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Viñeta: Emil Ferris

Cómic denso y ambicioso en el buen sentido: Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris

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La cantidad de historietas que llegaba a las librerías uruguayas a comienzos de este siglo era relativamente pequeña y solía merecer un rinconcito de la estantería dedicada a la literatura infantil y juvenil. Por entonces, un fanático del género podía estar más o menos al día en cuanto a las novedades, siempre y cuando su fanatismo pasara por el mercado estadounidense, el de Europa del oeste o el japonés.

Con el tiempo algunas editoriales mejoraron sus canales de distribución en la región, otras forjaron alianzas y otras directamente fueron absorbidas por peces más gordos. Es así que en nuestro mercado pululan decenas y decenas de títulos del noveno arte, lo que aumenta las probabilidades de que, cual punguista amateur, alguna joya se nos escape entre los dedos.

A veces es necesario recurrir a curadurías externas y una de ellas, con todos los peros que se puedan acumular, son las entregas de premios. En este enorme y variado Occidente hay un puñado de galardones que obligan a parar la oreja de los lectores, más cuando se incluye un título que aparece en distintas entregas.

Entre 2017 y 2018, la figurita repetida fue Lo que más me gusta son los monstruos (My Favorite Thing Is Monsters), obra ganadora de dos premios en los Ignatz Awards en las categorías mejor artista y mejor novela gráfica, y tres premios Eisner en las categorías mejor novela gráfica, mejor artista integral y mejor coloreado. Rascando un poquito, incluso antes de abrir el voluminoso tomo ya nos encontramos con una historia increíble.

La talentosa señora Ferris

Después de una vida de dibujo publicitario y diseño de juguetes, a los 40 años Emil Ferris (Chicago, 1962) fue picada por un mosquito y contrajo el virus del Nilo Occidental, que le causó la parálisis de la mitad inferior de su cuerpo y la pérdida del movimiento de su mano derecha.

Durante su recuperación, que algunos médicos descartaban por completo, comenzó a trabajar en una historieta de 700 páginas dibujada con lapiceras de colores, que se extendió por unos seis años. Dedicó incontables horas y tuvo la mala suerte de que, al publicar la primera mitad de esta historia, la compañía china que enviaba el cargamento quebrara y los libros quedaran atrapados en el Canal de Panamá.

Un año después, en 2017, Fantagraphics publicaría Lo que más me gusta son los monstruos y llegaría el aplauso de la industria, incluyendo el del mismísimo Art Spiegelman, clara influencia de Ferris, quien la definió como “una de las autoras de cómic más importantes de nuestra época”.

Reservoir Books tradujo esta obra poco tiempo después, así que la disponibilidad no es excusa. El precio quizás sí, porque este tomo robusto sale poco más de 1.000 pesos. Pero veamos su contenido.

Un trabajo monstruoso

El cómic representa los cuadernos garabateados de Karen Reyes, una niña de diez años que vive en Chicago, en 1968. Por eso cada una de las páginas tiene el margen, los renglones e incluso las tres clásicas perforaciones para luego ser guardadas en una carpeta. Y por eso toda la obra está dibujada con lapiceras Bic de colores, como confirmó la autora a The New York Times.

Este elemento juega como un arma de doble filo, porque por un lado da una impronta inconfundible a la historia, con cada página reflejando el sudor dedicado a su creación. Sin embargo, el lector debe ignorar un grado de inverosimilitud, ya que de ninguna manera se trata de dibujos realizados por una persona de la edad de Karen. Ni mucho menos sería capaz de la reflexión discursiva que le otorga Ferris.

Sorteado este primer escollo, nos encontramos ante una obra intrincada, profunda, pero sobre todo densa. En el mejor de los sentidos y en algún otro también. Sus más de 400 páginas son difíciles de leer de un tirón, por la cantidad de información que contiene cada una de ellas.

Al comienzo conocemos a la mencionada niña, que vive enamorada de los monstruos de las películas y las revistas de historietas. En ellos ve reflejados los prejuicios de su época hacia las personas de clase social baja y a otras disidencias sociales. Ella misma se representa como una “niña lobo” durante casi todo su diario ilustrado. Y una y otra vez aparecerán referencias a personajes clásicos, como Drácula y Frankenstein, además de portadas que recuerdan los cómics de terror que publicaba EC Comics por aquellos tiempos.

La vida de Karen ya era ajetreada cuando se produce la muerte de una vecina de su edificio y ella decide, cual niña lobo detective, investigar acerca de lo ocurrido. Esto abrirá el juego para una de las subtramas que, sin ser la más original, contiene los mejores momentos y también los golpes más bajos. Anka Silverberg, la fallecida, tuvo una historia de vida terrible incluso antes de ser enviada a un campo de concentración.

Mientras se sucede la investigación, a la jovencita le ocurren muchísimas cosas más. Primero las relacionadas a su núcleo familiar, integrado por una madre supersticiosa y un hermano mayor con ínfulas de gigoló. Después está la tormentosa relación con sus compañeros de la escuela, incluyendo su ex mejor amiga Missy, con quien supo compartir la pasión por las películas de vampiros y toda clase de bichos trágicos.

Habrá tiempo para la reacción a las protestas raciales de la época (Martin Luther King fue asesinado en 1968) y también para la relación muy cercana entre Karen y las obras de arte, en especial las pinturas. Por momentos su personaje se zambulle dentro de ellas como si perteneciera a aquellas Fantasías animadas de ayer y hoy ambientadas en museos.

Lo que más me gusta y lo que menos

El dibujo de Ferris es el primer gancho para disfrutar de esta obra. Después podremos discutir acerca del uso de los recursos propios de la historieta, ya que en gran parte de la novela gráfica se desdibuja aquello del “arte secuencial”. Quizás, irónicamente, el hecho de no abusar de viñetas y globitos de texto la haya convertido en favorita de un lector no comiquero.

Lo cierto es que estamos ante un libro extremadamente ambicioso, cuyos propósitos siempre llegan a buen puerto, sin abrumar con la sucesión de dibujos y textos que podrían llenar 1.000 páginas de un cómic tradicional. Es cierto que ciertas metáforas (¡monstruos!) son un poco directas, pero el lector paciente llegará hasta el final y quedará esperando la llegada del segundo tomo.

Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris. Reservoir Books. 416 páginas. También disponible en inglés en Amazon y Comixology.

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