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Foto: Ilustración: Ramiro Alonso

309 Versiones de Borges: Con Gerardo Ciancio, creador y custodio de una “biblioteca Borges” que crece desde hace décadas

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Su orgulloso propietario le llama La borgesteca: una colección de 309 libros de (y sobre) Jorge Luis Borges, que incluye primeras y segundas ediciones, trabajos sobre su vida y su obra, sobre sus vínculos con la cábala, la ciudad, la matemática o las variantes del humor. Este acervo se convirtió en pretexto para conversar sobre Borges con su compilador, Gerardo Ciancio (Montevideo, 1962), que es, además, profesor de literatura, ensayista y poeta.

¿Cuándo empezaste a interesarte por Borges?

En la adolescencia; estaba por empezar cuarto año de liceo, en un verano muy caluroso. Yo leía, creo, bastante, aunque desordenadamente, en forma aleatoria, en la biblioteca que tenía mamá, pero también libros prestados, generalmente por personas mayores que yo. Borges aún no era Borges para mí. Leí sus poemas en una edición de Emecé que entre los años 50 y 60 fue sacando su obra poética en reediciones ampliadas. Pero quien me presentó a Borges narrador, a Borges sin cortapisas, fue la profesora Silvia Viroga. Sus clases interpretando “Las ruinas circulares” o “La espera” (especialmente este cuento, que es un prodigio de ingeniería narrativa) generaban entusiasmo, ganas de seguir leyendo, pasión por la lectura y la interpretación de los textos.

Si lo vemos como un proceso, luego, como adulto y como docente, ¿cómo fue cambiando tu lectura de Borges? ¿En qué aspectos de su obra o su personalidad fuiste poniendo mayor énfasis con el paso del tiempo?

En el IPA [Instituto de Profesores Artigas] estudiamos Borges, aunque poco y superficialmente. Yo seguía con mis lecturas de y sobre su obra. A partir de 1986, cuando murió, también empecé a interesarme por la vida de Borges (aunque [Roberto] Bolaño dice que no hay cosa más aburrida y poco épica que la vida de un poeta), por las relaciones con sus diferentes entornos, por los cuestionamientos a su persona, especialmente, en tanto animal político. Y no me refiero solamente al Borges oral, al de la respuesta breve, ocurrente, mordaz, caprichosa, políticamente incorrecta, orejana, desprolija; por momentos, un Borges de entrevistas de magazines, diarios, semanarios, radios, de buenos periodistas y de periodistas de bolsillo, oportunistas, y paradójicamente, muchas veces no lectores de Borges. También por las mujeres con las que trabajó, a las que amó, a las que no amó, por sus ancestros y sus amistades del mismo campo literario, o del campo cultural de casi todo el siglo XX. Pero, por supuesto, me interesé mucho en sus textos, en sus rizomáticos, laberínticos, obsesivos y recurrentes textos de todos (o casi) los géneros posibles que escribió. En los textos más del borde, de su periferia escritural (como notas sobre cine, breves reseñas, algunas cartas, folletos). Borges es Borges, tan borgeseano como en los cuentos de Ficciones [1944] o en los poemas de El hacedor [1960]. Ese nivel de paridad, ese extraño y poco frecuente respeto a la escritura, no importa cuál sea el soporte genérico o el contexto mediático o la situación comunicativa o el público lector, esa capacidad para construir una firma autoral siempre, su rigor, su precisión lingüística y el detalle erudito (no me interesan los niveles de ficcionalidad de esa erudición, que, como sabemos, muchas veces fue un simulacro, un juego dentro del juego que es la literatura, una impostura perdonable y exquisita).

Conocí a un argentino que reunió más de 700 entrevistas a Borges en distintos formatos, extensiones y calidades. Pero eso fue hace años. Por mi parte, en 1986, cuando la noticia inundaba las tapas de revistas y diarios que anunciaban su muerte, su entierro en Ginebra, etcétera, la fiebre borgeseana comenzó a tomarme todo: comencé una búsqueda (con los dineros y recursos de un profesor, claro) y adquisición –cuando podía–, especialmente, de la obra crítica. Por ahí surgió una suerte de conato de coleccionismo, pero como sabrás, todo esto es borgeseanamente infinito, hay una sinécdoque en mis estantes. Una parte de un todo más vasto.

Gerardo Ciancio en su casa.

Foto: Mariana Greif

¿Cuál es tu visión actual sobre ese Borges en tanto “animal político” y el tipo de reacción que suscitó en algún momento? ¿Aún hoy se lo cuestiona en determinados ámbitos por ciertos comentarios y comportamientos vinculados a las dictaduras latinoamericanas?

Sí, creo que aún hay prejuicios para acercarse al nudo central de su obra, que es lo que en verdad importa. En realidad, incluso hay un texto de Juan Gelman que, de alguna forma, lo reivindica; es decir, cuando él, al final de la dictadura argentina o al comienzo del movimiento del Nunca Más, adhirió y concurrió a escuchar declaraciones sobre los desaparecidos y sobre presos y torturados. En fin, es un tema complejo, espinoso, que si sólo se lee con los lentes 3D ideologizados, no permite claridad, o sesga tanto la cuestión que la magnifica, y creo que la inigualable propuesta borgeseana acerca de la literatura en sí y qué es la literatura como práctica humana compleja se desdibuja o, peor, queda silenciada. Por supuesto, hay gestualidades, como aquella tapa de periódico y revista con la foto de Borges (quizás doblemente ciego) estrechando la mano de Augusto Pinochet en el Palacio de la Moneda, luego de que fuera invitado a dar una conferencia en un ámbito académico, no tan grotesco y gorilesco como ese donde la instantánea lo congeló en una actitud, por supuesto, deplorable, o, por lo menos, injustificable para un intelectual de ese porte. Ahora bien, el anecdotario es diverso, confuso, patético, e incluye, además, la bajada de la lista a candidatos nominados al premio Nobel.

Centrándonos ahora en tu colección, ¿cuál es el ejemplar más raro que tenés? ¿Y el que más valorás o apreciás?

Tengo algunas primeras ediciones que atesoro, algunas segundas (por ejemplo, las dos primeras de El Martín Fierro [1953] son idénticas excepto por el pie de imprenta y un discreto letrerito de “segunda edición” que consignó Columba, su editor), la segunda de Manual de zoología fantástica [1957] es prácticamente idéntica a la primera, publicada en Fondo de Cultura Económica, libro que la misma editorial mexicana siguió reeditando en la colección Breviarios. En cuanto a libros sobre Borges: los hay sobre su vida, su poesía, su narrativa, su obra en general, el sustrato filosófico de su obra; libros sobre Borges y la cábala, y la ciudad, y la matemática, y Oriente, y la física cuántica, y el humor, entre tanto. De cierta forma, me divierte –si es el verbo adecuado– coleccionarlos y reunirlos en el estante de Borges, y pareciera que este tipo de acercamiento hermenéutico va construyendo un hiper-Borges, un Borges ubicuo, un Borges acoplable al segundo término que se le ocurra al escritor de turno. Borges y..., pero funciona editorialmente, funciona para acceder a diferentes perfiles de su obra y de los nudos de pensamiento, como la ciencia, la metafísica o el lenguaje, que hay en los diversos estratos de su corpus creativo. Hay libros sobre detalles de la vida de Borges, lugares donde estuvo; a veces, sitios de provincia en los que pareciera que el hálito borgeseano marcó la historia de ese topos, de esa comunidad, o de ese auditorio, por lo menos.

Como te decía, cuando fallece, en 1986, el Consejo de Educación Secundaria convoca a un concurso de ensayos sobre Borges. Junto con la profesora y narradora Andrea Blanqué compartimos el premio: la edición de nuestros trabajos, hojas mimeografiadas, grapadas con un ganchito, con el título del trabajo en la portada (una hoja igual a las anteriores, pero de color gris, agrisada). En mi borgesteca lo guardo con cariño, como un ejemplar de culto, envejecido por el tiempo y por mi nula relectura por el momento. Quizás esa impúdica pieza a mimeógrafo sea el ejemplar más raro y bizarro (uso el adjetivo en sentido débil y claramente peyorativo) de los que guardo. Hablando más en serio, me gusta mucho la primera edición de El libro de los seres imaginarios, de 1967, es decir, bastante reciente en esta bibligorafía, con espléndidas ilustraciones que lo hacen un objeto singular en el universo borgeseano.

En cuanto a valoración, me es difícil imaginar un libro, pero sí te puedo asegurar que me seduce el primer libro que salió sobre Borges. Es decir, la primera vez que, en formato libro, Borges era tematizado, era el sujeto del volumen, por decirlo de alguna forma: Borges y la nueva generación, del argentino Adolfo Prieto, publicado en 1954.

Sobre la relación de Borges con Uruguay, y de los uruguayos con Borges, ¿qué hay escrito y publicado específicamente?

Borges jugaba a sentirse oriental, de esta orilla del Plata. Algo de razón lo asiste en términos de su genealogía familiar, por ejemplo. Además, venía desde niño, tenía familiares, amigos, daba conferencias en Montevideo, ambientaba cuentos y poemas en nuestro extraño país, en Montevideo, Salto, Fray Bentos, Tacuarembó, lugares que, desde su más profundo pensamiento mítico, lo cautivaban. El poema a nuestra ciudad, de lo mejor que se ha escrito sobre ella (“ciudad que se oye como un verso”, ¿un pentasílabo?), supone conocer y amar un topos en este mundo, incluso añorarlo, en su caso, viviendo en la capital doblemente fundada (por los españoles y por Borges: Buenos Aires como un juego que se (re)funda en una progresión casi geométrica). Además, en relación con el corpus total de su obra, escribió bastante sobre literatura uruguaya y sobre libros de autores uruguayos. A veces con una saña perdonable, pero saña al fin: la nota sobre Caracol marino [1933], de un poeta uruguayo [Francisco R Villamil], es una retahíla de exabruptos exegéticos: ¿un juego de maldad? Hace unos años compré el libro Caracol marino en una librería de ocasión... Claro, Borges parece hasta condescendiente cuando uno revisa ese conjunto de poemas. ¿Por qué lo hacía? ¿Disfrutaba de ese “hecho” intelectual en casos como el de Caracol marino, o con el análisis de una película deplorable? ¿Le suponía un ejercicio inevitable, una tentación pulsional sin otra alternativa que ponerse a escribir sobre ese “objeto cultural” que, previo a la escritura, deploraba?

En cuanto a la escritura que tematiza, analiza e interpreta a Borges desde esta orilla, hay bastante. Basta citar los trabajos de [Emir] Rodríguez Monegal, los de Lisa Block, o los volúmenes colectivos que compilaron [Juan] Fló (aunque su libro no es necesariamente un trabajo de multitud de “plumas” uruguayas), [Rómulo] Cosse o [Pablo] Rocca, y ya hay un corpus de escritura uruguaya sobre Borges nada despreciable. Todo lo contrario: varios de estos trabajos son referencia en todo el mundo, incluso más allá del ámbito de nuestra lengua. Hay varios trabajos que suman perspectivas y que en su momento aportaron miradas y asedios a Borges pensando, entre otras intencionalidades escriturales, en la transferencia de conocimiento del que es polea de transmisión el sistema educativo (Washington Benavides, Roberto Appratto, Marta Canfield, Jenny Barros, etcétera).

¿Qué aspectos o anécdotas específicas de la vida de Borges te han llamado más la atención?

He leído diversas biografías de Borges. Los autores difieren, coinciden, repiten cristalizaciones “mitológicas” de su vida, buscan entre los entresijos más recónditos de lo que se supone que fue su vida, incluso hay diversos abordajes psicoanalíticos, o de mujeres que lo acompañaron en un trayecto de su vida de una forma u otra (colaboradoras, parejas ocasionales, o bien flirts que no cuajaron). Es paradigmático el caso de Borges a contraluz, de Estela Canto [1989], por todo lo que supone su perspectiva acerca de la conflictiva relación con Borges, en plena madurez de este. Por suerte, no hay ninguna que se presente como la biografía o la biografía “definitiva”. Sí hay algunos biógrafos que lo intentaron, manejando documentación de su vida privada, ficciones de su vida pública o literaria. Para contestar: si algo me interesa de su vida es su estadía en Europa durante la Primera Guerra Mundial (etapa formativa clave para lo que se vendría después en la construcción del intelectual Borges), y luego, pequeños episodios, por lo lúdico, por lo que tienen de leyenda urbana, como cuando se escapó, literalmente, de la casa de su primera mujer, siendo un hombre setentón. Se escondió en Córdoba (¿[Leopoldo] Lugones?) y luego en Coronel Pringles (¿César Aira?, ¿Arturo Carrera?). Todo este episodio de sainete o comedia de Luis Sandrini, visto a la distancia y sin padecerlo, claro, lo narra muy bien [Norman Thomas] Di Giovanni, su amigo, traductor y, en cierta forma, biógrafo. Por supuesto que episodios como el del golpe en la cabeza cuando subía la escalera, la internación, la fiebre, la casi agonía y el hecho de que a partir de allí vislumbrara lo mejor de su mundo ficcional, me atrae, como la manida anécdota de su nombramiento de inspector de corrales y gallineros (lo caricaturizo, ya que fue un acto administrativo un tanto más complejo y diverso). Me seducen, regresan a la memoria como si le hubieran ocurrido a un amigo en un sueño que nunca me terminó de contar.

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