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Pastel boliviano durante la primera parada, en Desayuno Aarón.

Foto: Anita Pouchard Serra

Degustación villera

10 minutos de lectura
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Messa Mugica se ofrece en Instagram como un “paseo gastronómico semanal” por el barrio conocido como Villa 31, una forma ingeniosa y digna de presentar la variedad de culturas que conforman la identidad local y satisfacer el apetito curioso de visitantes que buscan experiencias novedosas y excitantes.

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Tras la búsqueda de imágenes shockeantes y de inflarse de una pornomiseria que engorda views y con el foco en mostrar “esa otra realidad”, el youtuber Zazza el Italiano se perdió en los caireles de la Villa 31, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Recorrió calles, habló con vecinos, hizo close-ups sobre la ropa interior de esa comunidad.

“A mí no me gustó”, reconoce Patricia Esteche, una de las responsables de Messa Mugica, quien formó parte de un pasaje de ese video. Últimamente, blogueros, periodistas y generadores de contenido andan visitando esta villa, todas las villas: algunos para mostrar que son así y otros para mostrar que son asá.

Pero hoy es un nublado sábado de marzo de 2025 y ese video, a pesar de todo, trajo discusión y también visitantes, chusmas y entusiastas. Generó inquietudes, configuró preguntas, acercó a gente nueva. “No hay publicidad mala dicen, ¿no?”, salmodia Esteche. Messa Mugica, su proyecto, tiene como objetivo integrar su barrio al resto de la ciudad y, de paso, develar fábulas, costumbres y mitos del Barrio Padre Mugica, la internacionalmente famosa Villa 31. Lo suyo es, digamos, un turismo de barrio.

Detrás de la terminal Retiro, enclave fundamental de buses y ferrocarriles, se escabullen algunos colectivos (el 20, el 106, el 100, el 9, el 70, entre otros), algunos comerciantes callejeros, unos bomberos voluntarios en búsqueda de “alguna colaboración”, un muchacho comiendo un pancho con mayonesa que hace jueguitos con el papel con el que se acaba de limpiar la comisura de los labios, tres policías de la ciudad que lo miran atentamente, un Banco Santander y un McDonald's atendido por vecinos del barrio. La cita es ahí, en esa singularidad en la que se entremezclan el capitalismo y la inclusión.

Messa Mugica —un proyecto llevado adelante por Laura Sejas, la mencionada Esteche y otro puñado de socios y socias— propone dos recorridos callejeros: uno gastronómico y otro de arte urbano. El de hoy es el gastronómico, con paradas en distintos puntos del barrio. Fundamentalmente, sus consignas vehiculizan una historia —varios caminos— a partir de diversos estímulos. La puntita de un territorio inflamable, con sus tensiones, naturalezas, riquezas y carencias, servido en formato apto para todo público. Y ahí están Laura y Patricia, en la puerta del McDonald's, esperando a su convoy.

“En promedio, una de estas visitas suele tener entre cinco y diez personas, con un máximo de 14, para poder tener una buena experiencia”, cuenta Patricia, conocida como Pato, de 34 años. Esteche nació en Caaguazú, una ciudad acreditada como “la capital de la madera”, emplazada a 180 kilómetros de Asunción, en Paraguay, y vive en el Barrio Mugica desde sus 18 años, después de terminar el secundario en tierras guaraníes. Aquí armó su familia y no, no quiere volver a sus pagos. Por su parte, Laura, de 28 años, es argentina y descendiente de padres bolivianos que —como tantos— llegaron en la década del 90 buscando un horizonte.

Entre los visitantes de hoy, una farmacéutica de 50 y pico, una estudiante europea de antropología (un perfil habitual en estas visitas), una estudiante argentina de posgrado en antropología (que “ya vino como 20 veces”), un grupito de chicos jóvenes con carita de ONG y una pareja con ganas de “aprender del barrio”. Además de Zazza, por allí también pasaron el argentino de Las Rutas de Juan y el español Dalmau, dos youtubers con mañas de cronistas que suelen mostrar algunos “lados B” de las ciudades. “Ella es la adulta responsable”, vuelve y bromea Lau sobre Pato. “No”, dice Pato, firme y entre risas.

“Queremos que conozcan la ciudad dentro de la ciudad”, comienza Pato mientras pasa algunas coordenadas: las motos y los motocarros, el polo comercial creado en el año 2024 por emprendedores del barrio, la Feria Latina cosecha 2000 (parida al calor de los trueques, los patacones y la informalidad), el famoso McDonald's, inaugurado en 2019, y el ruido de los colectivos, sí, pero también de los aviones debido a la cercanía con el aeroparque Jorge Newbery. Cada recorrido dura dos horas y cada esquina es un mundo.

Feria Latina, donde se comparten algunas consignas del tour y un poco de historia. Messa Mugica es un proyecto llevado adelante por Laura Sejas (a la izquierda) y Patricia Esteche en la Villa 31.

Foto: Anita Pouchard Serra

La visita de Messa Mugica (“Mercado, sabores y saberes del Barrio Mugica”) arranca por el playón comercial de las calles Perette y Rodolfo Walsh y continúa por la Feria Latina, con sus peluches de carpinchos (ahora capibaras), sus parrillitas humeantes y sus especias colorinches. Hay odontólogos, kioscos, verdulerías y restaurantes, sin distinción de segmento, uno al lado del otro. “Lo que hacemos es turismo comunitario”, identifica Pato, que ordena la marcha de los visitantes en una especie de fila india.

La primera posta oficial es en Desayuno Aarón, un restaurante boliviano que abre desde las cinco de la mañana y cierra a las dos de la tarde. “El playón supo ser más ancho”, cuenta Pato. Mientras los visitantes apuran un pastel boliviano hecho en el momento, Lau cuenta que en los noventa llegó la inmigración boliviana, incluida su familia, y en los dos mil, una oleada de paraguayos. “Esta es la zona más buscada para alquilar porque estás cerca de los locales y de “las afueras”", sigue Lau.

Por la puerta de Desayuno Aarón, un bochinche de bocinas, motos que se escabullen entre garraferos y una singularidad: un Falcon Rural rojo ofrece helados por altoparlante. “Llegó el autito de los helados”, dice, llamando la atención de los visitantes y (ya no) de los locales. Un chiche pop como en Estados Unidos, pero 100% made in Argentina.

Mientras, la visitante farmacéutica espolvorea con un poco de azúcar los pasteles de queso y pide un agua. “Son 1.000 pesos”, dice la empleada apoyando una botella de litro y medio sobre la mesa. El dato económico: el precio es absurdamente ridículo para “afuera”: menos de 1 dólar. Paga con Mercado Pago y ambas siguen con su faena.

La visita continúa entre puestos de papa rellena (con un “sonido llamador” muy particular), la maraña de cables colgantes (una estampa repetida), un puestito de mangas y animés (sensacional) y llega hasta un mural de Diego Armando Maradona y Lionel Messi, los dos astros más importantes del deporte argentino. El artista Ochi, alias de Javier Occhipinti, ilustró el último gran idilio criollo vía la copa del mundo. “Le da un colorido al barrio”, asoma Pato, visiblemente orgullosa.

Los participantes del tour en el barrio.

Foto: Anita Pouchard Serra

Entre otras particularidades, el barrio se entremezcla también con la autopista Dr. Arturo Umberto Illia. En los últimos años, el gobierno de la ciudad modificó su trazado para integrar la villa a la ciudad. Allí, Lau, Pato y Brian, su colaborador, sirven unos vasitos de chicha morada, una bebida tradicional peruana que se prepara con maíz morado, clavo de olor, manzana verde, canela, azúcar y hielo. “Aquí vivió Ramona, una vecina que luchó mucho por nuestros derechos”, identifica Pato.

A la sazón, Ramona Medina fue una referente barrial que pedía cuidados contra el coronavirus y murió de covid-19. Su voz territorial reclamaba por agua potable, mientras atendía un comedor comunitario. Hoy su cara aparece dibujada en varios rincones del barrio. “Esta fue la zona más perjudicada por la pandemia”, señala Lau. Lo de Messa Mujica es interesante: no romantizan las falencias, sino que, en tal caso, describen parte de su cotidianidad (otra vez: nada es tan así ni tan asá) y elevan sus ganas de progreso.

De ese caos que fue la pandemia, ahora la zona de la calle Huemul comprime una cancha de fútbol, otra de vóley, un parque y un centro comunitario del Gobierno de la Ciudad. De fondo, dos hombres duermen la siesta, una mujer lava los platos en la puerta de su hogar, una madre hamaca a su niño y unas palomas dan vueltas entre los techos y la autopista. “Los vecinos eligieron los colores de las casas. La única condición era que su color fuera diferente al de su vecino”, continúa Lau. Y se divisan colores: azul, rojo, amarillo, paredes con personalidad, paredes que escurren una nueva forma de arte urbano.

La visita continúa entre las callecitas del barrio: hay publicidades de fotógrafos de quinceañeras, un kiosco, un puestito de recargas virtuales, otro kiosco, una niña que juega en las escaleras de su casa, otro kiosco más. Y otro más. Y otro. Así las cosas, frente a un edificio enorme del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desarrollado por la gestión del PRO, un mural del expresidente Néstor Kirchner ilustra una esquina, en una tensión política inevitable. Un clásico: los barrios populares siempre son territorios en disputa.

Toda “esa parte” del Barrio Mugica es un sector nuevo, hecho con inversión del gobierno local fruto del activismo y la labor de los vecinos. Por caso, a este polo educativo se lo conoce como María Elena Walsh y fue inaugurado en el año 2019. Allí, detrás del convoy de visitantes, un grupo de pibes de la agrupación política kirchnerista La Cámpora pasa caminando y mira de refilón. En sus rostros y fauces, las tiernas mieles de una militancia temprana, juvenil, posadolescente.

Patricia Esteche.

Foto: Anita Pouchard Serra

En esa zona, donde antes no había nada y ahora hay casas y comercios, se yergue la pizzería Chiqui, que suele recibir a algunos vecinos en búsqueda calórica, grasienta y genial. “Es de las mejores del barrio”, reconoce Pato. “Lástima que ahora está cerrada, así que no la vamos a poder probar”, se lamenta. ¿Hay otra buena? “Sí, Los Ángeles”, completa y da las coordenadas de otro de los símbolos domésticos. Para paliar la expectativa, las chicas convidan unos chipás y, como una tromba, identifican algunos hitos clave de su barrio.

La historia de la Villa 31 parte desde 1932, cuando familias italianas llegaron a instalarse en el barrio orillero por su cercanía con el puerto y la red ferroviaria. Un resumen veloz dirá que ahí también llegaron inmigrantes de Salta, Tucumán y Jujuy, que el cura villero Carlos Mugica (brutalmente acribillado en 1974 en San Francisco Solano) y el mismísimo Jorge Bergoglio brindaron misas allí y que hubo casas de cartón y madera. Que hubo sangre, nervio, pasión y muerte. Que convocó a políticos delincuentes y a otros con vocación de servicio. Que nunca atomiza sino que, más bien, amalgama. Que suma un departamento arriba de otro departamento, arriba de otro más, en un prodigio mundial e insólito de irradiación masiva y arquitectura del rebusque. Que mantiene rituales. Que pesa electoralmente. Que aún le faltan cuestiones elementales y que le sobra actitud. Y que el parteaguas histórico sucedió durante los años setenta, cuando, en el marco de la cruel dictadura civil militar argentina, unas 31 familias resistieron los violentos desalojos. Palos azotaron espaldas curtidas, topadoras levantaron precariedad. “Cuenta la leyenda que, en honor a esas 31 familias que se la bancaron acá, se la conoce como Villa 31”, narra Lau, ante la sorpresa de los visitantes.

Desde ese entonces, el barrio no paró de crecer, de ganar hectáreas y de recibir todo tipo de migraciones. ¿La última? La venezolana, que empezó a arribar circa 2020. Entretanto, la Villa 31, una de las 50 villas y asentamientos registrados oficialmente a lo largo y ancho de la ciudad, pasó a llamarse Barrio Mugica a partir del año 2017 en honor al cura tercermundista y a sus gestos para con la zona.

¿Las razones del renombre? Acá se escurren entre las vivencias de Lau: “Para mí, decir villa está normalizado. Los vecinos nos estamos adecuando al nuevo nombre del barrio”. Y amplía Pato: “Se lo denomina barrio para que se integre al resto”. A metros nomás del Barrio Mugica, la otra mitad del petitero barrio Retiro, que entroniza al hotel Sheraton y a châteaux de Avenida Libertador.

Antiguamente, hace unos años, en el preciso lugar donde se para el convoy de visitantes había barro y mugre. No había cloacas ni tampoco luz. “Hoy, mal que mal, hay agua potable”, cuenta Pato. Y hoy, también, en un giro de protección a la identidad y la comunidad villera, los restos del padre Mugica descansan en la capilla Cristo Obrero, dentro del barrio. “Lo asesinaron, pero su muerte no fue en vano. Nos dejó un legado para que todos luchemos “en macro”, sin permitir desalojos. Y nos dejó la idea de luchar por el vecino, por el otro”, apunta Pato.

Por estos días, algunos vecinos celebran la instalación de servicios esenciales y lo que aporta Pato deja helados a los visitantes: “Es un festejo muy grande pagar los servicios a tu nombre”. Claro, Esteche despeja la maleza sobre algo que se presume obvio: no siempre hubo lo que hay y ahora, como dice, mal que mal, hay algo. La discusión coral discurre entre los orígenes guaraníes del chipá, su importancia en la Semana Santa y los hornos tatacuá a leña. La gastronomía como motor de tradiciones e identidades. La realidad efectiva del crisol de latitudes.

Degustación de chicha morada.

Foto: Anita Pouchard Serra

Aun con su novedad y sus “beneficios”, la zona conocida como el barrio cheto no perdió los guiños de vecindad, con sus espacios comunes y piletas pelopincho en la vereda. “Algunas calles son tan delgadas que los recolectores no pueden pasar”, suma Lau. Sin embargo, los vecinos se organizaron con 17 cooperativas de reciclaje que recogen los residuos por todos los subbarrios. En algunos menesteres puntuales, la Villa 31 asume una autogobernanza cooperativa: si nadie activa por ellos, ellos activan por sí mismos.

Por lo demás, Messa Mugica ofrece sus recorridos unas dos veces por mes y lleva haciéndolo poco más de tres años. “La mayoría de las veces nos llegan reservas por Instagram y ahora también nos escriben desde agencias de turismo”, devela Pato. ¿Los precios? Unos 15.000 pesos argentinos los recorridos con degustación (más o menos 10 dólares) y 12.000 (8,5 dólares aproximadamente) el recorrido de murales. En general son los sábados y los domingos y los mayores interesados suelen ser turistas. Por eso, además, hacen recorridos personalizados para visitantes ocasionales. Es cuestión de charlar.

Asimismo, el compás del Barrio Mugica está marcado por cada uno de los 70.000 habitantes que viven aquí, en estas 72 hectáreas de historias, tejes y manejes, amor de familia, empuje, gente trabajadora y de la otra, que también asoma en el ecosistema. El censo oficial del año 2017 marca que son 45.000, muchos menos que el dato real. “No todos los vecinos se quieren censar”, confiesa Pato.

El recorrido —una U de unas 15 cuadras— termina en el punto de origen, en el McDonald's. Las chicas saben de lo que hablan y su gesto alumbra “lo bueno” y está en contra de “lo malo”. La integración debe ser armónica y, en ese sentido, Messa Mugica tiene la autoconciencia de ser un dispositivo que replica virtudes y mixturas, sin ilusiones. La realidad siempre se impone y ellas son, en parte, agentes de cambio. Los visitantes se saludan con besos, intercambian teléfonos y se llevan la anécdota de conocer al menos una pequeña molécula de lo que pasa ahí, en esta ciudad dentro de la ciudad.

Hernán Panessi es periodista argentino especializado en cultura popular. Nació en Lanús en 1986 y escribe a diario desde una cafetería del centro de Buenos Aires. Publicó cuatro libros y una fanzine. Tiene un canal de YouTube. Además, es parte del staff del suplemento NO de Página|12 y desde hace más de una década colabora para la diaria y Lento.

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