las anfitrionas del Laboratorio de Cine de la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC), que me invita a pasar al sótano del barrio La Blanqueada en el que podré ver __ Color directamente desde su cinta restaurada proyectada en la pequeña sala del lugar. Subimos y bajamos escaleras mientras conversamos.

“Aquí somos alrededor de unas 15 personas que nos dedicamos a las prácticas artísticas basadas en lo cinematográfico. También se les dice prácticas cinemáticas, porque no tienen solamente que ver con el cine sino también, por ejemplo, con las instalaciones, con las esculturas”.

A la izquierda del proyector, el artista visual, docente y actor Guillermo Zabaleta, el otro anfitrión de la mañana, acota: “También concebimos el cine como elemento mediador de la educación popular y la recuperación de la memoria en la ciudadanía”.

Ángela le confía a su compañero la maniobra en el proyector que iniciará la película que contiene Color, al tiempo que señala a Guillermo como la persona de trato más directo con Lidia desde el momento en que la conocieron.

Ángela López Ruiz y Guillermo Zabaleta en el Laboratorio de Cine de la Fundación de Arte Contemporáneo.

Foto: Gianni Schiaffarino

Durante más de la mitad de su vida, Guillermo también trabajó como funcionario nocturno de un casino municipal, aunque sus raíces familiares vienen del cine. Amigo del fotógrafo y director de cine Ferruccio Musitelli, es un acervo de la memoria cinematográfica uruguaya.

Borramientos y violencias

El redescubrimiento de García Millán comenzó en 2006, con el proyecto Arqueología de la Imagen de la FAC. Su objetivo era recuperar la memoria fílmica de Uruguay, afectada por el incendio del Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra de 1971.

“Entonces empezamos a hacer una revisión de lo que encontrábamos. Mucho de ese material estaba en películas de 16 milímetros”, cuenta Ángela. En esa búsqueda recordó el trabajo de su colega argentina Narcisa Hirsch, a quien había conocido hacía poco, y entonces se iluminó: “Si en Argentina hay mujeres que hicieron cine experimental en la primera mitad del siglo XX, tiene que haber, al menos, una uruguaya”.

Ángela tenía alguna pista perdida sobre Lidia, mencionada sólo casualmente en listas de autores amateurs. En el estudio de la bibliografía y la documentación alusiva al cine local encontró la dificultad extra de la predominancia de “conceptos estigmatizantes, con una carga de calificación devaluatoria de la producción cinematográfica local”4 y “un tratamiento para con las realizadoras, críticas y otras agentes del campo del cine” que “bordeaba el maltrato directo y podía alcanzar la violencia simbólica” o la violencia llana y directa, de la que también había sido víctima, entre otras, la cineasta uruguaya Rina Massard.

Un día, en 2007, se acercó al Sodre un hombre vestido con ropa deportiva que resultó ser el crítico, gestor cultural y referente del cineclubismo Jorge Ángel Arteaga (Buenos Aires, 1926-Montevideo, 2017). Arteaga fue a proponerle a Juan José Mugni, director del Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra de ese momento, hacer una muestra de mujeres cineastas y, sobre todo, dar a conocer la obra fotográfica de su esposa, Lidia García Millán.

“Las películas de Lidia estaban como si te dijera apolilladas, es decir, estragadas y con hongos. Una de ellas, Avenida 18 de Julio, estaba en un estado prácticamente irrecuperable”, cuenta Ángela. El material había reposado por décadas en una casa grande del matrimonio “y había que largar todo eso nuevamente al mundo”.

A través de la argentina Paula Félix-Didier, directora del Museo del Cine de Buenos Aires, el Laboratorio de Cine de la FAC se puso en contacto con el artista y preservacionista fílmico estadounidense Bill Brand y su laboratorio BB Optics: “Bill nos cambió la vida”, dice Ángela. “Tiene la sabiduría y la humildad de los grandes maestros”. En ese momento las películas esperaban el milagro, escondidas en un lugar pequeño de la Ciudad Vieja sin muchas condiciones para trabajar.

“Bill nos dijo: ‘Nos arreglamos con lo que tenemos’. Y cuando vio las películas de Lidia, quedó fascinado de inmediato”. Entra al juego la optical printer. Las películas, operadas por Brand, son rescatadas del olvido con la tecnología de BB Optics —con un pasaje de celuloide a celuloide— y comienzan una nueva etapa, signada por el reconocimiento internacional de la cineasta uruguaya, con Color como insignia, reconocida como una valiosa pieza de cine experimental, arte abstracto y avant-garde.

Música viva

Horacio Bocho Pintos (1928-2021), uno de los fundadores del Hot Club de Montevideo, había seguido con atención la carrera de Lidia y el cortometraje Color. Su palabra autorizada para contar la historia del escondido largometraje comenzaba con su participación musical: “Lo que hicimos con Francisco Paco Mañosa en piano, Germán Infantozzi, que tocaba la trompeta, y yo, que en esa grabación tocaba el saxo barítono, fue grabar parte por parte lo que se iba filmando, para que la música coincidiera con los golpes de color, con los cambios de color”, cuenta Bocho en el documental audiovisual Hot Club de Montevideo, de 2008,5 y vuelve sobre la idea en el largometraje Hot Club de Montevideo, de Maxi Contenti (2023): “Nosotros mirábamos la película y tratábamos de memorizar cuando había explosiones en la pintura o cuando se movía, formando... interpretábamos musicalmente lo que estábamos viendo”.

Lidia García Millán. Foto: gentileza del Laboratorio de Cine de la Fundación de Arte Contemporáneo.

“Aquello era maravilloso. Caía la pintura y la cámara estaba abajo [plano nadir]. Yo vi el copión cuando le pusieron la música. Era una música muy de vanguardia”, apunta Jorge Cuque Sclavo, periodista y fundador del Hot Club, en el documental de 2008, y se anima a definir Color como la primera película de jazz de Uruguay.

Según Zabaleta, la cámara estaba colocada cenitalmente “y ella [Lidia] lo que hacía era mezclar pinturas al aceite, y eso iba generando los movimientos que filmaba”.

El 23 de abril de 2019 el cineasta Maxi Contenti —hijo de Gastón Contenti, otro integrante del Hot Club— filmó para su película el emotivo encuentro entre Horacio Bocho Pintos y Lidia García Millán durante una jornada de la exposición “Intersticios”, instalada en el Centro Cultural de España (CCE), en la Ciudad Vieja.

Acompañada de Guillermo y apoyada en muletas, la cineasta, vestida con un camperón y calzado deportivo, ingresa al centro cultural y dialoga con el veterano músico después de 65 años. Luego se encuentra en una foto antigua en la que, vestida de gabardina, observa el afiche del 5.o Festival Internacional de Cine Documental y Experimental del Sodre.

“Estamos vivos”, celebra Bocho. “Cierto, cierto”, responde Lidia, antes de que los dos vuelvan a ver Color, proyectado en una pared del lugar.

“Entendía que eran imágenes difíciles para ponerles música. Yo siempre pensé en ellos tres. Fueron muchas noches que ensayamos”, le cuenta Lidia a la cámara.

Pasión geométrica

¿Qué tenía en la cabeza Lidia García Millán cuando pensó en hacer este cortometraje? No es mucho lo que se sabe, aunque su paso por el taller de la artista plástica uruguaya María Freire (1917-2015), cofundadora del Grupo de Arte No Figurativo, al igual que Juan José Zanoni (colaborador de Ritm Zoo), devela el fragmento de una respuesta verosímil.

En las series de pinturas Sudamérica y Capricornio, desarrolladas por Freire durante los años sesenta, es fácil encontrar un eco que resuena en el trabajo de esta cineasta.

“Está bien que sea considerado como abstracto, y agregaría abstracto geométrico; mi pasión (y mi oficio) era la geometría. Siempre teníamos discusiones sobre este asunto con mi círculo de amigos. Hubo mucho de juego en esa película y mucho trabajo técnico, porque la música se trabajó en vivo”, dice la propia Lidia sobre su obra más conocida en un diálogo con Ángela de 2019 rescatado en un resumen biográfico de referencia y publicado por la investigadora en la web Ismo, Ismo, Ismo.

Aquel día en el CCE Lidia se emocionó con las atenciones de Bocho, que se mostró plenamente actualizado sobre el destino de la artista e informado del arribo de Color al Museo de Arte Moderno de Nueva York en 2011, donde fue definido como “una de las pequeñas gemas” de su festival Salvar y Proyectar y “una abstracción animada considera la primera de su tipo”, por lo que se incorporó al Departamento de Patrimonio Audiovisual del Mundo del prestigioso museo.

Proyección de Color.

Foto: Gianni Schiaffarino

A partir de su despegue consagratorio y de la mano del proyecto Ismo Ismo Ismo: Cine Experimental en América y de otros proyectos y festivales itinerantes con los que Ángela sigue involucrada desde su curaduría, enfocada en las mujeres experimentalistas, Color sólo sabe de ramificaciones de una travesía continuada por el mundo que incluye su proyección repetida en salas de Los Ángeles y otras ciudades de California, como las del Museo de Arte de Berkeley y Archivo de Cine del Pacífico, a las que llegó en 2017.

La obra de esta cineasta uruguaya no para de acumular admiradores entre expertos del arte y el cine y el público más curioso a lo largo de Estados Unidos, Europa y América Latina.

“Lo he mirado horas y horas como si fuera una cuenta de TikTok”, se lee en una reseña de Letterboxd publicada por el usuario León Serratos (Cinexus).

“Su abstracción en movimiento me recuerda a la artista abstracta Hilma af Klint, quien decididamente pidió que sus obras se mostraran 20 años después de su muerte. Esto la transformó en la primera artista abstracta, ganándole el podio a Kandinski. Ser pionera es un valor y sirve para acceder y hacer ruido. Después de ser pionera, queda la exquisita experimentación del color, la vibración en el sonido de Lidia García Millán”, le dice a Lento Cecilia Tello D'Elia, crítica de arte, historiadora y docente de la Escuela de Cine del Uruguay.

“Resulta espectacular para la época: experimental, sensorial, incluso medio lisérgico”, le dice a Lento la periodista cultural y conductora del ciclo televisivo Corre cámara, María José Borges. “Por momentos parece el arrastre de los cuadros de Van Gogh y, por otros, un efecto especial generado digitalmente. Sorprendente por la calidad, lo abstracto, la vanguardia”.

Por su parte, el crítico de cine de la diaria Ignacio Alcuri dice: “Si después de Fantasía [1940] Walt Disney hubiera tomado más riesgos y escuchado más jazz antes de ordenar una nueva antología, este corto podría haber formado parte de ella. Aunque quizás les hubiera pedido a sus realizadores que el trabajo final fuera más ordenado, más limpio. Y estas manchas de pinturas hipnóticas —que a veces siguen el ritmo y a veces no— son tan impredecibles como el tiempo que tardará en secarse una pared. Ahí está la magia”.

Recuerdos dispersos

Lidia García Millán sabía cómo conseguir que la atendiera su cardiólogo incluso cuando no estaba anotada en la lista del día. “No sé cómo hacía”, le cuenta a Lento Guillermo sobre la facilidad para la concreción de trámites cotidianos y el carácter afable y entrador de la cineasta, con sus 90 años.

“Íbamos a pagar la luz, el teléfono, o salíamos a caminar algunas cuadras, porque me decía que hacía como cinco días que no se movía de una silla. Luego de su viudez, Lidia vivía sola en una casa de Lomas de Solymar. Allá arrancábamos a caminar. Y de repente ella se detenía en el camino y me decía: ‘Mirá todo esto, qué belleza’. Era fascinante ese parate, porque era como una instantánea fotográfica de la situación”, recuerda.

“Siempre insistía en que tenía una concepción de lo que hacía que partía la unión de dos disciplinas diferentes, como el deporte y el cine, pero que tenían un mismo objetivo”, me explica. “Lidia era tenista, entonces cuando sacaba y su cuerpo se elevaba para pegar, ella sabía dónde había metido la pelota, ¿entendés? Es decir, esa misma precisión la aplicaba al cine y la fotografía”.

“Era una persona sumamente humilde, siempre detrás de él, con una autoestima un poco depreciada por la imagen de Jorge Ángel Arteaga, que era periodista, gestor y dirigente de aquí y allá”, apunta Ángela, al tiempo que evoca con nitidez una de las frases recurrentes de la cineasta: “Me llevo el recuerdo de mis amigos de Cine Universitario”. Ese fue el espacio cultural en el que mejor encajó, acostumbrada a las dudas sobre la calidad de su obra y la incomprensión de sus elecciones, alejadas de las narrativas clásicas de la época.

Guillermo también recuerda una cámara Keystone A-9 con la que Lidia seguía filmando, otro instante detenido y un último relato suyo sobre sus recuerdos más valiosos: “Mi padre era permisario de un puesto del parque Rodó y yo venía y me sentaba en ese árbol gigante a contemplar la playa, el parque, la gente que pasaba e incluso los corsos de carnaval”.

Lata de las cintas de Color.

Foto: Gianni Schiaffarino

En agosto de 2015, en San Francisco, Ángela López Ruiz y el productor y director Eduardo Darino presentaron un ciclo de cine uruguayo bajo el título La imagen en llamas, en clara alusión al insuceso del Sodre y el trabajo de curaduría y recuperación con el que varias películas uruguayas, entre ellas Eliptic (1962), de Carlos Bayarrés y Horacio Ferreyra, y Apex (1965), de Eduardo Darino —además de otras más nuevas, como Air (1988), de Clemente Padín—, volvieron a girar en un proyector. Sin embargo, Color resalta en el listado del evento por su sintonía premonitoria. En sus imágenes de pinturas con formas rotas y vueltas a armar puede adivinarse la descomposición de una materia sólida, del rollo de una película, del polifón de una butaca, de un trozo de espuma plástica e incluso de la piel de un animal.

Federico Medina es cronista y periodista cultural en la diaria y el portal de la librería Escaramuza.


  1. Marcha, 4 de mayo de 1962. 

  2. El País, 18 de abril de 1962. 

  3. Cine Club 16, diciembre de 1952. 

  4. Ángela López Ruiz, en su libro Poéticas del cine experimental en el Cono Sur (1954-1958) (1961-1967). Apropiación de la enunciación de las prácticas cinematográficas a través del discurso fundacional del Estado-nación, 2017. 

  5. Hot Club de Montevideo, de Patricio Nin y Pablo Ríos. Memoria de grado para la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay, 2008. 

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