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Poéticas de lo cotidiano: Elder Silva, Andrés Olveira y Horacio Cavallo

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Leído por Abril Mederos.
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Aunque parezca extraño, la entrada de la vida cotidiana, lo prosaico, lo de todos los días no debe tener, en la literatura como arte “culto”, mucho más de 100 años. Para los griegos, la tragedia, que representaba una acción excepcional y era protagonizada por seres de la nobleza, constituía la forma más “elevada” de su arte dramático, mientras que la comedia, protagonizada por personajes del vulgo, era un género menor, y esta distinción se mantuvo por lo menos hasta el teatro isabelino. Recién en los siglos XIX y XX los seres comunes, con experiencias con las que cualquier lector se podía identificar, comenzaron a ser objeto de la “literatura”, como parte de movimientos muy disímiles entre sí, desde el realismo ruso decimonónico hasta la poesía “comprometida” sesentista, pasando por el nouveau roman y ciertos movimientos de vanguardia.

Las de Elder Silva, Horacio Cavallo y Andrés Olveira son tres poéticas muy distintas, pero tienen en común el partir de hechos y cosas aparentemente nimios e intrascendentes, aunque se propongan objetivos muy distintos y lleguen, por tanto, a muy distintos resultados en relación al punto de partida.

Elder Silva (1955-2019) es el único fallecido, y aparece aquí por esas vueltas a la vida que suelen tener los escritores en sus reediciones y ediciones póstumas. La frontera será como un tenue campo de manzanillas fue publicado originalmente en 2003 en Tenerife, España, luego de ganar la quinta edición del concurso de poesía Luis Feria, y su primera edición en Montevideo fue cuatro años posterior, a cargo de la misma editorial (Civiles iletrados) que trae esta cuarta edición (la tercera fue en Buenos Aires, por Eloísa Cartonera). Silva siempre se caracterizó por un lenguaje sencillo, coloquial y despojado, pero para nada prosaico, que transmite una inmensa magia a partir de hechos aparentemente triviales en los que el yo lírico fija toda su atención como en una revelación, generando momentos de gran belleza y ternura hacia las pequeñas cosas y los seres simples, a la vez que una repentina conciencia del lugar del sí mismo en el mundo, y de la propia esencia del individuo como un ser hecho de otros seres y otras cosas: “Estas naranjas que sostienen la penumbra de la sala / me recuerdan a la vuelta de los campos, al atardecer / donde ni el oro del poniente paga la faena de los peones naranjeros / [...] Y esa desavenencia / corroe el sabor de las naranjas en mi lengua / y explica en parte este poema”.

Andrés Olveira (1986), el más joven de los tres, publicó en la editorial Yaugurú el poemario ¿De qué sirve una casa?, centrado en una gesta nada extraordinaria pero que suele sentirse heroica: la fallida construcción del “nido de amor” de una pareja, y cómo cada pequeño gesto, cada pequeño hecho que implicaba la conquista de algo tan pequeño como una vivienda para compartir, va de a poco desgastándose con dificultades igual de pequeñas, como una gota china. Con un lenguaje despojado, se desgaja esa pequeña tragedia sin gestos dramáticos, sin intensidades innecesarias. En un punto, se trata de una microépica generacional, propia del momento histórico en que la precariedad de la vivienda es correlativa a la de las relaciones. Pero la perspectiva histórica, apenas mencionada en algunos versos, está lejos de ser el centro, que es una historia humana y llena de ternura, de la cual parece salirse casi con optimismo, guardando una afable nostalgia de lo vivido más allá del fracaso de un objetivo ya de por sí tan modesto: “¡Feliz aniversario! / Bailemos al son del cassette / con la música de las campanadas / [...] Subamos a la azotea / veamos si ha escampado / si hemos encanecido / o si el duende se ha recobrado / de la hipotermia // Atestigüemos el desenlace de esta broma infinita”.

Por su parte, Horacio Cavallo (1977) es uno de los escritores más prolíficos de su generación. En pocos años ha publicado más de diez títulos entre poesía y narrativa, con algunas incursiones en la literatura infantil. Tiene una voz sumamente sólida y conmovedora, que no muestra pudor en apoyarse en formas poéticas tradicionales como el soneto, devolviéndoles vitalidad y actualidad.

Siempre es difícil saber hasta dónde podemos llegar partiendo de un poema de Cavallo. Un lugar cualquiera de Montevideo puede dar lugar a referencias mitológicas (“Trepar por Yaguarón como si fuera / Ulises afiebrado junto al mástil”) o al revés, las Parcas pueden ser tres tías viejas que provocaron un susto infantil. De a ratos, un hecho nimio como una araña con la que se convive se convierte en una reflexión sobre la creación y la poesía, de a ratos hacemos el camino inverso y toda la historia del café, sus descubridores y entusiastas culmina en una mesa de bar montevideano. El de Cavallo es un mundo en el que todos los tiempos convergen, donde la experiencia más trivial de un individuo se encadena con toda la historia y el saber de la humanidad, y donde en el entorno más prosaico aparecen dioses y héroes como ángeles caídos.

En suma, dentro de sus similitudes y diferencias, los tres libros nos recuerdan que el camino hacia eso que llamamos literatura no siempre está hecho de escaleras de mármol, y que la poesía se encuentra, literalmente, en todas partes.

La frontera será como un tenue campo de manzanillas. De Elder Silva. Montevideo, Civiles iletrados, 2020.

¿De qué sirve una casa? De Andrés Olveira. Montevideo, Yaugurú, 2020.

Luz de última hora. De Horacio Cavallo. Montevideo, Civiles iletrados, 2020.

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