Para la mayor parte del público lector de poesía en español, no se necesitan demasiadas presentaciones de Alejandra Pizarnik (1936-1972). Nacida en la localidad bonaerense de Avellaneda, en el seno de una familia judía emigrada de la frontera ruso-polaca, dejó durante una vida muy breve una obra poética exquisita, transida de la lobreguez de los poetas malditos, la síntesis poderosa y dolida de Vallejo y la creatividad imaginativa del surrealismo, con una autorreferencialidad que no clausura sino que propicia una vía hacia algo que podríamos llamar universalidad, o al menos apertura de sentidos. Incansablemente traducida, reeditada y estudiada, y con una vigencia que resiste el paso de las generaciones, quizá sea una de las poetas más leídas en la región.
Respecto a Clara Silva, tal vez haya que contextualizar un poco más, incluso para quienes leen frecuentemente literatura uruguaya. No se puede decir que se trata de una autora completamente olvidada, ya que su nombre aparece frecuentemente en antologías y estudios panorámicos sobre literatura nacional. En 2008 y en 2015 aparecieron reediciones críticas de dos de sus novelas: Aviso a la población (Biblioteca Artigas) y La sobreviviente (Biblioteca Nacional).
Además, Silva publicó otras tres novelas y cinco poemarios, incursionó en crítica e investigación literaria y recibió varios premios a nivel nacional. Aunque un tanto mayor que los exponentes de la generación del 45, publicó su primer libro ese año, y a lo largo de su carrera recibió calurosos elogios de Ángel Rama y Mario Benedetti y brutales sablazos de Emir Rodríguez Monegal. Sus libros rondan frecuentemente temáticas filosóficas y religiosas, puestas a menudo en tensión con lo que Alfredo Alzugarat describe como “una poética de la grisura, de lo lúgubre y sórdido, expresada con crudeza y atención naturalista, sin desdeñar lo feo, lo grotesco y lo escatológico”, además de cierto componente de compromiso social e interesantes posibilidades para la crítica feminista, vislumbrándose una genealogía entre La sobreviviente y La mujer desnuda de Armonía Somers. Por cierto, también fue esposa del crítico Alberto Zum Felde.
Las 55 cartas incluidas en Cartas a Clara Silva (1955-1966) (no se han conservado las respuestas de la destinataria), fueron impresas con la financiación del Fondo Concursable del Ministerio de Educación y Cultura por la investigadora Florencia Morera, con reproducciones gráficas de los manuscritos y otros documentos (fotografías, dibujos adjuntados a las cartas, dedicatorias en los libros que intercambiaron). Tres de las cartas están dirigidas a Concepción Silva Belinzón, hermana de Clara y también poeta. Al final, se incluye un más que exhaustivo estudio de Morera.
Pasión platónica
La admiración que le expresa la joven Pizarnik a Silva (en la primera carta se dirige a ella como “la mujer que más admiro”) amerita al menos una mirada hacia ese vínculo: siempre aportan a la comprensión de una artista los precedentes que buscó como modelo en sus años formativos. Si además existe la posibilidad de que el o la joven artista haya tenido una comunicación con tales referentes, la posibilidad de acceder a estos mensajes debería dar al menos un poquito de curiosidad. Y así es en estas cartas: hay muchas manifestaciones de las derivas internas de Pizarnik respecto a su proyecto poético, así como un nutrido repertorio de menciones y citas de sus principales referentes literarios.
Por otra parte, cabe agregar que se trata de una relación poco explorada dentro de su biografía, dentro de una etapa de la cual todavía se sabe poco. Las cartas que dan testimonio de ella no se encuentran en el archivo más canónico de sus manuscritos, los Pizarnik Papers de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), sino en la Colección Clara Silva de nuestra Biblioteca Nacional.
Además de la admiración intelectual, hay también un apego que podría calificarse de pasional hacia la imagen de Clara. Se trata de una imagen distante, casi imaginaria (sólo se vieron en persona en dos ocasiones) y de un apego atravesado por una idealización cercana a la devoción. Podría incluso pensarse en un enamoramiento platónico (seguramente no correspondido), posibilidad considerada en algunos pasajes del estudio de Morera.
De todos modos, esta publicación no es una novela sentimental, y tampoco se adscribe a un enfoque queer (aunque lo contempla entre las tantas posibilidades de lectura), pero en una autora como Pizarnik, que maneja la autorreferencialidad tan bien y tan a menudo, y cuyos escritos privados son, además, muy literarios, el diálogo entre obra y biografía es inevitable, y este aparece minuciosamente señalado y analizado en las notas y el estudio posterior.
Es posible catalogar a este libro como uno de los lanzamientos editoriales más importantes del año. Por decisión de la albacea de la familia Pizarnik, se trata de una edición no comercial, destinada sobre todo a fines de docencia e investigación, aunque es posible conseguir ejemplares.
Cartas a Clara Silva (1955-1966) Alejandra Pizarnik, de Florencia Morera. Edición de la autora, 2024. Para solicitar ejemplares: cartasaclara@gmail.com. También se repartirán ejemplares en la segunda presentación del libro, el miércoles 26 de junio a las 20.00 en Cinemateca Café (Bartolomé Mitre 1236).