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Fabián Severo (archivo, julio de 2018).

Foto: Fernando Morán

Atrás de los eucaliptus: el artiguense Fabián Severo en The New Yorker

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[Esta nota forma parte de las más leídas de 2019]

La frontera norte irrumpió en Montevideo en 2010 en la voz y el acento de Fabián Severo (Artigas, 1981) y se quedó a vivir para siempre en el lugar reservado sólo para la mejor poesía, la que es capaz de “hacer cosas en lo real” o, para decirlo como lo dijo alguien antes que yo, la que es capaz de hacer que la palabra perro muerda.

En su primer libro, Noite nu norte (Ediciones del Rincón, 2010), Severo acompañaba el título con una advertencia: Poemas en portuñol. Al año siguiente se publicaría una versión bilingüe (portuñol-castellano) llamada Noite nu norte / Noche en el norte. Poesía de la frontera (Rumbo, 2011). Le siguieron Viento de nadie (Rumbo, 2013), NósOtros (Rumbo, 2014), con una primera parte que reunía textos en portuñol de los dos libros anteriores, y una breve segunda parte, constituida por poemas en castellano escritos para la obra de danza El mundo es un lugar, de Leticia Ehrlich. Finalmente, en 2015 el poeta publicó su primera novela, Viralata (Rumbo, 2015), que ganó el Premio Nacional de Literatura correspondiente a ese año, y en 2017 la editorial Kapparason publicó una “versión anoitesida” de Noite nu norte.

La cuestión del idioma fue, desde el comienzo, central en la recepción de la obra de Severo: eran poemas escritos en una lengua sin escritura, leídos en recitales poético-musicales a dos voces junto al también artiguense Ernesto Díaz, compartidos en las redes sociales en soporte sonoro o audiovisual. Las palabras llegaban directamente en la voz de su autor y golpeaban algún punto sensible al que se entra por el oído, un conducto siempre abierto y sin filtros. Y sí, conmovían de un modo animal, incontrolable.

El desafío, entonces, era saber qué pasaría con esos textos si no mediara el chantaje emocional de la oralidad, si no nos llegaran en una lengua que siempre suena a infancia, porque no cuenta con los certificados de mayoría de edad que brindan la gramática, el diccionario, la escritura institucionalizada. Pero es sabido que los poetas son los grandes chantajistas del universo letrado, y el que no me crea que repase a César Vallejo.

La primera constatación, entonces, fue que la poesía de Severo se sostenía también en castellano. La segunda, que en castellano seguía ejerciendo su implacable extorsión, obligándonos a mirar ese paisaje de abandono y resistencia que son los barrios pobres de la última frontera, a sentir el polvo seco en la garganta, a ver los perros flacos dando vuelta las bolsas de basura y a sentir el olor a desinfectante en las paredes de las casas después de la crecida. La versión en español eliminaba cualquier posible acusación de esnobismo y probaba que la palabra perro, dicha por él, mordía incluso más allá de su lengua materna.

Ahora los poemas de Noite nu norte llegaron al inglés. El lunes, The New Yorker incluyó en su sección de poesía el poema “Sincuentioito” (llamado “Cincuenta y ocho” en español en la versión de 2011 y “Sixty” en inglés, porque toma la versión anoiteisida de 2017, en la que algunos poemas fueron divididos). El texto pertenece al poemario Night in the North, traducido del portuñol por Laura Cesarco Eglin y Jesse Lee Kercheval, y que la editorial Eulalia Books publicará en marzo de 2010.

No es cosa de todos los días que un poeta uruguayo sea publicado en The New Yorker, y aprovechando esa excusa conversamos con él.

La cuestión de la lengua, del idioma, es siempre importante en poesía, pero en este caso, además, se agrega que el libro irrumpió en el ambiente letrado un poco como “lengua extranjera”, al punto de que hay una edición bilingüe portuñol/español. ¿Qué pensás que pueden perderse en ese traspaso, y qué no?

Los que somos lectores de poesía traducida sabemos que en las traducciones siempre algo se pierde. Pero también sabemos que la traducción es imprescindible; sin ella, yo no habría leído a Charles Baudelaire, a Lee Masters, a Shakespeare, a Raymond Carver. No creo que el portuñol presente más dificultades que otras lenguas, pero habría que preguntarles a las traductoras, Jesse Lee Kercheval y Lau Cesarco Eglin. Cuando leo mis poemas en portuñol y su traducción al español (que fue hecha por mí), creo que lo que se pierde, o lo que es casi imposible mantener, es el tono.

La publicación en The New Yorker incluye una versión recitada, es decir, para ser oída. Vos también has recorrido el país (y el exterior) haciendo lecturas en voz alta de tus poemas, que además tienen la peculiaridad de ser una especie de “oralidad escrita”. ¿Te parece que será distinta la recepción de un lector que llega al texto en inglés impreso?

Lo poco que sé de la literatura lo aprendí de la oralidad, de los excelentes narradores orales que eran mis vecinos, de la poética en la forma de hablar de mis tías, mis madres, mis abuelas... Recorro el país recitando mis poemas porque creo en el poder de la palabra dicha, en el encuentro poético entre una voz y los oyentes. Muchos lectores, después de mis recitales, me dicen que les gustan mucho más mis textos recitados por mí que leerlos ellos en el libro. Supongo que con los lectores del inglés puede suceder algo parecido. La lectura que presenta The New Yorker es hecha por Jesse Lee Kercheval, y a mí me emocionó mucho, me parece que está perfectamente recitado.

Ya había poemas tuyos traducidos al inglés en algunos sitios de poesía. También hay poemas que fueron traducidos al portugués. ¿Participás de algún modo en el proceso de traducción, o lo dejás en manos de los especialistas?

No participo en el proceso de traducción. Es el trabajo y la interpretación del traductor. Los textos ya no me pertenecen. Me pongo a las órdenes y, a veces, sucede que me hacen alguna consulta sobre una palabra específica, pero mi aporte es muy poco, casi nulo.

Sos profesor de Literatura en secundaria; ¿qué lugar dirías que tienen la lectura y la escritura –y, específicamente, la escritura poética– en la constitución de la subjetividad adolescente?

Esta pregunta requeriría una extensa respuesta; tal vez un artículo sólo para eso. Hay mucho fundamento teórico de por qué es importante que las personas nos acerquemos a la poesía, a la lectura y a la escritura poética. Somos seres poéticos. Y, después de casi 20 años coordinando talleres de escritura de poemas con los estudiantes, podría explicarte todo lo que sucede cuando los adolescentes descubren que el discurso poético es otra forma de pensar, de organizar el mundo, de decirse. Podría mostrarte las conclusiones de mis estudiantes después de pasar un año escribiendo poemas. En tiempos de pantallas y analgésicos, leer y escribir poesía es poner el mundo entre paréntesis, es darle lugar a la imaginación, porque sin imaginación no hay empatía posible (sólo con imaginación uno puede ponerse en los zapatos de otra persona); en estos tiempos la poesía se vuelve imprescindible, pero corremos el riesgo de que ganen los elitistas de la literatura, los que la transformaron en un adorno para colgar arriba de la estufa, en un lujo para pocos, porque gracias a esos elitistas, hoy escuchamos discursos que dicen que la literatura no es necesaria y que por eso la podemos eliminar del sistema educativo.

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