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Foto: Ilustración: Ramiro Alonso

47 años de la muerte de Paco Espínola: Hacer por los hombres mucho más que amarlos

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Paco Espínola murió en la víspera del último golpe de Estado, el 26 de junio de 1973. Su féretro, cargado a pulso, fue conducido al día siguiente hasta el Cementerio Central, acompañado por una multitud que recorrió a pie la avenida 18 de Julio desde la calle Sierra hasta Yaguarón. Muchos recuerdan esa marcha dolida y desafiante como la primera movilización masiva contra la dictadura recién instalada. Su velorio, diría luego el escritor Carlos Martínez Moreno, “sirvió de pretexto para una reunión política de emergencia”. Mercedes Espínola, Mecha, hija de Paco, recuerda la inquietud y la efervescencia de ese día en el que se esperaba, ya, la confirmación de la ruptura institucional. “Lo estaban velando en mi casa y empezó a venir gente, muchos con radios portátiles, porque ya se esperaba el golpe”. El apartamento de Solano García y la rambla, por el que iban pasando amigos, familiares y dolientes anónimos, se volvió punto de encuentro e improvisado comando de operaciones. “Ahí abajo se hizo una cantidad de reuniones, en el velorio mismo, porque de ahí se salía a ocupar; había radios portátiles y escuchábamos, hasta que empezaron las marchitas. En la madrugada empezaron las marchas militares en la radio”. En un primer momento se pensó en llevar el cuerpo a la Universidad de la República, para que fuera velado el 27 en esa casa de estudios, de la que estaba tan orgulloso, pero luego de varias discusiones se resolvió que era mejor no hacerlo. “La Universidad se había ocupado esa madrugada, se empezó a ocupar todo; fue todo ahí, en esas horas. Sierra [el local central del Partido Comunista, ubicado en la actual avenida Fernández Crespo] estaba cerrado y se abrió para llevarlo. Pero se había estado discutiendo hasta entrada la mañana si ir a la Universidad. Después se resolvió que iba a Sierra, y fue. Ahí fue llegando la gente; me acuerdo de que fue gente que ya estaba pasando a la clandestinidad, me acuerdo de [Rodney] Arismendi, gente que fue a Sierra y se fue caminando por 18 hasta Yaguarón, y Yaguarón para abajo hasta el cementerio. Me acuerdo de que pasamos por un local de la JUP en 18, cerca de Vázquez, y muchos temblábamos, pero no pasó nada. Había mucha gente”.

El cuerpo de Paco quedó depositado en el Cementerio Central y al otro día se lo trasladó a San José, en donde fue sepultado en una ceremonia íntima en la que participaron solamente su viuda y sus dos hijos.

San Praire du Chemin, Francia, con Amorín, quien ofició de fotógrafo, 1948

Como hueso de bagual

Francisco Espínola (hijo) nació en San José el 4 de octubre de 1901, en el seno de una familia orgullosamente blanca. Ana Inés Larre Borges, en un imprescindible artículo de 1998, recuerda que el abuelo materno del escritor, don Fernando Cabrera, había cuidado, de niño, una tropilla de azulejos de Oribe durante el sitio de Montevideo.1 Y si ese recuerdo llega hoy hasta nosotros es por la importancia que la anécdota cobraba en la memoria de Paco, cuando situaba en esa herencia el núcleo de su vocación revolucionaria. También su padre, Francisco Espínola Aldana, fue soldado saravista y resultó herido en Masoller, en el combate de 1904 en el que Aparicio peleó por última vez y encontró la muerte.

El propio Paco supo lanzarse a la lucha armada en enero de 1935, al mando de Ovidio Alonso, para combatir contra el dictador Gabriel Terra, protagonizando una de las pocas acciones exitosas de un levantamiento que se venía organizando desde 1933 y en el que tomarían parte los llamados “batllistas netos” y los “blancos independientes”. La acción del Colla, o de Paso del Morlán, fue una escaramuza entre los rebeldes al mando de Alonso y una partida del ejército gubernista, y ocurrió el 28 de enero, aunque Paco, erróneamente, en una carta remitida a Carlos Vaz Ferreira, la sitúa el 28 de diciembre.

Con Enrique Amorim en Cracovia, Polonia, en 1948

Según recuerda en esa carta, escrita en el cuartel “del 11 de Infantería” de Colonia en el que estaba preso, a él le tocó empuñar un Remington “desesperadamente viejo” con el que no logró disparar ni una sola bala. Cuenta que pasó exactamente una hora y cinco minutos inmóvil contra el suelo, como se le había ordenado, mientras sentía silbar las balas detrás y a los costados. De ese encuentro logró salir ileso, pero después de varios días de vagar por el monte junto con sus camaradas, todos ya locos de hambre y debilidad, fue hecho prisionero. Pasó primero por un cuartel en Rosario, en el que soportó un simulacro de fusilamiento, para terminar después en el mencionado cuartel de Colonia, donde quiso la suerte que el jefe de la unidad lo reconociera como el autor de Sombras sobre la tierra, publicada dos años antes. Su ya consolidado nombre de escritor, sin embargo, no había conmovido nunca a su padre como sí lo conmovió la participación en el alzamiento: “Estoy contento de usted”, le dijo cuando volvieron a verse después de los hechos.

Los hombres huecos

Paco se había venido a Montevideo a fines de 1919 con la intención de estudiar medicina. En 1924 salieron publicados en la revista semanal Actualidades sus dos primeros cuentos: “El hombre pálido” (llamado en esa primera versión “L’hombre pálido”) y “Visita de duelo”. Dos años después sería la primera publicación de Raza ciega, su primer libro, con el que ganaría, al año siguiente, el Premio de Instrucción Pública. En 1930 publicó Saltoncito, un cuento largo o novela corta que había empezado a escribir en 1926 y que, según se dice, terminó en cuatro días. Pocas historias hay más desgarradoras que la de ese sapito que sale al mundo a buscar a su padre, desaparecido; que en el camino encuentra y pierde a un amigo entrañable que fue su maestro y protector; que es hecho prisionero y condenado a muerte injustamente; que es salvado por el cariño del carcelero, que decide liberarlo y tomar su lugar; y que termina descubriéndose príncipe de una comarca remota en la que puede mostrar su sentido de justicia, encontrar el amor y restituir el orden correcto de las cosas en el mundo.

Foto del sitio paco.com.uy

1933 fue el año de la publicación de Sombras sobre la tierra, la novela en la que quiso poner en juego sus “posibilidades efectivas” y valerse de su experiencia vital, su inteligencia y su “capacidad realizadora” para lograr que los personajes “incidieran en la conciencia del lector” y la pusieran en jaque. También se publicaron ese año “Qué lástima”, que en su primera versión se llamó “Las tres confusas borracheras”, y “Los cinco”, que salió en Crítica, de Buenos Aires, como “Los cinco jinetes rumbo al calabozo”. En 1937 se estrenó una pieza teatral, La fuga en el espejo, en el teatro Urquiza. Roberto Ibáñez, autor del prólogo a la versión impresa, reconocería su carácter de drama universal y diría de la obra que no era pesimista sino triste. Y es una mezcla de tristeza y esperanza la que recorre, en general, su obra, incluso en aquellas historias en que los protagonistas no sobreviven. Profundamente humano, en el sentido que “humano” tiene en el siglo XX, su acercamiento a las circunstancias de los más débiles y de los más humillados es siempre respetuoso. No son pocas las veces en que decide salvar a un personaje de sí mismo, como hace en “El hombre pálido”, o en que toma partido por el primer deshonrado, como en “María del Carmen” (ese “invento inescrupuloso en su horror y en la infancia física de su horror”, como diría el pudor de Borges en 1928). Las peripecias que atraviesan sus hombres y mujeres son las de la vida en el medio rural, en los arrabales o en la soledad del campo, en la elemental circunstancia de comportarse bien o mal, sin bravuconadas innecesarias y sin exhibicionismo. No hay intención moralizante, sino, en todo caso, asombro por el carácter universal de la flaqueza humana, pero también por su reserva de generosidad. Cultor del coraje en la vida, no trasladó a la escritura ese mandato: sus personajes se defienden y matan, llegado el caso, pero en esa práctica resignada hay poco de épica y bastante de indiferencia, como si fuera una de tantas tareas tediosas que a veces es preciso acometer.

Tal vez el esquivo héroe de toda su obra haya sido Don Juan, el Zorro, ese personaje clásico con el que quiso encarar la novela más ambiciosa de su vida y de la que, tras enormes esfuerzos de rescate y reconstrucción, se publicaron, a la salida de la dictadura, diez capítulos y tres apéndices.

Todos los Pacos el Paco

Pero Paco Espínola no fue sólo un gran escritor. Fue un docente apasionado y generoso que supo encontrar en los personajes de Homero o de Shakespeare una hondura metafísica que él emparejaba a la de los recios hombres del campo uruguayo, partidos, como el bolichero de Sombras..., entre un lado bueno, angelical, y un lado malo y atemorizante que no pocas veces era un escudo. Profesor de Literatura en secundaria y catedrático de Composición Literaria y Estilística en la Facultad de Humanidades y Ciencias, era reconocido por el carácter coloquial de sus exposiciones, por la inconfundible gracia para contar, por el habla que reproducía exactamente, según dicen los que lo escucharon, la prosodia, las expresiones, las imágenes y los silencios del habla rural de San José.

Desde hace un tiempo es posible asomarse a todos estos aspectos de Espínola en el sitio paco.com.uy, creado por su hija Mecha. El riesgo, claro, es el de perderse: en esa aventura el personaje es Paco y la única clasificación es la que proporcionan sus distintas facetas: el escritor, el docente, el ciudadano, el amigo, el padre, el hombre admirado y respetado por sus contemporáneos. El proyecto obtuvo financiación de los Fondos Concursables para la Cultura y se consolidó gracias al esfuerzo y el aporte de muchas personas que acercaron materiales o colaboraron para organizarlos. Hay, sobre todo, documentos originales, fotografías, material audiovisual, recortes de prensa (algunos imposibles de identificar), testimonios. Entrar y sumergirse en el siglo XX es un solo movimiento: la política y la filosofía, el debate intelectual, el mundo ordenado en torno a instituciones como el hogar, el boliche, el Parlamento, el centro de estudios, ámbitos masculinos por excelencia en los que, sin embargo, también había un espacio, protegido y respetuoso, para las mujeres.

Tarde pero en hora

En 1961 se le concedió el Premio Nacional de Literatura por toda su obra. En 1962 hizo pública su adhesión al Frente Izquierda de Liberación (Fidel), una de las primeras experiencias unitarias de la izquierda en Uruguay, conformada por sectores provenientes del Partido Nacional, del batllismo y de otros grupos de izquierda afines al Partido Comunista. Entre los fundadores del Fidel estaba su cuñado y amigo Luis Pedro Bonavita, casado con su hermana Victoria.

Casi diez años después, en 1971, Paco se afilió al Partido Comunista, que lo recibió con gran pompa. El diario El Popular del 3 de setiembre dedicó varias páginas a la noticia; el secretario general del Partido, Rodney Arismendi, pronunció, en el local central, un extenso discurso en el que repasó la trayectoria de Paco y las difíciles circunstancias en las que decidía dar ese paso, coherente con su actitud de combatiente de todas las horas. La conmovedora respuesta de Paco vuelve sobre el análisis de Sombras... hecho muchos años atrás, “fines de 1933 o principios de 1934”, por un “jovencito comunista” que lo interpelaba diciendo: “Los que nos hemos acercado con cariño a su obra, esperamos que Paco Espínola vea alzarse en la noche desesperada de Juan Carlos la estrella de cinco puntas, roja como la liberación”. A ese jovencito, que en 1971 era “el primer secretario del Comité Central del Partido Comunista uruguayo”, se volvió entonces Paco para decir: “Arismendi, aunque demasiado tarde, aquí estoy”.

Foto del sitio paco.com.uy

Desembarco en Melo (*)

En mayo de 1958 se llevó a cabo la semana de homenaje a Carlos Vaz Ferreira, una misión de extensión universitaria que involucró a la Facultad de Humanidades y Ciencias y al liceo departamental de Cerro Largo. Una delegación encabezada por Paco Espínola en calidad de docente y completada por los estudiantes Mabel Irigoyen, María Emilia Souto, Raquel Irigoyen, Aramís Tavares y Alejandro Paternain desembarcó en Melo para llevar adelante los homenajes. El programa de actividades se desplegó entre el lunes 5 y el sábado 10, en jornadas que alternaban ponencias de los estudiantes y análisis magistrales a cargo de Espínola.

Las jornadas centralizadas de extensión universitaria habían sido resueltas a fines de 1956 por el Consejo Directivo de la Universidad de la República. Con la creación del Departamento de Extensión Universitaria y la instalación de una Comisión de Extensión Universitaria y Acción Social integrada por cuatro docentes y dos estudiantes, las actividades comenzaron a principios del año siguiente. El presupuesto de ese año destinó a tal fin “una partida de 24.000 pesos”, según recuerda el escritor Jorge Bralich, reconocida autoridad en historia de la educación.[^2] Se buscaba devolver a la sociedad algo del esfuerzo hecho para sustentar la formación universitaria y, en el mismo gesto, acercar dos extremos no siempre en contacto: el de los estudiantes, ajenos a la angustiosa realidad de los sectores más castigados, y el de estos últimos, desposeídos de las mieles de la cultura y la formación intelectual. Los desembarcos pedagógicos eran, entonces, entendidos como una rendición de cuentas, como una reparación moral y una devolución a quienes, teniendo apenas lo suficiente para sobrevivir –e incluso menos– se veían obligados a aportar, mediante impuestos, a la costosa educación de los privilegiados.

En este contexto debe leerse el discurso que Paco, en la misión de 1958, ofreció a los soldados del 8° Regimiento de Caballería destacado en Melo. Algunos fragmentos recogidos por la prensa local muestran la voluntad de hacer saber a los acuartelados que la que llegaba hasta ellos en esa ocasión era la Facultad de Humanidades y Ciencias: una institución creada para formar en “los estudios más altos y difíciles en lo que concierne a la cultura humana”, cuya fundación había “demandado nuevos gastos al país”, gastos que, como dijo bien explicó el docente, pagarían “ustedes y otros semejantes a ustedes”.

“Nosotros queremos que sepan que somos conscientes del sacrificio que hace la nación”, insistiría, en más de una oportunidad, durante esas jornadas.

(*) Todo el material relativo a esta experiencia se encuentra en http://paco.com.uy/paco-docente/en-el-aula/una-experiencia-de-extension-universitaria.html


  1. “Francisco Espínola: el último escritor nacional”, publicado en Insomnia en abril de 1998 y disponible en paco.com.uy

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