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Jorge Alfonso.

Foto: Alessandro Maradei

Volver a la carga: con el escritor Jorge Alfonso, a propósito de su último libro, Ganar y perder

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Ganamos y perdemos. Así es la vida. Nos hundimos y vamos a chocar de nuevo. En el camino, a veces, lo estropeamos todo. Sabemos que es imposible, y volvemos sobre nuestros pasos. Seguimos. También encontramos gente que nos levanta. Y gente por la que frenamos y estiramos la mano. Algunos encuentran una forma de verse. De saberse. Algunos escriben a veces. Otros no pueden dejar de escribir.

Ganar y perder es un libro en clave autobiográfica que repasa el periplo de un joven que quiere escribir y publicar. Jorge Alfonso supo de saborear el éxito con Porrovideo (Hum, 2009), la popularidad de una star literaria (al estilo oriental) que lo colocó en un lugar visible. Con luces de neón y sonido estéreo. Y sonó bien fuerte.

Ahora vuelve para contarnos que detrás de esa historia había muchas más, gentes, lugares y aventuras, descontroles, excesos y derrotas. Pero también grandes éxitos.

Hay un impulso vital en tu acercamiento a la escritura. Una necesidad. Algo que te sacó de tu cuarto en Paso Carrasco y te hizo subir a la bicicleta rumbo a un taller literario. ¿Encontraste lo que buscabas?

Encontré mucho, muchísimo más de lo que buscaba. Encontré una sufrida pero maravillosa vocación, encontré amigos, encontré una pareja, encontré decepciones, fracasos, sorpresas y triunfos, encontré el amor de la gente, que con frecuencia me escribe alentándome y comentando mis libros... En fin, encontré muchas cosas. Por eso cada vez que reflexiono acerca de eso que vos acertadamente llamás “impulso vital”, eso que me hizo salir a buscar la consecución de mis deseos, cada vez que miro hacia atrás y veo a ese muchacho bastante ignorante, lleno de acné y con tantas ganas de tantas cosas, trato de honrarlo como se merece. Si bien hoy entiendo y acepto que ese jovencito no representa por completo a este yo que responde tus preguntas, siento que a pesar de las notorias diferencias entre uno y otro y de todos los eventos y situaciones trágicas, cómicas y tragicómicas que fueron sucediendo y que me terminaron formando, puedo decir que cuando miro hacia el pasado no dejo de experimentar una enorme simpatía hacia ese guacho que tanto luchó por lo que quería y que a la postre me hizo ser quien soy.

Tu irrupción con Porrovideo fue rutilante. A la hora de repasar tu recorrido, era ineludible volver a visitarlo. ¿Cómo ves el libro 15 años después?

Lo veo vivito y coleando. Me maravilla observar cómo esos cuentos parecen no haber envejecido a pesar de los años. Los siento tremendamente frescos y muy vivos, aunque los percibo con algo de extrañeza cuando releo algún fragmento y sonrío y me digo: “Sí, este loquito era yo”. Es que uno se va transformando tanto con el paso del tiempo... De todas maneras todavía me gusta y me divierte muchísimo ese libro, si bien hoy lo escribiría de manera bastante diferente. Porrovideo fue una necesidad urgente tanto para mí como para quienes lo adoptaron entre sus afectos. Es una obra que tiene bastante rabia y una actitud provocadora y desafiante, algo así como: “Bueno, esto soy, esto somos, y al que no le guste que se joda”. También fue el libro que me hizo ser “descubierto” por gran parte de los lectores, lo que sin duda no es poca cosa. Y además, su salida provocó que se dieran diversas situaciones que a la larga me proveyeron de buena parte del material que integra este nuevo libro.

El otro día, durante la presentación de Ganar y perder, se me acercó un muchacho y me dijo que él había decidido empezar a escribir luego de leer Porrovideo. No supe qué decirle, más allá de darle las gracias. El libro (que está agotando su tercera edición y que empieza a ser traducido a otros idiomas), a pesar del tiempo transcurrido, sigue dándome estas gratas sorpresas, y demostrándome que valió la pena escribirlo.

Sunny Brandi es un personaje importante en tu historia. Una figura casi maternal. ¿Alcanza sólo con el talento para que un escritor se abra paso en el mundo de la escritura y la publicación?

No. Creo que en la mayoría de los casos el talento por sí solo no basta si no es acompañado por el apoyo constante de personas pacientes y de buen corazón, como Sunny, mi primera maestra literaria, y tantos otros guías y verdaderos faros humanos que llegaron después. También debería mencionar diversas instituciones (estatales y privadas) que se interesaron en mayor o menor medida por estimular a ese muchachito que deseaba volverse un escritor.

Como menciono en alguna parte del libro, una semilla tiene el potencial de volverse un árbol, claro, pero no lo logrará si no se dan a su alrededor las condiciones adecuadas: la luz solar, la tierra, el agua, etcétera. Muchas semillas literarias, pese a llevar consigo un talento enorme, necesitan adquirir también la fortaleza suficiente como para hacer frente a los temporales y sequías y aguantar todos los desprecios y las penurias de los primeros tiempos de aprendizaje, que son capaces de acabar con una temprana vocación o de mostrarnos nuestro verdadero temple. Muchos talentosos artistas se quebrarán en el proceso, pero quienes no se den por vencidos, sobrevivan a los golpes y reciban el estímulo suficiente tienen la oportunidad de lograrlo.

Jorge Alfonso.

Foto: Alessandro Maradei

Tu experiencia es diversa y, muchas veces, productiva con los talleres literarios. En el libro desarrollás este tema abiertamente. ¿Cuánto han influido estos espacios en tu carrera?

Los talleres han sido uno de los pilares en los que se asientan mi escritura y mi vida. No sólo por lo técnico, sino también por el valioso aporte de ponerte en contacto con otros locos como vos, empeñados en escribir. Basta frecuentarlos para que se reduzca notoriamente esa sensación de ser un “bicho” absolutamente único, extraño e incomprendido. Y sólo por esto último ya vale la pena dedicar tiempo a formarse en diversos talleres. Pero no en uno solo, sino en muchos. En mi caso, cada taller me fue brindando una nueva paleta de colores que poco a poco fui incorporando a mi bagaje cultural y artístico. En este nuevo libro se hace evidente que todas esas reuniones a las que asistí me brindaron también un sinfín de anécdotas muy interesantes, jocosas y reveladoras que no sólo me parecen valiosas en lo literario sino (y por sobre todo) en lo humano.

Sos un escritor que habla de lo que lee. Los autores parecen desbordar la historia misma. Pero hay uno que se destaca: Charles Bukowski. ¿Por qué?

Porque en su momento conocer esa obra fue una revelación, una sorpresa y un gran descubrimiento que me obligó a reflexionar. ¿Era genuinamente valioso ese tan mentado “realismo sucio”? ¿Era posible trasladar esa forma literaria desvergonzada y transgresora a los ambientes típicamente uruguayos que a mí me interesaba narrar? El fuerte impacto de Bukowski en mi escritura se mantuvo durante un largo período (y aún se mantiene, claro), pero con el tiempo y las muchas otras lecturas que vinieron después, se ha ido amalgamando a infinidad de influencias muy diversas. Creo que ahora me siento más fanático de Henry Miller que de Bukowski, y diría que sobre todo adoro al primero como narrador y al segundo como poeta.

En un pasaje de Ganar y perder te acercás a un músico que está en la misma que vos y le preguntás si tiene miedo a la hora de actuar. ¿Hubo miedo, en estos 15 años, de no regresar con fuerza? ¿O quizás de no cumplir con las expectativas a nivel personal?

Puede ser. Uno siempre experimenta algo de miedo a no poder cumplir con las expectativas ajenas (y en mayor medida con las propias). Otra causa importante de mi silencio creativo (bueno, en realidad todo esto está abundantemente explicado en el libro) fue que luego de Porrovideo me sobrevino una especie de asco generalizado hacia el ambiente literario de aquí y sus tristes personas y personajes. ¿Valía la pena exponerse nuevamente a esa vidriera irrespetuosa y sus eternos manoseos? Y si a ello le sumamos mi profundo desprecio por los autores que escriben cualquier mamarracho sólo por no perder “visibilidad”... Porque yo insisto en que un mal libro es siempre un paso atrás, por más publicidad que ese lanzamiento traiga aparejada. Por otro lado, si en este bendito país uno peca de iluso al pretender que la escritura sea un medio válido para mantenerse dignamente, y si en verdad no sentís esas furiosas e impostergables ganas de escribir, entonces ¿para qué hacerlo? ¿Por ego y narcisismo? ¿Para demostrar algo? ¿Demostrar qué? ¿A quién? Pienso que un buen libro nace en la mayoría de las ocasiones debido a una verdadera urgencia por narrarlo, una especie de imposición interna. Eso me ocurrió con Porrovideo y me volvió a pasar con Ganar y perder: una urgencia imposible de evitar, una absoluta necesidad de escribirlo, sabiendo que mi experiencia podía también beneficiar, conmover, hacer reír y reflexionar a otros.

Has dicho que las sustancias no son necesarias para crear.

Y lo sostengo. Las sustancias pueden ser un disparador de situaciones e ideas que propicien la creatividad o le proporcionen interesante “material” narrativo, pero una vez pasado ese impulso inicial, ¿entonces qué? Ahí deben necesariamente hacer acto de presencia la disciplina, el rigor de las correcciones, ese trabajo duro y solitario que todo verdadero escritor tiene que afrontar.

Vamos al título. Ganamos y perdemos. Así es la vida. ¿La literatura ayuda en la derrota? ¿O el libro en sí es una victoria?

A veces la buena literatura surge de las más crueles derrotas. Ejemplos sobran. Este libro es una victoria, sí, pero sobre todo una victoria sobre mí mismo, sobre mi pereza y sobre mis miedos: un gran triunfo de mi voluntad, que debió luchar duramente contra todos ellos. Cuando lo contemplo lo veo sobre todo como el fruto de un esfuerzo enorme, ya que es por lejos mi obra más extensa y considero que la más ambiciosa hasta el momento. Y el esfuerzo fue aún mayor porque yo estaba muy falto de entrenamiento desde hacía bastante tiempo, por lo que todo el proceso se me hizo mucho más lento y engorroso de lo que imaginaba. Pero tenía muchas ganas de escribirlo y que otros lo leyeran, y eso fue lo que más me impulsó: el saber que mis experiencias podían aportar algo valioso a los demás. Porque me pasaba con frecuencia que estando con amigos me ponía a contar alguna anécdota que involucraba colegas escritores y que describía la mediocridad de dichos colegas (y la mediocridad imperante en diversos ambientes literarios), y entonces estos amigos me decían “che, tendrías que escribir eso” o “eso es casi un cuento”. Y poco a poco entendí que ellos tenían razón, ya que todas esas situaciones bizarras, patéticas y también gloriosas poseían cualidades que las hacían más que merecedoras de ser convertidas en literatura. Claro que “del dicho al hecho hay un trecho”, y terminar con este proyecto me llevó muchísimo tiempo, esfuerzo y dedicación. Por eso me doy por conforme con haber logrado concluir una tarea tan dura y con lo que creo haber conseguido transmitir. Este libro me parece bastante más profundo que Porrovideo, pero igual o más entretenido. Eso ya constituye un gran triunfo para mí, además de haber logrado finalizarlo en circunstancias adversas. Todo eso me pone muy contento. Y que ya me hayan comenzado a llegar diversos mensajes de gente que me dice que se emocionó leyéndolo, que lo hizo llorar, que lo hizo reír a carcajadas... En fin, creo que valió la pena haber tenido que perder tantas veces en el pasado para ahora poder recibir ese cariño de los lectores. Eso para mí es GANAR, independientemente de todo lo demás.

Ganar y perder. De Jorge Alfonso. Montevideo, Estuario, 2021. 328 páginas.

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