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Los colores de Jarman

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Reseña de “Croma”, de Derek Jarman.

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Que el libro Croma, de Derek Jarman, no se pueda calificar en un género le es favorable, ya que su imprecisión se torna una virtud, un grado de libertad artística. ¿Tratado sobre el color? ¿Crónica? ¿Biografía? ¿Ensayo? ¿Relato? Es escritura permeable y comparte en menor o mayor medida los interrogantes anteriores. El color es el eje alrededor del cual orbitan reflexiones estéticas, anécdotas históricas, ideas religiosas, recuerdos, sueños, poemas. Croma es, ante todo, escritura teñida, textos salpicados de luz que les da múltiples tonalidades. Es escritura hablando de lo visual, la letra movida por el ojo que atiende los detalles que explotan para mirar el mundo de nuevo. Jarman es más conocido como cineasta, si bien también fue pintor y, en este caso, un escritor sobre lo visto y su relación con el pensamiento.

También es su homenaje como lector, ya que mantiene un diálogo constante con citas de artistas y filósofos, dos ramas del conocimiento que se vuelven dos puntos cardinales y que, sin duda, alimentaron su potencialidad artística y su pensamiento creativo. Ludwig Wittgenstein es una de sus fuentes primordiales, a la que vuelve con más entusiasmo. Habrá que recordar que Jarman hizo un largometraje sobre el filósofo vienés, Wittgenstein (1993), una maravillosa película de curioso fondo negro que hablaba sobre la vida y obra del pensador conocido por su referencial Tractatus logico-philosophicus (1921).

El Jarman escritor evidencia el mecanismo de cualquier escritura al mostrar sus lecturas, sus predecesores y los detonadores del pensamiento, que deviene en un acto de reflexión. Por allí también desfilan León Battista Alberti, Kazimir Malévich, Leonardo Da Vinci, Plinio y Aristóteles, entre otros que pensaron la naturaleza de la percepción y vieron más allá.

Como cineasta, Jarman se acerca a la intención de construir una obra total, y no le intimida vincular teatro, pintura, literatura y música en una danza unificadora. El carácter multimedial del cine ayuda a tales propósitos, y este es un rasgo que el autor extiende a Croma, que no desestima el mestizaje de supuestos lenguajes impares. Hay que volver a películas como Caravaggio (1986), War Requiem (1989) o Blue (1993) para confirmar la confluencia de diversas artes que rechazan la narración clásica, centrándose en el carácter ficcional de lo que presenta, sin ningún interés por doblegarse al lenguaje del realismo.

Incluso con Blue, que en parte habla de su padecimiento con el sida –enfermedad que le diagnosticaron en 1986–, nunca cae en el lenguaje predecible sobre lo que vive. En esta película, durante 75 minutos lo único que vemos es una pantalla vacía de color azul resplandeciente, una proyección monocroma acompañada únicamente de comentarios en off y banda sonora. El guion es en realidad el diario de Jarman, en el que apunta sus constantes ingresos al hospital por los estragos de la enfermedad, junto a reflexiones sobre el problema del sida en la sociedad británica. Esto es lo que leemos en el capítulo “Hacia el azul”, de Croma: “La sangre de la sensibilidad es azul. / Me consagro / a encontrar su más perfecta expresión”.

El dato de su cuerpo sometido a la furia del virus es central, porque sus últimas obras en pintura y cine parten de esa situación, desde la que diluyen la figura humana. Mientras seguía filmando, Jarman comenzó a perder la vista de su ojo derecho, y un año antes de morir publicó Croma (1993), una voz narrativa que, paradójicamente, despliega una paleta de colores. Pero más que explicaciones químicas sobre los pigmentos encontraremos encanto y maravillas, porque, a pesar de que su visión disminuye y su cuerpo se despide de este plano, el ojo del pintor, a través de la letra, nos muestra un nuevo mundo. Jarman dice: “¡El color parece tener una inclinación queer!” y en otro momento, hablando sobre el rojo, escribe: “Rojo. Color primario. El rojo de mi infancia. El verde y el azul siempre habían estado allí, en el cielo y en los bosques, sin hacerse notar demasiado. El rojo me gritó por primera vez desde un macizo de Pelargonium en el jardín de Villa Zuassa. Tenía cuatro años. Ese rojo no tenía límites, no estaba contenido. Aquellas flores rojas se extendían hasta el horizonte”.

Croma. Derek Jarman, Caja Negra. Buenos Aires, 2017, 244 páginas.

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