Poesía mística, poesía de amor, poesía de combate. Poesía nunca complaciente con la mecánica del lenguaje. Poesía vivida como un puente desde el padre a los hijos. Cinco veces poesía –y más que eso– fue Selva Casal. Hace un mes moría en Montevideo, a los 93 años, una de nuestras poetas mayores.
Salvo exorcizar no sabía hacer nada, dijo una vez, exagerando y diciendo la verdad al mismo tiempo. Su propio nacimiento fue un acto de exorcismo. El de la hermana muerta. “Desde antes que yo naciese mi padre y yo estábamos confabulados”, escribió Selva Casal a propósito de su padre, Julio. Ambos nombres quedarían ligados para siempre.
Nunca le pesó esa ligazón. “Sobre sus cenizas me levanto como un claro cuchillo”, dijo. Y dijo también: “hablábamos en secreto, hablábamos en poesía desde cuando yo todavía no tenía palabras”.
Abrazada a un gato barcino, la niña, rectamente sentada en una reposera demasiado grande para ella, mira la cámara. Como una Alicia que supiera, ya entonces, que el detrás del espejo puede estar de este lado. En su casa “no había reglas ni horarios, se vivía conforme a la espontánea gracia de los días”. La violencia del mundo quedaba puertas afuera. Incluso la violencia de las estrecheces económicas. Vivían “en una limpia pobreza” que se hizo más evidente cuando la dictadura de Gabriel Terra despidió a Julio J Casal de su trabajo en el Museo Blanes, al que había llegado luego de sus años como diplomático en España.
No obstante ese revés, el padre nunca dejó de editar Alfar, la revista literaria que había fundado en La Coruña en 1923 y que continuaría en Montevideo hasta su muerte, ocurrida en 1954. “Alfar era un personaje en nuestras vidas, un hermano mayor”. Cuatro años mayor, para ser exactos.
Selva Casal había nacido en Montevideo el 11 de enero de 1927, la misma ciudad en la que falleció el 27 de noviembre de 2020. Ese nacer en una casa donde la poesía fluía con naturalidad hizo que, al comienzo, la camuflara. Contaba sueños que en realidad no había soñado. Cuando el camuflaje fue demasiado evidente, su padre le pidió que los escribiera. Así nacieron sus primeros textos escritos, aunque aún tardaría bastante en dar sus versos a imprenta.
Compromiso
Tenía 27 años cuando ganó el Premio del Ministerio de Instrucción Pública, en 1954, con Arpa, que publicaría en 1958. Irá construyendo, en paralelo y en sintonía con la poesía, su propia vida contingente. Llegan los hijos –varios de ellos y ellas, también poetas– y otros poemarios: Días sobre la tierra (1960), Poemas de las cuatro de la tarde (1962) y Poemas 65 (1965). La poeta es también abogada penalista. Intentará exorcizar males sociales y abrazará el compromiso político, sin olvidar nunca que su militancia es la poesía, como recalca más de una vez.
Es una de las fundadoras del Frente de Izquierda de Liberación (Fidel), alianza impulsada desde el Partido Comunista y que será uno de los grupos iniciales del Frente Amplio. En 1971 publica Han asesinado al viento y en 1972 es golpeada por el fusilamiento de los ocho obreros comunistas del seccional 20, tal como lo recoge en su poesía. Así como el golpe de Estado de 1933 implicó la destitución de su padre, el de 1973 hará que ella misma pierda su trabajo. Ocurre en 1975, con la excusa de la publicación de No vivimos en vano (Banda Oriental). Un año después se produce el asesinato del diputado frenteamplista Zelmar Michelini, exiliado en Buenos Aires, lo que la motiva a escribir uno de los poemas más hermosos de cualquier antología de poesía política uruguaya. Años más tarde escribirá, también, uno de los más hermosos de cualquier antología a secas: “Los misiles apuntan a mi corazón”, aparecido en 1988 en el libro del mismo nombre.
Vigencia
Noventa años después de aquella foto de la reposera y el gato barcino, los futuros colegas de esa infante se rendirán ante la vitalidad de su obra. Será en un homenaje en vida, en octubre de 2019, en la sala Julio Castro de la Biblioteca Nacional. Casi todos tienen en sus manos sus tres libros más recientes: En ese lugar maravilloso vive la tristeza (Estuario, 2011), Abro las puertas de un jardín de plata (Trópico Sur, 2014) y Biografía de un Arcángel (Estuario, 2014).
Este último se consigue con facilidad y puede ser una de las mejores puertas de entrada a su obra. O quizá la antología El infierno es una casa azul, aparecida en dos editoriales legendarias: Ediciones de Uno en Uruguay (1993) y Libros de Tierra Firme, del gran José Luis Mangieri, en Argentina (1999). Para conocer el pensamiento de Selva Casal sobre la poesía y la acción poética habría que ir a las entrevistas que le realizó Silvia Guerra, como por ejemplo “Las cosas que se miran toman vida”, fácilmente accesible en internet. Aunque quizá su mejor autorretrato sea el “ensayo lírico documental” que publicó en 1986: Mi padre Julio J Casal.
Fue también pintora. Guardaba sus cuadros enmascarados como sueños, como sus poemas, en una casa en la que se atesoraba, por ejemplo, la profunda amistad de su padre con Rafael Barradas. Ya mayor, los pondrá en tela y varias de sus obras ilustrarán sus poemarios, como ocurre con los publicados por Estuario en 2011 y 2014.
Vivir no le fue fácil (“tengo un desgarrón que nada sacia”, escribió en Biografía de un Arcángel), aunque pudo conjurar el dolor con la poesía. Leyéndola, o escuchando el modo en que los nuevos poetas han reversionado sus poemas –véase, por ejemplo, la versión de “Ya no hay mar” por el dúo Pereira San Martín– puede postularse que la exorcista exorcizó el olvido.