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Diez ficciones recientes sobre Montevideo

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Este año nuestra capital celebra tres siglos de existencia y en ese lapso deben ser unas cuantas las narraciones que la tienen por escenario. Obligados a repasarlas, es posible que nos vengan a la memoria tal pasaje de Onetti, aquel título de Benedetti o la maravillosa novela Necrocosmos, de Héctor Galmés. En este boletín no les propongo una mirada histórica, sino una pequeña lista de recomendaciones de ficción reciente y uruguaya que habla de Montevideo. Para no ocupar demasiado espacio, me puse como condición que las obras hayan sido editadas en este siglo y que estén disponibles en Biblioteca País, lo que deja afuera a novelas montevideanas que admiro, como 18 y Yaguarón, de Roberto Appratto, y La persecución, de Henry Trujillo.

Mugre rosa, de Fernanda Trías

Hay algunas transposiciones, pero la ciudad que ambienta la utrapremiada novela de Fernanda Trías es fácilmente identificable como Montevideo, tal como dice Mariana Figueroa en su reseña. Está el Hospital de Clínicas, está la Ciudad Vieja, están los barrios costeros amenazados por un virus que llega desde el mar. Trías combina, en esta historia que protagoniza la errática Felicia, varias de las ansiedades que los géneros cercanos a la ciencia ficción permiten expresar sin excusas. Aparece así la amenaza a las zonas con mejor nivel de vida, pero no en forma de inseguridad pública, sino como algo indefinido que, al igual que la temida subida del nivel de los océanos, afecta primero a las áreas cercanas al agua. Una Montevideo posible, fantasmal, despoblada, no solo como especulación futura, sino como espejo apenas alterado de lo que ocurrió durante la emergencia sanitaria causada por el coronavirus.

Ningún lugar, de Hoski

Personaje-autor-performer, en estos relatos publicados en 2017 Hoski atraviesa la ciudad a pie y en ómnibus, nunca completamente integrado a la urbe y casi siempre urgido por alguna necesidad sexual. Acá la feria de Tristán Narvaja, la zona de Lezica, el entorno de la Facultad de Ciencias Sociales, un club de General Flores, las inmediaciones del Parque Rodó no son postales simpáticas, sino obstáculos entre Hoski y sus objetos de deseo.

Ha sido un gusto, de Camila Guillot

Esta novela se ambienta en una zona cercana a la de Cordón Soho, de Natalia Mardero, pero sus protagonistas son un poco menores y no tienen un vínculo tan cercano con el mundo artístico. Entre bajadas a la rambla, celebraciones en azoteas, salidas a discotecas y excursiones para conseguir drogas, se enfrentan a problemas inmediatos (cómo pagar el alquiler, cómo limpiar los restos de fiestas en una casa prestada) y asuntos más profundos (la muerte de un amigo, el rumbo de sus vidas). El resto de la ciudad aparece en flashbacks liceales, mientras la juventud se dilata pero ya no parece eterna.

Los pasajes comunes, de Gonzalo Baz

La infancia y la juventud en un complejo de viviendas de Malvín Norte es el tema central de la novela de Gonzalo Baz. El entorno urbano deprimido en las décadas de 1990 y 2000 juega con el carácter de pequeño pueblo de ese tipo de edificaciones masivas. La deshumanización y la hostilidad de la arquitectura no impide que sus protagonistas se apropien afectivamente de los “pasajes comunes” literales y metafóricos.

Cien agujeros de gusano, de Gustavo Alzugaray

Las calles y los bares durante los años de la salida de la dictadura son el escenario de buena parte de esta novela protagonizada por universitarios que integran, de manera laxa, la llamada “Generación 83”, mientras el narrador participa en marchas y actividades políticas con una mezcla de curiosidad y distancia. Aquí comenté la novela un tiempo después de que saliera.

Adiós Diomedes, de Leandro Delgado

Los jóvenes de este relato viven una década de 1980 distinta: nihilistas, desilusionados, darks. Acá a Montevideo la atraviesan los apagones y para el narrador, 18 de Julio es abominable “de punta a punta”. Con toques de El retrato de Dorian Gray y mucho de las estrategias literarias de El gran Gatsby, la novela inaugural de Leandro Delgado capta el zeitgeist asociado al entonces renacido rock nacional y a la insatisfacción que siguió a la restauración democrática.

Washed Tombs, de Mercedes Estramil

Jennifer se mueve a toda velocidad entre zonas periféricas de Montevideo y evita el Centro. Va en un BMW desde la mansión de Carrasco que custodia como casera hasta Nuevo París, de donde es oriunda, y también pasa por Verdisol y viveros en la zona rural del departamento. Mientras maneja, piensa en sus parejas, su maternidad, sus negocios ilegales y en el estado de la literatura uruguaya. La ciudad ya está segregada socialmente, y aunque los recorridos de Jennifer unen puntos lejanos, la imagen principal es la de la fractura emocional. Francisco Álvez reseñó esta novela en 2017.

Pichis, de Martín Lasalt

El Cholo y la Chola son los protagonistas de los doce relatos reunidos en Pichis. Revuelven contenedores en busca de comida y trillan las calles de la ciudad desde un asentamiento al norte de Avenida Italia. A veces encuentran dificultades para hacerse entender e intentan hablar “en montevideano”. Sus historias rozan la fantasía y el humor, que conviven con el registro claro de una catástrofe social. Sobre este libro también escribió Francisco Álvez.

Un río de aguavivas, de Agustín Acevedo Kanopa

Acá la ciudad es nocturna, o más bien, la acción transcurre en una sola noche, aunque los flashbacks se disparan por distintas épocas y lugares. Seguimos a los integrantes de una banda cumbia pop mientras se desplazan en una camioneta entre fiesta y fiesta, desde un club del Centro a una discoteca en Punta Gorda y a un cumpleaños de 15 en la zona de chacras del norte de Montevideo. La crisis de 2002 es el fondo de esta historia tan vertiginosa como arborescente: “Nos movemos hacia adelante en esa noche de recitales, pero también avanzamos hacia adentro de los pensamientos de los personajes, para luego saltar repentinamente”, decía en su momento.

El cielo visible, de Diego Recoba

Puede parecer cómico que esta novela transcurra entre Nuevo París, el barrio Montevideano, y París, la capital francesa, y ciertamente hay mucho de humor en la reescritura inverosímil pero insistente del pasado que intenta Diego Recoba en algunos tramos de la historia, pero también es evidente el realismo y el tono de denuncia de otros pasajes en los que reclama por mejores condiciones para los artistas que provienen de entornos sociales vulnerables. La escritora Lalo Barrubia publicó un breve ensayo sobre esta ambiciosa novela.

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