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Durante la práctica.

Foto: Alfredo Álvarez

La pelota busca a la jugadora

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Pasaron 130 años del primer partido de fútbol femenino del que se tenga registro a nivel mundial y sólo una década de que la Organización Nacional de Fútbol Infantil (ONFI) inaugurara un departamento de niñas y adolescentes. A pesar de ser un deporte muy masculinizado y en el que impera la desigualdad, actualmente hay 10.655 niñas registradas en la ONFI. Ellas pisan fuerte en las canchas uruguayas y sueñan con ser cracks.

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Es jueves, vacaciones de julio, y la ola polar de los últimos días dio tregua. El aire es fresco y frío, duro, pero al sol todavía parece otoño. Son las dos de la tarde y en La Olla, un rectángulo de pasto y arena —mucha arena— escondido entre pinos y eucaliptos en el parque Andresito de La Paloma, Rocha, las jugadoras de la división sub-13 del Atlántico Fútbol Club se preparan para entrenar.

La escena empieza así: cuatro arcos, uno en cada lado de la cancha; conos y tortuguitas de colores dispuestos en distintos circuitos, una red llena de pelotas que dicen “femenino” con marcador permanente; mochilas y camperas en el piso, al lado del tronco en el que siete niñas, ya de manga corta, esperan el silbatazo de Alejandro Olivera, el director técnico, para empezar.

En el equipo hay 17 niñas de la categoría sub-13 y una de la sub-11 que practica con ellas porque no se formó el equipo de su edad. El grupo está mermado por las vacaciones, pero Álvaro Pérez, referente de las categorías femeninas del Atlántico, que ayuda a Alejandro en las prácticas, repite que hay que tomarse las cosas en serio y ponerle ganas a lo que están haciendo como si estuvieran todas.

El Atlántico, que existe desde 1998, incorporó equipos de niñas en 2022. Antes, algunas participaron en equipos mixtos, pero esa posibilidad desaparece cuando cumplen 14 años porque los equipos pasan de la órbita de la ONFI a la de la Organización de Fútbol del Interior (OFI) o de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y las competencias están separadas entre masculinas y femeninas.

Los equipos integrados por niñas y adolescentes responden al Departamento de Niñas de la ONFI, que fue creado en 2005. Según datos que le brindó la organización a Lento, en la actualidad hay 10.655 niñas registradas en todo el país, 632 clubes mixtos y nueve exclusivamente femeninos.

***

El primer partido de fútbol femenino se disputó en 1895 entre North y South, asistieron alrededor de 10.000 personas y el marcador final fue 7-1 a favor de North.

Siete años después, en 1902, la Asociación Inglesa de Fútbol les prohibió a todos sus miembros jugar contra equipos compuestos por mujeres o apoyarlos de cualquier manera.

Durante la Primera Guerra Mundial, con los hombres yéndose al frente de batalla, las mujeres sostuvieron los equipos de las fábricas en las que trabajaban. En 1922 se jugó el primer partido internacional y el equipo inglés Dick, Kerr Ladies jugó en Estados Unidos contra cuadros de hombres: empató tres, perdió tres y ganó tres, según los registros históricos. Esa gesta molestó a los dirigentes de la Asociación Inglesa, que arremetieron con una nueva prohibición, que estuvo vigente durante 50 años: ningún estadio oficial podía ser habilitado para partidos de mujeres.

A fuerza de seguir jugando y gracias a la masificación del fútbol en la década del 60, la Asociación Inglesa incorporó, en 1969, la “rama femenina”. En 1971 la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA) encomendó a sus asociados el fomento de los equipos de mujeres.

En 1982 se hizo el Campeonato Europeo para Equipos Representativos de Mujeres de la UEFA, que devino en la Euro Femenina. El primer mundial fue en 1970, pero la FIFA no reconoció el fútbol de mujeres hasta 1980, así que esa es la fecha oficial, aunque falsa, de la primera Copa Mundial Femenina de Fútbol.

La lucha no termina ahí. Después de conseguir vencer la prohibición de jugar, empezaron las discusiones sobre las condiciones de práctica y trabajo.

Hace apenas dos meses las jugadoras de la selección uruguaya frenaron los entrenamientos, a pocos días del inicio de la Copa América 2025 en Ecuador. En el comunicado que hicieron público explicaron: “Hoy no entrenamos porque seguimos sin respuesta favorable a la mejora de nuestras condiciones. Esta medida no es en contra de nuestra pasión, sino por un derecho justo. Queremos representar a Uruguay en la Copa América, pero también merecemos un trato digno a nuestro esfuerzo y dedicación”.

Previo al inicio de la práctica.

Foto: Alfredo Álvarez

Pedían el uso total del Complejo Celeste, el centro de entrenamiento que utiliza la selección nacional masculina, mejores condiciones de entrenamiento y equipamiento y el aumento de las dietas diarias para compromisos nacionales e internacionales.

A pocos días del viaje a Quito y tras “intensas negociaciones”, la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales logró un acuerdo con la AUF.

Niñas ahora

Las prácticas arrancan con un monito, no hay otra. Las reglas son simples: una jugadora va al medio del círculo que forman las otras, que tienen que pasarse la pelota entre ellas sin que la del medio —la monito— la toque. Quien falla va al medio. Si le hacen un caño, la monito se queda dos turnos. Si una jugadora deja que la pelota se vaya del círculo, se convierte en monito. La primera jugada siempre —siempre— es libre; si la monito la intercepta, repite el turno.

El monito esa tarde suena así:

—¡Me pisaste la pata, animal!

—Si se va la queda la que no agarró, eh.

—¡PRIMERA LIBRE!

—Yo no quería correr hoy.

—¿Podemos ir a la sombra?

—Dale, tócala.

—Acá, acá.

—¿Quién la queda?

—¡Tú!

—Me duele el tobillo.

—Y a mí el alma.

Cuando le toca entrar a Mya —12 años, dice que siempre viene a entrenar con alguna camiseta de Nacional—, hace una plancha en el piso con los brazos bien estirados para que la primera pelota le pase por abajo. Todas se ríen. Se ríen porque están jugando. Y así, jugando, practican marca, pases cortos, velocidad, toques, cómo perfilarse para pegarle bien a la pelota. Y así van haciendo grupo.

Algunas juegan desde hace poco; otras, hace alrededor de un año; la que más, hace tres. Agustina y Guadalupe son familia y van porque les divierte practicar. Valentina quiere ser futbolista profesional. Hiara piensa seguir jugando hasta que se jubile. Casi todas tienen familiares que también juegan o jugaron al fútbol. María dice que sus padres practicaban de chiquitos. Juegan al fútbol, dicen, para divertirse y aprender. Si pudieran elegir, serían delanteras. Por ahora van rotando y probando distintas posiciones.

—¿Qué cualidades creen que hay que tener para jugar al fútbol?

—Concentración.

—Disciplina.

—Confianza en ti misma. Si algo te sale mal, no decir “ya no puedo”.

Todas coinciden en que en las prácticas Alejandro y Álvaro les exigen “un montón”, sobre todo Álvaro.

Alejandro durante el entrenamiento.

Foto: Alfredo Álvarez

Y es justamente él quien las llama para que se acomoden en dos rectángulos que Alejandro marcó con tortuguitas en el piso y les explica el ejercicio: tres en ataque con chalecos rojos, tres en defensa con chalecos anaranjados, una comodín —y la comodín, ungida en su rol de ser con todas y contra todas, se ata un cono en la cabeza—. Entonces comienza esa tensión tan propia del deporte entre juego, práctica y aprendizaje.

Álvaro da indicaciones constantes, con voz fuerte y tono eficiente: “Tengan control de la pelota, pásenla rápido, control, paren la pelota, muéstrense, usen el espacio, dale, dale, dale, dale, dale” y todas creen que es exigente, pero especialmente Valentina, su hija, que además de estar en este equipo juega en el mixto y cuando él le dice que la pase antes ella le contesta, sin dejar de jugar, que no tenía pase, que qué quería que hiciera, y sigue jugando.

Practican dos veces a la semana, a veces en el miniestadio del Atlántico, otras en la cancha de La Aguada, otras en La Olla. Ahora, esta cancha tiene luces automatizadas, pero antes era complicadísimo usarla de noche. La de La Aguada está siendo refaccionada porque el pasto estaba levantado y con pozos. De todas, la del club es la que se mantiene en mejores condiciones, gracias al trabajo de la comisión directiva, las familias, la comunidad y algunas empresas.

El equipo está compitiendo en la categoría sub-13 femenina de la Liga Rochense de Fútbol Infantil, en la que participan además Castillos Baby, CSD Tabaré, Danubio FC, Palermo FC, Rocha Athletic Club y CA Lavalleja. Los partidos duran 60 minutos —divididos en dos tiempos de 30 con un entretiempo de cinco—, hay Torneo Apertura y Torneo Clausura. Para viajar a jugar a veces contratan algún vehículo grande, pero en general cada niña llega con su familia.

En la ONFI los reglamentos, los fixtures y los resultados de los partidos de niños hablan, sencillamente, de fútbol, mientras que los de niñas aclaran que es fútbol femenino; lo mismo en las redes de la Liga Rochense de Fútbol Infantil. No son los únicos, por supuesto, apenas dos ejemplos de una realidad que persiste. Cuando el acuerdo social dominante decidió que había lugar para que las mujeres practicaran el deporte —qué lugar ya es otra cuestión—, el fútbol por antonomasia ya era el de los varones, así que hubo que distinguir de alguna manera ese otro, hasta hoy menospreciado o, aún peor, ignorado. Si te ponen una pelota en el pie antes de que aprendas a caminar es lógico —no natural, lógico— que tengas mayor facilidad. Las personas aprendemos lo que nos enseñan.

Álvaro dice que en el Atlántico están fomentando la participación de niñas en la escuelita de baby fútbol mixto —3 y 4 años— para que, cuando llegan a competir en las categorías más grandes, tengan esos conocimientos fundacionales que se adquieren con mayor facilidad en los primeros años.

Después de una breve pausa para hidratarse y bromear, las jugadoras vuelven a la cancha para hacer ejercicios tácticos. Alejandro indica cómo se hace un ejercicio y luego se retrae. Parado a la sombra de los pinos, con una pelota bajo el brazo observa, silencioso. Tres jugadoras en un cuadrado, tres en el otro y la séptima, libre, tira al arco. Entonces la práctica suena así, en la voz de Álvaro: “Rápido, rápido, vamos; paso y me voy al cono vacío; hago bien el pase; rápido; precisión; al espacio, al espacio vacío; vamos, vamos, ritmo; corran; toco rápido y me voy”. Cuando le toca a Zoe, la golera, quedar libre, se pone a atajar en un arco improvisado.

Álvaro cuenta que hay otro padre que hace de director técnico. Ningún integrante del equipo cobra por su trabajo. Lo hacen por amor a sus hijas, al Atlántico o al fútbol en general. En el fútbol amateur, más que ganar, hay que gastar.

Le preguntan a Hiara —11 años, dice que lo que sabe de fútbol lo aprendió jugando en el barrio con sus amigos más grandes—:

—¿Nunca te dejaron en el banco?

—Sí, cuando jugaba con las grandes entraba cinco minutos.

—¿Y para qué ibas?

—Para que tuvieran cambios.

La ONFI viene trabajando para que el deporte sea un espacio de aprendizaje, recreación e inclusión. Los dos ejes fundamentales son, informó la institución, la formación y la sensibilización del personal de los clubes, “para garantizar que las niñas y sus familias encuentren un entorno que promueva su práctica deportiva y desarrollo integral”, y la mejora de infraestructura, para “asegurar espacios seguros, adecuados y accesibles para las niñas en todos los rincones del país”.

Durante la práctica.

Foto: Alfredo Álvarez

En el fútbol infantil se fomenta la participación de todas las jugadoras o los jugadores en los partidos. Este equipo sub-13 primero hacía cambios para que todas las gurisas jugaran todos los partidos, pero los resultados eran desfavorables —empezaron el campeonato perdiendo 8-0—, así que ahora van rotando a titulares y suplentes, que entran en algunos partidos y en otros no, y esa consistencia, dice Álvaro, les permitió conseguir empates e incluso alguna victoria.

Tremendo baile

Jugar al fútbol implica aprender a manejar la frustración. Cuando no sale un ejercicio, cuando le errás al arco o una delantera te gana el duelo individual, cuando el equipo pierde. Sentimientos individuales y colectivos que forman parte de cualquier deporte competitivo y brindan, a su vez, herramientas para la vida. Si se manejan, claro.

—¡No me sale! —se queja una jugadora mientras intenta entrar y salir de los rectángulos de la escalera de entrenamiento que está tirada en el piso.

—Hacelo despacio —habla Alejandro, sereno, y le muestra cómo primero va un pie y después el otro, un pie y el otro, un pie y el otro.

Ella intenta de nuevo y puede, pero cuando él se da vuelta ella otra vez se acelera, se enreda, se frustra y vuelve a decir:

—¡No me sale!

Y nuevamente Alejandro le habla, sereno:

—Hacelo despacio.

Y, despacio, le sale.

Paciencia, práctica, perseverancia.

Concentración, disciplina, confianza.

La última media hora es situación de partido, pases a las compañeras. Álvaro insiste en que si una agarra la pelota, se va corriendo sola y hace un gol, a él no le importa y en este momento no vale. Tienen que pasársela a las compañeras.

“A veces en los partidos la pelota va para arriba y le corren todas atrás”, cuenta, “porque todas quieren hacer el gol”, y se dirige a ellas: “Tienen que aprender a jugar sin la pelota, en un partido pasan más tiempo sin ella que con ella”. Otro desafío: construir equipo, incentivar las cualidades individuales sin alimentar el ego, porque nadie gana en soledad.

Ahora la práctica se ve así: marcas individuales, muchos pases, soluciones creativas frente al arco y varios goles.

Y suena así:

—Corran, dale, no le pegues muy fuerte, controlen, pásenla rápido, muéstrense, tas afuera de la cancha.

—Toy acá, pásala.

—Agua.

—Tengo calor.

—¿Le vamo a pegar al arco?

—¡Que alguna suba!

—Pero si estoy acá.

—Dale, dale, dale, no paren, dale, no paren, no se puede ir la pelota, hay que usar el espacio, pásenla.

—Álvaro, no grites.

—En la cancha todo el mundo te grita. Si no aguantás que te grite uno, no aguantás que te griten 30.

El fútbol te enseña a manejar la frustración.

Durante la práctica.

Foto: Alfredo Álvarez

Luego de la práctica Álvaro y Alejandro hablarán sobre la violencia en el fútbol infantil. Lo que era hace 20 años, sin regulaciones, normalizada e incluso folclórica. Gritos y escupitajos al árbitro, personas adultas insultando a sus propios hijos o a los hijos de otras personas, golpes dentro de la cancha. Las cosas, por suerte, vienen cambiando, gracias al trabajo de la ONFI y de los clubes. No se tolera la violencia en el fútbol infantil. El reglamento es claro: “Se aplicará tolerancia cero al grito ofensivo”, dice en el artículo 1.4 del régimen disciplinario. Si alguien del público insulta o se comporta de manera violenta, se tiene que retirar de la cancha y además, por intervención del Tribunal Nacional de Justicia Deportiva, recibe una multa y la imposibilidad de ingresar a los siguientes partidos.

Los veedores, según el artículo 1.11, “en acuerdo con el árbitro y el delegado del partido, podrá[n] disponer el retiro del o los parciales, técnicos, ayudantes técnicos, delegados de partidos, por insultos, agresiones, inconducta u otras manifestaciones que alteren el buen funcionamiento del encuentro”; incluso pueden determinar la suspensión del partido si la situación no se soluciona.

Hay gritos y gritos. En un deporte de contacto, intenso, la agresividad es una parte fundamental. Agresividad, no violencia. Que te hablen con volumen alto, recibir indicaciones, que una persona te grite que vayas para la izquierda y otra que vayas para la derecha. Todo eso sucede. Por eso el fútbol también te enseña a concentrarte, a saber a quién escuchar y a desarrollar criterio propio.

—Gurisas, ¿a ustedes les han dicho algo por jugar al fútbol?

—Sólo algunos varones que se ríen, pero después les pegás tremendo baile y quedan calladitos.

Sofía Pinto Román es escritora, tallerista y periodista. Publicó Me entrego al silencio (Planeta, 2024) y edita la sección Carnaval de la diaria.

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