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Oposición cultural: interior y capital. Las mujeres de la Nueva Troya, de Gabriel Sosa

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La novela negra o noir es un subgénero dentro de otro subgénero, el policial, que surgió en Estados Unidos durante los años 20, con un consumo más popular que culto, y si bien presenta similitudes con otras producciones dentro de lo que se clasificaría como policial, tiene ciertas características particulares. Por un lado, el hecho de centrarse en el mundo del crimen organizado, con el condimento de mostrar en contrapartida la corrupción policial e institucional, la vuelve un terreno propicio para un nivel de crítica social y política difícil de lograr en los policiales clásicos, donde el crimen tiende más a irrumpir en entornos menos marginales. Por otro, el hecho de que sus protagonistas, lejos de la imagen de esos campeones de las artes deductivas, la honestidad y la incorruptibilidad como un Sherlock Holmes o un Hercule Poirot, son, por lo general, seres derrotados y generalmente cínicos, muchas veces alcohólicos y un tanto misóginos, y que generalmente deben interactuar con el “bajo mundo” para obtener información o protección, suele colocarlos en posiciones moralmente dudosas con demasiada frecuencia. Por último, en la novela negra no es tan importante la resolución del crimen, sino esclarecer lo que lo rodea, las motivaciones individuales del o de los asesinos, o los intereses corporativos que impulsan o dificultan la resolución del misterio. A veces también se trata de evitar una larga cadena de crímenes enlazados al primero, pero, sobre todo, muchas veces el protagonista está resolviendo un dolor moral interno con su investigación, una necesidad de redimirse o de resolver un viejo conflicto individual que puede no tener ninguna relación fáctica con el crimen que intenta esclarecer.

El florecimiento de la novela negra es quizá uno de los fenómenos más llamativos de la literatura uruguaya de los últimos cinco años. Luego de algunos grandes precursores, como Henry Trujillo y algunas novelas de Hugo Burel, en tiempos recientes podría decirse que es de los géneros más cultivados, al menos en términos cuantitativos, con nombres destacados como Mercedes Rosende, Renzo Rossello, Pedro Peña y Rodolfo Santullo. La colección Cosecha Roja de la editorial Estuario, dedicada exclusivamente a la publicación de novela negra de autores nacionales, ha lanzado decenas de títulos desde 2010. Esto nos ha permitido ver fenómenos sociales y culturales muy cercanos en tramas clásicamente noir.

Hampa, abigeato, femicidios

En esta ocasión, Gabriel Sosa, escritor y periodista nacido en 1966, también nos trae temáticas muy conocidas: un pequeño pueblo del litoral donde la actividad económica se activa en forma desmedida y repentina a causa de una inversión portuaria, policías provenientes del mundo del hampa, vinculados a actividades ilícitas como el abigeato y capaces de cometer crímenes horrendos impunemente, problemas endémicos de violencia de género y femicidios relacionados con la escasa independencia económica de las mujeres... Y en particular, una de las problemáticas menos explicitadas pero más presentes en el texto: la brutal oposición cultural entre la capital y el interior, cuyos mundos resultan en un contraste casi especular, como si uno fuera exactamente lo contrario del otro.

En Montevideo, Larrobla es un periodista cincuentón que trabaja en una revista de tendencias llamada Posmo. Se siente completamente ajeno al marco cultural, generacional y de género en el que se mueve: Posmo es un mundo dominado por mujeres de clase media más o menos cultivada, y con pautas de consumo cultural muy hipsters. Su jefa decide dar un espacio en la revista para las crónicas de actualidad, por lo que se espera el aporte de Larrobla desde su experiencia como periodista, aunque a él le cuesta bastante dilucidar exactamente la naturaleza de esta expectativa. Su guía dentro de este mundo será Laura Alonso, productora periodística, una millennial decepcionada de sus primeros intentos en el periodismo político, capaz de introducir una asombrosa cantidad de expresiones soeces en una sola oración, y que trabaja para Posmo tan a regañadientes como Larrobla. Tiene la doble virtud de entenderse perfectamente con este mundo tan ininteligible para el periodista, pero mirándolo con la misma acidez, por lo que tanto para el protagonista como para el lector genera una simpatía irresistible.

Laura y otra periodista de Posmo encontrarán al fin una tarea que asignarle a Larrobla. Nueva Troya, el pueblo del que hablábamos más arriba, ha pasado a destacarse discretamente en las noticias como el único lugar del país con desempleo cero, pero lo que no se menciona es que esta realidad no se aplica a las mujeres, que continúan confinadas al trabajo doméstico, la prostitución o, en los mejores casos, en algún emprendimiento. Con el traslado de Larrobla a Nueva Troya pasan dos cosas: por un lado, el mundo montevideano se borra de un plumazo, y la nueva realidad parece sacada de otro universo, impregnado de valores tradicionales y dominado por los hombres. Y por otro, la atención del periodista se orienta a otros hechos distintos a los que lo llevaron al lugar: una serie de asesinatos de mujeres, perpetrados por medio de golpes en la cabeza con objetos contundentes, que hacen sospechar de la presencia de un asesino serial.

Las problemáticas de género atraviesan toda la novela, aunque manejadas de forma muy inteligente, sin caer en la insinceridad de la corrección política. Por un lado, la descripción de esa burbuja de frivolidad y consumo vacío que es la redacción de Posmo rezuma cierta misoginia, pero esta es compensada por ciertos elementos que la vuelven más un factor de familiaridad con los clásicos del género noir que un análisis simplista y lineal. Por otro, se compensa en el contraste con Nueva Troya, donde los problemas que enfrentan esas mujeres acorraladas por un mundo masculino y violento hacen que la descripción caricaturesca de las citadinas funcione más bien como parodia del ombliguismo montevideano. Y por último, la historia personal de Laura con el periodismo político evidencia cómo incluso en entornos más cosmopolitas no es fácil la entrada de las mujeres en ámbitos en los que se pueda hablar de algo más que modas, tendencias y otros asuntos por el estilo. Si bien la acción es llevada a cabo mayormente por personajes masculinos y la perspectiva es rotundamente masculina, hay cierta elegancia respecto de las problemáticas femeninas que no es poco meritoria.

También resulta por demás interesante la crítica hacia una capital que ignora o fetichiza como bucólico souvenir al resto del país, creyendo que sus valores culturales se encuentran universalmente establecidos. Esto, sumado al dinamismo e ingenio de la trama, vuelve a Las mujeres de la Nueva Troya una producción irreprochable dentro del género literario en el que se inscribe.

Las mujeres de la Nueva Troya. De Gabriel Sosa. Montevideo, Estuario, 2020. 168 páginas.

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