La carne de res magra de textura fina es un subproducto cárnico consistente en cortes sobrantes deshuesados mecánicamente, que son procesados hasta formar una pasta de color rosado, expuesta seguidamente a gases de amoníaco para desinfectarla, puesto que en estado “natural” sería caldo de cultivo para bacterias generadoras de infecciones alimentarias. Fue durante décadas utilizada como corte para abaratar la carne molida. Entre 2012 y 2013 estuvo en el centro de importantes polémicas en Estados Unidos, donde se utilizaba tanto en productos de cadenas de comida rápida como en menúes servidos en comedores escolares u hogares de ancianos. Está prohibida su utilización para consumo humano en la Unión Europea y en Canadá. En EEUU su producción se redujo drásticamente a causa de la controversia mediática y la desconfianza de los consumidores. En 2016 el chef Jamie Oliver ganó una demanda contra McDonald’s al demostrar que sus productos se fabricaban mayormente en base a este aditivo y no a carne molida “real”. El mismo proceso se aplica a carnes de ave, y pese a denuncias mediáticas y judiciales, el producto sigue utilizándose en muchos alimentos hiperprocesados, como hamburguesas y nuggets. En un artículo de investigación de The New York Times publicado en 2009 se lo designó por primera vez con la expresión “pink slime”, es decir, “mugre rosa”, que da título a la última novela de la uruguaya Fernanda Trías.

La historia transcurre en una ciudad innombrada pero fácilmente identificable con Montevideo, asolada por una extraña epidemia que, si bien tiene algunas diferencias con la actual pandemia de covid-19 (la enfermedad que aparece en la narración es provocada por una catástrofe ambiental y no por un virus transmisible de humano a humano), varias de sus consecuencias en la vida cotidiana no dejan de darle a la novela cierto atractivo premonitorio, dado que fue terminada en diciembre de 2019, cuando recién se decretaban los primeros confinamientos en la ciudad de Wuhan, en China. Esta ciudad distópica, asediada por un viento tóxico que provoca una enfermedad mortal, se encuentra en permanente estado de alarma, enfrentando desabastecimientos, informaciones contradictorias, y cambiantes políticas gubernamentales de un Estado policíaco. La alimentación se basa mayoritariamente en un producto llamado Carnemás, procesado en una planta que es presentada por las autoridades como un orgullo nacional, y no es más que la famosa mugre rosa envasada en potes de plástico y con la que, además, se elaboran todos los productos cárnicos que se consumen.

Felicia, la protagonista, ve cómo su vieja vida va desdibujándose. Sus únicos vínculos son su ex marido, hospitalizado a causa de la epidemia; su madre, con quien ha debido reconstruir su difícil relación a causa de la soledad y el aislamiento que impone la situación general; y Mauro, un niño cuyos padres han contratado a Felicia como cuidadora, y sufre una rara enfermedad congénita, el síndrome de Prader Willii.

Este síndrome (que existe en el mundo real y no sólo en la novela) se origina en una mutación en el cromosoma 15. Povoca hipotonía muscular, deficiencias cognitivas, bajos niveles de hormonas sexuales y, a consecuencia de esto último, atrofia en los órganos genitales y debilidad ósea. Pero uno de sus rasgos más llamativos es que el sistema neurológico de quienes padecen esta enfermedad no genera la sensación de saciedad, por lo que sufren de un hambre permanente que los lleva a comer sin parar, incluso ingiriendo en algunos casos desperdicios o sustancias no digeribles, desarrollando en consecuencia, además de las complicaciones preexistentes, las patologías asociadas a la obesidad mórbida. El trabajo de Felicia consiste en distraer permanentemente a Mauro de su propia hambre, soportando la frustración de saber que jamás estará satisfecho, y que sus esfuerzos jamás serán recompensados con, al menos, un apego afectivo mínimo del chico, dado que él solamente piensa en su próxima comida.

Rara vez los personajes con patologías que los reducen a un plano tan instintivo son retratados de forma que los afectos del lector vayan hacia otro sitio que la lástima, el grotesco o el horror (piénsese en “La gallina degollada”, de Horacio Quiroga). Pero el afecto que desarrolla Felicia hacia Mauro no es menos satisfactorio que el que tiene hacia su ex marido, un hombre bastante egocéntrico y desamorado, o hacia su madre, demandante y mandona pero muy poco atenta a las necesidades de su hija. De hecho, Felicia se siente más en paz con Mauro porque no espera nada de él. Como tampoco puede esperarse nada de un mundo en el que todos se alimentan de desechos, como es la mugre rosa, mientras peces y aves mueren en masa dejando el aire y el agua a merced de tóxicos que terminan por enfermar y matar a los propios humanos, que ni siquiera perciben esta tragedia como consecuencia de sus propias acciones. En definitiva, la enfermedad de Mauro funciona como alegoría de una humanidad fofa, egotista y tragona, indiferente a los seres y las cosas que la rodean, que fagocita lo que encuentra con un apetito insaciable que termina por atentar contra su propia supervivencia. En este contexto, este niño enfermo no es ni el más desgraciado ni el más monstruoso, y en tanto su condición parte de un problema congénito, la lástima, el horror y el grotesco no se vuelven tanto hacia él como hacia nosotros mismos, los fuertes y sanos, que realmente pudimos haber sido otra cosa.

Mugre rosa no es un libro fácil. Es una novela que nos cuestiona y nos enfrenta a todo lo que no quisiéramos ver de nosotros y del mundo que hemos construido. Como contrapartida, ofrece una sumamente cuidada elaboración narrativa, una magistral agudeza psicológica, y una equilibrada pero intensa conmoción emotiva, propias de una de las voces más sólidas de la literatura uruguaya reciente.